sábado, 7 de mayo de 2011

El agua fría

1.


¿Qué parte de la memoria utilizan los sueños? ¿Por qué es tan difícil recobrarlos? 


Nada pude aprender de neurociencia en mi breve paso por la escuela de psicología: nada entendí, no quise abrir ratones. Pero imagino que cuando se sueña, el líquido de la experiencia se echa sobre la hoja de la conciencia y forma una escritura, una especie de escritura de la pura conciencia, es decir, del saberse viendo. La maestra de piano del piso de arriba lleva toda la mañana ensayando no sé qué sonata, ni de quién, pero me gusta porque es melancólica y dramática, aunque muy inteligente. La sonata, por supuesto, no la vecina, que es una española imbécil. Imagino que así funcionan los sueños; que dejan el mismo rastro en la memoria que ese sabor de la música, una sola sensación de tránsito, de que algo pasa o ha pasado, pero no del qué. Los sueños nos afectan pero no podemos guardar memoria de ellos; casi nunca dejan evidencias. La vida es puro hacer huellas, pero los sueños no. Ese aspecto narrativo me interesa mucho: es ejercicio de narradores contar los sueños rápidamente, antes de que desaparezcan, o hacerse modos de retrasar el olvido, técnicas para que las imágenes no se apaguen, captar la luz todavía cuando el sólo pabilo de la vela guarda un restito de luz, un puntito. Recuerdan los sueños y los ordenan, y no importa demasiado si el sueño no es transcrito con precisión (nadar sabe su llama el agua fría): escribirlos es ya otro modo del sueño, la literatura. Leer es una alucinación dirigida, un fantasear las fantasías de otros. Un soñar despierto, claro. Y escribir será soñar los sueños que otros soñarán.


2.


Hace dos noches soñé que Nancy caminaba sobre la Muralla China (le conté la historia de Marina Abramovic, de su separación); iba caminando y de repente cada ladrillo, cada bloque de piedra comenzaba a temblar --así como Ovidio describe el miedo, como un soplo breve sobre la superficie del té. Cada ladrillo y cada piedra de la Muralla China se volvían verdes, su temblor se transformaba en respiración: se volvían escamas. Nancy llegaba al final de la muralla; 


ahí ondeabanderas rojas.


Las banderas no ondeaban al viento: era la velocidad, iban volando.


No eran banderas, eran las crestas del dragón.


3.


Anoche soñé que Yax Kin y yo íbamos a un circo a cielo abierto. ¿Circo? Pudo ser un corral de comedias, pero sé que era un circo porque estaba lleno de payasos de metal, hombres bocina, androides haciéndose bromas con sierras eléctricas. Se dice que en sueños no podemos ver nunca la fuente de la luz, y que podemos saber que soñamos porque no hay focos y el sol no es visible. Esto, por lo menos anoche, fue mentira. La escena estaba alumbrada por un sol verde: era una luz fría que recortaba nítidamente los perfiles de metal, las manos brillantes e imantadas, casi el griterío y un toro sobre brasas: el humo de su grasa subía y alimentaba el sol verde. Llegaba Rojo, mi querido hermanito, y cantábamos una canción que todos sabíamos mientras un dios existía en silencio.


4.


Los recuerdos de la infancia van tomando textura de sueños conforme pasa el tiempo. Nos vemos en una luz así de brumosa --y es poco probable que alguien recuerde un foco o un sol visto a los 4 o 5 años. Recordamos en todo caso la luz, el beneficio de la luz. "¡Más luz!", que decía Goethe justo antes de volverse él mismo recuerdo. Me recuerdo transformándome siempre, cuando niño. Nunca fui niño. Imaginaba complicadas interfaces para mediar la realidad, muchos años antes de ver mi primera computadora. Inventaba complicados sistemas para recordar: intentaba guardar la memoria precisa del perro de las 2:15, para no confundirlo con el perro de las 2:17; claro, cuando leí al Funes de Borges, muchos años después, me quedó más clara la zozobra de esa imposibilidad, y la tortura que significaría una memoria total, quirúrgica. Pero entonces era un juego --un juego en que se me iba la vida. Intentaba ser otros debido a la intuición de que si era muchos y no sólo Javier Raya, un niño cualquiera, podría utilizar la memoria acumulada de muchos seres. Si me volvía, por ejemplo, dinosaurio, sabría cómo cazar, cómo esconderme, cómo acechar tigres y alimentarme de su carne; si me volvía vaquero, nadie me podría amenazar con una pistola: mi mano se fundiría con una pistola y mis balas abatirían cualquier atacante, balas disparadas de mis dedos que serían cañones. Y si me volvía, por ejemplo, piedra, podría tener la memoria aguda de la piedra, cambiar imperceptiblemente junto al mundo, permitir que la corriente del tiempo como un río tallara mis bordes, me llevara lejos, al fondo de un lago --o al mar: oui, la mère-- para no tener que estar presente cuando mis padres murieran, cuando mi hermano muriera, cuando mis hijos murieran. Sí, Simic: I am happy to be a stone.


