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lunes, 17 de mayo de 2021

De grande quería ser recolector de basura

خانه‌ی من در انتهای جهان است
در مفصلِ خاک و
پوک.


Más allá del fin del mundo está mi hogar,
a un lado de los límites, entre el polvo
y el vacío.

-Ahmad Shamlú

1.

Hace poco soñé que formaba parte de la tripulación de un camión recolector de basura. La palabra era precisa: la máquina se conducía como una nave en altamar, y los hombres que integrábamos las faenas de carga y descarga teníamos una camaradería semejante a la de los marineros. Recorríamos las calles pero no para transportarnos, sino para recoger ese dudoso tesoro compuesto de los materiales que la gente saca de sus vidas a cambio de unas pocas monedas, o a veces a cambio de nada. Recuerdo que en el sueño, los tripulantes de la máquina hacíamos bromas todo el tiempo, y en algunos breves periodos de descanso nos echábamos a contar historias y fumar cigarrillos entre pilas de botellas de PET y cartones. La semilla de la división, sin embargo, aparecía personificada en una promotora cultural que conocí hace años, y que durante el sueño hacía las veces de una tecnócrata obsesionada con la eficiencia de los procesos: una mujer que sembraba pequeñas rencillas entre nosotros, que nos hacía competir en términos de laboriosidad, quitándole toda la diversión a la experiencia de recabar objetos desechados e impuros entre camaradas, como piratas de las calles.

A pesar de todo, durante el sueño me vi cumpliendo una vieja y tal vez olvidada fantasía de infancia. Es una historia que a mi mamá le gusta contar siempre que la ocasión lo amerita (y lo amerita a menudo): su hijo mayor no aspiraba a crecer para convertirse en uno de esos aburridos y sosos miembros productivos de la sociedad, con profesiones respetables de las que vale la pena alardear, como los abogados o los gerentes de empresas, sino uno de esos señores de la basura que parecen tan intercambiables y deleznables,en el imaginario popular, pero que prestan un servicio tan vital que, sin ellos, la ciudad se paralizaría en cuestión de días, sepultada bajo la acumulación de su propia cáscara de desechos. 

Yo tendría entonces la edad que tiene ahora mi hijo, cinco o seis años, y en la radio de finales de los 80 sonaba una y otra vez "Cuando seas grande", de Miguel Mateos. Su inolvidable coro responde a la pregunta que da título a la canción con vías laborales sumamente disímiles y acaso incompatibles entre sí: "estrella de rocanrol, presidente de la nación".

Oh uh oh.


2.

Mi madre me preguntaba a menudo qué quería ser de grande, supongo que como muchas madres le preguntan a sus hijos, con la secreta intención de descubrir, modelar o censurar tempranas vocaciones. A mí no me interesaba (y sigue sin interesarme mucho, francamente) ser un miembro "respetado" de una sociedad que valora tan poco al servicio de limpia pública, pero que entroniza a burócratas de todo tipo, a los cuales recompensa por su capacidad de competir y estorbar. Mi sueño era pasar las horas colgado de un enorme armatoste de hierro, ruidoso y pesado, imposible de ignorar, haciendo sonar esa campana portátil que movilizaba multitudes con su estruendo como solamente lograría en los pueblos el batir de un pesado badajo de bronce en la torre de la iglesia. Su sonido alarmante, el armónico de metal que deja en el aire cuando se calla, está de tal modo enraizado en la mente de quienes lo escuchamos que nos vuelve autómatas capaces de detener al instante cualquier labor doméstica para salir corriendo con bolsas y botes a la calle, para ubicar a esos carontes de la inmundicia, los que hacen el verdadero trabajo sucio de procurar el olvido y hacer desaparecer las evidencias de la reproducción de la vida diaria.

A pesar de que mi vocación de basurero fue sustituida muy pronto por otras (que tampoco eran motivo de celebración familiar, por cierto), sigo creyendo que el concepto de basura es una construcción más bien burguesa, o cuanto menos de gente con muy poca imaginación práctica. Una fugaz visita a Cuba me hizo confirmar esa sospecha al ver cómo, en la vida cotidiana, los objetos descompuestos o averiados no terminaban en botes de basura, sino que eran tratados con la dignidad de las cosas irrepetibles: reparadas, zurcidas, modificadas para convertirse en otras cosas y servir a nuevos fines. Durante la escasez de refacciones que afectó (y no ha dejado de afectar) a la isla, se crearon comisiones especiales de inventores que fabricaban o adaptaban piezas necesarias para hacer funcionar las industrias y las cocinas de las casas, por lo que literalmente la basura de algunos podía ser el tesoro de otros. Un triunfo de la imaginación sobre la lógica de la sustitución; actividad --la de imaginar, la de inventar-- en la que los cubanos llevan décadas sobresaliendo.


3.

En una entrevista, John Cage afirmaba que, bien mirado, no existían dos botellas de Coca-Cola iguales. A pesar de que la línea de producción las fabrique a razón de miles o millones, cada una es un objeto irrepetible, único sobre el mundo, cuyos átomos no son compartidos por ninguno otro, aunque su composición química sea la misma. Se trata de una manera de utilizar la atención, o mejor dicho, de no dejarla adormecer bajo la lógica de la semejanza y la sustitución. Con el incurable esnobismo que me caracteriza, se me ocurre comparar esta lógica con la operación de la presentadora japonesa de televisión, Marie Kondo, cuando aconsejana a los acumuladores compulsivos de objetos a dejarlos ir "con gratitud". 

Su programa, que gozó de alguna celebridad hace pocos años, trataba de una especie de terapia de limpieza extrema, donde las víctimas de cada episodio eran sometidas a una labor de revisión por esta mujer pequeña y entrometida que los orillaba a deshacerse de sus preciadas cajas, latas, recuerdos y colecciones de objetos con traumático valor sentimental, en pos de una pulcritud sólo alcanzada por los aparadores de las tiendas departamentales. Sin embargo, ese gesto de "dejar ir las cosas con agradecimiento" me parecía muy bello: no rebajaba los objetos en desuso a la categoría de cosa desechable e inmunda, sino que reconocía su valor pasado, y lo entregaba al basurero con la dignidad de un pequeño cadáver amado que se devuelve al ritmo de las transformaciones.


4.
Mientras escribo estas líneas, un par de hombres conversan de sus cosas a pie de calle mientras hurgan en los contenedores de basura en busca de botellas y cartones reciclables. Pero en esta ciudad ni siquiera esos hombres son libres de dirigir su propia explotación. Los pepenadores son dirigidos desde hace décadas por mafiosos que amasan obscenas fortunas a cambio de pagar miserables migajas a ejércitos de familias que tratan como carroñeros a sueldo. En marzo de este año un juez dictó orden de aprehensión contra uno de los más célebres señores de la basura, apodado nada menos que "Príncipe de la Basura", Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre (licenciado en derecho, por cierto), por el delito de trata de personas, explotación sexual y asociación delictuosa. En 2014, la periodista Carmen Aristegui develó que el también dirigente del PRI de la Ciudad de México utilizaba dinero público para obligar a mujeres a prostituirse para él. Pero hurgando un poco más en su historia, los crímenes del hijo palidecen frente a los de su padre, Rafael Gutiérrez, que recibía en vida el apropiado mote del "Rey de la Basura". 

Martha García, su esposa, lo mandó matar en 1987. Según ella, "la vida de Rafael Gutiérrez Moreno era inmunda, y la de nosotros, su familia, se había convertido en un infierno del que sólo la muerte podía salvarnos. Soportamos sus golpes y amenazas durante muchos años, pero la promiscuidad moral nos obligó a tomar la determinación de matarle. Todos planeamos la muerte de Rafael. Las dificultades fueron muchas y constantes con los pepenadores, a quienes, bajo amenazas de muerte, de golpearlos y correrlos de los basureros, les exigía que le regalaran a sus hijas. Era un degenerado. Estaba loco y era un enfermo sexual". La espeluznante crónica puede leerse aquí.

