lunes, 19 de diciembre de 2011

Alegato portátil contra la Navidad

‎Celebramos el ritual de Papá Noel porque nuestros hijos (se supone que) creen en él y no queremos decepcionarlos; y ellos fingen creer para no desilusionar nuestra creencia en su ingenuidad (y para recibir regalos, por supuesto.) -Slavoj Žižek. 


El contexto de la cita anterior es el sujet supposé savoir de Lacan, pero en el contexto navideño se deducen varias cosas. Para apuntar sólo unas pocas: la Navidad es un juego perverso, mas necesario, de engaños, en el modo formal en que el sexo lo es (todos lo practicamos pero nadie lo dice abiertamente). 


La utilidad de la apariencia es la de mantener la continuidad de la textura de la realidad: hacemos "como si" todos participáramos de ese conocimiento no aprendido porque ello fundamenta nuestra pertenencia a la sociedad y no querríamos "decepcionar a todos" haciéndoles ver que sabemos "la verdad". Se dice que no es paranoia si te persiguen en realidad; del mismo modo, participar de lo social es ser cómplice de las estrategias de ocultación de lo social dentro de sí mismo, o dicho de otra forma, de un secreto que nadie confiesa. Lo maravilloso es que no hay secreto, todos lo sabemos, pero hacemos como si lo hubiera por el bien de lo social.


Por otro lado, ya en pleno terreno navideño, la cita anterior implica que el lazo "familiar-natural" que la Navidad volvería sólo más evidente, no es sino una treta que remarca involuntariamente la inexistencia de tal vínculo. Es decir: si en realidad amáramos a nuestra familia y amigos no tendríamos necesidad de una "fecha especial" para recordárnoslo o para expresarlo. Es algo que simplemente haríamos. Es porque no los amamos, o para "purgar", en la lógica cristiana del pecado, el hecho de que hemos pensado que nuestra familia y amigos son gente que puede lastimarnos (o que en el fondo odiamos), que la Navidad funciona como un catalizador de la culpa. Uno tremendamente efectivo. 


El regalo no es sino la culpa materializada. El verdadero regalo es aquel que precisamente es ajeno a su valor de uso, dicho de otro modo, el que se da porque sí, porque es ofrenda puesta en el lugar de un sentimiento legítimo. El verdadero regalo es un dar que no espera nada, no un vulgar "intercambio" como los que se acostumbran en estas fechas. En ellos, damos no porque queramos dar, e incluso ni siquiera para recibir, sino para participar de esa estructura que fundamenta la sensación de comunidad y pertenencia. Otra avatar de la treta del intercambio es que, en una de sus modalidades burocráticas más perversas, uno hace del otro sólo el medio de su propio deseo: les decimos qué regalarnos. Con todo, este tipo de intercambio es más legítimo, porque no presupone que la gente se conozca tan bien como para saber qué le gustaría recibir, y no los pone en el aprieto de tener que aceptar que, al final, el otro --de nuestra familia, de nuestro trabajo-- permanece como total desconocido para nosotros.


La Navidad es un secuestro y un chantaje emocional comunal del que todos participamos por el bien de la convivencia, una alucinación colectiva tremendamente efectiva que se pone en el lugar de un vínculo y una solidaridad vacía -- porque si no, la sociedad se viene abajo bajo el peso de la verdad: que estamos ulteriormente solos. Por lo menos, hasta que el humano se manifieste, demuestre lo contrario sin ser "forzado a ello". Es decir, no hay mérito en querer a alguien cuando es el momento de que "todos nos queramos." Eso es trampa. Querer a otro, manifestar afecto cuando en realidad los odiamos, a pesar de que nos hayan lastimado o cuando merecerían todo nuestro desprecio sería una forma de crear una comunidad verdadera, a mi parecer, tan necesaria en estos días. 


Felices fiestas.

2 comentarios :

  1. En mi caso, la cena de navidad es prácticamente igual a cada momento en que la familia se encuentra reunida. Gracias por este punto de vista.

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