domingo, 30 de diciembre de 2012

Notas para un coloquio de sordos

a Daniela Flores

Mujer de sudadera roja salpicando lluvia sobre su mano abierta.
Mujer de ojos rasgados meneando la boca y empuñando su dedo anular.
Mujer sentada que no dice nada.
Hombre con los ojos muy abiertos: sube la mirada como en un elevador
y la deja caer mientras sus manos
hacen aterrizar una canasta llena de pelotas.
Hombre entrecano concentra todos los músculos de su cara
en la punta de su nariz mientras atornilla algo en el aire.
Niño observa a los paseantes.
Mujer sentada mira de un lado a otro. Pela una mandarina.
Mujer hace despegar un cohete torpe
y luego lava sus nudillos en la muñeca.
Hombre adelgaza un tramo de inexistencia hasta volverlo
fino como una aguja, que muestra a los demás quienes,
a su vez, aprueban.
Hombre entorna teatralmente los ojos y deja caer, rotundo,
tres largos parpadeos seguidos de sus manos, que barren
hojas invisibles apostadas como francotiradores en un edificio
que le llega a la cintura (construye planta
por planta, como un castillo de pan).
Mujer muestra un mapa en su palma como si fuera una placa de dios.
Hombre hace una pequeña carrera entre un torbellino
de su mano derecha y un pez en su mano izquierda.
Ninguno parece ganar.
Niño ve pasar un perro y le echa un cordel con los rayos
que salen de sus ojos muy abiertos. Lo atrapa.
Hombre niega enérgica, terminantemente.
Hombre enumera una lista de ingredientes que también
puede ser una relación de condenados a muerte, entre ellos
un caracol,
dos motores de camión,
el Océano Pacífico,
la samba,
el número 7,
(aunque este podría ser
un gallo que canta de noche)
un salterio,
la grupa de un camello,
una caja de cerillos,
(la agita como una sonaja que nadie escucha)
hasta que asfalta con sus manos un tramo de aproximadamente
30 centímetros donde antes había un monte
y luego ya no estaba el monte.



viernes, 28 de diciembre de 2012

Mars Gradivus Advocapit

"Ares prepotente, que combas los carros con tu peso, de casco de oro, portador de escudo, salvador de ciudades, armado de bronce, de fuerte brazo, infatigable, poderoso por tu lanza, antemural del Olimpo, padre de la Victoria de una guerra justa, auxiliar de Temis, dominador de los enemigos, caudillo de los hombres más justos, portacetro del valor, que haces girar el círculo de ígneos resplandores del éter entre la constelación de las siete estrellas, allí donde los caballos llenos de fuego te conducen siempre por cima del tercer círculo: oye, aliado de los mortales, dador de la robusta juventud, que desde lo alto haces brillar suave resplandor sobre nuestra vida y nos inspiras el marcial denuedo; ojalá yo pudiera apartar de mi cabeza la amarga cobardía, reprimir en mi mente el errado impulso del alma y contener el ardor estimulante de mi corazón, que me instiga a emprender la lucha horrenda. Pero tú, oh bienaventurado, dame valor para vivir bajo las leyes benéficas de la paz, después de haberme librado del tumulto de los enemigos y de las Parcas violentas." Himnos homéricos, VIII.

Mars Quirinus Advocapit

“'Árbitro de las armas, de cuya sangre se me tiene por nacido, a partir de ti damos comienzo al año romano; el primer mes llevará el nombre de mi padre'. Confirmó sus palabras llamando al mes por el nombre del padre. Cuentan que este detalle de amor filial fue del agrado del dios." -Ovidio, Fastos III, 80.


"Padre Marte, te suplico y te ruego que seas benevolente y propicio para mí, para mi casa y mi familia; con esta intención he mandado que un suouetaurilia [cerdo, oveja y toro] desfile en torno a mi campo, mi tierra, mi heredad, para que tú apartes las enfermadades visibles e invisibles, la esterilidad y la destrucción, las calamidades y las inclemencias del tiempo; que permitas que mis cosechas y mis trigos, mis viñas y mis plantaciones florezcan y lleguen a la sazón; que guardes a mis pastores y que des salud y fortaleza a mí, a mi casa y a mi familia; con esta intención, para purificar y hacer un sacrificio expiatorio en favor de mi heredad, mi tierra y mi campo, dígnate aceptar la inmolación de este suouetaurilia de crías lechales." Catón, Agricultura, CXLI-109.




enos Lases iuvate 
enos Lases iuvate
enos Lases iuvate
neve lue rue Marmar sins incurrere in pleoris 
neve lue rue Marmar sins incurrere in pleoris
neve lue rue Marmar sins incurrere in pleoris
satur fu, fere Mars, limen salí, sta berber
satur fu, fere Mars, limen salí, sta berber
satur fu, fere Mars, limen salí, sta berber
semunis alterni advocapit conctos
semunis alterni advocapit conctos
semunis alterni advocapit conctos
enos Marmor iuvato 
enos Marmor iuvato
enos Marmor iuvato
triumpe triumpe triumpe triumpe triumpe



jueves, 20 de diciembre de 2012

Esperanza y curiosidad


"Pero ahora que no cuento con nada, sería insensato conservar alguna esperanza; seguir, pues, esta aventura es para mí más bien una curiosidad; esto es todo." La frase es del recién liberado Edmond Dantès, justo en la entrada de la cueva donde lo espera el tesoro de Cesare Borgia, en El conde de Monte-Cristo, de Dumas Padre.

Curioso.


En la entrada del infierno, Dante lee algo muy similar: "Lasciate ogni speranza voi che ritornate a nascere nell'infernale pianeta dove", cuya grosera traducción instaría a abandonar toda esperanza antes de entrar a la mansión inferior.

Muy curioso.

Aún más: Tyler Durden en Fight Club, cuando el narrador descubre su verdadera identidad: “Its only after we've lost everything that we're free to do anything." Y entre todo lo que podemos perder bien puede estar la esperanza, mientras que, detrás de toda la desesperanza que se nos abre, puede estar el motor de la curiosidad.

Jum.

