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Escribí este pequeño texto hace varios años, y lo publiqué en la página http://espanol.agonia.net; hace poco tuve el agrado de encontrarlo republicado en www.elrincondelhaiku.org, por lo que lo subo nuevamente con algunas anotaciones previas: escribí, digo, sobre el asombro a partir de la lectura de ciertas cartas, inéditas en su momento, de Octavio Paz a esa gran interlocutora que debió ser para él Elena Garro alrededor de 1935, donde a la sazón el poeta contaría 21 años, y de las cuales algunas fueron publicadas en el periódico mexicano El Universal. El enlace donde estaban disponibles estas cartas ha expirado, por desgracia. Para los interesados en ese espacio más o menos desconocido de la vida de Paz los remito a "Las primeras voces del poeta Octavio Paz", de Anthony Stanton, publicado en la colección La Centena.
Escribí, pues, como se hace muchas veces, no para responder la sugerencia de esa imaginación vívida y brillante que tuvo Paz, sino más bien para postergar en mi la sensación de desconocimiento, para vivir más intensamente la duda que es camino irracional, felicidad, cuando parte del asombro. Incluyo al final de mis notas algunos haikú que escribí por esos días, y que vienen a ser una especie de modesta praxis o respuesta, salida en falso seguramente, para lo que en esos raros años, 2006-7, me expliqué como el asombro.
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"(...) No quiero interrogar nada, no quiero saber qué significa. ¡Nos engañamos siempre! Pero quiero vivir en ese mundo apasionado donde pasan tantas cosas, donde el milagro es diario, y están juntas todas las fuerzas de la vida.”
Octavio Paz
¿Cómo empezar a hablar del asombro sin el asombro que ya se guarda como potencia dentro de lo que se ignora?
El asombro es una facultad del hombre, es mitad nuestra y mitad de quién. Está conformado en diferente medida por la sorpresa, el miedo, la curiosidad, la perplejidad y muy pocamente por la conciencia. Digo esto porque al ver la luna cubierta de mandarina acaso no seamos concientes de inmediato de que la luz es la fruta y no el todo inmediato que la razón fúrica destruye como su hambre de cenizas.
Asombro es, creo, el principio más básico de la conciencia. Es la protoconciencia. El mundo está aquí tan cerca, y nos lo perdemos tanto por hablar con el humo de nuestro cerebro, por responderle a la nada con la boca llena de espanto. El mundo se nos revela al entrometerse en nuestra conciencia primitiva y crear ese extrañamiento, como llamaban los formalistas rusos al estado poético, o llámese también ese "desarreglo metódico de los sentidos" donde Rimbaud viviera un par de temporadas.
Al permitirnos (porque el asombro pocas veces forza a nadie) entrar en un estado mental donde nuestros pensamientos están tan cerca de la cuestión de nuestro asombro, que son la cuestión misma y el asombro y todo junto, ocurre que dejamos de ser un poco el nosotros de aquí y ahora, y somos un poco más lo intemporal. Los japoneses tienen una palabrita que me gusta mucho para estos casos. Es la que se usa cuando estás al borde de un lago y miras hacia el fondo y ocurre que justo sale una tortuga, ni muy grande ni muy pequeña, pero es una tortuga donde no tendrías por qué esperarla, y ocurre la tortuga y la mente puede pensar en la cámara, en las asociaciones propias de los asuntos anfibios, ni completamente piedra ni pez propiamente, o en la dudosa llamada a alguien (¿a quién?) para que comparta la visión: pero es tarde, la tortuga regresó a dónde y no la volveremos a ver. Eso, se llama aware, y si pudieramos entender el misterio de esta palabrita en esa lengua misteriosa que es el japonés, al escucharla sabríamos que nos habla de la epifanía fugaz, momentánea, instantánea, que ya ha sido mientras pensábamos en ella.
Aware es observar el eclipse de la belleza. Para mí es un poco también la impotencia de no poder preservar esa belleza, pero una impotencia gosoza, porque es algo que se da raramente, que no se busca, sino que se encuentra sin buscar. Una donación, que es como dice la Zambrano que se le da el ser al poeta. Aletheia: estrella fugaz, y las ideas alrededor de la estrella fugaz. Es una gracia, pues nos es dada sin pedirla; se parece al tiempo, a la felicidad, y sólo puede experimentarse un instante, aunque sea algo que el universo preparó por eones: extraña orquídea del presente, que se marchita con sólo pensarla.
Creo que este sentimiento es motor de nuestra convivencia con el arte. Buscamos mediante obras eternizar lo que por esencia es fugaz. Pero también creo que tiene que ver con ese estado de deuda que se tiene después de la belleza. Parece como si hubieramos robado algo del mundo, con sólo verlo. Tal vez también se escriba por retribución, por saldar esa deuda con la belleza, herida que nunca cierra y que no queremos que cierre. Herida: fuente.
Siete haikú
Luna
Pequeña luna ahogada:
niña muerta que
regresa la mirada.
Otoño
Pasa de largo el viento.
El árbol seco
otoñece de frío.
Pesquisa
rueda la bicicleta
va sonámbula
corre el niño tras ella
Cumpleaños
Duerme el fuego un instante.
Se te va el alma
en soplarle a las velas.
Ciempiés
Venenoso ciempiés:
tren subterráneo,
costal de zapatillas.
Encuentro
a Octavio Paz
Besándome los pasos
entras desnuda
y es enorme la noche.
Superstición
Da un salto negro el gato
de la pared
al fondo del misterio.
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