viernes, 7 de enero de 2011

Amoroma

El amor estorba. Pone dentro de un paréntesis (pecera) nuestros planes para el tiempo. Soy cínico, me rehúso a creer que hay destino; creo desde hace tiempo que cuando te mueres no hay más, sólo tienes violentamente esta vida, esta percepción y lo que haces con ella. Pero.

Con el amor uno teme la muerte, puede pensarse. La muerte de lo que se ama, el fin de ese atisbo de felicidad posible. ¿No será que se ama debido a la muerte? Creo que es la lección oculta del Fedro platónico: si se ha de aprender a morir, debe aprenderse a rechazar las apariencias en favor de la contemplación de la idea; pero, si se ha de aprender a vivir, ha de aprenderse a contemplar las apariencias en su ser transitorio, en su pasar irremediable. Aceptar pasar.

He estado tan cerca de morir tantas veces que la vida me parece casi un accidente (o un excedente si hubiera destino): hospitales, asaltos, accidentes vehiculares, sobre todo mi cuerpo y su precoz Todstrieb. Por eso mismo podría decir que la muerte no me asusta; me causa curiosidad, muchísima, pero en cuanto a su ser histórico. ¿Cómo moriré? ¿Dolerá? Creo que por eso desconfío de la estabilidad de la vida, de los planes a largo plazo, sin embargo hago cantidad de planes para periodos cortos, cuestión de minutos (moviéndome por las habitaciones con una precisión que imagino digna de un equipo SWAT, sin desperdicio de acciones). Pero divago. Será que me da miedo pensar la muerte de lo que se ama.

Sospecho que Quevedo sospechaba de la continuidad del amor al escribir "polvo serán, mas polvo enamorado." El amor individual termina, sí, pero el amor como puissance es una corriente subterránea mezclada con las turbias aguas del Leteo, "olvidado" de sí, mas persistente.

El amor dura para siempre, pero en sus propios términos que no son los humanos; por eso es fácil confundirlo con la idea de dios. Esa reducción simplista del amor.

Tal vez amamos porque identificamos el momento de coyuntura del yo con esa dialéctica de lo que "mueve su esfera y alegre se goza", que decía Dante, con el accidente en el tiempo de otro yo individual, que al igual que el mío, también pasará. Por eso el "amor" deriva en temprana vejez del ser: agotado de revivir un austero instante de dicha, se resiente con ese inválido yo que ha dejado seco.

El yo se sostiene de las apariencias para confirmar su sospecha de que, tanto yo, no puede morir. Incapaz de imaginarse no siendo, desarrolla infértiles esperanzas de inmortalidad en cada cosa. Eso no es amor. Amor debe parecerse más a morir en cada cosa, es decir, a asumir anticipadamente la imposibilidad del ser eterno de las cosas. Dicho de otro modo, aceptar que las cosas son, y de golpe, que mientras son, se anticipan a su no-serán. Nirvana: dejar. No hay (pecera).

Si el amor, pues, es la muerte, entonces todos, todos los caminos humanos llevan al amor.

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