viernes, 1 de octubre de 2010

Tijuanínsula, 1

A Yohanna y Mavi.

En el asiento a mi lado -siempre pido ventanilla- se ha sentado Max, de 8 años. Su madre fracasa discretamente intentando controlarlo. Pienso en bozales: la cabeza me duele hace horas y volar no es mi actividad favorita. Sin ser acrofóbico, soy de los retrógrados que piensa que si los hombres debieran volar tendrían alas. Lapídenme. Con todo, los viajes son siempre emocionantes, y si hay que meterse en una cosa tan impersonal y fea como un avión, sea. 

Viajo a Tijuana para el 5o Encuentro Internacional de Poesía Caracol. Es mi primer encuentro de este tipo y el dolor de cabeza evidencia una obsesión recién descubierta: que me han confundido con otra persona y por eso he sido invitado. No tengo ningún libro publicado, ningún premio de poesía ni cultivo relaciones públicas especialmente políticas con la ciudad letrada. Prefiero no preguntar. Todo lo que sé es que estoy en un avión mirando a lo lejos --aún en tierra-- los fuegos artificiales del 15 de septiembre. Volaremos a media noche, pero con todo no podremos escapar del rito del grito (el ripio se justificará por lo i-rritante, espero) que escuchamos en el sistema de sonido del avión. Ajeno a todo excepto a la pirotecnia, Max inventa los colores del fuego: naranja que se vuelve verde, que se vuelve rojo, que se vuelve hada.

Después del grito, epítome bravío de la dudosa mexicanidad, con ironía involuntaria suena una versión orquestal de la Marsellesa. Pronto la identifico como el soundtrack de Casablanca, donde la preocupación principal, si @vickitoriaegs me permite la grosera reducción, es precisamente el deseo y la imposibilidad de subirse a un avión: cuándo, cómo y con quién son la trama. Yo lo que quisiera es bajar de este avión y correr lejos de Max. Hallo asombroso, con todo, que en un espacio tan restringido, tan acotado, tan lleno de órdenes por todas partes este párvulo encuentre tal variedad de cosas que animen su curiosidad. Hablo un poco con él (odio en general a los niños, pero ellos me encuentran interesante, por alguna razón). Cazamos por la estrecha ventanilla las luces cada vez más intermitentes sobre el cielo de la ciudad y su madre respira entre resignada, apenada y agradecida. Más adelante, cuando Max esté dormido a miles de pies de altura, en un gesto inexplicable su madre lo moverá en distintas posturas como un muñeco articulado, a riesgo de despertarlo. Tal vez así sean las madres: necesitan que les causes problemas para sentirse queridas.

Tormenta eléctrica en el horizonte. 
Pensar "no pensar que voy sobre un enorme imán." 
Pensar "preguntarle a @_manchas_ por la probabilidad de que un avión sirva de pararrayos." 
Pensar "el otro, el que debía venir en vez de mí, por el que me confundieron, recibirá el rayo allá, en tierra, nada lo salvará, como a ese griego..." 
Pensar "pensar en el poema de Gonzalo Rojas que orina a 20,000 pies de altura." 
Pensar "¿quién escribió la noche, yegua saltadora de estrellas?"
Pensar "no pensar". 

Los rayos a la distancia parecen dos soles ancianos discutiendo: cuando uno alza la voz, el otro la alza más. No room for soles putitos. Gritan, vociferan, escupen, hacen aspavientos y el avión tiene voluntad de fuga. El cielo se vuelve callejón sin salida o campo de batalla en medio de un bombardeo. Todo movimiento, todo acción. ¿Mar de mármol, selva? Tiene sus animales salvajes y sus flores venenosas, sin duda, estrellas como pájaros cansados o insectos; luna mordida, fruta rancia que se abandona. Pasa una estrella fugaz, bengala: tregua. El cielo de repente se abre y lo que queda es un rastro de estrella --sabemos que estuvo y eso constituye todo su haber estado. Sabemos que la mayoría de las estrellas son estrellas muertas, por eso las estrellas fugaces nos parecen tan extrañas: además del sol, son las únicas que parecen dar muestras de vida.

Uno no sabe que hacer con esas imágenes. Al ver la estrella fugaz, todavía no sé que recibiré un sms, semanas después de alguien a quien todavía no conozco, compartiéndome una sensación de similar asombro; yo estaré en el metro del DF y ella en Tijuana, donde aterrizamos ya. Estrella fugaz. Vaya imagen cursi, pienso, tratando de conservar cierto cinismo, cierta actitud conveniente para asumir la leyenda de Tijuana. Parece un cerillo raspado, pienso. Ella me escribirá sobre el arcoiris doble. Tampoco sabrá qué hacer con esas imágenes, así que las escribirá.

Escribimos lo que no sabemos para que se sepa, aunque nosotros no lo sepamos.

3 comentarios :

  1. Para que los arcoiris puedan ser subterráneos y las estrellas fugaces recorran un escritorio. Para tener una astronomía más íntima, pues.

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  3. Te leo. Y luego me de pena comentar. *Se va "olvidando" un caramelo* Así.

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