sábado, 12 de mayo de 2012

Acto y síntoma

1.

Hace un rato escribí: “El único modo de usar las palabras responsablemente es no usándolas”, y pocos minutos después me vino una sordera total del oído izquierdo. No es la primera vez que me pasa. En el 2010 estaba terminando Ordalía y fui a casa de mis padres. Recuerdo perfectamente que estaba en un café escuchando la Novena con mis audífonos enormes; es una pieza de música que he internalizado mejor que muchos otros poemas: en mis sueños veo (la palabra es precisa: no escucho, veo) fragmentos de la Novena en forma de alegorías, de asociaciones, de golpes de asombro. Fue durante la flauta al inicio del cuarto movimiento: uno de los audífonos me traía la voz del tenor, pero la flauta en el otro audífono estaba opaca, empañada, mohína. Esa no era la flauta de la Novena, esa flauta alegre y dulce como un día donde los dioses no existieran. Temí estarme quedando sordo; estaba aquedándome, sin duda, volviendo quedo. Al igual que esta mañana, el oído se revirtió: comenzó a “escuchar hacia adentro” en lugar de recibir la voz de las cosas. La voz: esa cosa con alas que no existe.

2.

Nico me regaló un Android. Había funcionado perfectamente hasta hace unas semanas, cuando comenzó a aparecer un error en la pantalla cuando alguien trataba de llamarme. El mensaje decía que la aplicación phone.android había colapsado, mientras veía cómo vibraba o sonaba sin poder saber quién era, si se trataba de una cuestión de vida o muerte, si eran mis padres o mis amigos los que estaban en una situación desesperada, si eras tú, , llamando sólo para saludar. Luego me di cuenta de que la total disponibilidad en que nos ponen los smartphones (teléfono, mail, Twitter, Facebook, WhatsApp...) me había provocado esa neurosis de disponibilidad, de permanecer contactable a cualquier hora, en cualquier momento. Pero también entendí que se trataba de una trampa: el aparato es la posibilidad de estar disponible, solamente, y hace buen tiempo que yo no estoy disponible en realidad para otra cosa que no sea la escritura. ¿Por qué debemos permanecer disponibles? Entonces vibra, pero ya no lo escucho. He dejado de escuchar, a menos que quiera escuchar. Opongo un acto de sordera a la abrumadora cantidad de información que llega por todas partes; salud mental, hay que establecer un ritmo de disponibilidad, mediar la disponibilidad con aislamiento. Luego de mi teléfono, mi oído también dejó de funcionar.

3.

Cuando he trabajado desde mi casa en ocasiones pasaban días enteros sin hablar con otro ser humano. Todos los días estoy en contacto con los que quiero, pero por escrito. Cuando A. estaba, durante los primeros días me noté un dolor de garganta: no estoy acostumbrado a hablar tanto. Me gusta hablar, me gusta el tren de ritmo de la voz, las conversaciones en contrapunto, en armonía, en ritornello, en improvisación. Probablemente mi conversación más larga la haya tenido con D.G.I., a quien he visto una sola vez en la vida: 14 horas con amplios espectros de silencio mientras caminábamos por la ciudad.

En fin, que el dolor de garganta cuando hablo mucho (mucho ya es más de dos horas) se va tan rápido como llegó. Pero sé que eso es lo que sigue: el martes pasado me comí mis palabras en una lectura dentro del ciclo Encuentro de Poetas Universitarios (whatever that means), organizado por el Seminario de Literatura Mexicana en la UNAM. Supongo que habrá videos pronto, pero el caso es que durante ese acto cancelé mi voz de alguna forma, simbólicamente. Fue el fin del ciclo iniciado en 2009 con varios slams: la Bayoneta se escribió en gran parte dentro de la FFyL.

¿Y si me quedo sin habla un rato, pienso? ¿Y si asumo el síntoma histérico del oído y lo contagio concientemente a otros mecanismos de disponibilidad? ¿A la voz, al sexo, a la mirada? ¿Y si hago de mi cuerpo una política de la indisponibilidad, un ascetismo, una frugalidad de la disponibilidad? Solía decirse que el enfermo es el que está indispuesto. Yo no conozco mi enfermedad, pero estoy lleno de síntomas: mi escritura, mi neurosis, mi parcial y cíclica sordera, tú; síntomas, al final, de una enfermedad de la cuál uno no desea curarse nunca.

4 comentarios :

  1. Quiero aprender de usted la indisponibilidad. Le abrazo.

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  2. yo no leo, pero de vez en cuando aparezco en los créditos.

    lo único que pude hacer el sábado pasado fue no soltar el vaso en tu honor; solo se lo dije a Moni y se encabronó al principio porque no podía yo bailar bien con ella solo con una mano, pero después entendió y ya no la hizo de tos.

    peda, whiskey, agua de jamaica, algo pero nos debemos un intercambio de palabras para aislar demonios, o liberarlos y que nos terminen de consumir.

    abrazo, mano.

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  3. Una enfermedad incurable y perfectamente deseada. La balanza por fin cesó de moverse, misterio resuelto.

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  4. Caray, cuando aprendere que "Con ese pulso de cirujano, debo elegir mis palabras, manejar con delicadeza la nitroglicerina de cada tono y palabra.
    Por culpa de ellas y mal usadas, aun causado un abecedario de cicatrices..."
    Saludos Rayas!

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