Hombres extraños, ciegos en su paso
hacia otra parte
se encontraron frente a frente
con la boca abierta de la niebla
y el heraldo de la lluvia;
topos en la transparencia imposible, incapaces
de desandar su rastro
perdido en la luz
construyeron bajo los interminables árboles fríos
una zona de tibieza para tocar a sus mujeres
mientras escampaba.
De paso aquí, como ellos,
camino sobre el vértigo de puentes
y escaleras que no bajan ni suben
bajo el día de luz empañada.
Alguien tira una piedra al otro lado de la calle
--al caer, la piedra desarrolla líquenes,
se adapta, lagarto, al peso del frío.
Desaparece.
Antes del nombre de la ciudad ya era
el nombre de la lluvia.
Los objetos exteriores --tejados,
macetas de barro o caliza, buzones,
parques como manchas de humedad,
autobúses y dos o tres niños verdes--
con el tiempo adquirieron modos vegetales.
Al romperse, de los duros macetones
resbalan ciudades de musgo.
Las monedas se oxidan en su campana portátil.
Los objetos interiores son galerías
de retratos enmohecidos.
Aquí
nada se seca. Aquí
toda semilla es un bosque plantado en la luna.
Viajero, la lluvia me sorprende dormido.
Sueño la lubricidad y el espasmo felino
de una cadera telúrica;
sueño hondonadas que la mano fija
en su improbable tacto de niebla;
sueño sudores, sobresaltos,
sueño no palabras, sueño una voz
hablando desde todas partes
--el agua hablando.
La lluvia me sorprende dormido;
("Mire...")
deslavada y vegetal, húmeda mi carne
repuesta al mundo por la vía del placer.
Un fantasma fue mi otra madre;
me entregó a la desolada sombra
transparente de la mañana.
("Mire", dice ella)
De sus pezones agudos la temeridad
me alimentó sobre las sombras.
Bajo la leve lluvia
camino sin ella -irreparable-
sin mí,
por una escalera que se pierde subiendo
entre las nubes,
o baja sin aviso a la región
donde los lagos abren su color de ojos.
Imposibles, también,
los reflejos de la ciudad sobre el agua
son siempre los reflejos de la lluvia
cayendo, callando.
La imagen sobre el agua es el silencio
y su eco es la bruma exportada de un puerto lejano
sobre la estampida inmóvil de los bosques.
Como los viajeros antiguos, sigo buscando la salida
de esta ciudad de agua y vértices
bajo la sombra de la lluvia;
sin impaciencia, y por supuesto,
sin esperanza.
Musgoso.
ResponderEliminarHúmedo.