Tus dedos, mordidos hasta el enrojecimiento, aferran el gastado tapiz del sillón. Estás anclada, y el verbo es preciso. De otro modo estarías a punto de salir volando. Pero te sostienes, casi con furia de los cojines; concentras el peso de tus pies sobre el suelo, muslos temblando por el esfuerzo, evidente en el sudor del rostro y rubor impúdico que ya no puede llamarse inocente. Vibras como un teléfono que no contesta nadie.
Otra ancla, tus dientes sobre tu labio inferior; con fuerza el labio entre los dientes, hasta la sangre. Una ancla más, tus ojos cerrados como cueva de ladrones. Suma de pesos, cada ancla te fija en tu posición: rodillas juntas, vertical la espina, pies y manos en su respectiva discordia. Se diría, preciosa, que te torturara.
Cerda traidora, amenazas con separar las piernas y desnudarte. Callo y te sabes descubierta. Sellas con fuerza los muslos y retomo la palabra. Pero te sabes herida: en el fondo disfrutas el vulgar ayuntamiento de los genitales, el rozamiento fervoroso, los sudores ajenos, las calenturas. Hay viejas costumbres que pesan como enfermedades. El contacto es de las más antiguas. Pero no se trata de una clase de historia, así que te reprendo lo necesario, no más, y sigo leyendo.
El estacato de tus gemidos hace evidente que la sesión terminará pronto. Un último esfuerzo. Rompo el ritmo: mis antes frases breves se descoyuntan y me dejo la sintaxis para después; obsesiva repetición de partes, géneros, números, razas, lugares, en cadenas interminables que me aplazan lo respirable del encadenamiento. Mi tono, antes certero y declarativo, aunque firme, se vuelve una rabia de vocablos, pronombres personales; te penetro los oídos con una retahíla irrefrenable de pájaros, subespecies de cactáceas, la batalla de Stalingrado, la tortuga laúd, el estado de Ohio, misioneros franciscanos del siglo xvi, la ocarina, los verbos transitivos y los intransitivos, claro, que tanto te excitan.
Cuando te estoy vociferando la entrada relativa a la belladona
(...atropabelladonaaligualquelasDaturasolaMandrágoraestasplantashansidoobjetodecreenciasleyendasyfábulasdetodotiposunombrederivadelusodomésticoquehacíanlasdamasitalianasquesefrotabanunfrutodebelladonadebajodelosojosparaquelamujerlucierahermosa…)
el gemido telegráfico gana volumen progresivamente y se rompe en un grito que no por breve y rotundo menos grito, y se abren todos los candados de tu cuerpo y caes de costado, sobre el sillón, jadeando.
La próxima vez dedicaremos horas enteras a esa fantasía que me confesaste sólo después de agotar entera la Enciclopedia Salvat, los tomos que pudimos conseguir de la Britannica y los artículos salteados de la Wikipedia para cuando no hay tiempo, como hoy: ver cuántas páginas del directorio telefónico necesitas oír para venirte cuatro veces. Por lo menos.
venirse 4 veces, pan comido, jajaja no lo demás también me gustó
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