lunes, 10 de diciembre de 2012

2012

Me gusta pensar que el tiempo es una convención práctica que distribuye en escala ínfima el comportamiento de un evento infinito, que lo metaforiza. Me emociona que el universo acabe de inaugurarse. Que todo haya existido, que todo esté por existir. En ese vértigo, sólo en ese abismo que devuelve la mirada, la vida humana es tolerable y adquiere una materialidad que, por su carácter contingente y casi efímero en el drama de la eternidad, se vuelve palpable: produce, estrictamente, la realidad.

Si hemos de dividir al tiempo, pues, en pasteles, en pedazos, los años de este trozo de tiempo para mí han sido fascinantes. Con esa arbitrariedad campechana y resignada con que se realizan los balances de fin de año, desde hace tiempo coloco un número igual en ambas columnas: lo mejor y lo peor han venido de la mano. El horror produce fuerza; la dignidad aumenta proporcionalmente con el rictus del espanto.

Este año pude leerle a mucha más gente que nunca, y por eso estoy agradecido. Eso hago, eso es lo único que me interesa hacer por ahora. Escribir, pensar, leer. Tengo la vida que siempre quise.

La política ha mostrado lo más vil de nuestra vida social, pero también lo más asombroso por inesperado: los brotes de pensamiento comunitario, la memoria, la hermosa memoria que nos vuelve extrañamente contemporáneos de este instante, a diferencia de los que no aceptan que el tiempo pase, que se despertaron el 1DMX en 1999, o en 1970. El espanto está por ser y el asombro está por ser. Pero sabemos que, contra las evidencias, hay vida inteligente en el país. Y que no estamos solos cada quien con su asco. Que somos el otro del otro.

Este año fue Cuba, fue Andrea, fueron kilómetros de aire y de tierra y de agua, fue la deriva, fue tomar las calles con Lauri, Manu, Emanuel y Yax, fue el maratón de Batman con Benjamin, fue llorar con Iraí; fue volver a ver a K., fue aprender de la sabiduría de Ed., fue divertirme con mi abuelx Norambuena como con nadie, fue admirar a Rojito y ver cómo es más y más lo que será, fue la Dani y su familia y caminar mucho y bailar, y estar orgulloso de mis amigos; fue Monterrey y el claustro gozoso con Emily Dickinson; fue la Estrella esporádica; fue la tremenda Eileen y el Mutante por el que dejé mi trabajo de oficina; son Pablito, Inti y Belén que me hacen sentir en casa; fue el mar de Ruth y la absenta de Paola; fue saber que tengo amigos valientes como Zaria y Narro que se casaron; fue saber que el mundo está por ser pues que Mixi y Manuel acaban de conocer a Martina, la novisima; fue el pinche Nico y su ciencia de la templanza, fue cocinar para Moni; fue el Meme y el rock; fue mi hermano Luis que ya está hecho un grande; fueron mis padres que estuvieron,  que siempre, fue Lola y su abrazo, que también; fueron todos los hermosos libros que me cayeron en el centro de los ojos; fue encontrar después de 20 años el sonido de una música que es mía solamente; fueron estos libros que sigo tejiendo y textando en la esquina fresca de mi cuarto, como una araña patona, lenta y furiosamente, como un pan que leva sin prisa; fue todo lo que aprendí de José, de Guadalupe, de Reina, de Sergio, de Mara, de Cristina, de Jos, de Nicole, de Logan, de Roberto y Rafa, de tanta inteligencia y creatividad; fue disentir un chingo; fue marchar, en la calle y en el texto; fue jugar con los No FM; fue Carla que me cuida la parte menos portátil, los libros que acumulo inútilmente; fue volver a la UNAM y saber que nada tenía que hacer ahí, pues que el busto de Sócrates ya no estaba en el jardín de los cerezos de cualquier modo; fue el blues en las Islas; fue la felicidad por mi querida señorita Paulina y Eduardo; fue perder a Mauya para siempre por las mejores razones posibles; fue algo como la fe, única, si cabe, en la escritura como único lugar, como único hogar: fueron los libros, como siempre. Y fue Piri.

No era tu momento. Y está bien.

Pero me hiciste protagonista de la especie por unos meses. Y por eso queda cantar.

La indigente de ojos azules se sentó a mi lado en el parque. Siempre violenta, sólo llegó en silencio a verme escribir en mi cuaderno, como un pajarito, atenta y sin hacer ruido a pesar del temblor que le causa la droga. Trataba de decirme algo; después de mucha atención entendí: "...de amor." Pensaba que escribía una carta. O un poema. Y sí: le escribía a Piri que ya es Piros, fuego en mapuche y en griego. "Es para mi bebé", le dije. 

"Se murió". 

"Es bien triste, ¿verdad?", me contestó.  Y supe que entendía. Que no estaba tan solo.

"Sí", es bien triste. 

Y le di mi cigarro prendido.


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