5.
De grande quería ser recolector de basura. Ahora mismo, de grande, preferiría abolir la noción de basura y participar de nuevas formas de vida donde nadie pueda enriquecerse a costa del sufrimiento de la gente más pobre, la que nace y crece en los vertederos a orillas del mundo. Porque todas las cosas terminan por ir hacia alguna parte y nada desaparece. Los desechos terminan en los bordes o conformando islas de plástico en medio del océano. La sociedad de consumo produce su propio ataúd, que tarde o temprano terminarla por consumirla a ella. Y no habrá nadie capaz de venir a llevarse la podredumbre bajo la que nosotros mismos habremos de sepultarnos.

viernes, 28 de agosto de 2015

Elogio de los borradores


Una vez me preguntaron, "Escribes poesía, ensayo, y se dice que tienes por ahí un par de novelas inconclusas, ¿pero qué género literario te interesa más que otros y por qué?", a lo que contesté inmediatamente, sin pausa dramática "El borrador".


No lo pensé demasiado. Igual pude haber mentido y decir que la poesía me interesa más que otra cosa, porque está en todas partes aunque no la veamos, como las ondas de radio emitidas en los primeros instantes del Big Bang, o la novela, por su posibilidad de ensayar cualquier cosa, o el ensayo, por su capacidad de volver la vida un laboratorio lúdico, pero lo cierto es que la respuesta me sigue pareciendo certera: si tuviera que cultivar un sólo género literario en lo que me resta de vida sería ese, el borrador.

De la galería de mi mente salen los críticos literarios y los maestros de la facultad: "Buena puntada, Raya, pero el borrador no es propiamente un género literario: no tiene reglas, no tiene una estructura definida. Es simplemente un estado provisional del texto antes de su recepción pública." Exacto, es exactamente eso.

Borges y Reyes dijeron cada uno a su singular modo que uno publica para dejar de corregir borradores. Pero puede pensarse también que un libro no es sino un borrador que ha atravesado un proceso de edición. ¿Qué nos autoriza para darlo por terminado? ¿En qué momento se realiza la milagrosa operación que transustancia --en el sentido de la metempsicosis católica-- un borrador en un libro, en un producto cultural? A lo mejor tiene que ver con la intervención del editor o con las opiniones de los reseñistas o con la forma en que, mucho o poco, al leerlo, cambia la vida de sus lectores. Pero no me convenzo.

Me gusta el borrador porque es --según yo-- lo que más se parece al instante de la lectura: cuando vas avanzando por la página sin saber a dónde vas, sin intención de llegar tampoco; un instante de apertura frente a lo inesperado. Entonces me viene a la cabeza la famosa frase de Valéry sobre los poemas: que no se terminan sino que se abandonan. Pero tal vez hay otro abandono (¿previo, paralelo, complementario?) que ocurre en el escritor al ir avanzando, retrocediendo, moviéndose en ese espacio textual con absoluta libertad: la deadline, la temida fecha de entrega, no existe cuando uno se plantea simplemente escribir. Abandonado a su suerte, el escritor simplemente se mueve por la página, y la escritura es como la rebaba de ese movimiento interior de un sujeto abandonado a la imperiosa necesidad de no quedarse quieto. Borrador: una inquietud.

La publicación complica todo; el tiempo del borrador se parece a los ciclos de la tierra y las estaciones: un borrador se cultiva, se poda, a veces se extrae de él una caja de frutas y se lleva a vender al mercado, pero el borrador sigue ahí, tan campante. El libro no: el libro siempre se va a parecer a sí mismo, lo que permite el milagro de la relectura, en el cual el libro se ofrece diferente porque el lector ya es diferente. En mi práctica me veo enfrentándome día a día a una misma parcela de borradores que simplemente se renueva según las estaciones del día. La mente funciona como un cielo, a veces despejado, a veces tormentoso. A mí también me parecen chocantes estas metáforas agropecuarias, pero provengo de una familia de campesinos, y aunque nunca he sembrado ni siquiera una maceta de cilantro me siento más atraído por los ritmos de la tierra que por los de la máquina.

Miento, como siempre. Pronto publicaré un librito de ensayos titulado La maquinaria de la escritura donde me refiero a ese proceso diario de programar cuartillas y cuartillas obedeciendo a distintos intereses: el libro de sueños, el diario íntimo, los poemas, los avances de novela, el ghostwriting, y el escritor en el centro de la pista, viendo desfilar frente a él a los payasos y a los leones.

Borrador: esbozo, tentativa, tanteo, gestación, improvisación. 

Me gusta el borrador, en fin, porque permite precisamente ese tipo de "infidelidades", de cambios o virajes de opinión: ese librito tiene dos años "abandonado" y está bien como está; hace dos años pensaba eso, o me sentía así, como un malabarista de deadlines, pero hoy escribiría una cosa completamente distinta: una entrada en mi blog, por ejemplo. Algo que nadie ha pedido y que nadie espera. Sin problema de género o clasificación, sin etiqueta ni lugar en el anaquel de ninguna parte, un pedazo de escritura fortuito y alegre, como un paseo o como una ejecución pública vista desde los ojos de un niño.

Borrador: lo interminable e interminado, lo que avanza a medida que se borra, lo que no tiene forma sino hasta que adquiere una, como el deseo mismo a secas, o como el deseo de escribir, al cual todos los demás deseos se supeditan.



viernes, 20 de febrero de 2015

Títulos sin título


, Me gustan los títulos de los libros, a veces más que los mismos libros. No quiero empezar a decir puras tonterías y lugares comunes al respecto, lo cual por otra parte es inevitable cuando ya todo está dicho desde el principio. Entro a una librería con mi mujer y ella recorre estantes y mesas con agilidad, con una ligereza envidiable; , pero lo traigo fresco porque hace unos días estuvimos viendo libros mi mujer y yo, y se me ocurrió que podría dejar de leer libros y dedicarme a leer títulos. Después de todo los críticos y comentaristas literarios siempre hablan de "los nuevos títulos" o del "último título" de tal o cual autor, como si no se escribieran libros sino títulos para lorem ipsums.

, A veces me pongo a pensar que debe haber algún académico (o tal vez una rama entera de los estudios literarios) abocada por completo al estudio de los títulos. Seguramente se proponen precisas clasificaciones de todos los tipos de títulos posibles: los unimembres (Ulises), bimembres (Cumbres borrascosas), plurimembres (Salir con vida), etc; los referenciales (Usos y costumbres del castellano en la Sierra Gorda de Querétaro durante el siglo XVIII) y los metafóricos (El llano en llamas); los nominales (Anna Karenina), los toponímicos (Nocturno de Chile); pero tal vez nunca llegarán a la concreción y precisión de los bonitos y los feos, que un lector con cierto gusto identifica de inmediato. A lo mejor ese fue siempre mi problema con la academia: no la manía de las clasificaciones, sino la grosera falta de gusto.

, Llevo varios años trabajando en mi propio lorem ipsum para un título: La rebelión de los negros. El título no se me ocurrió a mí. Es un equivalente literario a un condominio (un condemonio) de tiempo compartido. Muchos lo hemos utilizado indistintamente; es, en cuanto a títulos, lo que "Luther Blissett", "Wu Ming" o "Anónimo" son en cuanto a autores: una referencia táctica sin contenido concreto; una maquinaria que cualquiera puede echar a andar. Sospecho que cualquiera sabe de qué se trata La rebelión de los negros, o se puede dar una idea fácilmente.

