martes, 4 de septiembre de 2012

Los hospitalarios

a la Andrea,
cómo no

En lugar de asumir dudosas
confidencias de mapa,
volverse territorio
para dejarse recorrer.

Que el cuerpo sea
una etapa en tránsito,
una posta para el que viaja,
posta móvil, naturalmente,
como un planeta
que vuelve el rostro
muy despacio.

Lo primero será respirar,
siempre respirar
como inaugurando el aire,
bestia pura
recién inventada.
El que se desboca
amanece sin dientes.

Luego,
todo lo más,
volverse
infinitamente
huésped.

Dar sea darse.

Que no turista: viajero
que deje
las coreografías parcelarias,
las visitas anatómicas
con mapa, cronómetro,
brújula y clepsidra
para pulir
como orando
y horadando,
reloj sin horas,
con su cuerpo
los tiernos huesos tendidos
como en un simulacro
sepulcral:

imaginar

que lo que los antiguos
llamaban
alma

está /inserto
/oculto
/prendado
/evidenciado
/dormido

o esperando
en algún miembro
poco frecuentado
o zona neutra
que por común

(estoy pensando en la humildad
de una pareja de rodillas)

por no tener el prestigio exótico
del sexo invisibilizado
de los maniquíes

se da por sentado:

de lo que se trata
es de habitar
una alameda de tendones
como cables de alta tensión,
el barco hundido del costillar,
las cuencas de la clavícula,
granja de ninfas,

donde el etcétera
del inventario
sea trabajo de los belfos:

barrer la hermosura toda,
habitarla sin evidencia,

conocerla de memoria
y como si no se la hubiera
tocado nunca
como un océano
como la palabra sol,
como deriva de cuerpos,

naufragio,
el cuerpo como isla
a punto de inventarse.

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