miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cobrar

, Lo primero que aparece es una cobra, una serpiente coronada. En la noche de la etimología, un cazador se comporta como una cobra: no basta acechar ni tener determinación para matar a la presa, también hay que recobrarla, recibirla. La cobra tiene --según los documentales sobre cobras-- la cortesía de prevenir a su presa, de informarle con su cuerpo que será asesinada muy pronto; la presa puede o no darse cuenta de que su suerte está echada, puede tratar de escapar o puede agradecer el suave siseo de la serpiente, la mariposa mortal que se abre en el pecho de la cobra, puede entregarse; puede cobrar su muerte en la entrega.

, En Duck Hunt para NES encontramos el primer perro cazador digital, el perro de cobranza. Los cazadores hablan del cobro que efectúan sus perros cuando encuentran a la presa entre arbustos o entre lagos en el caso de patos y aves silvestres. De nada sirve la precisión del cazador sin el cobro correspondiente. Se antoja pensar que la caza sin el cobro no es diferente de la vulgaridad del asesinato. Aunque no comparto la supuesta "nobleza" en el gusto por la caza deportiva, puedo apreciar que en el origen el cobro es el que establece la diferencia entre cazar y matar. El que mata en defensa propia no cobra una víctima, pero tal vez cobra su propia vida, la vida del que mata, al matar al otro: “proteger” es aquí el sentido de la violencia, pero no hay un cobro; la caza, en cambio, necesita del cobro, no hay participación en el rito de muerte en términos de igualdad con la presa: se le acecha, se le acorrala, se le mata, pero necesariamente se cobra, es decir, se recoge el “premio”, el sueldo, el saldo de la cacería. He aquí también el sentido del trofeo de caza, de la exhibición de las cabezas de los animales que el cazador ha cobrado.

, La -por llamarla con su ominoso nombre oficial- "guerra contra el narco" no es una guerra: es una carnicería disfrazada de cacería. El gobierno quiere cazar a los delincuentes, mostrar sus cabezas en picas televisivas, exhibir delincuentes como se exhibe un marlín o la cabeza de un búfalo de aguas. Calderón precisa demostrar una superioridad en términos violentos, los únicos con los que --a su pacato modo de ver-- puede negociar con el crimen organizado. Esto no es una guerra contra el narco, es una conversación entre criminales: una conversación cuyos únicos interlocutores son ellos. ¿Pero quiénes son “ellos”?

, El "ellos" y "nosotros" son los pronombres implícitos en toda política pública. Está el Estado (un ellos que presuntamente formamos nosotros) y están los criminales (una parte apócrifa del nosotros, un ellos que debe ser perseguido en protección del nosotros.) Pero, a diferencia del relato oficial, el Estado mexicano no es ese nosotros supuesto que persigue al ellos criminalizado: crimen organizado y fuerzas de seguridad del Estado conforman un mismo ellos amenazador que ha cobrado miles de víctimas inocentes. ¿Pero las han cobrado en realidad? ¿Cuál es el estatuto de víctima de los muertos si les está negada incluso la más vana dignidad del número, del reconocimiento de la cifra de una ausencia (pues en el relato oficial, los muertos siempre son menos que los que se publican en los medios)? ¿O será que durante el último sexenio, como nos quieren hacer creer ellos, efectivamente se han abatido a 60 mil criminales en las calles del país, como presas de una operación coordinada eficientemente por el Estado? ¿O será que lo que cambia no es el estatuto de víctima, sino el del criminal, a saber, que se es criminal por colocar el propio cuerpo, sin querer, en la trayectoria de las balas? ¿Será que en México uno se vuelve criminal automáticamente al ser asesinado violentamente? ¿La muerte es el estatuto que, en el marco legal, funge como evidencia de la criminalidad? Pero los muertos que no tienen voz callan con todas sus fuerzas. La venganza, dicen, se cobra.

