Ustedes
lo que desearían de mí es una ponencia sobre los soportes no
convencionales de la literatura. Pero no la tendréis. De mí, no la
tendréis.
Convención:
una palabra ya de suyo problemática. Palabra Virgilio que nos
llevará, que nos trajo ya. Convención es convenir, es el espacio de
la conveniencia y, evidentemente, del encuentro. Estamos, se me
informa, en un encuentro nacional de jóvenes escritores en
Monterrey. Yo ya soy de aquí, puedo convenir que soy local, me he
perdido ya por sus calles larguísimas, he recorrido los senderos
peatonales y los he hallado repetitivos y los he injuriado y los he
encontrado amargos. Monterrey, las Vegas de México: en el espacio de
un corto perímetro podemos encontrar un canal veneciano, una arcada
de principios del siglo xx y un campo de concentración. Selección
natural, exotismo, colonizaciones mínimas, los gestos a los que la
ciudad te obliga a convenir son los propios del secuestro, de la
reclusión y la concentración; se sabe que es fácil encontrarnos
por la calle con todas las balas perdidas.
En la arcada Monterrey podemos encontrar que el centro de negocios en el que al que hoy hemos sido convocados nos contiene como un aparador pequeño, mínimo realmente, dentro de la oferta de bienes y servicios que pregona. Si Walter Benjamin caminara por los pasillos de Cintermex encontraría esa procesión de arcos que le parecía tan interesante, y que en su inconexión, en su independencia, forman la estructura de sentido con la que el autor escribió su Arcadas. Tenemos por ejemplo tiendas rarísimas que venden fotos de barcos, otras que venden helados, otras que exponen acero. Máquinas que hacen máquinas se ven por todas partes, eso no es nuevo. Maquinarias ilimitadas a su vez del libro, porque el centro de negocios alberga también la feria del libro, una máquina de libros de la cual nosotros, en esta sala, formamos un pequeño capítulo, una máquina de monedas que da libros. Incluso he visto, medio escondido y sumamente discreto, un pequeño stand invisible que corresponde a la literatura ninja, del que hablaré en otra ocasión. Se me ocurre, viéndonos aquí, modositos y bien peinados, ya desayunados y con nuestros papeles en la mano, que formamos el capítulo más convencional, que integramos el soporte más insoportable de la literatura.
Lógica
de tienda departamental: el que no enseña no vende.
Mi
querido Alan Mills me contó una vez que cuando salió su libro
Síncopes
en Guatemala, no sin astucia, el tecnopoeta chamán se encargó de
colocarlo en la sección correspondiente a novela en las librerías,
en lugar de colocarlo en la desértica sección de poesía, donde, se
sabe, cualquier cosa pasa inadvertida. El resultado fue un tremendo
éxito de ventas, pues el mínimo gesto de anaquel de Mills afectó
la práctica de lectura que su libro determinaba. Leer, pues,
poemarios como novelas, novelas como ensayos, ensayos como paseos por
el bosque en Heidegger o como un recorrido por tiendas
departamentales con Benjamin, leer tiendas departamentales como
libros, no para producir un diagnóstico de la cultura que nos
cataloga como vecinos de una competencia de hombres fuertes y mujeres
en bikinis, sino para desconvencionalizar nuestra posición dentro de
esa misma cultura. Para no jugar ese juego. Que no quepa duda,
estamos en este cuarto pequeño como los conspiradores que hacen sus
pequeños planes a la sombra, en el closet de la casa, como el cuarto
de aquel chofer de Un
mundo para Julius
donde el tesoro es una caja de galletas con unos pocos billetes
sucios. Somos un encuentro de escitores metidos en el closet de la
casa de la condesa quien, como se sabe, sale del palacio puntualmente
a las cinco de la tarde.
Noten que hemos sido concentrados, a la manera de un equipo de futbol, en un hotel dispuesto estratégicamente lejos de lo que podría distraernos, dispersarnos, desconcentrarnos. El mundo es ese enorme campo de desconcentración al que accedemos a veces a través de los soportes, de las palabras, por ejemplo, que funcionan también como pastores que concentran rebaños evanescentes, que amontonan ideas y sentidos. No soy tan ingenuo: sé que el propósito de esta mesa es discutir sobre los soportes no convencionales en términos de producción de textos. Lo que se pretende es que les hable, por ejemplo, de los poemas aéreos de Raúl Zurita, de su poema-cielo, de su poema desierto, de su poema quemadura en la mejilla; lo que se pretende es que discutamos el soporte no convencional del e-mail que la artista francesa Sophie Callé hizo circular entre mujeres de todo tipo, un correo electrónico que no estaba destinado a nadie sino a ella y donde su pareja daba por terminada su relación, y de la manera en que ese documento se vuelve la maquinaria ilimitada de producción de respuestas cuando otras mujeres asumen y ejecutan el mensaje, lo analizan, lo bailan, lo vuelven libro, poema, instalación, performance, carta legal; se trata de hablarles de Rqiem de Victor Ibarra Calavera, el mejor libro impublicable, que presenté el miércoles pasado en el museo del Chopo de la Ciudad de México, arqueolibro y partitura para máquina, creador y destructor de su propio soporte; se trata, en fin, de que venga a hablarles de blogs. Todo el mundo quiere hacer blogs en estos días. Bueno, vamos a jugarle el juego un poco a los soportes convencionales, a las escrituras de campo de concentración y de anaquel de supermercado para las que hemos sido convocados y concentrados en Auschwitz-Fundidora, con su malévolo horno levantando amenazador sus chimeneas. Vamos a hablar de blogs y del pinche Twitter.
