viernes, 26 de marzo de 2010

Saul Bellow y la dificultad


Y así, debemos preguntarnos por qué la música es tan perpetuamente fértil, nueva, ingeniosa, inagotable; por qué es capaz de decirnos muchas cosas más que los otros lenguajes y por qué se nos da con esa facilidad, con tanta soltura, tan gratuitamente. Porque no es fruto del esfuerzo. Nos hace ver que hay cosas que deben hacerse sin dificultad. Fácilmente o nada: esa es la verdad del arte. La concentración sin esfuerzo, eso es lo esencial. La voluntad y el deseo se silencian (como tantos místicos han comprendido*) y el trabajo se convierte en juego.
Saul Bellow, "Mozart: una obertura"; en Todo cuenta. De Bolsillo. pp. 27-8.

* Cfr. "música callada", "un no sé qué que queda balbuciendo", San Juan de la Cruz, Cántico espiritual. (La nota es mía.)

Crédito de la imagen.

domingo, 14 de marzo de 2010

Del amor como histeria colectiva

La expresión de un sentimiento siempre es absurda.
Paul Valéry

, Ya decía en alguna ocasión la señora Teste, que a su singular marido le parecía el amor una zona de excepción entre dos personas donde estaban autorizadas para comportarse como tontos. Eso nos deja un par de consecuencias: o el amor te vuelve tonto o, más brutal, uno es tonto en el fondo pero se esfuerza por superarlo --estado primitivo tal vez--, y lo que el amor hace es venir a dar al traste con todo el esfuerzo civilizatorio y volver al ser (al Ser con mayúscula), otrora robusto y chapeado, gelatina, un cuerpo sin esqueleto de voluntad negociable, perpleja y profundamente hedonista; en suma, el amor lo volvería a uno o idiota o suicida intelectual.
, La expresión de los sentimientos amorosos al estar apoyada en la profunda intimidad de dos personas, anula por esa misma expresión la individualidad de éstas, transformándolas en seres bícefalos y grotescos. Hay algo monstruoso en la situación de dos personas que no pueden discutir; perturbador, dos personas que se dan la razón sin reparos.

, La institución secreta pero celebrada del amor cortés, como todos saben, dio la pauta, el código, del amor como lo conocemos. Este juego ridículo del cortejo donde ambos saben que no pueden transigir demasiado pronto, so pena de hacerse poco interesantes al otro --vaya sustituto de plumas de colores, de penachos enardecidos--, pero sabiendo que la prenda debe soltarse lentamente, sin embargo, para mantener el interés del otro. El amor podría pensarse como un asunto de economía del interés. Es el reproche de Marcela ("la Bella") en El Quijote: ¿por qué si éste hombre que decía amarme se suicidó al no obtener mis favores, me llaman homicida? Nunca le di esperanza ni le hice promesas...

El amor es asumir una derrota futura como presente.

, Sobre la transitividad del verbo amar: es falso que amar necesite un objeto en qué realizar su acción. Es decir, amar no es el efecto que algo despierta en nosotros, sino algo que surge de nosotros. El amor no es una reacción inevitable (intentaré explicar esto más adelante). No creo que el amor "entre" por los ojos, por ejemplo (dejo para ustedes la evaluación de otros perímetros). El deseo, la calentura, por supuesto que es asunto sensorial. Uno puede, como los medievales, quedar "prendado" en la vista del ser deseado --que no amado. Es una ligereza decir que uno ama a otro irremediablemente: el amar es un monólogo, no requiere réplica ni participación exterior; es un acto solitario. Porque el amor no es la consecuencia inevitable del trato carnal o social con otras personas; no es un estado que se alcanza por sumatoria de experiencias compartidas. Amar es un acto de profundo egoísmo a través del cuál significamos nuestra existencia; el otro solamente es un pretexto, o por así decirlo, un significante. La lexicología no nos dejará mentir: you are my significant other.