Esto me recordó justamente la curiosidad que movió los pies de Alicia y la hizo abandonar toda esperanza, "for it flashed across her mind that she had never before seen a rabbit with either a waistcoat-pocket, or a watch to take out of it, and burning with curiosity, she ran across the field after it, and fortunately was just in time to see it pop down a large rabbit-hole under the hedge."

Muy, muy curioso.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Poema para pájaros y metrónomos

[Glosa del Poema sinfónico para 100 metrónomos de György Ligeti]




Los metrónomos se encienden como pájaros, se siguen
la respiración entre la cresta, la huella en u ve del aire que parten
las alas cuando rasuran el cielo.
Pasos o gotitas, botones de vuelo, cismas, tremores:
se le cae a dios una parte de la barba al verlos pasar,
se pone a decir en voz alta todos los nombres propios que tienen los números
como si fuera un hipódromo de pájaros, nombres
que los números aborrecen pero que no tienen opción,
porque los números no tienen opción: se llaman
acuosamente nadie y en esto se parecen
a los peces, con su idioma invisible
de huesitos, de arpas enterradas en el plexo, en la carne
misma de lo que los piensa, en una lengua que bate
el tiempo de arriba abajo como limpiándole
las costras. Las hebras de números pasan como en una escalera
sin arriba ni abajo, como un surco que el aire, a manera
de palabra está pronunciando.
Que no haya sino el ritmo, me digo, numeración
o cintura, lo mismo da, o hueco para meter la espera
doblada de nunca, que nunca jamás
nos caigan las cifras del aspaviento que han hecho
estas estrellas burocráticas al imantarse, al pronunciar
su invisible bostezo de hoyo negro que,
más que inteligencia o instinto de pescador de nebulosas
tiene hambre: les lame la cara descarnada
como el hueso de un grito y toda la voz,
toda la voz, todo el huero cúmulo de su cantidad a cuestas
se queda intacto, con que no le mesen la frente gris hecha
de gravedad, de surcos densos como arrugas
para que crezca la nada, les deja virgen
el escurrimiento de su aparición
tras la frontera de su lengua que destruirá
lo que se deje pensar, lo que se acerque, polilla
revoloteando en pos del foco negro.

lunes, 17 de diciembre de 2012

27


Es una cosa seria
tener veintisiete años
en realidad es una
de las cosas más serias
en derredor se mueren los amigos
de la infancia ahogada
y empieza a dudar uno
de su inmortalidad.
Roque Dalton


Se olvida rápidamente que el primero del club fue Robert Johnson, el bluesman sin el cual la estructura de las canciones de rock como las conocemos nunca hubiera sido la misma. Se olvida, es cierto, pero tampoco es que tenga demasiada importancia. El club de los 27 empieza y termina con él en realidad: hemos aprendido del marxismo (de la corriente de Groucho) que un club que nos admite es un club que no merece la pena de cualquier modo. Lo imposible o nada, hemos dicho tantas veces. ¿Pero quién se esconde en ese plural imposible, en las sombras precoces, en las brasas recién nacidas?

Además de los consabidos Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain, una larga lista de músicos se ha unido a este salón VIP de los muertos. Un mandamiento no escrito los lleva a crecer en ese rubro, a fantasear la muerte como un tributo, a desear que los eleven como a los más altos de sus pares. Pero a los 27 ya somos demasiado viejos, se sabe, para morir siendo verdaderamente hermosos. Patroclo tendría, ¿qué?, 17 a lo más, cuando Héctor, el domador de caballos, le engarzó un collar de sangre bajo el casco; Romeo y Julieta, esos rockstars, murieron casi niños; cuando Rimbaud muere para la poesía no ha sobrepasado las dos décadas aún, aunque morirá primero su pierna y luego de cuerpo entero, a los 37 años.

27, número shandy y edad de las muertes desesperadas.

La edad de Cristo es otro buen referente; como los acólitos del rock, los cristianos, algunos, hombres píos sobre todo, tienen a los 33 años una cita con el destino. Morir pronto y dejar un cadáver souvenir, un fetiche de las ratas y los recuerdos: recuerdos de todo lo que quedó abortado, pendiente, por hacerse. Curioso, Julio Inverso muere a los 37, como Rimbaud. ¿Será que la lentitud con que se  alimenta el légamo literario dará esos 10 años extra de soltura para construir la urgencia necesaria de lo inesperado, de lo trágico que sólo en retrospectiva se ve venir, pero que en la muerte es tan impetuoso como el trueno, a pesar de la centella en los ojos que lo precede?

Casi me da vergüenza esto. Ha sido cosa de los amigos. Nos gustaba más el rock que la poesía, supongo. Hicimos y deshicimos más bandas que libros en la adolescencia, y quisimos sembrar hermosos cadáveres en nuestros rostros, dudoso nosotros, los que nunca tuvimos la disciplina necesaria para el espanto terrible que dan los que brillan rápido y se consumen pronto. Pero también aburren. Qué pena morirse a los 27 sin haber cambiado alguna estructura social, musical, artística; qué pena la leyenda de lo precoz, de esa prisa absurda por agotar las modestas capacidades, que contrastan con nuestras intenciones desmesuradas. Qué ganas absurdas de soñar con gusanos, qué estúpida prisa en hacerse polvo. Casi me da pena confesarlo. Los tiempos están cambiando, es cierto, pero en la precocidad de la muerte incluso somos lentos: vivid, vivid al menos hasta los 28, el trabajo ha sido tan escaso y de tan poca monta que palidecería frente a las lumbreras de la prisa.

Y ya decía Valéry que la poesía es esa hermana envidiosa de la música; añadimos, la que tiene que sacar a relucir la inteligencia porque la otra hermana es la guapa, la que todos los gañanes persiguen, la de la apretada agenda social. La poesía debe conformarse con platicarles de política y metafísica a los amigos de sus padres, los dioses.

Que la fantasía del poema nos haga morir adolescentes, como Gonzalo Rojas, como don Nicanor que nos enterrará a todos. Que dejar de escribir sea la fantasía del poema, su sueño mórbido, su inconfesable tensión. Que conviva con la presencia del silencio, de la demora, o como decía Cioran: la vida para soportarse debe tener tratos de vez en cuando con el suicidio, esa puerta a ninguna parte, esa puesta en escena de la meditada desesperación. Que nuestras lágrimas se queden en el mármol, y que la muerta nos sorprenda en otro número, en la edad del anonimato.