Mientras platicamos les cuento que esta pequeña ponencia está ya subida en mi blog, Cuaderno de Raya. Todavía no sé en qué soporte voy a leerla para ustedes, ni sé cómo voy a hacerla soportable, a mí que más bien me atrae siempre lo insoportable. Naturalmente me acuerdo de Milan Kundera y la insoportable levedad del ser, lo que no tiene soporte. No sé todavía, mientras escribo esto, en qué soporte voy a colocar la levedad de mi texto, pero creo que lo conveniente es ponerlo en la botella al mar de mi blog. Si alguien tiene un iPad a la mano, si me llevo mi computadora, puedo entrar desde ahí. Ya no es necesario hacer papeleríos, ya no es necesario devastar el Amazonas para imprimir más libros. Harold Bloom se vio en una situación muy parecida una vez, cuando daba una conferencia sobre los insoportables soportes digitales, texto recogido en El futuro de la imaginación. Decía Bloom que cuando uno se dedica a las letras siempre recibe una importante cantidad de textos para leer, más si se dedica a la crítica literaria; los textos se apilan en la mesa de disecciones esperando su trepanamiento, el momento en el que el cuerpo-libro se enfrenta al bisturí crítico. Pero con los blogs no pasa eso. Los blogs, en su insoportable levedad, carecen de cuerpo, son escrituras publicadas mientras se escriben, donde la división del trabajo de escritura, edición y publicación ha quedado abolida de un sólo golpe. Twitter es lo mismo pero más rápido. Hay tanta poesía en Twitter como en cualquier texto leído con intención poética, como la obra para instructivo de olla express T-Fal y gasolina que presentó Victor Ibarra el miércoles pasado. El golpe que abole las distinciones convencionales de la escritura es el Internet, claro, pero es sobre todo un ímpetu subversivo de desconcentración que impregna ese gesto.
En
Monterrey tienen a este Bansky regio que es Acción Poética, un tipo
que pinta bardas con frases que interpelan directamente al
lector-paseante, el más sencillo grafitti, antecesor directo de los
tuits callejeros que he visto en DF, en Querétaro, en Xalapa, en La
Habana, que me informan que están en Estocolmo y también en Bagdad.
La insoportable levedad del grafitti, impermeable a toda
hermenéutica, se parece mucho a lo que he llamado el gesto de
desconcentración que producen las escrituras en Internet, esa
volatilización que acerca y vuelve inconfundibles su momento de
aparición y su momento de desaparición.
Listo, hemos caído en el juego del intercambio capitalista, intercambio que siempre nos queda a deber; hemos caído en el juego porque vimos una etiqueta con nuestro nombre y nuestro precio y nos la hemos puesto a modo de género literario; hemos caído en el juego de la literatura-usura, literatusura. Si hemos de ir hacia algún lugar, si el término “soportes no convencionales” puede discutirse de una manera que el juego no se vuelva demasiado grave, demasiado gravitatorio, consumiendo toda la levedad del texto, hemos de cuestionar por principio los soportes actuales. El nivel irreductible del soporte es la inscripción, la huella. Hacemos historia de la literatura a través de las huellas o boronas de pan que nos va dejando en el camino. ¿Qué tendríamos de una literatura sin cuerpo, sin inscripción, sin marca, es decir, sin etiqueta? Tendríamos el desplome de las acciones de la literatura, acciones que se verían impactadas en nuestra presencia de conjuradores aquí, en el centro de negocios de Monterrey, haciendo el reparto de utilidades de la literatura, del cuerpo muerto que tenemos en la mesa de disecciones.
Pero
no soy absolutamente pesimista. De hecho me siento muy bien de que la
literatura esté viva y en buen estado de salud, pero en otra parte.