, Esto no implica necesariamente entender el egoísmo del amor como una perversión o sustitución de una improbable pureza en la relación entre dos seres humanos. El egoísmo del amor implica una proyección del ego en el otro: es a través de ti que puedo conocerme y realizarme. Esto no me parece menor. Toda la mística trágica, romántica, absurda de la "inspiración" como movilización hacia el arte va en ese sentido; no es que tú me "inspires", es decir, que soples un aire divino que me posibilita crear gracias a tu intervención, sino que es debido a tu -de otro modo, mera- existencia que puedo explorar mis propias posibilidades. En este sentido, no lo que se entiende vulgarmente, románticamente como "inspiración" es el motor del sujeto hacia el arte, como si se tratara de un ente de otro modo pasivo, sino que "inspiración" significaría, ilustrado en términos espaciales, un dónde. Y más aún, un desde dónde a través del cuál un sujeto (amoroso) moviliza hacia sí mismo una potencia de otro modo anodina, parcial, inoperante.

Podemos notar esto en la terminología de los amantes para referirse entre ellos: desde el, casi semánticamente vacío excepto en las primeras locuciones, mi amor, hasta el empachado, ontológicamente reductivo cosa, el metafísico e idealizado mi cielo o diosa, el paternalista hija o niña (o sus complementos maternales, que implican no menores dependencias), los de referencia física como gorda o flaca, son posicionamientos subjetivos que asume el amante, los cuales dicen descriptivamente poco del sentimiento que siente -genuinamente, puede ser- hacia el otro, pero que dicen mucho más acerca de su propio posicionamiento ante ese sentimiento (que no hacia esa persona, objeto del sentimiento). Tomemos como ejemplo gorda: se ama lo que es bello y por ende, bueno, dice Platón. En nuestra sociedad la obesidad está estigmatizada como paradigma contrario a la belleza ideal, es decir, al modelo anglosajón: delgada, rubia y de preferencia voluptuosa, atributos que tienen implicaciones colonialistas evidentes. Al llamarte gorda, estoy diciéndote que sé que no eres el ideal de belleza -es decir, de bondad- que sería por definición "amable", sujeto de ser amado, susceptible de despertar amor; y mi gran amor por ti se manifiesta en el hecho de que a pesar de que eres una gorda que nadie podría ni debería amar, yo te amo; ergo, soy magnánimo y debes amarme también.

Lo que digo de ti, mi modo particular de amarte, es el lugar desde dónde te veo; por lo tanto, desde donde me veo para amarte.

, El amor es también el fantasma de la completud. La metáfora de la media naranja, del alma gemela, del andrógino primario dividido in illo tempore es otro aspecto del análisis del amor como mecanismo de significación. En el amor como en la democracia, la trampa del número: suponer que mucho es igual a mejor. El otro parecería completarme, complementarme. "Me llenas", se oye decir, como si lo que hubiera de humano antes del amor fuera un hueco fundamental (sin albúr, cerdos), una falta, un desgarre, una carencia que sólo el amor pudiera compensar. ¿Qué o de qué está compuesto ese hueco existencial? Podríamos hablar de angustia, de devenir, de no-ser, de Nada; para lo que me interesa, todo este vacío brumoso que se es -que se supone ser- sería una estructura igualmente vacía, cuyos contornos apenas diferenciados adquieren sentido, margen, continuidad cuando se ama. Ponemos al otro en el lugar de la carencia, enjaretándole como santo de iglesia de pueblo el ex-voto, el milagrito, es decir, la responsabilidad de la completud del ser; de la felicidad. Luego, si soy infeliz es porque no me sabes llenar; mi infelicidad es culpa tuya, velo sabiendo...

Esta continuidad, esta aparente armonía del ser sobre sí mismo cuando el amor hace evidencia de su artificialidad al mostrarse fácilmente sustituible. Ahí está el vox populi del ardido: "un clavo saca otro clavo", argumento a favor de la transitoriedad de cualquier relación amorosa. Entonces la regulación, la significación de nuestra, así llamada, "existencia vacía" es posible sólo en tanto el otro asuma la completa responsabilidad de nuestra vida emocional. Por eso la ruptura amorosa implica una "separación", una "destrucción": el ser queda dividido, es decir, con un significado sin significante, con una papilla metafísica, con una ruina.