Aunque por otra parte: la ventaja de la muerte en la juventud es que estaremos exentos de los recordatorios de pastillas, de los asilos para ancianos que huelen a lejía y detergente, de los pequeños malestares que se acumulan en el centro de la vida, de las muertes que irán aflojando la tierra para nosotros, todas las muertes de la gente querida que nos franquearán la entrada al país de los muertos, todos los nombres cercados de fechas que nos mostrarán que la muerte fue una aventura, pero ahora es un desgaste, la última cuota de cansancio, el agotamiento de lo posible. Tal vez por eso la muerte de los niños tiene algo de abstracta belleza: su tristeza es casi tierna, pues deja impensadas e ideales todos los derroteros no explorados, todos los caminos nuevos, como un Cadillac hermoso que nunca salió a carretera, como la hija de Jefté de Galaad.

La ventaja de la muerte en juventud es evitarse la monserga de ver cómo el planeta se va quedando vacío de gente y se va llenando de jóvenes anónimos que construyen otra época en nuestros parajes, nos van volviendo reliquia, nos acercan jeringas y plásticos para verter nuestros pedazos, nos cubren durante la noche para evitar la insoportable visión de nuestras miserias.

Que el deseo sea morir no joven, sino discretamente. Sin aspavientos. Sin heroísmo incluso, que los transeúntes forman monumentos efímeros en derredor de los caídos, heraldos que son de las moscas. Que podamos morir sin molestar a nadie, sin dejar una visión demasiado espantosa. Que la muerte llegue de puntitas y de golpe: una muerte ninja. Que podamos morir sin hacer mucho ruido.

Como tú, que moriste en silencio, que para siempre estás muriendo en el nunca de tu edad. Que podamos morir como tú: en el más absoluto instante silencioso.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Buena imagen


Publicado originalmente en Revista Esnob.



Me siguen indignando las noticias de ejecuciones. Cada mañana paso por el puesto de periódicos y me sigue pareciendo horrible ver ahí nombres propios de personas amarrados (literalmente) a relatos atroces. Pero creo que, en este caso, ese horror es deseable, en un sentido muy preciso: es lo único que nos separa como sujetos de la normalización de la violencia del Estado y del narco. Los discursos de unos y otros (si hemos de insistir en pensarlos como categorías sólo tácticamente separadas) normalizan la violencia cometida contra las personas en tanto establecen las condiciones de una negociación al interior o exterior de los sistemas en que ambos están trabados: el económico, en primer término, pero también el político y el social. En pocas palabras: a ellos no les horrorizan los cuerpos destazados, colgados, desmembrados: saben que esos cuerpos son la inscripción mortífera, la sintáctica en la cual se desarrollan los términos de la negociación del poder, venga del crimen organizado o de la organización criminal del Estado en sus condiciones actuales.


Fue por eso que ayer me pareció abominable escuchar la plática de tres abogados que caminaban alegremente por la reinaugurada Alameda Central de la ciudad de México. En mi descargo: espío las conversaciones de la gente en todas partes, desde siempre, en el transporte público o en la calle —la gente sólo es sincera cuando no sabe que hay un otro que la está escuchando, y es por eso que mi espionaje consiste en escuchar lo que dicen a pesar de sí mismos, un juego que, si se quiere, puede considerarse una investigación literaria. Bien. Estos tres alegres compadres caminaban y discutían los destrozos aún visibles en los comercios y bancos de la avenida Juárez, supervisando, por así decirlo, las labores de reconstrucción y vigilancia que tienen al centro del DF blindado desde los eventos del 1 de diciembre (1DMX). Una frase clave disparó mi atención y me hizo seguir su conversación por varias calles: "de las greñas".

La policía, afirmaban, debió haber levantado el plantón del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) del Zócalo "sacándolos de las greñas, y limpiar su cochinero". Mientras comentaban las reparaciones de vidrios, la pintura nueva de las paredes y la puntada de Ebrard de tener cercada la "nueva" Alameda con vallas, decían que la actuación de la policía tanto como del gobierno del DF en el caso del SME fue tan tibia como con la contención de las protestas del 1DMX. Los jóvenes y la izquierda (a los que, sintomático, se refirieron indistintamente), al igual que el SME, "son muy chillones. ¡Ay, un muerto!", decían.

Esta banalización de la muerte o su inscripción, como dije hace unas líneas, en el sistema normalizado de prácticas de negociación del Estado y las organizaciones criminales, me recordó lo que César Duarte, gobernador de Chihuahua, dijo hace unos meses a respecto de la hambruna en la sierra tarahumara (y respecto de su "no es tan grave" escribí esto). Volviendo a nuestros abogados, traté de inmediato de colocarme en una posición "tolerante" frente a su discurso; no en el sentido liberal del término, sino en lo que los liberales quieren -sin saber- que el término diga: el colocarse en una posición donde la otredad pueda aceptarse, aunque su conocimiento, en tanto caracter constitutivo del otro, siempre sea parcial. Es decir, traté de entender.

Entiendo, pues, que para la generación a la que pertenecen los abogados (rondando los 50 años) un muerto es un factor dentro de una negociación política legítima. Lo verdaderamente revelador es entonces entender que para ellos una negociación política legítima se construye en términos de simulacro: al igual que las elecciones, de las cuales el ciudadano promedio y el vox populi "sabían" que Peña Nieto ganaría, la política no es sino el campo de simulaciones en que el poder define los términos de una opresión y la gente "escoge" el papel que desea jugar en ese campo. La independencia, pues, es el simulacro de la elección del tipo de opresión que mejor acomode; a esa elección se le llama soberanía. No me considero anarquista (y menos "anarcopunk", término tan de moda en los periódicos), y sé, en cambio, que estoy diciendo una obviedad ingenua: mis amigos de izquierda lo saben, mis amigos de derecha que creen ser de izquierda lo saben y mis amigos de derecha lo saben. ¿Cómo, pues, si nadie aquí incurre en autoengaño, el campo de simulaciones de la política sigue operando? Me parece, dentro de lo indignante, fascinante: esta ilusión de que el Estado y la administración pública tiene una estabilidad ideal a la cual llegaremos si quitamos de la ecuación los elementos incómodos, subversivos, o que den "mala imagen".