, En el errático aparato semántico del Estado, "víctima" es otro nombre para "daño colateral". Quien ha vivido en México durante estos años no podrá --es su obligación-- olvidar esta ominosa construcción del presidente de la república para referirse a las víctimas: “daños colaterales”. Vayamos por partes (el descuartizamiento, ya se sabe, es la figura privilegiada de la criminalidad, su mayor evidencia, la composición de un fragmento a partir de un cuerpo): "daño colateral" querría implicar un daño efectuado sin dolo, sin premeditación, inconscientemente --en su sentido más lato, no psicoanalítico--. Esta falta de conciencia, mal que nos pese, podría sostenerse teóricamente cuando los esfuerzos correctamente dirigidos del Estado en contra del crimen organizado rebasaran la capacidad de planeación de quienes los ejecutan. La zona semántica en que "daños colaterales" se convierte en eufemismo (en el decir agradablemente una verdad incómoda) es la misma donde esta "lateralidad" se ve rebasada: como si el daño que el Estado ejerce legalmente contra los cuerpos de los criminales (tratándolos como presas) desbordara sus propias intenciones y extendiera el daño también a los cuerpos que están más allá de esa lateralidad que conforma la zona donde el daño que produce el Estado para “protegernos”. Co-lateral es, en este sentido, una extensión obscena, excesiva, de la zona donde el Estado podría producir daño efectivamente. Es el exceso en las funciones del Estado cuya ciega y mal dirigida intención se desborda y rebasa su zona legítima de influencia (dentro de la definición del Estado como el único detentador autorizado de la violencia) destruyendo lo que debería proteger.

El problema está en que esa ostentación de la fuerza del Estado, de esa inconsciencia que el Estado pretende hacer pasar por fuerza, es la fuerza que escapa al control mismo del Estado. Con todo, el ejército sigue gozando de notable aceptación: siguen siendo la parte del Estado que custodia el nosotros de los "buenos", en el que cada ciudadano se incluye inconscientemente (ahora sí en sentido psicoanalítico.) El Estado es sólo tan cazador como lo es el operador de un rastro matando reses. Esto no es una guerra, es una masacre cuyos efectos excesivos se manifiestan ya no colateralmente, ya no como excepción, sino como la condición misma del conflicto.

, El Estado, a pocos meses de la salida de Felipe Calderón del poder ejecutivo, comienza a tomar cada vez más la forma de un ellos en donde la población deja de sentirse representada. Basta escuchar las protestas públicas en cada ciudad del país contra la imposición de Enrique Peña Nieto. Basta escuchar el otro espectro de la población que desconfía legítimamente del financiamiento de Morena y de AMLO, de su forma de hacer política, diciendo que tiene pruebas de las que carece --y que, pésenos otra vez, muchos quisiéramos ver. Hoy el nosotros de la ciudadanía también se fragmenta en oposición a la clase política, que se cohesiona sobre sí misma. Pero esa fragmentación puede tener efectos benéficos: implica un nuevo pacto social de la ciudadanía para consigo misma, como un nosotros cada vez más politizado, con mayor participación en la vida pública de sus comunidades.

Si la "clase política" ha sido un ellos aparte desde hace décadas, ese ellos ahonda su diferencia con cada incoherencia entre los procesos de comunicación y lo que nosostros percibimos como real. Prueba de ello será la fiesta de spots, autocelebraciones y autohomenajes que el presidente de la República celebrará para sí mismo en los meses que le quedan en el cargo. Pero esa zona de incoherencia puede ser reapropiada: a la manera en que las pirámides de Gizeh (tumbas, memoriales de los muertos) se convierten en atracción turística, primero para Napoleón Bonaparte, luego para los viajeros del XIX y ahora para los recién casados que las visitan, la Estela de Luz en el Paseo de la Reforma pasará de ser un objeto que nace como una atracción turística a ser un memorial para los muertos, una enorme tumba que será reapropiada en la memoria de sus visitantes. La lucha de muchos de nosotros será por la memoria, por la de no olvidar que ese gesto arquitectónico fue realizado con enorme dispendio del erario público y con un propósito propagandístico. Esa no será nuestra venganza, sino un acto de justicia: restablecer en la memoria lo que la realidad de ellos pretende enmascarar. El verdadero monumento de este sexenio será el mausoleo de la memoria.

1 comentario :

  1. Gracias por haber escrito esto, por general pensamiento, por darnos herramientas para comprender. Le abrazo.

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