[Glosa del Poema sinfónico para 100 metrónomos de György Ligeti]
Los metrónomos se encienden como pájaros, se siguen
la respiración entre la cresta, la huella en u ve del aire que parten
las alas cuando rasuran el cielo.
Pasos o gotitas, botones de vuelo, cismas, tremores:
se le cae a dios una parte de la barba al verlos pasar,
se pone a decir en voz alta todos los nombres propios que tienen los números
como si fuera un hipódromo de pájaros, nombres
que los números aborrecen pero que no tienen opción,
porque los números no tienen opción: se llaman
acuosamente nadie y en esto se parecen
a los peces, con su idioma invisible
de huesitos, de arpas enterradas en el plexo, en la carne
misma de lo que los piensa, en una lengua que bate
el tiempo de arriba abajo como limpiándole
las costras. Las hebras de números pasan como en una escalera
sin arriba ni abajo, como un surco que el aire, a manera
de palabra está pronunciando.
Que no haya sino el ritmo, me digo, numeración
o cintura, lo mismo da, o hueco para meter la espera
doblada de nunca, que nunca jamás
nos caigan las cifras del aspaviento que han hecho
estas estrellas burocráticas al imantarse, al pronunciar
su invisible bostezo de hoyo negro que,
más que inteligencia o instinto de pescador de nebulosas
tiene hambre: les lame la cara descarnada
como el hueso de un grito y toda la voz,
toda la voz, todo el huero cúmulo de su cantidad a cuestas
se queda intacto, con que no le mesen la frente gris hecha
de gravedad, de surcos densos como arrugas
para que crezca la nada, les deja virgen
el escurrimiento de su aparición
tras la frontera de su lengua que destruirá
lo que se deje pensar, lo que se acerque, polilla
revoloteando en pos del foco negro.
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