¿Saben quién opinaba lo mismo? Hitler.

Volviendo a los abogados (a los que estas líneas, como mi espionaje discreto de ayer, dejan un momento "libres" sólo para acercarse nuevamente en un movimiento francamente peatonal, pero no errático), que empezaron entonces a discutir acerca de las cosas que iban a hacer llegando a su despacho, con los bigotes aún oliendo a suadero, me puse a pensar que esa estructura de simulaciones también es reconocible en el nivel económico. Las frases populares las transparentan de manera fría y precisa: "hago como que te pago, haces como que trabajas." ¿Por qué nos asombramos entonces, y no soy cínico aquí, de que un político (Ebrard) haga como que nos gobierna de manera modélica y reconocida incluso en otros países, y luego, a horas de consumada la toma de posesión de EPN, su discurso haya virado inmediatamente para criminalizar la protesta pública, como si un invisible teleprompter estuviera dictándole línea? La respuesta no es sencilla y tiene mucho de perverso: debía recibir ese golpe. Aunque hubiese estado en su horizonte cognitivo, no podría suponerse que hay "infiltrados" en las marchas (pacíficas durante meses y súbitamente con estallidos de violencia). Estamos hablando del DF y de la capacidad de respuesta de su policía (aunque los videos que los medios se empeñan en ignorar -desde hace meses- muestran que la policía federal tiene también una presencia creciente en las detenciones arbitrarias y el atropello a derechos humanos), con la cual Ebrard puede congratularse de estar alineado en un programa de gobierno que EPN ha impulsado desde sus días como gobernador de Edomex: preservar la paz pública a cualquier precio. Y la paz pública aquí tiene el carácter de el miedo al espacio público y a la convivencia con el otro, con ese otro que todos somos y al que todos nos enfrentamos a diario. Hacer que la gente que aprendió a manifestar abiertamente su solidaridad con proyectos de construcción comunitaria durante todo este año de pronto tenga miedo de ver manifestaciones de estudiantes (=criminales) es lo que el discurso oficial y los medios de comunicación están provocando eficazmente. Y nos lo estamos creyendo.

La paz pública es, qué duda cabe, lo que hace que nuestros tres abogángsters (que ahora cruzan para siempre Eje Central y a los que, con suerte, no volveremos a ver) estén convencidos de la buena actuación del gobierno, del tipo de gobierno que han conocido la mayor parte de su vida y luego de un periodo negro de alternancia vuelve a despachar desde Los Pinos: un gobierno eficaz en la aplicación de elementos correctivos (que van desde el encarcelamiento de chivos expiatorios hasta la pronta y expedita reparación de daños en propiedad pública para preservar la "buena imagen" de su administración —esa "buena imagen" tan cara a los burócratas e ignorantes -lo digo sin sorna y con tristeza-, que compraron la "buena imagen" de EPN, literalmente su atractivo estético, y que estuvieron orgullosos de escuchar el himno nacional en la inauguración de los juegos olímpicos de México 68, días después de que unos "greñudos" amenazaran con darle "mala imagen" al país a pocos días de un evento internacional de tal envergadura), un gobierno igualmente incapaz en los métodos preventivos: la educación cívica, la planeación y aplicación de políticas públicas de apoyo y atención a grupos vulnerables, la transparencia en la rendición de cuentas de funcionarios públicos, la administración económica con enfoque social, y esas bagatelas de las que nadie quiere oír más que en periodos electorales o cuando la política es "cool".

Luego de ese vértigo constructivista del que me dejé llevar (uno a veces cree en cosas como la ingeniería social, tan cara, por cierto, a los nazis), me quedé pensando en que en este país la "buena imagen" es precisamente la estructura que, como el fantasma en el psicoanálisis lacaniano, estructura la escena fundamental para organizar la relación de nuestro deseo con lo real. En este caso, la "buena imagen" es el muro fantasmático que sigue dividiendo metafóricamente a los ciudadanos al poner en suspenso la definición de espacio público. La Alameda Central, y este espacio como metáfora del país, tiene una barrera simbólica en que el acceso al reconocimiento del estatuto de ciudadanía (y por tanto, de goce de derechos fundamentales) está sometido a una política de vigilancia y exclusión: las entradas a este parque, otrora "sucio" y con "mala imagen" a causa de las miriadas de vendedores ambulantes y malvivientes obreros que se recostaban en sus semidesérticos prados, ahora lucen jardines ordenados, fuentes funcionales, y ningún rastro del comercio informal que la administración de la ciudad ha reubicado sistemáticamente en espacios de contención desde hace años.

Yendo sólo un poco más lejos, podemos decir que el trending topic impulsado en Twitter hace unos días para manifestar solidaridad con los presos del 1DMX, #TodosSomosPresos, da cuenta involuntariamente del encierro en el afuera que divide a la población entre ciudadanos y ciudadanos de segunda: el acceso a un espacio público que privilegia la forma turística de la apropiación de dicho espacio sobre el derecho de tránsito de la gente. Al igual que todos somos presos simbólicamente en el adentro de las prisiones (pues todos pudimos ser el desafortunado o desafortunada que estuvo al alcance de la policía cuando detuvieron arbitrariamente a los ciudadanos que manifestaban su inconformidad con el presidente entrante, sobre lo cuál escribí aquí), todos somos presos en el afuera de la Alameda, accesible sólo si se va bien vestido y bañado, si no se tiene pinta de "prole" (haciendo realidad el delirio monárquico de la nueva "princesa" de México, Paulina Peña), es decir, sólo si se tiene la "buena imagen" que nos acredita como ciudadanos en los términos que el gobierno actualmente los entiende ideológicamente y refrenda en su operación: los que conocen, respetan y asumen su lugar en el campo de simulaciones de la política y organización del Estado. Los que no lo cuestionan. Los que se indignan porque el Hilton se quedó sin ventanas (lo cuál, claro, no condono personalmente), pero creen, como Ebrard, como Narro, que los descalabrados de San Lázaro se lo merecían "por revoltosos".