5.


Rojas, querido niño, por culpa de nadie habrá llorado esa piedra. Te vi anoche también, Gonzalo. Íbas en un tren bala y me estabas describiendo el ruido huidobriano de las multitudes que vibran en la superficie del mar, repetías ese poema de Vicente que te sabes de memoria. Me decías de las aguas entrechocadas como los hombros de la multitud y tu rostro no se reflejaba en la ventana del tren, por eso le dije a la mesera (aunque yo no sé si hay meseras en los trenes, Gonzalo, entiéndeme que soy tímido y salgo muy poco, pero qué van a haber meseras en los trenes, si aquí nunca hubo trenes) que nos trajera más vino y que no te despertara, que no te recordara que te has vuelto infinitamente pequeño, que al despertarme yo se quedaran en mis oídos tus palabras: recordar que el sol es la única semilla.


6.


Madre decía que los viejos "recordaban" cuando despertaban; es decir, que el acto de levantarse era "recordar", volver en sí también, después de un desmayo. ¿Cómo voy a recordarme yo si yo nunca me acuerdo de nada? No me sé un sólo poema de memoria, aunque una vez, en una dolorosa intervención de emergencia, donde los galenos acordaron sin consultarme que la anestesia era prescindible, digo, recordé unos versos --es decir, desperté a esos versos. Los versos decían


Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
ora su afán ansioso lisonjera.


Mas no desotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama lagua fría
y perder el respeto a ley severa.


Dolor y dolor. Mi cuerpo era un grumo de dolor mientras me destrozaban la carne. Me pregunté si mi llama también sabría perder el respeto a ley severa, si podría remontar el Caronte a nado (me imaginé fuerte, hecho un Byron en los Dardanelos nadando entre demonios, no así, hecho un cuajo, un escupo sangriento) y regresar. ¿Regresar a qué? ¿A quién? Los tercetos, recuerda los tercetos. ¿Dónde van las comas, dónde va la cesura? Y entonces dolía más. Los tercetos, Raya, acuérdate de los tercetos. Alma, venas, médulas --no, "medülas". Tres: como tres disparos: almablablabláblabláblabláblablábla. Los acentos están raros, qué cosa. Pero así no va el poema. Así se oye. Pero así no va. Make it new. Cuerpo e infinitamente cuerpo, el cuerpo es la parte visible del alma, Blake, ¿no es cierto? Envíame tu tigre burning bright para que me ayude a recordar los putos tercetos. Entiéndeme: no sé rezar y me estoy muriendo.


Almaquien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego andado
Medúlas que han gloriosamente ardido...


Quevedo, qué desmadre de acentos. No, nada doctor, nada, nadar sabe mi llama, doctor, no se apure, no siento ya nada del alma para abajo. Qué desmadre de acentos. Pero qué bonito. El último terceto no se me va a olvidar nunca.


Su cuerpo dejará no su cuidado,
serán ceniza mas tendrá sentido:
polvo serán, mas polvo enamorado.


7.


Lo normal es la sangre. Es lo más natural de todo. Quisiera no tener tanta memoria para no guardar tanta sangre. Mi memoria es la memoria de la sangre, no de la dudosa genealogía de la especie, sino de la mía. Estoy hervido de cicatrices, doctor, ¿y quiere añadir otra? ¿Como si tallara su nombre en un árbol? Sea, doctor, más luz, entonces, tráigase su cuchillo y sáqueme algo, hará un bello tajo: Tajo donde nadan precisamente las cenizas del poeta Francisco Cervantes, ¿sabe? Es un río en Portugal. Sí, lo conozco por fotos solamente, no salgo mucho, no es que me dé miedo, nada más confío en que el Tajo está ahí, no tengo que ir a verlo, me gusta que el Tajo esté donde está. Lord Byron también cruzó a nado el Tajo, ¿sabe? 


¿Las cenizas tendrán memoria, doctor? ¿Cervantes recordará los poemas de Pessoa que tradujo, ahí, sumido entre dos aguas, el agua fría del Tajo y el agua de la memoria? ¿Se habrá vuelto ceniza densa, piedra, en el fondo del agua del Tajo, doctor? ¿De lagua fría


Si viene la muerte, doctor, enfermera, no le abran, 


díganle que regreso en media hora 
y si insiste que ya no regresaré


.

2 comentarios :

  1. Su ausencia virtual me tenía preocupada. Siempre lo leo. Cuídese mucho. Me gustó mucho este texto, aún y su contexto trágico. Un fuerte abrazo.

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  2. lo de la memoria aguda de la pieda conduce bien ese hilo, gústame

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