, Amar implicaría aceptar, pues, el peligro de este absurdo lógico como condición de posibilidad. Absurdo porque puede caerse fácilmente en la fanatización del otro, en la idealización de su función, en la economía del interés, en las expectativas inalcanzables... Absurdo el "te amo" como f(r)ase de desarrollo de la relación donde "ya se dicen que se aman", como si se hubiera alcanzado un nuevo nivel de conciencia o un premio de lotería; "te amo", escupido sobre el otro como un ancla, como un marcaje territorial sobre el otro para hacerle saber su responsabilidad irrenunciable respecto a su importancia capital en nuestra economía emocional. Vaya, como si se le hiciera un favor al otro al comunicarle esta profunda, profundísima verdad, de índole, ay, estrictamente individual e intransferible.

, Hasta el señor Teste amaba. 

El amor es complejo, variable en objeto e intensidad, en modo, tiempo y espacio; curioso: el amor parece funcionar como un adverbio. Haciendo una grosera transpolación, el ser amado no sería el verbo de la estructura de significación de nuestra vida, i.e. no lo que nos mueve. Sería más sano pensar que el amor es el gran modificador, el gran complemento circunstancial, i.e. el modificador, el agente de precisión. Salvo la pedestre metáfora, me parece que amor=adverbio funciona para ilustrar un modelo del amor donde el énfasis estaría puesto en el sujeto y no en la relación de sujetos. La paradoja del amor es que hay que aceptar que lo vuelvan a uno loco con expectativas, neurosis, celos y toda la estúpida teatralización de los amantes, en público o en privado, que no acrecientan la libertad de los sujetos implicados en la noción "pareja", sino la dependencia castrante de uno sobre (contra) el otro. El amor actual es una forma de colonización emocional.

¿Por qué el amor debería acrecentar la libertad individual? Porque el vasallaje moderno implica hacer funciones de asistente, chofer, cocinero, acompañante de eventos sociales, guardaespaldas, terapeuta (chale con el balconazo) et caetera, para que el otro se sienta amado; luego, el amor tiene que ser algo MUCHO más interesante que eso. O no: tal vez el amor sea precisamente todas esas cosas, pero asumiendo por principio que esa esclavitud no nos es impuesta, que nuestra vida realmente es otra cosa, pero que tomamos gracilmente ése papel. Pienso en Emile Teste y en la novia británica de Jimmy Hendrix, pero no me gusta la perspectiva para nada. Por libertad individual entiendo un pleonasmo: responsabilidad intransferible; yo que no puede evitar participar en su autodeterminación, en el proyecto de su devenir (soy conciente de que dejo ceteris paribus la relación histórico-dialéctica de la cuestión). El amor sería factor de esa autodeterminación, de esa responsabilidad sobre la exploración del yo, no su componente fundamental.


, El peligro del amor es la nota roja: la frustración del otro puede parecer divertida, pero es alarmante: alguien enamorado y armado es impredecible. Ahí están los machos y sus idiotas novias/esposas matando o dejándose matar. El amor mata, o por lo menos vuelve loco, genera cuentas de psicoanalista y en suma parece muy poco deseable. Pero no podemos evitar el deseo sexual como no podemos evitar cualquier otra determinación biológica. Una salida es la respuesta cínica (uso el término sin sarcasmo): sexo deportivo. Es divertido y en la economía libidinal, equivalente a ir a un restaurante cuando el sujeto no necesita reafirmación afectiva, sino simple desahogo carnal. Freud y Lacan estuvieron aterrados de la sexualidad femenina; pero sea como sea que funciona, contrario al barbarismo burgués de que los hombres son prácticos y las mujeres sentimentales (¿Marte, Venus?) las mujeres parecen ser capaces de diferenciar mucho mejor entre relación sexual casual con fines de desahogo (sexo deportivo) y construcción de un proyecto conjunto, una relación de pareja. Parece atisbarse incluso un paradigma nuevo donde la construcción de la relación de pareja no implicaría sexo monogámico exclusivo, al reconocer que hay zonas del deseo sexual que no pueden ser satisfechas  ni exploradas enteramente a través del intercambio con una sola pareja sexual. El amor cortés diferenciaba nítidamente el proyecto de pareja con fines políticos, del intercambio sexual como pasatiempo o recreación --si bien recreación propia de clase dentro de un marco altamente codificado. Creo mucho más narcisista el secuestro emocional de una persona para que se encargue de mi economía emocional que el asumir mis propios deseos como punto de partida y hacerme responsable de ellos --al final amar sería una forma de conocimiento. No pretendo que sea evidente, pero hay que dejarlo para después.