Hay momentos en los que uno debe saber de qué lado está. Por eso le doy la vuelta a la Alameda y me quedo donde sea que estén los "revoltosos": los que pacíficamente buscan las condiciones de otro pacto social, violentando no los edificios ni a las fuerzas del orden, sino la estructura simbólica que las vuelve relevantes. Los que no creen que un muerto es la condición de una negociación entre intereses económicos, y que un sólo muerto en función de estos intereses es siempre excesivo. Los que se siguen indignando con las ejecuciones. En suma, yo me quedo con los que no temen dar una "mala imagen" —y si de algo vale el número, importa decir que son muchos más que sólo 132.

lunes, 10 de diciembre de 2012

2012

Me gusta pensar que el tiempo es una convención práctica que distribuye en escala ínfima el comportamiento de un evento infinito, que lo metaforiza. Me emociona que el universo acabe de inaugurarse. Que todo haya existido, que todo esté por existir. En ese vértigo, sólo en ese abismo que devuelve la mirada, la vida humana es tolerable y adquiere una materialidad que, por su carácter contingente y casi efímero en el drama de la eternidad, se vuelve palpable: produce, estrictamente, la realidad.

Si hemos de dividir al tiempo, pues, en pasteles, en pedazos, los años de este trozo de tiempo para mí han sido fascinantes. Con esa arbitrariedad campechana y resignada con que se realizan los balances de fin de año, desde hace tiempo coloco un número igual en ambas columnas: lo mejor y lo peor han venido de la mano. El horror produce fuerza; la dignidad aumenta proporcionalmente con el rictus del espanto.

Este año pude leerle a mucha más gente que nunca, y por eso estoy agradecido. Eso hago, eso es lo único que me interesa hacer por ahora. Escribir, pensar, leer. Tengo la vida que siempre quise.

La política ha mostrado lo más vil de nuestra vida social, pero también lo más asombroso por inesperado: los brotes de pensamiento comunitario, la memoria, la hermosa memoria que nos vuelve extrañamente contemporáneos de este instante, a diferencia de los que no aceptan que el tiempo pase, que se despertaron el 1DMX en 1999, o en 1970. El espanto está por ser y el asombro está por ser. Pero sabemos que, contra las evidencias, hay vida inteligente en el país. Y que no estamos solos cada quien con su asco. Que somos el otro del otro.

Este año fue Cuba, fue Andrea, fueron kilómetros de aire y de tierra y de agua, fue la deriva, fue tomar las calles con Lauri, Manu, Emanuel y Yax, fue el maratón de Batman con Benjamin, fue llorar con Iraí; fue volver a ver a K., fue aprender de la sabiduría de Ed., fue divertirme con mi abuelx Norambuena como con nadie, fue admirar a Rojito y ver cómo es más y más lo que será, fue la Dani y su familia y caminar mucho y bailar, y estar orgulloso de mis amigos; fue Monterrey y el claustro gozoso con Emily Dickinson; fue la Estrella esporádica; fue la tremenda Eileen y el Mutante por el que dejé mi trabajo de oficina; son Pablito, Inti y Belén que me hacen sentir en casa; fue el mar de Ruth y la absenta de Paola; fue saber que tengo amigos valientes como Zaria y Narro que se casaron; fue saber que el mundo está por ser pues que Mixi y Manuel acaban de conocer a Martina, la novisima; fue el pinche Nico y su ciencia de la templanza, fue cocinar para Moni; fue el Meme y el rock; fue mi hermano Luis que ya está hecho un grande; fueron mis padres que estuvieron,  que siempre, fue Lola y su abrazo, que también; fueron todos los hermosos libros que me cayeron en el centro de los ojos; fue encontrar después de 20 años el sonido de una música que es mía solamente; fueron estos libros que sigo tejiendo y textando en la esquina fresca de mi cuarto, como una araña patona, lenta y furiosamente, como un pan que leva sin prisa; fue todo lo que aprendí de José, de Guadalupe, de Reina, de Sergio, de Mara, de Cristina, de Jos, de Nicole, de Logan, de Roberto y Rafa, de tanta inteligencia y creatividad; fue disentir un chingo; fue marchar, en la calle y en el texto; fue jugar con los No FM; fue Carla que me cuida la parte menos portátil, los libros que acumulo inútilmente; fue volver a la UNAM y saber que nada tenía que hacer ahí, pues que el busto de Sócrates ya no estaba en el jardín de los cerezos de cualquier modo; fue el blues en las Islas; fue la felicidad por mi querida señorita Paulina y Eduardo; fue perder a Mauya para siempre por las mejores razones posibles; fue algo como la fe, única, si cabe, en la escritura como único lugar, como único hogar: fueron los libros, como siempre. Y fue Piri.

No era tu momento. Y está bien.

Pero me hiciste protagonista de la especie por unos meses. Y por eso queda cantar.

La indigente de ojos azules se sentó a mi lado en el parque. Siempre violenta, sólo llegó en silencio a verme escribir en mi cuaderno, como un pajarito, atenta y sin hacer ruido a pesar del temblor que le causa la droga. Trataba de decirme algo; después de mucha atención entendí: "...de amor." Pensaba que escribía una carta. O un poema. Y sí: le escribía a Piri que ya es Piros, fuego en mapuche y en griego. "Es para mi bebé", le dije. 

"Se murió". 

"Es bien triste, ¿verdad?", me contestó.  Y supe que entendía. Que no estaba tan solo.

"Sí", es bien triste. 

Y le di mi cigarro prendido.


lunes, 3 de diciembre de 2012

Legitimidad de la protesta pública


Invitación/provocación

El presente es un fragmento de un texto más extenso que aparecerá próximamente en la revista "Diálogos A", coeditada entre otras instituciones por el Instituto de Estudios de las Culturas Andinas, en un número dedicado a los movimientos de protesta del último año en distintos países de Latinoamérica. Deseo rescatar este fragmento a la luz de los acontecimientos del pasado 1 de diciembre (1DMX) en el Distrito Federal, Guadalajara y otras ciudades del país: parecería muy sencillo que uno de los más grandes logros de la sociedad civil mexicana del 2012 se fuera por la borda tan rápido como llegó, a saber, la descriminalización de la protesta pública.

