a Daniela Flores
Mujer de sudadera roja salpicando lluvia sobre su mano abierta.
Mujer de ojos rasgados meneando la boca y empuñando su dedo anular.
Mujer sentada que no dice nada.
Hombre con los ojos muy abiertos: sube la mirada como en un elevador
y la deja caer mientras sus manos
hacen aterrizar una canasta llena de pelotas.
Hombre entrecano concentra todos los músculos de su cara
en la punta de su nariz mientras atornilla algo en el aire.
Niño observa a los paseantes.
Mujer sentada mira de un lado a otro. Pela una mandarina.
Mujer hace despegar un cohete torpe
y luego lava sus nudillos en la muñeca.
Hombre adelgaza un tramo de inexistencia hasta volverlo
fino como una aguja, que muestra a los demás quienes,
a su vez, aprueban.
Hombre entorna teatralmente los ojos y deja caer, rotundo,
tres largos parpadeos seguidos de sus manos, que barren
hojas invisibles apostadas como francotiradores en un edificio
que le llega a la cintura (construye planta
por planta, como un castillo de pan).
Mujer muestra un mapa en su palma como si fuera una placa de dios.
Hombre hace una pequeña carrera entre un torbellino
de su mano derecha y un pez en su mano izquierda.
Ninguno parece ganar.
Niño ve pasar un perro y le echa un cordel con los rayos
que salen de sus ojos muy abiertos. Lo atrapa.
Hombre niega enérgica, terminantemente.
Hombre enumera una lista de ingredientes que también
puede ser una relación de condenados a muerte, entre ellos
un caracol,
dos motores de camión,
el Océano Pacífico,
la samba,
el número 7,
(aunque este podría ser
un gallo que canta de noche)
un salterio,
la grupa de un camello,
una caja de cerillos,
(la agita como una sonaja que nadie escucha)
hasta que asfalta con sus manos un tramo de aproximadamente
30 centímetros donde antes había un monte
y luego ya no estaba el monte.
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