martes, 23 de diciembre de 2008

La vida y la letra, 5

, Extraño placer: separar las hojas pegadas de ciertos libros. ¿Por qué las dejarán así? Me pasó con este "Últimos trenes" de Nacho Padilla que compré ayer. Pero también antes con Sharon Olds, Whitman, Jabés y algún otro. ¿Estrategia de ahorro en el suaje de los bordes? No importa: es como un sello de garantía de que el libro está intacto, que, como las esposas del Rajá, no han sido miradas por impuros; o cinturón de castidad que retiramos, firmes, y como agradecidos. , Así, la primera lectura del que separa las hojas será la original, la irrepetible verdadera; la ceremonia previa a la lectura se vuelve promesa. Al cumplirse en la lectura, donación de secreto, apertura, posesión total del espacio blanco entre las palabras, lo que por fugaz se evade como todo placer cierto. Y como cierto, surge una resonancia: toda lectura auténtica es remover un sello invisible buscando la emoción original. , "Últimos trenes" (UNAM, 1996) no es nuevo. No quiero hablar del Crack que es como ponerse una camiseta para siempre. Es un excelente libro de narraciones breves y ya; el mejor ejemplar del género, para mí, es "El que espera" de Andrés Neuman. Están los pobremente valorados "Gog" y "Magog" de Giovanni Papini, también. Estos libros me parece que tienen en común una belleza descubierta por exceso: los personajes --tipos humanos de lo más familiares-- salen de lo esperado (me caga últimamente la palabra "cotidiano", disculpen mi francés) para desbordar lo real que les toca: la víctima se vuelve asesino; el taxista, chofer; el minotauro, arquitecto. Son cuentos que me gustan, creo, porque se leen como poemas: dejan una vibración más que una certeza, uno no cree haber terminado la lectura del todo. Esa incertidumbre feliz permite volver y verificar que, efectivamente, la micro-ficción también opera según una disposición precisa de las palabras con respecto a sus efectos, con una estructura suficientemente compacta para dar la sensación de totalidad en poco espacio discursivo. Chale, prometo dejar de abaratar el asombro el próximo año. , La lectura de novelas es una experiencia que se funde con la vida de otra manera. Más allá de estadísticas de lectura rápida, una novela, podemos convenir, toma más tiempo en leerse que un libro de poemas. Entonces se queda más tiempo formando parte de nuestra (agh) cotidianidad. Uno se descubre pensando en la estrategia para matar al jefe del partido, el peso de las bombas en el portafolio es mayor al de los libros, las imágenes de la hermosa vista al anochecer en Pyongiang vuelven durante el trayecto... Luego termina la novela, muera el jefe del partido o no. Pero uno ha de volver a lo suyo, a tomar posesión de su trayecto como siempre, a recordar otra hermosa más local... , Separar géneros es una mierda: hay poesía o no. Tengo para mí que la hay cuando la impresión permanece habitante del lector, se niega a desalojar el recinto del ojo; a entender que la función terminó. , Pero la función no termina nunca realmente. Quiero creer que en el futuro diremos "novela" o "coreografía" o "sonata para piano" en la manera sencilla y cercana en que los colores nos parecen familiares y como miembros de una misma cohorte de luz. La función ya no definirá al artista; no será 'escritor' o 'bailarín' o 'músico' como condicionado por su lenguaje, sino que libremente pasará de una técnica a otra, de una disciplina a otra como por cuartos de una misma casa. Decir "multidisciplinario" será pleonasmo, porque será el día de la absoluta contaminación, de la abolición de la búsqueda de la pureza para dar paso a una búsqueda pura, pensar más en el camino que en el formato. , Contagiado por esta quincena desastrosa de navidades, uno se deja llevar más de lo normal y desea cosas como ésa. Pero bueno, como dice Zaid, se toma el juego en serio o no se juega.

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