domingo, 8 de marzo de 2009

Everything in it's right place

, Sí, es una canción de Radiohead. Sí, también es un estado mental. Sí, es mi estado mental actual. (La lectura recomendada de este post debería acompañarse con la canción).
, La Señorita acaba de irrumpir. No sé cómo, pero aquí está. La consecuencia inmediata es la confirmación de que la vida sigue. Hay veces en la vida en que es fundamental recordarlo. La consecuencia, no secundaria, sino de más lenta asimilación, de la irrupción de la Señorita, es que todo va tomando su lugar, su proporción, su forma. El pasado empieza a reconfigurarse (no diré que para traerme a este punto de tan benéfica ataraxia) según la importancia verdadera de sus eventos, de la composición del recuerdo en experiencia verdadera. Sí, todo lo que hice me ha traído hasta aquí, pero no por un alarde metafísico, sino porque el presente es ineludible y las cosas no son sino como tienen que ser. Cuando existe coordinación entre voluntad y la forma del presente, lo llamamos felicidad.
, Nuevas preocupaciones, nuevos errores: si hay algo que puede ponerme nervioso en este momento, aterrorizado, es encontrarme con los Palabracaidistas. Los admiro independientemente de lo mañoso de un nombre colectivo; sus méritos son individuales y sólo cada uno podría hacer lo que hace. Escribir aplicado a ellos es más bien una obviedad: descienden de la vieja estirpe donde el poeta cuenta el mundo a partir del ahora. Mi problema es que soy naturalmente lento y demasiado analítico. Soy un imbécil, vamos. Lo que implica que por lo general me es imposible seguir el paso de la locura. Me oyera ahora mi psiquiatra, estaría muy orgulloso. La cosa es que hay una veta en la palabra hablada (en todo el rollito genial del spoken word) que me llama y al que no pienso resistirme hasta entenderlo con mis medios y según mi propio proceso de aprendizaje. Me quedé pensando en mi psiquiatra: huevos, grandísimo hijo de puta.
, Estuve pensando que gente cuyo trabajo admiro, como Julián Herbert o Alan Mills, no están realmente tan lejos, (Felipe Kong, también) en cuanto a potencia expresiva de raperos que he visto últimamente o "palabreros", slameros, o como quiera llamárseles. Alguien levanta la mano: "claro que no, idiota, si todos parten de la palabra para decir lo suyo..." Cierto, pero hay una especie de resistencia cuando se habla por un lado de poetas, y por otro de slameros. Es como si vinieran de planetas diferentes; uno y otro "bandos" no dejan de desestimarse mutuamente, no al grado de atacarse, sino más bien relativizando los medios expresivos de los demás, los recursos, hasta anularse y ningunearse. Recuerda a la soporífera dicotomía entre filósofos y poetas. Es una cosa de ver quién la tiene más grande
, El argumento contra los slameros es el reproche por lo deportivo, por la facilidad de los recursos, por la referencialidad fijada en referentes culturales, por populares, aparentemente menores, etc.; por el lado de los poetas, lo engolosinado del sonido, la autorreferencialidad de los imaginarios, el culteranismo...; hacia ambos, los excesos interpretativos, lindantes en lo ridículo muchas veces, el creerse el cuento de que se es artista (unos, como una élite del arte; otros, como parias valemadristas) y quien da cuenta de todo esto son los poemas mismos (sonetos, rap, o vociferamiento, como se quiera), que al final, se ríen en la cara de nuestra mentecata ingenuidad. 
, El arte sin concesiones debería ser algo innombrable como clase privativa de sí misma; es decir, que primara la obra en vez del análisis de la obra. Un arte verdadero sería en todo caso extensivo a todo lo humano; pasión y trabajo siempre hay de por medio, pero parece que estorbara la nomenclatura. Como la felicidad, la poesía me parece más bien una cuestión de actitud; una voluntad de querer asombrarse. Donde alguien oye tráfico John Cage escucha el sonido actuando. El puro goce de una experiencia verdadera donde las categorías realmente se disfrazan o se evaporan. Pudibundas, se hallan sin fijeza que nombrar.
, Convengamos, liminarmente, en que es poesía la sensación que se obtiene del goce estético, venga de donde venga: de la pintura, la literatura o los pasteles. Leí hace poco que la sensación de dar un beso o hacer el amor es la que nos da nuestro propio cuerpo al ser estimulado. Sí: el otro (la otra, mucho más conveniente en mi caso) nos estimula, pero es nuestra piel la que percibe: nos disfrutamos a nosotros mismos, cuando disfrutamos. Sienta lo que sienta el espectador de la obra artística, no puede transmitirlo sino reduciendo (es decir, desintensificando) su experiencia de la obra. Este proceso de bajar el volumen al gozo para hacerlo transmisible, es la crítica. Pero el hecho de la recepción, con ciertos matices que habría que apuntar, es de suyo intransferible: sentimos nuestra alma/mente/espíritu/inconsciente o lo que sea, reaccionando ante algo. 
, Todo lenguaje (es decir, todo medio de recepción) es artístico; el contexto es el que, al limitar su radio de acción, lo referencia y lo planta en su algo delimitado. No me saquen el argumento de que no hay belleza en una botella de coca-cola: 
Entonces la intención del asombro sería, en términos muy fríos, una descontextualización o recontextualización sistemática de los lenguajes. De otra forma, un acto de conciencia por el que nos descubrimos, descubriendo. Aún en otra forma: todo lo que perturba --en el sentido más amplio de la expresión, sin la referencia a lo siniestro, o no necesariamente-- es poesía. ¿Niveles? Sin duda. Pero ganamos el mundo o muchos mundos cuando el concepto de belleza se hace extensivo a todo lo que pasa por la conciencia y la experiencia. 
, Haya goce incluso en lo desconocido. Cuando releemos, reelaboramos, añadimos o sustraemos una primera impresión de la obra. El sentimiento de lo bello es la presencia de lo desconocido, el terror sublime de Kant, si se quiere. Entonces las obras, como botellas de coca-cola, sin ser más que sí mismas, están en perpetuo cambio, y como también nosotros somos bípedos de fabricación que, no por artesanal deja de ser línea de producción, al cambiar, cambia nuestro acceso a la obra, nuestra consideración de lo bello, el río en que nunca volveremos a bañarnos. Posibilidad de posibilidades, todo es posibilidad.
, Sobre la Señorita: me tiene loco y me niego a ponerme aristotélico al respecto. Todo, así, está en orden. 