, Hay que celebrar que en las muchas puntadas pseudo conceptuales de los literatos flojos (ya se vislumbra desde hace tiempo que al gremio cada vez le gusta menos escribir) no se les ha ocurrido todavía titular como "Sin título" un libro. 

, Luego se me ocurre que mi falta de memoria es una tara muy conveniente para no acordarme de cosas sobre las que no quiero opinar, o de gente con la que no quiero tener nada que ver, pero también de títulos de libros en los momentos más inoportunos. A veces me acuerdo de pasajes intrascendentes pero que me movieron algo en la entraña definitivamente; no puedo recordar al autor, la editorial, el año de publicación ni mucho menos el título, pero recuerdo que tenía una flor azul en la portada, o que en alguna parte una chica bajaba las escaleras con gesto de profunda estupefacción.

, Ese rasgo de olvido selectivo podría ser un recurso de lectura divertido. Apunta David Huerta que los lectores se convirtieron en presentadores oficiales de libros, esto es, de títulos, pues en ocasiones eso es lo único que tienen para preparar un comentario. ¿Qué pasaría si un presentador de libros decidiera inventarse el libro (ha ocurrido, me consta) en lugar de leerlo? ¿Y si llevamos el juego al extremo y dejamos de leer para ponernos a inventar lo que va entre tapa y tapa? Finalmente, a los mercadólogos y comerciantes de libros no parece importarles demasiado el grueso de las páginas, sino únicamente las portadas y los títulos (hola, señora loca de Amagrana). No juzgamos un libro por su portada, sino, ay, por su título.

, Imagino que sería un buen comercio el de los títulos: así no tendríamos la decepción de ver títulos hermosos en libros que no les hacen justicia. Podrían pubicarse compendios de los títulos más promisorios de cada temporada y la gente podría hablar a sus anchas de lo que le evocan los títulos que, claro, nadie leería de todas formas. 

, En la preparatoria, mi mejor amigo se ligó a la chica que me gustaba. No me dolió tanto como ver, hace unos años, un poemario de una persona detestable con el mismo título que había estado trabajando yo durante un año o poco más. Lo tengo por ahí, archivado, como la molécula que no puede ocupar el mismo lugar que otra en el mismo espacio.

, "Título" también remite a los títulos nobiliarios, que involucionaron en apellidos, que involucionaron en títulos de propiedad, académicos, financieros, a lo meramente titular del número impreso en las identificaciones oficiales con fotografía, que esperan su momento para fagocitar los nombres de la gente, como contenidos estorbosos e innecesarios (títulos de sujetos) cuando la subjetividad se haya homologado por completo. 

Los libros sin tapas: tremendo título de Felisberto Hernández. A lo mejor por eso mismo podía darse el lujo de títulos genéricos como "Fulano de Tal", o mejor dicho, de elevar lo genérico al grado de título. Un escritor mediocre se propondrá objetivos mediocres, malogrando buenos títulos; pero un escritor fuera de serie como Felisberto puede darse el lujo de un título genérico para una escritura anómala. Como si el título y la escritura misma fueran un mero pretexto para el flujo narrativo; como si lo importante fuera narrar, no titular, rotular, empastar, editar, etc. Simplemente narrar.

,  Narrar y narrar.

lunes, 24 de noviembre de 2014

La psicología del colérico y el rendido / Minuta de conspiración


La ira (odiosa) de Aquiles, con la que da inicio la Ilíada, se vuelve incontenible frente a la pérdida del joven Patroclo, por lo que ejerce una violencia física y simbólica contra el cadáver de Héctor, príncipe de Troya, vejando su cuerpo e impidiendo los ritos sepulcrales, rompiendo así un pacto respetado incluso por los dioses. Pero en vez de procesar nuestra realidad a través del relato de la violencia, podríamos disponer de un poco más de atención para ese episodio donde Aquiles --mientras las lágrimas de un rey le escurren por las manos-- reconoce que no hay derecho más elemental que permitir que un padre entierre a su hijo. El lugar donde la furia se transforma en colaboración.

***

Me desperté pensando lo difícil que es rendirse en realidad. No se puede "no hacer" la acción de rendirse. Uno puede rendirse (Los pichiciegos de Fogwill es la épica del rendido), pero tiene que colaborar con el opresor de alguna forma u otra. No puede "rendirse" y ya, tiene que encarnar su papel de rendido. Y no creo que exista ninguna manera tan definitiva de entregar voluntariamente la voluntad que no permita al menos una brasa de resistencia.

***

Bibliografía anotada durante el café para un texto que no hice o tal vez haré:

* Primo Levi, Si esto es un hombre. Mantenerse humano a fuerza de rituales inútiles, lavarse con agua inmunda si es preciso.

* El Conde de Montecristo. Sentirse en casa en la prisión. Adoptar el discurso del amo. Escape subterráneo (Pichiciegos + los Topos que sacan a los muertos de las ruinas).

* Piglia, El último lector. Retomar artículo de Villoro sobre el gesto del Ché Guevara de corregir la errata del pizarrón de la escuela rural donde murió.

* Calasso. Rastrear el sacrificio. Acordarse del tuit de Ortuño. Señal mítica en el himno nacional, y de iguala la enseña querida. Enseña : 1) mostrar, 2) enseñar, 3) bandera.

* Martínez Rivas, La insurrección solitaria. ¿Quieren una revolución absurda? Pues eso es justo lo que (cada quien en su cabeza) va a tener.

* Jabés, El pequeño libro de la subversión... y Un extranjero con, bajo el brazo...

* Agamben. Lo del poder destituyente. Pensar el acto ético puro desde La comunidad que viene, Lacan y el Gran Otro. Se actúa sin garantías en lo real. La democracia no soluciona lo que la ética no ejerce como derecho.

* Revueltas. Los muros de agua, Sin esperanzas... La desesperanza es el único lugar donde la utopía no sólo sigue siendo imposible, sino que se vuelve, además, indispensable. (Retomar concepto de necesidad como ananké de Agamben, Las bodas de C. y A.)  

* Wajdi Mouawad. Incendies. Difundir la película. Cantar durante la tortura, como Roque Dalton. Lo de Lauri: responsabilidad ética de romper "el hilo del odio" entre las generaciones. La tragedia no es la contienda contra el dios, sino la indiferencia frente al otro (que el dios puede atestiguar o no, presidir o no, atestiguar o no, pero que en último punto es irrelevante). 

* Adonis, Concierto en Jerusalén, memorizarlo.

* Barthes, Mitologías. No existen el contribuyente, el usuario, el hombre de la calle, la tribu urbana, el colectivo, el pueblo, el contingente, el nosotros, el ustedes: todos son avatares de la lucha de clases entre la burguesía y ella misma. Actualizar: el neoliberalismo banaliza la lucha de clases procesándola como violencia. "La única clase es la esclavitud". La clase implica una moral y una estética.

* Agamben: aquello sobre la Gehenna: en el Paraíso, todos se salvan dos veces --por ellos y por su vecino que se condenó. En el Infierno, todos se condenan dos veces, por ellos y por el espacio de la hospitalidad que se debe al otro incluso en el infierno. Gnostic uppercut.

jueves, 23 de octubre de 2014

Formas de arruinar un libro

De camino a la oficina pasé por un tenderete de libros al que se podría decir que soy asiduo, de los que llaman "libros de ocasión" (como si el libro pudiera ser otra cosa que ocasional). Tomé de la sección de rebajas un volumen académico, Huida a la libertad: fugitivos y cimarrones africanos en el Caribe de Alvin O. Thompson, editado por la Unesco, Siglo XXI y la Universidad de Quintana Roo. El tema de los esclavos libertos en América, de un extremo a otro, me ha fascinado durante años (Edgar Khonde sabe por qué), así que empecé a hojear el volumen mientras el tendero se acercaba.