No estamos para reivindicar nada ni para sugerir recetas. Si me apuran, este post que está disponible públicamente en internet es realmente una meditación privada y mi versión de una declaración amorosa. He intentado ser más o menos objetivo en los anteriores planteamientos,  aunque sé que he hecho un licuado terminológico bastante brutal. Las conclusiones siguientes asumen que  la teoría acusa un alto grado de subjetividad; esto no es justificación de irresponsabilidad, sino de una visión de la teoría como abstracción de la experiencia personal. Siempre es más interesante plantear un problema que agotarlo; yo lo dejo en un nivel de creencia en las siguientes conclusiones --por tanto los invito a no leerlas. 

Conclusiones

Pasado el disclaimer, terminar con la perspectiva del amor como colonización del otro (¿"mi nueva conquista"?, ¿les suena?) implica asumir la responsabilidad personal sobre la noción de felicidad o realización que funcione para nosotros, en lugar de endilgarla al otro; implica conquistarse continuamente: no domarse, conocerse. Mis vicios son para mí tan importantes como mis dudosas virtudes, y mucho más ciertos, por ejemplo. Puedo conocer a la mujer más maravillosa del mundo, y podría enamorarme de ella mientras no se meta con mis vicios. ¿Por qué? Porque en ese modelo del amor como significación donde el otro tomaría un lugar adverbial, de precisión, entiendo que amar a alguien no es modificarlo para que se parezca más a mí, para que pueda yo tener un molde perfecto en el cuál reafirmar mi ciclo narcisista. Entiendo el amor como un espejo que no me devuelve mi imagen distorsionada, es decir, como quisiera idealmente verla: el otro no me devuelve nítidamente mi imagen, no tendría por qué, pero me permite conocerme, conociendo a mi vez, al otro. Entiendo el amor como un asunto individual e intransferible: lo que ocurre en mí con respecto a mí mismo cuando estoy con ella.

Participar al otro de nuestros sentimientos y esperar reconocimiento o, ay, correspondencia es el modelo más idiota y narcisista del amor. Dice Lacan: senti/miento. Cuando digo algo estoy sintiendo otra cosa, porque la glosa de mi sentimiento está siempre sujeta a la imprecisión. Con todo, creo que puede existir el amor como relación intensa y constructiva entre dos personas que discuten. Esto es fundamental. Limitarse a reflejar o hacer eco del otro es además de aburrido, deprimente. Yo estoy por una forma de amor como soledad compartida. No ser a partir del otro, sino ser con el otro, donde tu desarrollo favorece el mío, pero no lo condiciona.

Espero que la extensión de este post así como sus medianas metáforas lo hagan ilegible y poco interesante. Es mi manera de decirte que te extrañé mucho hoy. Intenté describir lo que haces que mi ser haga en mí, y agradecer por ello. Si hay algo como el amor y ese algo es posible, debe parecerse al agradecimiento, no a la deuda, ni a la culpa: a la hospitalidad. Alí Chumacero miente o por lo menos es inexacto: antes del mundo no éramos tú y yo, pero qué bueno que seamos un asunto híbrido y complicado, un extraño tú y yo y no un vulgar nosotros, genérico-intercambiable.

Pero corrígeme si me equivoco.

domingo, 7 de marzo de 2010

La sombra de la lluvia

Hombres extraños, ciegos en su paso
hacia otra parte
se encontraron frente a frente
con la boca abierta de la niebla 
y el heraldo de la lluvia;
topos en la transparencia imposible, incapaces
de desandar su rastro
perdido en la luz
construyeron bajo los interminables árboles fríos
una zona de tibieza para tocar a sus mujeres
mientras escampaba.

De paso aquí, como ellos,
camino sobre el vértigo de puentes
y escaleras que no bajan ni suben
bajo el día de luz empañada.
Alguien tira una piedra al otro lado de la calle
--al caer, la piedra desarrolla líquenes,
se adapta, lagarto, al peso del frío.

Desaparece.

