Robert Motherwell |
La interjección "bla" es utilizada en el habla coloquial para recordar la presencia de la palabra: no es la palabra fragmentada propiamente, no es un pedazo, sino algo que hace la voz para recordarse cómo suena, un pie rítmico pero no el verso entero, la oreja sin taza, un estornudo articulado, apenas un manchón de palabra, de algo que podría ser una palabra pero decide no serlo, bajarse del tren de las significaciones y ocupar un espacio negativo en el registro del sentido.
La elección de una elocuente mancha del gran Motherwell para la portada de Bla, de Juan Manuel Portillo (Manosanta, 2016), nos hace comenzar la lectura sin predisponernos a figuraciones forzadas, sin prejuicios, podría decirse, porque nombrar ya es introducir previamente, de avanzada, un juicio, un sentido unívoco a la dirección del palabrar. Así comienza, avanzando a tientas por la interrupción, por el crujido de la página, de la hoja, de la metonimia de bosque, denuncia del árbol que se pre-siente, vitral sin luz, onomatopeya del rumor: blablabla, la dramatización o sobreactuación de un tono puesto en el lugar de un discurso, "figuritas de luz que se filtraban en el duermevela", balbuceos, umbrales.
Ni siquiera en los paisajes aparentemente fotográficos y referenciales de Portillo tiene lugar el discurso: "escuchar el viento a la velocidad del viento" quiere decir eso mismo, dejar que pase un viento sin palabra, con tesitura y temperatura y ruido de viento a cuestas pero sin anteponerle un significado definitivo que limite su correr, ni siquiera uno del espesor de una mariposa; y cuando la densidad se vuelve nombre, "el plomo cae por su propio peso", las balas documentan su rugido fugaz, rápidas como el motivo del viento al que sobreviene un grito, "la amenaza latente, siempre latente/ de que un grito interrumpa esa blancura", pero sin clausurarla del todo: mancha que instala una discontinuidad en el blanco, antesala del manchar, blablido, blablar, "rojo sobre rojo" en la negrura de la palabra que mancha el cuaderno rojo de trabajo, imagino, como estos que yo mismo uso para blablablear desde hace años, para repartir ese recorrido que no puede hacerse de una sola vez, para instalar moradas provisionales de sentido pero sin agotarlo, roadtrip de la luz, postas del camino a la luz de la luna, "la enorme luna roja de solsticio de invierno/ cernida sobre la ciudad", espolvoreada de brillos sin fulgores dramáticos, sin épica, sin punchlines, herida que nace cicatrizada, "la sorda intimidad de la frase" que clausura la posibilidad de la estrofa para no ponerle puertas ni ventanas al viento de la interjección, de la imagen casi ruido, de la palabra que, naciente, se agota, se ablanda, pero incapaz de sobreponerse al ruido circundante, se deja exhalar en la inercia de la voz, pues "en temporada alta más vale andarse por las nubes/ o bajar la voz/ para no interferir en los mensajes."
Cuatro poemas de Bla en Nueva Provenza.
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