40 años, rubio, ojos azules, barba, un pronunciado defecto del habla. Comenzó a construir el discurso de ventas del librero oportunista, ese que --como el reseñista de libros-- habla de lo que no sabe. En general escucho o finjo escuchar, pero hoy simplemente no estaba de humor.

-No me arruine el libro, le dije.
-Dizculpe, me dijo, como quien acostumbra disculparse aunque no sepa bien por qué. Yo zolamente...

Y luego tuvo lugar un curioso diálogo. Le expliqué que, para mi entender, un libro es como un regalo, pero que no todos los regalos nos corresponden. 

-¿Usted abriría un regalo que no es suyo?

Se quedó pasmado, atornillado en su sitio, defendiéndose incómodamente tras su sonrisa.

-¿O una carta que no es para usted?
-¡No, de ninguna manera...!

Traté de explicarle sin ser excesivamente pedante que lo que a mí me gusta de hojear los libros es saber si son para mí o no, si me corresponden o no. Echar un ojo al índice, detenerse a la mitad de algún capítulo como espiando una conversación ajena, eso es lo que me gusta. 

Luego me dijo que tenía varios libros de la misma colección, lo que de hecho me pareció un dato interesante. Pudimos conversar a respecto de algo que él, en su papel de tendero, efectivamente sabía, aunque como librero dejara mucho que desear; es que el librero debe ser algo así como un psicoanalista: debe escuchar más de lo que habla, e intervenir sólo en casos extremos. Me dejó a solas con el libro y vi que sí, que efectivamente habían un par de páginas de Huida a la libertad: fugitivos y cimarrones africanos en el Caribe que efectivamente me corresponden. 

Cuando trabajaba en la hoy extinta Librería Internacional estuve muchas veces en esa posición. ¿Aventurar comentarios sobre libros que no he leído o sumarme a la pesquisa del probable lector? Pero si el librero ofrece libros como quien ofrece naranjas, el libro se vuelve mercancía, y eso me parece intolerable.

El libro tiene que seducir a su lector, tiene que convencerlo de que vale la pena comprarlo o correr el riesgo de robárselo o de hacerse de él como buenamente pueda. Si la recomendación corre a cargo de un lector, de un amigo o de un crítico cuya opinión toleramos, su comentario puede enriquecer nuestra lectura: puede servir de envoltura, dar cuerpo al misterio, servir de pista para encontrar el libro que nos corresponde. Pero si el comentario lo realiza un mercader, un reseñista o la propia editorial, nuestra lectura queda viciada de antemano, como si leyéramos con un lente ajeno. 

Si el libro no se nos presenta como un destino, probablemente estamos usurpando la lectura de alguien más. O probablemente no y simplemente --es mi caso-- prefiero los libros que me hablan a mí, que pareciera que estaban ahí, esperándome, en una cita que no sé cuándo acordé, pero a la que acudo a tiempo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

10 apuntes sobre la metáfora

1.

En el terreno del lenguaje, la metáfora es un instrumento de medición. Introduce la sospecha de que las cosas no son aprehensibles por sí mismas, sino a través de los reflejos que dejan en otras cosas que, sin embargo, tienen el poder de decirlas.

2.

Hay cosas que sólo pueden verse desenfocando los sentidos: introduciendo la ambigüedad definitoria que particulariza la relación de la percepción con sus objetos en la medida en que cada objeto guarda relación con todos los demás.

3.

¿Qué mide, de qué es indicador la metáfora en tanto instrumento de medición? La organización de una experiencia precisa de la realidad. Su función no es revelar la misteriosa facultad de los objetos para intercambiarse y contagiarse mutuamente sus propiedades, sino que, al establecer una diferencia entre la palabra y la cosa, particulariza la experiencia.

4.

En el origen de la metáfora está la mudanza, que no es sino el olvidado arte de la metamorfosis: aquello que recuerda lo que todavía no es.

5.

La efectividad de las metáforas se basa en la cohesión de sus ingredientes cuando cada uno logra persistir en el otro --y esto es fundamental-- recalcando sus diferencias más que atenuándolas: las nubes al moverse se mueven como rebaños, no como nubes.

6.

Las metáforas sólo revelan algo con respecto a las palabras con las que entendemos el mundo. Es decir que la metáfora sólo es capaz de confesar la íntima relación de las palabras con las palabras. No es una capacidad menor.

7.

La metáfora como revelación: cubrir lo que, en el mismo movimiento, descubre. La metáfora es el casi por el que la cosa misma se presenta.

8.

La literatura es un arte metafórico porque introduce una forma particular de extranjería en el discurso, el cual tiene el poder de recombinar los discursos y reincorporarlos en una nueva política emocional. La metáfora sería el fragmento vertiginoso de sentido que hace colapsar un misterio no para revelarlo, sino para comprender que a partir de cierto punto es irrevelable.

9.

La metáfora es el emisario que nos describe de la forma de un elefante de una tierra misteriosa que nunca hemos visto y que nunca veremos.

10.

La metáfora insinúa organizaciones del sistema del universo que, por la sola presencia de la metáfora, nos parece de pronto un lugar terminado, en el sentido de que se basta a sí mismo

lunes, 17 de febrero de 2014

Solve & Coagula


Según la fluctuación de la economía de la memoria, todo objeto está siempre al borde de ser reliquia y de ser residuo, objeto sagrado y tiliche prescindible, contenedor aurático de la memoria y caja de Pandora. Mudanza es solve: tomar distancia de lo unido, dividir, analizar.

El altar, como la basura, exigen ser implacables con el destino final de los objetos sin destino aparente (o con aquellos que ya lo cumplieron). El objeto sagrado y el objeto basura: registros de la presencia excesiva del objeto. Lo que llamamos cotidianidad podría no ser sino la continua regulación de la presencia excesiva de los objetos, el utilizarlos, el convivir con sus presencias, el leerlos desde Alfred Gell o desde Jean Baudrillard: la experiencia atestigua los cambios en sí misma (el paso del tiempo) tomando como referencia los objetos. 

Pero la condición del libro lo hace un objeto excesivo per se, excesivo por adelantado.

Lo inconsciente es el olvido ritual de la especie; es el exceso que el instinto se encarga de organizar. Pero la autonomía del inconsciente es relativa, o al menos no está exenta de intervención. Cada libro es un mapa fractal de la especie y un territorio encarnado de nuestra memoria emocional: aunque no lo hayamos leído, el libro nos espera con la promesa de un territorio (propio de antemano) aún desconocido; es la sensación de sentir que algo fue escrito justo para nosotros, o leído en el momento oportuno: "el león es oveja digerida", parafraseando a Valéry.

Se trata de un pase mágico, de naturaleza iniciática: dar un lugar en el mundo a un objeto es acomodarlo en el cajón del inconsciente que le corresponde. Coagula: nueva síntesis de lo alejado, unión, alianza, acuerdo de las diferencias.

Guardé mis libros durante dos años en distintos lugares, y hoy los veo por primera vez a todos en un mismo lugar, reunidos como viejos conocidos que tienen amigos en común. La sala es un caos, porque es la sala de espera --el último limbo de los primeros libros. Es especialmente notorio en la economía de los saberes cuando una biblioteca embodegada llega a manos de los libreros: los valores estancados, olvidados o perdidos se resignifican, adquieren nueva luz porque nuevos lectores se topan con esos saberes. Pero es casi tanto como la promesa de una genealogía cuando en vez de dividirse, dos bibliotecas se juntan.

viernes, 4 de octubre de 2013

El lugar correcto

Tengo siempre la sensación de estar en el lugar incorrecto. Tal actitud espontánea es lo contrario a la sabiduría, pienso. Es una actitud que conviene al forajido, al que cree que lo buscan y por lo tanto, anticipándose al detective que ya va tras su pista, deja pistas falsas para construirle un laberinto.