La represión y persecución policiaca, paradójicamente, son los elementos faltantes en la actuación del movimiento YoSoy132 durante el año pasado: si pudiera hacer la glosa del inconsciente colectivo durante los meses pasados, diría que mucha gente no creyó que el 132 fuese un movimiento "serio" o "real" pues le faltaba el elemento que legitimaba movimientos similares en el pasado: la persecución por parte del Estado. Esto fue especialmente evidente en el caso de la Acampada Revolución 132 en la explanada del Monumento a la Revolución de la Ciudad de México, quienes en estos momentos están siendo desalojados por la policía luego de meses de llevar a cabo un importantísimo proyecto de participación y vinculación comunitaria, así como de ser una sede simbólica del movimiento mismo.

En una lectura ingenua podríamos decir que el "nuevo PRI" (que, entre paréntesis, comenzó su sexenio haciendo uso de las tácticas agresivas y represoras del viejo PRI) ha dejado clara la importancia del 132 y de la protesta pública al atacar no sólo los cuerpos de los manifestantes sino también, y de manera más significativa, el último recurso de participación política de la sociedad civil y de los frentes históricamente despolitizados de la clase media, el derecho a la protesta, criminalizándolo. ¿No es extraño que durante los meses pasados de marchas y protestas en todos los puntos del país nunca se hubieran presentado destrucciones en la escala del sábado pasado? ¿Que no se hubieran presentado destrucciones del todo? En el centro de la ciudad, la destrucción de la fachada de varios bancos y comercios ha mermado la confianza de la población en los estatutos pacíficos con los que las protestas y marchas se desarrollaron a lo largo del 2012. ¿Se trata de que los contingentes que en meses pasados aprendieron a marchar en paz, súbitamente, y sin obedecer a ninguna provocación, se lanzaron a crear destrozos en puntos estratégicos y simbólicamente relevantes como los antes mencionados o como el hemiciclo a Juárez? ¿Es que la toma de protesta como presidente de Enrique Peña Nieto "mágicamente" cambió la temperatura de la protesta de un punto inclusivo y comunitario hacia uno violento y destructor? ¿La vuelta del PRI implicó, en tan pocas horas, echar por la borda todos los aprendizajes de este año y un viaje en el tiempo a los días en que estudiante era sinónimo de criminal? ¿Olvidaremos todo lo construido tan pronto?

Mientras escribo estas líneas aún hay mucha gente detenida y desaparecida como resultado de las protestas del 1DMX. Aunque no estoy a favor de las imágenes que muestran una batalla campal entre elementos de la policía e individuos pertenecientes a distintos contingentes afuera de la sede del poder legislativo, creo que la respuesta de la policía salió de toda proporción, y a fin de cuentas no logró instaurar esa "restitución del orden público" con el que EPN justificó ante alumnos de la Ibero en mayo pasado la entrada de las fuerzas del orden en Atenco. Probablemente la decepción más grande de esta jornada de principio de sexenio fuera la tibieza de Marcelo Ebrard, ex jefe de gobierno de la ciudad, para proponer interpretaciones del conflicto vagamente distintas a las de sus contrapartes de la prensa y personajes de derecha: la de tildar a los manifestantes de "revoltosos" o "violentos", metiendo al contingente entero en el mismo saco, tal y como el viejo PRI solía hacerlo.

Tengo que la conquista de la descriminalización de la protesta pública no es algo que deba ser negociado ni perdido. Lograr la movilización de una clase que históricamente ha sido políticamente apática y articular su visibilidad bajo estatutos no violentos debe ser el foco en los meses por venir. No se tratará de protestar y protestar, sino de proponer alternativas de visibilidad y participación en las decisiones de gobierno: lo que la represión provoca es que los organismos de la sociedad civil pierdan poco a poco el crédito social que los garantiza como interlocutores representativos de los intereses de la sociedad para con el Estado. Enfatizar en el carácter pacífico de estos movimientos y organizarse mediante estrategias de comunicación efectiva será crucial.

Yo no sé, como digo en el texto que sigue, si el PRI está usando infiltrados en las marchas y manifestaciones (como, por otro lado, atestiguan algunas imágenes de individuos vestidos con pantalón beige y playera negra, usando un guante), pero me queda claro que al interior de los contingentes a los manifestantes les ha sido más difícil llamar a la manifestación pacífica. Lo vi el sábado frente a Palacio Nacional. El minúsculo frente de unos 200 individuos se centraban frente a la puerta de la sede del ejecutivo, gritando, chiflando, lanzando algunos objetos a la valla de granaderos y policía federal apostados al frente del edificio. Era un espectáculo muy diferente al de la línea que en distintos momentos ha sido posible realizar frente a las mismas fuerzas del orden en lugares como Televisa Chapultepec o la sede del PRI, donde la manifestación pacífica y organizada ha dado numerosas muestras de eficacia. El sábado no. El sábado se trataba de una mezcla de hombres y mujeres de todas las edades y gritos que no solían escucharse en los meses previos, preconizando la muerte del Estado y provocando abiertamente a los granaderos. Yo no me creo que "el pueblo" sea incapaz de destrozar propiedad pública, pero me resulta mucho más difícil creer que los contingentes no están intervenidos por grupos de provocadores. Si dijéramos que un oficinista o un ama de casa lanzaron piedras o cohetones contra Bancomer, tal vez sería difícil de creer, pero posible; si decimos, en cambio, que un estudiante de una escuela pública de nivel medio superior lanzó una bomba molotov contra la policía, la identificación histórica estudiante/criminal encuentra menos obstáculos para reactivarse, a pesar de que durante todo el año por concluir diéramos muestras de lo contrario.

Es preciso que la protesta pública se ejerza, y más que nunca, no solamente como el rostro visible de la sociedad frente al gobierno, sino para afianzar las posibilidades de la participación comunitaria en eventos relevantes para la sociedad civil. El enojo es una gran olla de presión, y si bien cuando explote no será en la conformación de un movimiento armado de ningún tipo, sí explotará en la forma de frustración y apatía generalizada en la participación pública, características muy deseables en una población en condiciones de "gobernabilidad" según los parámetros a la orden. Esa frustración y desesperanza son los sellos del viejo/nuevo PRI, y sus métodos para conseguirlos, aunque han sido efectivos en el pasado, se enfrentan en este caso con una sociedad civil que ha dado claras muestras de su capacidad de organización y participación pacífica. El verdadero enemigo, fuera de lo que puede creerse, no es el PRI, sino la deslegitimización de las iniciativas de la sociedad civil frente a sí misma, río revuelto del que abrevarán los pescadores políticos. Dar muestras de que estas iniciativas son pacíficas y se encaminan a la construcción de un orden social duradero es, más que nunca, relevante, necesario y urgente.