Antes del nombre de la ciudad ya era
el nombre de la lluvia.
Los objetos exteriores --tejados,
macetas de barro o caliza, buzones,
parques como manchas de humedad,
autobúses y dos o tres niños verdes--
con el tiempo adquirieron modos vegetales.
Al romperse, de los duros macetones
resbalan ciudades de musgo.
Las monedas se oxidan en su campana portátil.
Los objetos interiores son galerías 
de retratos enmohecidos.
Aquí 
nada se seca. Aquí
toda semilla es un bosque plantado en la luna.

Viajero, la lluvia me sorprende dormido.
Sueño la lubricidad y el espasmo felino
de una cadera telúrica;
sueño hondonadas que la mano fija
en su improbable tacto de niebla;
sueño sudores, sobresaltos,
sueño no palabras, sueño una voz
hablando desde todas partes
--el agua hablando.

La lluvia me sorprende dormido; 
("Mire...")
deslavada y vegetal, húmeda mi carne
repuesta al mundo por la vía del placer.
Un fantasma fue mi otra madre;
me entregó a la desolada sombra
transparente de la mañana.
("Mire", dice ella)
De sus pezones agudos la temeridad
me alimentó sobre las sombras.


Bajo la leve lluvia
camino sin ella -irreparable-
sin mí, 
por una escalera que se pierde subiendo
entre las nubes, 
o baja sin aviso a la región 
donde los lagos abren su color de ojos.
Imposibles, también,
los reflejos de la ciudad sobre el agua
son siempre los reflejos de la lluvia
cayendo, callando.
La imagen sobre el agua es el silencio
y su eco es la bruma exportada de un puerto lejano
sobre la estampida inmóvil de los bosques.
Como los viajeros antiguos, sigo buscando la salida
de esta ciudad de agua y vértices
bajo la sombra de la lluvia;
sin impaciencia, y por supuesto,
sin esperanza.

Vendrás

1.

Nadando vendrás desde el origen,
desde la ceguera vendrás
a añadir tu paso maduro
en el camino de los hombres.
Del fondo vendrás, cuerpo absoluto
sobre tu peso, pequeño desastre
como el nacimiento de los mundos,
ola devastadora desde tu distancia
mientras, asomados a las posibilidades
comenzamos a pensar en ti,
en secreto a nombrarte, por si vinieras.

2.

Desde la ceguera a confirmar
el misterio del origen,
con tus posibilidades intactas
vendrás;
a sumar tu paso al paso de la especie,
a sumarte al dolor, a escuchar
el terrible canto, a elegir
tu máscara y tu papel
vendrás.


No habrá de esperarte mucho más
que tu nombre y el abrazo; nada más
que esta frontera visible
de los nombres adheridos a las cosas
y pardos pájaros sobre el sonido del aire
y la respiración,
y la mariposa brillante, abierta del día.

3.

Aquí está la hermosa que trenzará tu cuerpo
con hilachas de su cuerpo;
aquí estoy yo para mostrarte
el tamaño de mi ignorancia
y el nombre concreto de mi asombro.
Tu herencia y tu reino, el asombro.


4.


De humedad y aliento de selva
el temprano recuerdo de tu inminencia.
De fría noche bajo la niebla,
de fractura en el hábito de las horas
tu primera estancia,
y de noche precisa
en que la carne telúrica cimbró el planeta
y el inmenso nombre del mar
cayera sobre los hombres asustados y doloridos.


5.


Vendrás desde el sueño de esa noche
en que, dormido,
vi tu forma y eras un cangrejo
bajo el agua llena de luz
de una luna metalúrgica y entera.


6.


Y nada tendrás al llegar sino el azoro
y el terremoto de la palabra
que fue el sueño donde nos sorprendiste.
Nada o casi nada
más tiene, llanamente, el mundo,
que los de antes hicimos
en el ayuntamiento de la infamia y la esperanza.
Nada o casi nada
y los idiomas del terror
con su inventario de bestias,
con su retórica de fantasmas,
con su dolor hablando.
Nada y nosotros, a bordo
del mismo miedo,
abrazados, dos, en la impaciencia 
de tu distancia,
aquí,
sobre las ruinas de lo real
esperando el trueno rotundo de tu nombre.


Esperándote.