Incluso un laberinto rectilíneo, como el que Scarlach promete a Lönrot.

Curiosamente, estar en el lugar correcto (y sobre todo en el momento correcto) es una actitud que le conviene precisamente al criminal. Tengo para mí que el sabio acepta el lugar que le es dado; acoge, por así decirlo, al presente en la forma en que se presenta, en que el presente se hace presente, y la convivencia con la presencia lo sitúa en un lugar adecuado siempre, sin posibilidad de que se le encuentre in fraganti en el error, pues el error es el punto de partida del sabio, un nuevo comienzo.

Ahí está Sócrates, muy apoltronado y conforme con su pellejo, catando la cicuta, no en el mejor lugar, sino en el que le pertenece tan sólo a él.

El criminal puede ser sabio por un momento, en tanto actúa maximizando la conveniencia de su situación, pero, imposibilitado para volver el presente un lugar permanente, se evade del presente. Vive en subjuntivo, en el dominio de las posibilidades sin realizar, mientras el sabio actualiza, realiza sólo la posibilidad conveniente, sin fatigar inútilmente lo imposible.

Es por eso que la del sabio me parece --de lejos, mientras escapo-- la antípoda de cualquier posición donde pudiera situarme, porque el lugar correcto es siempre el otro, ahí donde no me encuentro --y sobre todo donde no puedo encontrarme, pues mi presencia convierte precisamente mi actitud frente a la situación en un error.

Creo que no siempre fue así. Y en honor a la verdad y la memoria, he tenido momentos --si bien breves y pasajeros-- en que he sentido que estaba justo donde debía estar. Pero en general no. Y estar planeando todos los escapes de todas las situaciones todo el tiempo es absolutamente agotador.

Estar es un arte que, irónicamente, al escapar, se me escapa.

Es justamente esa la posición --la localización, debiera decir-- que conviene al utópico, al que no puede estar precisamente ahí donde está, o el que está donde no puede permanecer, pues aproximarse al lugar imposible, imaginarlo incluso, lo vuelve inhabitable.

martes, 9 de octubre de 2012

De la poesía como un fight club

Este texto apareció originalmente en la página de Mutante

Narrator: When people think you’re dying, they really, really listen to you, instead of just…
Marla Singer: —instead of just waiting for their turn to speak?
Fight Club, (Fincher, 1999.)

, Una lectura de poesía y una misa católica se parecen en que reúnen a un grupo que espera que un tercero, portador temporal de la palabra, se calle.
, La palabra es posible gracias a un tipo de violencia de naturaleza sutil, pero innegable: una cosa, al ser puesta en palabras, de algún modo, es destruida. Lo no dicho, al permanecer oculto, permanece seguro. Hablar equivale a una forma de nacimiento. La palabra parte: divide, hace nacer. Y Dios dijo ‘hágase la luz’.
, Cuando en un lugar se reúnen más de tres personas, aquello solo puede resultar en una eventual conspiración; tal conspiración, según las circunstancias, tomará la forma de una orgía, un golpe de Estado, un complot electoral, una anodina tuitcam. Si las circunstancias son funestas y tenemos a los dioses en contra, el grupo tendrá intenciones artísticas, por lo que el resultado será una revista literaria, una vanguardia artística, una lectura de poemas. Todas, empresas hijas del aburrimiento destinadas a modos más discretos o más olímpicos de fracaso.
, “No me interesa pertenecer a ningún club que me aceptara como miembro”, fue más o menos la frase de Groucho Marx. La escritura no nos pondrá nunca en ese aprieto: un club tan extremadamente selecto no reconocerá nunca a nadie como legítimo miembro; sus verdaderos miembros nunca serán parte de él. Serán miembros fantasmas, si lo prefieren, para utilizar un término anatómico: todo lo más, tratarán de ser un intangible dolor en el cuerpo de la escritura.
, En la vulnerabilidad, nos dice Adriana Cavarero, se negocia el daño o el cuidado de un cuerpo. Al ponernos en contacto con un poema, asumimos el espacio de vulnerabilidad que negociará nuestra protección o nuestra destrucción, sin conocer el resultado previamente. El salto mortal hacia el poema lo hace el lector, a través de la agencia de viajes Ícaro tours.
, El verdadero riesgo de la poesía no consiste tanto en organizar la vida en torno a la escritura tanto como en permanecer disponible para su irrupción. El verdadero riesgo de la poesía, por tanto, es más patente en el lector o el escucha que en el supuesto escritor.
, Un escritor puede ser un impostor, pero un lector siempre es un lector.
, Una lectura con fines literarios no consiste sino en la fatal comparación de soledades colindantes entre los asistentes. Este proceso, a diferencia de la frenética o mesurada actividad verbal en la mesa o el escenario, generalmente presididos por una voz, ocurre en silencio —del modo, imaginemos, como el libro ocurre justamente entre los espacios callados de las palabras.
, Reunido un grupo mayor o menor de gente, algún bravo depone el silencio circundante. Lo que los asistentes escuchan no es el poema, sino el cálculo del tiempo restante para que sea el turno de alguien más para dirigirse al público —esto aplica incluso para aquellos que no escriben y que acaso no escribirán nunca.
, Las voces son un cuerpo.
, La reunión de los asistentes a cualquier tipo de lectura literaria, ese conjunto de subjetividades contingentes, está puesto en el lugar que dejara vacante la vieja fogata de los cavernícolas sabios. Las bacantes, por otro lado, llegan siempre, aún sin confirmar asistencia.
, Escribir es decir lo que alguien que no conoces, a quien no has visto y a quien probablemente nunca verás, no se atreve a decir.
, Lo que los asistentes escuchan no es el poema; lo que les ocurre mientras escuchan puede ser (o no) el poema. Eso, apenas depende del que lee en voz alta; hay un poco más de responsabilidad en el poema, naturalmente, pero la eficacia del poema depende únicamente del lector. Se dice que la mayor influencia literaria de Robert Walser (el Kafka suizo) fueron simples revistas para señoras.
, Si el silencio es el espacio por excelencia de la hospitalidad, el simulacro de silencio que supone la escucha de una lectura es toda la confianza que podemos permitirnos aún, algunos, de que la ciudad no se encuentra enteramente poblada por fantasmas.
, La diferencia entre un grupo de apoyo y un deporte extremo ocurre solamente en esa resbalosa categoría del espíritu: la actitud. Hay monjes zen que se comportan como burócratas y coleccionistas de vajilla que asumen su pasatiempo con la intensidad de una misión dictada por dios mismo.
, Para que esa famosa etimología de “religión” funcione (aquella donde religión deriva del latín religare, re=de nuevo y ligare=unir), es necesario, primero, contar con una escisión fundamental, previa. La ilusión de la “reunión” debe ser precedida por la ilusión de la ruptura. Es mi parecer que durante un slam de poesía, ambos elementos confluyen: algo se rompe, algo se une, pero sólo los asistentes saben de qué se trata.
“It was on the tip of everyone’s tongue. Tyler and I just gave it a name.” 
, En la lectura silenciosa del libro, el libro está puesto en el lugar de una voz ausente. En la lectura en voz alta, no es quien lee o dice de memoria el que está puesto en el lugar de un libro ausente: es la reunión misma de los escuchas lo que garantiza la configuración de un libro ya no ausente, sino imposible del todo, del cuál todos, en parte, participan.
, En ocasiones, parece que el poema fuera un mero pretexto para que una multitud de extraños se reúna para verificar cuánto, sin saberlo, tienen en común.
, El estatuto del que lee en voz alta, por otro lado, se parece al de un ventrílocuo o médium: toda la razón que puede darse de él o ella vendrá de esa presencia inasible que lo habita y que asume, de manera contingente, los rasgos que una voz le presta.
, La voz es el verdadero agente de la religión, entendida como “unión de lo que había permanecido separado”. Difícil, acaso imposible, saber si el que habla es lo roto de nosotros o el agente que une los pedazos fragmentados de una comunidad aún posible.
, Muchos alegatos pueden hacerse a favor y en contra de un slam de poesía: que no se trata de lo que hasta hace poco las academias reconocían como “poesía” verdadera; que es el único tipo de poesía “verdadera”; que los referentes son caducos —que reflejan un mundo que cambió más rápido que la sociedad; que los estilos son endógenos, pobres; que echa mano de lenguajes ajenos a la literatura, evidenciando así las limitaciones de la palabra escrita; que los recursos de la voz son limitados; que la página impresa es el pasado. Esta pelea es vital, y está lejos de resolverse en un sólo round. Como todas las buenas peleas, durarán lo que tengan que durar.