#YoSoy132 y una leve, breve, verde mancha en el rostro de Calderón
(fragmento)



Los movimientos de protesta estudiantil en México desde la segunda mitad del siglo XX se organizan, con una mezcla de temor y orgullo, a la sombra de la represión estudiantil de 1968 y 1971, matanzas que el gobierno mexicano ha comenzado a asumir lejana y tibiamente como parte del legado de los gobiernos represores del PRI (por ejemplo, a través de la creación de un museo memorial en el lugar donde ocurrió la matanza del 68 en la unidad habitacional Tlatelolco, en la Ciudad de México.) Sin embargo, los movimientos del siglo pasado --que buscaban reivindicar derechos civiles, a la educación, a la apertura cultural-- tuvieron como saldo indeseable la criminalización de la protesta estudiantil.
En México, uno crece escuchando sobre los “porros”, grupos de choque infiltrados dentro de las marchas de estudiantes y/o asociaciones civiles cuyo único propósito es generar altercados con la policía, dañar propiedad pública o privada, en fin, restar peso a la intención de la manifestación y provocar ese “uso legítimo de la fuerza que corresponde al Estado” para sofocar las protestas.
Aunque las manifestaciones estudiantiles (de reivindicación, de solidaridad con causas sociales, etc.) en México siguieron existiendo, directa o indirectamente se asociaban con estudiantes pertenecientes a los niveles medio y medio superior de las instituciones de educación pública del Estado, concretamente a la UNAM, la UAM o el IPN. Existe un elemento altamente clasista en cuanto a la percepción de la protesta pública en México. Me refiero concretamente al Distrito Federal, donde ocurre esta historia y de donde soy originario: las “marchas” son equivalentes al entorpecimiento de vialidades principales, a generación de un clima de inseguridad en las calles, y al desfogue de “revoltosos”, “mugrosos”, o “nacos” sin trabajo que interfieren con las actividades laborales de la ciudadanía de clase media. El cuadro anterior se completa con la percepción de oportunismo que suelen tener las manifestaciones públicas de sectores obreros y campesinos así como los antiguos sindicatos petroleros, electricistas, ferrocarileros y demás, en las calles del Distrito Federal, asociados en el imaginario peatonal a formas “profesionales” de protesta, versados en mecanismos como paros programados y huelgas generales a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI.
Es por esto que las manifestaciones subsiguientes al nacimiento de los 132 como organización rizomática, convocadas a través de redes sociales como Facebook o Twitter, gozaron de enorme aceptación entre sectores poblacionales que no hacían suyas las causas de los actores de participación social: al haberse originado en “la Ibero” y haber convocado a un comité interuniversitario incluyente, que no hizo distinción entre universidades públicas y privadas, el 132 comenzó el lento camino de la organización que continúa hasta el momento de escribir estas líneas.
Otro factor influyente para que los sectores de clase media (los menos politizados) en las ciudades más distantes del país se sumaran a las manifestaciones públicas convocadas por el movimiento #YoSoy132, fue sin duda la coyuntura electoral de julio pasado. Partiendo de la deslegitimización que recibieron de Coldwell y de la nula atención mediática que generó la protesta en la Ibero, la cuál fue tachada precisamente de “revoltosa”, el 132 comienza a organizarse bajo estatutos apartidistas (es decir, sin posicionarse explícitamente a favor de ninguno de los candidatos presidenciales), así como de la democratización de los medios de información, en los cuáles se nota una marcada tendencia a posicionar positivamente la imagen de Peña Nieto en las preferencias electorales de los sectores poblacionales más pobres y menos informados.
Las acciones del 132 durante el periodo de campañas electorales se orientaron a un monitoreo continuo de la información reflejada en los medios de comunicación masiva, sondeos independientes, protestas públicas, en fin, acciones que contribuyeran a despertar la participación política de un electorado históricamente conservador (1). El resultado de estas acciones puede o no ser medible en términos de participación del electorado (uno de los porcentajes más altos de los últimos años), pero ha contribuído a la incipiente conformación de un clima de politización constante entre la población, y no solamente de los sectores académicos o políticamente activos. La prueba de fuego será el involucramiento activo de la sociedad en las decisiones de gobierno durante el sexenio que está por comenzar, además de que el 132 se constituya en una organización visible, participativa, plural y rizomática, cuya adherencia esté marcada por la participación de todos los actores de la sociedad para generar un verdadero contrapeso a la distorsión de la manipulación mediática y de interlocución con el gobierno entrante (2).
Una explicación de tipo económico del surgimiento del 132 como movilizador de la participación social de sectores históricamente despolitizados tendría que ver con el ejercicio de la capacidad de protesta, es decir, del ejercicio político en la forma acaso desesperada de manifestación pública. Apunta Slavoj Žižek (3):


En tiempo de crisis [económica], los candidatos obvios para “ajustarse el cinturón” son los niveles inferiores de la burguesía asalariada: puesto que el superávit de sus salarios [con respecto al “mítico” parámetro del salario mínimo] no juega un rol económicamente inmanente, lo único que los separa de unirse al proletariado es su poder de protesta política.