viernes, 6 de marzo de 2009

Retórica erótica

Tus dedos, mordidos hasta el enrojecimiento, aferran el gastado tapiz del sillón. Estás anclada, y el verbo es preciso. De otro modo estarías a punto de salir volando. Pero te sostienes, casi con furia de los cojines; concentras el peso de tus pies sobre el suelo, muslos temblando por el esfuerzo, evidente en el sudor del rostro y rubor impúdico que ya no puede llamarse inocente. Vibras como un teléfono que no contesta nadie. Otra ancla, tus dientes sobre tu labio inferior; con fuerza el labio entre los dientes, hasta la sangre. Una ancla más, tus ojos cerrados como cueva de ladrones. Suma de pesos, cada ancla te fija en tu posición: rodillas juntas, vertical la espina, pies y manos en su respectiva discordia. Se diría, preciosa, que te torturara. Cerda traidora, amenazas con separar las piernas y desnudarte. Callo y te sabes descubierta. Sellas con fuerza los muslos y retomo la palabra. Pero te sabes herida: en el fondo disfrutas el vulgar ayuntamiento de los genitales, el rozamiento fervoroso, los sudores ajenos, las calenturas. Hay viejas costumbres que pesan como enfermedades. El contacto es de las más antiguas. Pero no se trata de una clase de historia, así que te reprendo lo necesario, no más, y sigo leyendo. El estacato de tus gemidos hace evidente que la sesión terminará pronto. Un último esfuerzo. Rompo el ritmo: mis antes frases breves se descoyuntan y me dejo la sintaxis para después; obsesiva repetición de partes, géneros, números, razas, lugares, en cadenas interminables que me aplazan lo respirable del encadenamiento. Mi tono, antes certero y declarativo, aunque firme, se vuelve una rabia de vocablos, pronombres personales; te penetro los oídos con una retahíla irrefrenable de pájaros, subespecies de cactáceas, la batalla de Stalingrado, la tortuga laúd, el estado de Ohio, misioneros franciscanos del siglo xvi, la ocarina, los verbos transitivos y los intransitivos, claro, que tanto te excitan. Cuando te estoy vociferando la entrada relativa a la belladona
(...atropabelladonaaligualquelasDaturasolaMandrágoraestasplantashansidoobjetodecreenciasleyendasyfábulasdetodotiposunombrederivadelusodomésticoquehacíanlasdamasitalianasquesefrotabanunfrutodebelladonadebajodelosojosparaquelamujerlucierahermosa…)
el gemido telegráfico gana volumen progresivamente y se rompe en un grito que no por breve y rotundo menos grito, y se abren todos los candados de tu cuerpo y caes de costado, sobre el sillón, jadeando. La próxima vez dedicaremos horas enteras a esa fantasía que me confesaste sólo después de agotar entera la Enciclopedia Salvat, los tomos que pudimos conseguir de la Britannica y los artículos salteados de la Wikipedia para cuando no hay tiempo, como hoy: ver cuántas páginas del directorio telefónico necesitas oír para venirte cuatro veces. Por lo menos.