Siempre es tu primera noche en un slam de poesía. Siempre da miedo. Ganar o perder, da lo mismo. La verdadera pelea es frente a uno mismo.

domingo, 22 de abril de 2012

Volver al futuro: apuntes para una revolución anónima

[Esta "conferencia", por así llamarla, fue escrita para participar en un ciclo de poetas jóvenes, por así llamarlos, durante la Feria del Libro de Minería del 2010. Hoy cambiaría toda la introducción, algunos gestos ingenuos, algunas taras demasiado evidentes, algunos embaucos teóricos que, confío, el improbable lector sabrá identificar; suscribiría sin embargo, ahora como entonces, tal vez con la misma inocencia la misma posibilidad de la revolución anónima, esa "insurrección solitaria" de la poesía, que dijo Carlos Martínez Rivas, y que a pesar de los nombres y los colectivos sigue siendo un trabajo escrito, a mi parecer, desde el pronombre personal nadie.]

Si el pasado es todo aquello que se vive y olvida, y el presente un lugar inasible en vertiginosa sucesión de instantes, el futuro es el lugar y el momento de la oportunidad, de la posibilidad; un tiempo y un espacio por esencia inapresables, móvil como un horizonte que desaparece al buscarlo. La condición del futuro es permanecer como expectativa, como lugar de la necesidad siempre aplazada que por su carácter a la vez, inminente y evanescente, no termina de materializarse. El verdadero fantasma es el futuro, pues a él hemos confiado desde antaño literalmente la posibilidad del porvenir. El futuro es el lugar de la esperanza.

Sin embargo, hace unos años el futuro nos alcanzó de improviso. No teníamos coches voladores ni hacíamos viajes espaciales a la velocidad de la luz. Desafiando todo lo que creíamos saber sobre él y todo lo que como esperanza siempre latente proyectábamos en él, el futuro vino a sorprendernos como el desenlace perverso de la modernidad, un lugar sin intenciones, un lugar de relativización de la verdad, un lugar donde el tiempo mismo fue abolido. Para la literatura con la que nosotros, nacidos en las décadas 80 y 90, hemos crecido, esta relativización ha significado olvidar que uno aprende a conjugar los verbos en presente, pasado, futuro y sus variaciones. Para muchos de nosotros, la llegada del futuro implicó aprender a conjugar en un nuevo tiempo gramatical: el tiempo de lo instantáneo, el de la inmediatez sin origen, sin desarrollo, sin consecuencia.

Partiendo de que el tiempo en la llamada posmodernidad –sea lo que sea que eso signifique- ha sido abolido, la relación de la poesía con ese tiempo sin desarrollo, estático pero a la vez trepidante es conflictiva y a la vez extrañamente familiar. Como en la historia del arte en occidente (en el Renacimiento, en los Siglos de Oro, en las Vanguardias históricas), asistimos a una revalorización de los modelos formales de representación artística; sin embargo, me parece notar que en esta siempre reiniciada conversación con el arte del pasado subyace un matiz que puede tornarse perturbador o conciliador (he ahí la relativización de la verdad): el de la puesta en duda del arte mismo para ser garante de la representación afectiva y efectiva de la realidad.

La desconfianza de poetas, artistas plásticos e intelectuales en la delimitación de las disciplinas artísticas como formas expresas de ver el mundo, iniciada a mediados del siglo pasado, nos llega hoy como la ola de un lejano tsunami, con su aluvión de naufragios y desmembramientos. Chicas de preparatoria adoptan como segundos apellidos el del rockstar de moda y el del marqués de Sade; pensamos en Grecia y Roma con la inmediatez de las monografías de primaria y los documentales del Discovery Channel; se pone en duda la castidad de Jesucristo y la de los vicarios de su iglesia, con una siniestra sistematicidad. Y la intervención de nuestro momento histórico frente a esta Historia con mayúsculas no es redescubrir que todo eso ya estaba ahí, sino la conciencia simultánea y perversa de que todo ese pasado convive trabajosamente sin digerir con nuestro presente, pero además, de que el pasado, ése cuento, por verlo operando todos los días, ya nos lo contaron. Me parece que la fórmula profética de Octavio Paz, en nuestro momento histórico adquiere la plenitud de su vigor: Todos los siglos son este presente, y aún, todos los siglos están siendo este presente, incluso los siglos que aún no llegan, pero de los que pareciéramos, en nuestra orgullosa superioridad tecnocrática, tener ya alguna memoria.

Imposible hablar en nuestros días de nacionalismos. ¿El azar de una geografía nos determina como proyecto histórico y político a pesar de que trabajamos en compañías transnacionales, utilizando electrodomésticos japoneses, comprando piratería china, leyendo poetas sudamericanos, escuchando música en todos los idiomas del mundo, apesadumbrados moralmente desde niños por la inimaginable pobreza de África y testificando la pobreza inmediata y brutal de los indígenas que conversan entre sí por las calles de la ciudad, mientras pasamos, en idiomas de los que no tenemos noticia de su existencia? ¿El hecho fortuito a todas luces de haber nacido en este –así llamado- país, implica, para los nuevos poetas, seguir haciendo el mismo poema costumbrista que se viene escribiendo con cien manos distintas desde hace cien años, y permanecer ciegos y sordos a las influencias literarias que nos llegan de Sudamérica, Estados Unidos y Europa, tanto como de la poesía coreana y japonesa, en pos de la supervivencia de un constructo fantasmático y nostálgico que, por falta de otro nombre, llamamos México? No es por cierto nuestra intención, en el año del Bicentenario de las Revoluciones, levantarnos en armas –otra vez- o hacer un llamado público a la histeria colectiva –otra vez- para derrocar un gobierno con el que, como siempre, nos es difícil relacionarnos. Pero ciertos de que el arte en general y la poesía en particular no son actividades inocentes, es decir, ciertos de que un poema es un posicionamiento político frente a la realidad y que tiene la facultad de actuar en ella, la llamada Tercera Revolución Mexicana no ha necesitado manifiestos, ni marchas, ni programas: está actuando hoy, en esta sala, en las calles que nos rodean y en las ciudades de todo el país. 

Es una revolución de la conciencia que no es menos subversiva por no salir echando balazos. Una revolución que consiste en asumir las condiciones de producción del arte sin cuestionamientos hueros a un Estado que no está en posibilidades de ser un verdadero proveedor cultural, un Estado que ante su urgente necesidad de reinventarse no puede sustentar ni dialogar con obras y movimientos artísticos críticos de su presente. Una revolución carroñera, que toma lo que tiene enfrente y lo asume y lo transforma: una calle, un espacio, un bar, una escuela, en ocasiones un centro cultural, con más frecuencia un jardín o un parque, y ese parque infinito (en ambos sentidos, lugar de esparcimiento y arsenal de municiones) del internet como plataforma ubicua y desinteresada. 