En el contexto del surgimiento del 132, los sectores tradicionalmente despolitizados de la clase media atendieron el llamado de --lo que parecía-- una afrenta invisible para su nivel de vida: si los estudiantes de una de las universidades más exclusivas del país (con colegiaturas mensuales que sobrepasan los $1,300 USD), es decir, representantes de la clase privilegiada, se unen para enfrentarse simbólicamente contra un candidato presidencial que perciben como una amenaza, tal vez no se adhirieran por la empatía súbita con las demandas del movimiento (demandas que asociaciones obreras y campesinas llevan décadas exigiendo), sino por ver amenazado el statu quo al tambalearse el soporte de la estratificación de clases.
Lo anterior es visible en el que tal vez sea el logro más importante del 132 hasta el momento: la descriminalización de la protesta estudiantil a los ojos de la opinión pública. Durante las marchas masivas de junio del 2012 era visible la participación de sectores “no profesionalizados” de la protesta (los frentes obreros, campesinos y sindicales a los que hemos aludido). Sería difícil caracterizar el ambiente vivido durante esos días: desde la espontánea solidaridad de los transeúntes, los improvisados materiales con que grandes contingentes de la población exigían transparencia en los medios de información y en el proceso electoral, en fin, en la imagen de un oficinista saliendo del trabajo para comprar una cartulina, pintarrajear una frase pseudo subversiva y gritar a voz en cuello una consigna aprendida al vuelo. La protesta pública, al menos en su carácter más inmediato, deja de ser, por así decirlo, una prerrogativa de las clases históricamente politizadas y se unifica en la fantasía de una sociedad civil desclasada.


Todos somos Espartaco, ¿pero hasta cuándo?


El carácter rizomático del 132 es equiparable al del colectivo de hacktivistas Anonymous (4) o al del héroe griego Espartaco: a la manera de un acto performativo, es un movimiento que cobra adherentes mediante la participación directa, sin un filtro burocrático visible. El peligro de los movimientos cuya militancia se articula de acuerdo a las simpatías momentáneas es que pueden no trascender las coyunturas históricas que los desaceleran tan pronto como pierden visibilidad en la agenda pública.
El lector no mexicano probablemente sea incapaz de dimensionar con precisión la magnitud simbólica de la protesta del 15 de septiembre pasado. El relato mítico del México independiente comienza la noche del 15 de septiembre de 1810, cuando el conspirador insurgente y cura del pueblo de Dolores, Miguel Hidalgo, llama al levantamiento armado. Hay que insistir en el carácter simbólico del “Grito de Dolores”, pues aunque el movimiento insurgente de emancipación de la corona española llevaba meses organizando los recursos y esperando las condiciones necesarias para llamar al levantamiento armado, el inicio mítico del movimiento de independencia mexicano, su “inauguración”, está fijada en el imaginario la noche del 15 de septiembre (que, como en muchos otros países de Latinoamérica a lo largo del siglo XIX, desembocaría en la adopción de un sistema democrático, que al menos en México pasaría por muchas etapas hasta ser finalmente instaurado --no sin matices-- hasta bien entrado el siglo XX.)
Es por ello que la fecha del 15 de septiembre cobra relevancia para la protesta pública aún en nuestros días, pues la fecha sigue siendo algo así como “el cumpleaños” de México, y coincide con la última ocasión en que el presidente Calderón presidía la ceremonia, demostrando (me permito especular) que el movimiento buscará trascender la coyuntura electoral que lo vio surgir para volverse un contrapeso eficaz a lo que diarios como The Spiegel o Le Monde han llamado “la presidencia televisiva” de Enrique Peña Nieto, una versión mexicana de lo que el impresentable Silvio Berlusconi fue para los italianos.
La mancha verde en el rostro de Felipe Calderón (producida por apuntadores láser que pueden conseguirse fácilmente por el equivalente a $5 USD) pretendía y tal vez consiguiera visibilizar al movimiento, a los espartacos (5) anónimos, irónicamente, entorpeciendo la vista del mandatario saliente. Calderón será recordado como el fallido “presidente del empleo”, como estratega menorcísimo de una fracasada “guerra” contra el narcotráfico que analistas como Eduardo Buscaglia diagnosticaron de “limitada” (pues se enfoca al comercio de narcóticos en lugar de sofocar la industria del crimen organizado en México, que se exporta poco a poco a otras regiones), así como un cínico capaz de decir que los 60 mil muertos (y contando) que dejó como saldo su sexenio fueron “bajas colaterales”, perspectiva con la que Iosif Stalin estaría muy de acuerdo; pero los presidentes pasan y la sociedad civil sigue su lento camino de construcción.
El movimiento #YoSoy132 tiene frente a sí el reto de descalificar a sus críticos (que les reclaman el sobreprotagonismo o la privatización de facto de la protesta pública) mediante la acción y la organización, de ser un interlocutor impostergable de los poderes de facto (medios de comunicación, concretamente los consorcios mediáticos Televisa y TV Azteca), y de continuar enfatizando el empoderamiento político de la sociedad civil frente a las inminentes reformas de Peña Nieto en la agenda laboral, energética y económica.

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Notas

(1) Cfr. La democracia cristiana en América Latina, Mainwaring, Scully, FCE, México, 2010.

(2) La búsqueda de nuevas formas de organización que hicieran visible la separación del 132 de formas más tradicionales como el partido político o la asociación civil queda de manifiesto en proyectos como la Acampada Revolución 132, que replica algunas de las acciones que en paralelo llevan a cabo los movimientos Occupy alrededor del mundo. Para un breve análisis de la Acampada léase en línea “Plantarse: órbita de la Acampada Revolución 132, publicado el 10 de julio del 2012, consultado el 19 de septiembre de 2012.

(3) En The Year of Dreaming Dangerously, Verso Books, NY, 2012, p. 11 (la traducción presentada es mía, pues no existe aún traducción al español.)

(4) El “hacktivismo” es una forma de protesta que involucra el know how de especialistas en redes y sistemas que acuerdan boicotear el funcionamiento de una página web, la cual representa la forma simbólica de un “enemigo” político, ya sea un gobierno o una compañía privada. Diversos sitios y sistemas de información así como bases de datos han sido blanco de los ataques de Anonymous al menos desde el 2010, como Sony, Visa, Mastercard, City Bank, el FBI, la CIA y sitios de las sedes de gobierno de Italia, Francia, España, Brasil, Chile, Venezuela y México. Los ataques van desde la saturación de la capacidad de respuesta del sitio (a través de ataques DDoS, lo que inhabilita el sitio para permanecer en línea), el robo y distribución de bases de datos en sitios gubernamentales o de entretenimiento de pago, hasta la presencia de individuos con la característica máscara de Guy Fawkes (V for Vendetta) en protestas públicas de todo el mundo.

(5) No confundir con los miembros de la Liga Espartaco.