Esa revolución que ha tomado pocas prensas pero muchas bandejas de entrada de correo electrónico. Esa revolución que sale poco en la sección de cultura de los periódicos pero es la realidad cotidiana en diferentes espacios públicos de esta ciudad, alimentada por la frenética actividad de artistas y una inusitada variedad de terroristas culturales. Una revolución sin líderes, sin enemigos claros, sin mártires y sin proclamas: una revolución de la actividad diaspórica. Una revolución sin héroes: una revolución anónima.

La poesía de la que queremos platicarles hoy se produce en un contexto como el que sumariamente he intentado exponerles. Hablar de impasses, de estancamientos, de reiteraciones en el contexto de la poesía mexicana más reciente, es hacer acuse de miopía y de una incapacidad soberana para leer el presente desde sus perspectivas más inmediatas. Haría falta discutir mucho más, por supuesto, pero me gustaría plantar aquí la semilla del árbol de la dinamita, la que tal vez vivamos para ver crecer como árbol de fuego: si hay Revolución, y si esa Revolución sirve para algo, ya empezó, está aquí, ustedes son directamente responsables de ella tanto como nosotros y los que ni la sospechan. Tal vez ustedes no lo entiendan, pero a sus hijos les encantará. Los verbos del futuro se conjugarán en yo, tú, él, ella, nosotros, ustedes y nadie.

Ciudad de México, febrero y 2010.

sábado, 17 de marzo de 2012

Resignarse

, En la cabeza del resignado aparecen los primeros rasgos de la desazón, un indudable gesto abatido: el rostro paralelo al suelo, como a punto de tocarlo, los brazos colgando a los lados, sin moverse mientras camina, como mangas de un abrigo mojado, la mirada no perdida, ausente. El resignado puede o no caminar: de todas formas sabe que no va a ninguna parte, o mejor dicho, que no tiene ningún lugar a donde ir. Todo lo que ve lo signa con el monograma de la incertidumbre.

From my rotting bodyflowers shall grow and I am in them and that is eternity. 
Edvard Munch  

, Retoño, retorno. Desde que llegamos a esta casa, veo un árbol podado por el salvaje equipo de obras públicas de la ciudad. El árbol quedó hecho un muñón de ramas. De las gruesas ramas de la jacaranda crecen palitos delgados y finos como dedos, un alfiletero disfrazado de árbol. Desde que llegamos a esta casa comenzaron a salirle retoños pequeñitos en las puntas. Esta mañana, la muchacha araucana también se pintó las uñas de verde, como una muchacha que se disfraza discretamente de árbol.


, El gesto del resignado difiere enormemente del gesto del derrotado; mientras el derrotado puede o no aceptar una derrota que se le presenta como definitiva, el resignado no busca explicación para su derrota. La incertidumbre del resignado no es la incertidumbre del filósofo, la duda fecunda, la pregunta imprudente, la curiosidad infantil; su incertidumbre es la tierra yerma, el monótono mapa del desierto que se le presenta como el grado último de la intemperie. El resignado es el gran optimista: lo acepta todo sin cuestionarlo.

, Resignarse a la cotidianidad, ese signo en movimiento, esa moneda en el aire. Ponerle buena cara a este piso limpio, a este lugar transparente. Falta ordenar los libros, pero quedaron bien, cupieron todos. El librero nuevo soportará --se resignará al peso mudo de los libros cerrados. En esta casa no hay libros en el piso. Hay un pasillo largo que separa (resignifica) el ámbito de lo público y de lo privado; se entra a la pieza como por un túnel. En esta casa hay plantas, hay fruta y hay olor de niña. Prefiero fumar en la ventana viendo el árbol porque me gusta el olor a niña que se impregna a los objetos. Ese olor me gusta más que el olor del tabaco negro, y vaya que me gusta el olor del tabaco negro. Las niñas huelen bien, lo supimos desde siempre. Son suaves, además. Son más ricas que el tabaco negro, por si fuera poco. A veces se cierran sin fisuras, como piedras, y no dicen nada. Las niñas son gente sumamente extraña, pero está bien; me he resignado hace tiempo.  

, Resignar, cambiar de signo. Operar un tipo de violencia semántica que afecte el valor de un signo, que --alquimia-- lo transforme en otro. ¿Sobre el signo? ¿No será más bien una violencia sobre la lectura de ese signo, sobre su codificación? Y en todo caso, ¿qué quedará de lo que fue, del signo previo o del código previo al que ese signo estuvo sometido? ¿Quedará, si algo queda, la ruina del signo, un ante-recuerdo previo a una irrupción resignificadora? ¿Cómo hacer compatible el gesto abatido del resignado con el conquistador, el poderoso de la resignificación?

, Resignarse a la poderosa resignificación de la felicidad. Que dure lo que dure. Ya ni modo.

, En las funerarias, una palabra que circula con tanta facilidad como el café en vasitos de unicel es precisamente "resignación". Los deudos se la recomiendan mutuamente como si fuera un libro o una vitamina saludable. A los más histéricos incluso, se les impone: resígnate, les dicen, como si uno pudiera sencillamente tomar el signo que trae puesto y cambiárselo por otro, como una bufanda vieja que se reemplaza. La resignación mortuoria es también un (re)signo de una convención religiosa. La paradoja es de sobra conocida: el libre albedrío sirve para aceptar libremente esa voluntad divina. Resignado (es decir, asumiendo el signo de una fe que no se lleva bien con los temperamentos inquietos y curiosos), el creyente se aviene a poner sobre su dolor el signo de la obediencia. El que pide consuelo --es el subtexto-- no necesita dudas, necesita instrucciones, un manual para la pena.

, Resignificaciones áuticas: las serpientes que cambian de piel, los tiburones que cambian de dientes, la adolescencia toda, la araucana cuando se pone la pijama, la lluvia en general. Seres que, cambiando, se disfrazan de sí mismos.

, Resignar: mudar de signo. Resignificación: mudanza, maleta de signos, calidad portátil del sentido. Resigno: resignifico: acepto lo mutante, lo que cambia de forma, lo que, para volverse sí mismo debe permanecer en tránsito.

, Yo no me resigno. Yo te estoy perdiendo siempre, infinitamente. Aunque te tuviera te estaría perdiendo. Tan acostumbrado me tienes.




miércoles, 14 de marzo de 2012

El escritor es Nadie: 62 provocaciones sobre la escritura en redes sociales (en 140 caracteres o menos)

[Esta pretende ser la primera conferencia tuiteraria del mundo mundial. Fue dictada a un auditorio de estudiantes durante el XI Encuentro Nacional de Escritores de Tierra Adentro, en la ciudad de Puebla. Se supone que en algún lado se publicaría. Y pues eso.]

Utilizando como punto de partida la estructura de un TimeLine de Twitter (una sucesión de entradas que se actualizan en tiempo real), traté de reproducir la sensación de interés y dispersión que por igual despierta la experiencia de lectura en esta red social. Este formato pretende ser congruente con la estrategia que Twitter presenta como interfaz, tanto de lectura como de escritura. Como suele ocurrir con autores como Tólstoi, Dante, Homero o Cervantes, es más lo que se dice acerca de ellos que lo que se les lee efectivamente; Twitter y otras redes sociales, así como otras tantas interfaces de edición de la personalidad en el universo 2.0 (provocación que espero desarrollar en un futuro próximo), no están ni más ni menos inclinadas a favorecer la creación artística que los medios tradicionales de producción: en tanto tecnología, es decir, en tanto herramienta, todo depende del usuario, del uso. Claro, hay matices, condicionantes, prácticas que necesitan revisarse detenidamente y conforme a casos: hablar de Twitter en general es igual de torpe y parco que hablar de literatura rusa en general. Los puntos que expongo a continuación no son ni mucho menos extensivos, pero pretenden trazar un mapa de coordenadas rizomáticas en torno a la lectura en medios digitales y a la escritura misma que es, en la tablilla sumeria o en la hipermoderna tablilla iPad, siempre su propio basamento, su propio pastiche. Todos los puntos siguientes no están ordenados por ninguna jerarquía, y están conformados en 140 caracteres o menos, por si el (improbable) lector se lo preguntaba.




  1. El libro es otro modo de decir "interfaz". Un libro es un medio interactivo.
  2. La virtualidad del libro, impreso o digital, no está definida por la interfaz.
  3. Un libro impreso, en una biblioteca, es tan virtual y lejano como 20GB de e-books sin leer. 
  4. Temor de que la memoria se pierda en formato electrónico. Rebate: la cultura sobrevivió a pesar del fuego de la biblioteca de Alejandría.
  5. Frente a la absurda pugna que opone medios impresos a digitales como prácticas escriturales contradictorias, apostar por la escritura.
  6. No romper lanzas por el libro impreso ni por el e-book, pero romper todas las necesarias por la escritura.
  7. Escribir en tanto mecanismo performático es elegir una palabra en vez de otra, así como su orden, para promover un sentido posible.
  8. La escritura siempre es virtual, siempre está por ser.
  9. Actualizar: llevar al acto; lo virtual de la escritura implica una elección, un acto que no se consuma, que según Valéry sólo se interrumpe.
  10. Editorializar: elegir.
  11. Twitter implica una función editorial: la creación de una antología o libro vivo, en constante alimentación y modificación.
  12. Más que de escritura, sospecho que el meollo de Twitter es la edición.
  13. Un timeline es un contexto de sentido. Es donde puede ocurrir la escritura colaborativa, los cadáveres exquisitos, los juegos de palabras.
  14. Twitter es al siglo xxi lo que los salones literarios eran al siglo xvii.
  15. Twitter tiene el mayor índice de palindromistas en cualquier red social. [Información no verificada, ni siquiera por wikipedia.]
  16. Twitter como película de contraste que revela al redactor de guarradas, al aforista dormido, al pedante moralino, al pedante a secas.
  17. Merecer “el alto honor de la tipografía” que decía Borges, es una actitud. Publicar en Twitter o hacer libros no hace de nadie un escritor.
  18. Las tecnologías de la información suprimieron (¿fusionaron?) la escritura de la edición: escribir en Twitter es publicar.
  19. Leídos de manera aislada, muchos tuits no tienen sentido: su sentido se conformó por el contexto de un momento.
  20. Perdido el instante, el tuit se perdió. Es cierto, el instante los ha vencido. Pero ha sido un gran instante.
  21. Toda escritura es una posición política. Escribir en Twitter es, entre otras cosas, apostar por una política de la desaparición.
  22. Acaso desaparecer no es sino apostar, en lugar de por la trascendencia, por una más modesta vigencia.
  23. ¿Diferencia del escritor impreso contra el escritor mínimo? Proyecto: espectros temporales, públicos diferentes, carácter (nomádico o no).
  24. Todo acto de lenguaje implica un grado de ficcionalidad. El lenguaje es ficción. Toda palabra comenzó como metáfora, como poema.
  25. Facebook implica una editorialización de la vida privada: seleccionar las partes de nuestra narrativa personal que hacemos públicas.
  26. Oprimir “enviar” ya es publicar un contenido. Con menor o menor fortuna, escribir en Twitter es publicar en Twitter.
  27. Escritores secretos: Fernando Pessoa, Robert Walser, Emily Dickinson, Georg Christoph Lichtenberg.
  28. Asumir que el lector siempre sabe más que el escritor (Borges). Apostar por un tipo de escritura que construya y merezca un mejor lector.
  29. La escritura no es inocente: un evento en Twitter, según la nueva ley promovida por el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, vale por su lejanía con la ficción.
  30. Un Estado que penaliza la libertad de expresión ha perdido la capacidad de proyectarse en el futuro. Mata utopía.
  31. En tiempos de fascismo político, el primer enemigo es la ficción, pues la verdad es cuestión de Estado (¿de Facebook?).
  32. Twitter no es fragmento: un tuit es su ámbito de significación entero.
  33. Twitter es fragmento: piezas de un discurso para armar.
  34. Un escritor “tradicional” con Twitter, no es un escritor de Twitter necesariamente. Suelen, de hecho, ser los más aburridos de leer.
  35. Autopromoción: pena ajena de ser agente de uno mismo en lugar de ser agente de la escritura.
  36. En términos comerciales, el tuit puede ser la muestra gratis para llegar al lector.
  37. La definición de un género literario condiciona y no condiciona la producción y la recepción de una obra.
  38. Obras interesantes, las que problematizan sus condiciones de producción, sus formatos: las que son conscientes de sí mismas.
  39. El tuit es consciente de que un tuit es un tuit es un tuit es un tuit.
  40. A un escritor “tradicional” se le convoca para aparecer en su papel de escritor. Sartre y Zaid están de acuerdo en este punto.
  41. La presencia del escritor es una representación de sí mismo. Un avatar.
  42. El escritor que yo veo, y no sólo en Twitter, sino a secas, es el que desaparece para dejar en su lugar vacío la escritura.
  43. El escritor, si es tal, es Nadie.
  44. Twitter no amenaza las prácticas escriturales ni sociales de la ciudad letrada.
  45. Twitter reproduce los mecanismos de reconocimiento y exclusividad de la ciudad letrada.
  46. Para decirlo pronto, Twitter reproduce las mejores y peores prácticas de la ciudad letrada.
  47. La condición de la literatura, según Terry Eagleton, es el contexto de significación con que el lector recibe una práctica de escritura.
  48. De otro modo: si alguien lee literariamente un texto, es literatura, aunque se oiga un rechinar de dientes al fondo de la sala.
  49. Una cuenta de Twitter existe a través de una línea editorial reconocible, por la cuál otras cuentas la “siguen”, la leen.
  50. No se siguen 100 cuentas, nos suscribimos a 100 líneas editoriales.
  51. Segmentación: es claro que de los millones de cuentas existentes no todas tienen intenciones literarias o culturales.
  52. Según mi modesto cálculo, en español no son más de 1000 o 1500 las que producen contenido original. 
  53. Un retuit pertinente es contenido original.
  54. Yo sigo (leo) a 160 que me parecen, a veces, demasiadas.
  55. La imbricada cortesía del follow y unfollow sólo se conoce estando en Twitter. Estas pueden condicionar prácticas de escritura y lectura.
  56. Twitter: performance de la escritura, abolición de la brecha entre escritura y publicación.
  57. Temor a la masificación de la intimidad. Rebate: importancia desmedida de lo propio. Tus 70 contactos de FB no son propiamente una masa.
  58. Temor a la masificación: tus 5,000 seguidores de Twitter sí conforman una masa, pero tú alimentas su curiosidad, su asombro o su morbo.
  59. Como los lectores de siempre han sabido, todos tenemos derecho a la curiosidad, al asombro y al morbo.
  60. La escritura no necesita consenso ni legitimidad para operar. Una obra problemática es más interesante que la que no duda de sus supuestos.
  61. El procedimiento obedece a la intención de la obra.
  62. Una lanza rota: escribir en Twitter es hacer desaparecer al escritor para que la escritura aparezca. Y luego, naturalmente, se disuelva.
La escritura invisible también tiene lugar.