La literatura siempre es el invitado ausente de las fiestas, de las
convenciones, la que no se deja enmarcar (es decir, poner marca,
inscribir), la que siempre llega tarde, la que está en otra parte.
No soy absolutamente pesimista porque estoy conciente de que esto es
un gran juego, una gran intriga de seducción, un divertimento.
Nuestra concepción binaria de literatura en soportes convencionales
versus no convencionales hiperdetermina las escrituras que hacemos
posibles. Cualesquiera juegos que hayamos querido echar a andar ya
están comprendidos en el modelo tecnológico del libro. Es por eso
que hace rato decía que la volatilización de la escritura en
Internet atenta contra la estructura literaria convencional, contra
su juego (aunque siga participando de su juego) al conservar otro
tipo de levedades textuales e imposibilitar la gravidez grave de la
literatura impresa, de la división del trabajo editorial. Eso es
leer a Mallarmé otra vez, él que más que Gutenberg nos enseñó
qué era un libro: una abolición. Digamos que los límites de
nuestro soporte son los límites de nuestro mundo. Digamos, por
tanto, que el talmudismo literario está vivo pero en terapia
intensiva. De conspiradores nos hemos vuelto de pronto doctores de la
escritura, diagnosticando con precisión los órganos enfermos del
libro. Somos convencionales y conservadores en ese sentido, vamos 20
años atrás en la investigación de soportes para nuestro arte, lo
que ha permitido que los enemigos de lo literario, especialmente los
editores y promotores de ventas, especialmente los escritores y
especialmente las vedettes nos coloquen en la misma categoría que
Yordi Rosado, quien nos mató anoche la fiesta y la literatura,
porque no lo dejábamos dormir.
Pero
ha sido todo muy convencional: hemos subido a un tren con destino a
Birkenau, hemos llevado nuestras cosas que poco a poco se han quedado
en pueblos de paso y en grandes basureros, hemos salido de casa
llevando solamente nuestros diarios y nuestras plumas y nuestras
laptops para entrar en un campo de concentración donde discutiremos
los soportes de lo literario, donde entraremos en la lógica de los
flujos de consumo, donde nos harán entrevistas y nos pedirán que
firmemos nuestros libros, que los volvamos fetiches para desmarcarlos
del sistema de reproducción capitalista de los objetos. Un horno, un
gran horno que no se le ve el fin nos observa imponente, nuevo
Olimpo, desde las amplias Vegas del parque Fundidora, mientras
conjuramos en un closet de las Arcadas sobre la pronta subversión de
lo literario. Las acciones de la literatura están subiendo lenta
pero perceptiblemente mientras hablamos. Los libros allá abajo se
están vendiendo, otros se están escribiendo y entrarán
próximamente en los soportes convencionales de creación, fomento de
la lectura, edición y distribución. Pronto, sus autores serán
premiados y serán becados en otros campos de concentración para que
puedan investigar lo literario sin preocuparse del anticlimático
real que rige el coste de la vida, y sus libros llevarán cintillos
de karate donde se dirá a qué camada pertenecen, a qué generación,
a qué libro, y seguramente cuál es su fecha de expiración y
consumo preferente.
Creo
que tenemos mucho que aprender del teatro y de las artes visuales,
del performance. Creo que tenemos que aprender a jugar otros juegos,
como el de la antropología y la teoría, como el de la música que
siempre va un paso más adelante que ninguno. Sí, ya sé. Ya sé que
no son carreras y mucho menos enchiladas, pero no tenemos opción.
Poco importa si el libro tiene los días contados, cosa que dudo, o
si todos quieren tener un blog. El ojo debe seguir abierto siempre,
sin párpados de preferencia como decía Rilke, sobre la escritura.
Aunque la literatura sea la discusión de los libros sobre los
libros, su huella no se vuelve soporte si no posee una cualidad
aurática que lo distinga de otros modelos de documentación. El
libro es sólo soporte del texto, pero no se diferencia mucho en
realidad de un florero o de una botella de whisky. Me acuerdo que los
destiladores de las highlands en Escocia prevén la evaporación de
las capas superficiales de alcohol en los alambiques donde el whisky
se produce; llaman a esta evaporación, a esta inmensa levedad, la
porción del ángel. El libro ya no lucha con el ángel si el
escritor no se levanta en pijama, con un chal sobre los hombros y se
pone a darle duro a su teclado; si el escritor no se vuelve experto
en aporrear teclados y hacer mucho ruido para no dejar dormir a Yordi
Rosado, pues el insomnio es la mayor coartada de los escritores,
incapaces de lidiar con lo que puebla sus sueños; el libro puede ser
la polaroid de esa lucha, la porción del ángel que estabiliza la
evaporación y el destilado, pero los almíbares de la escritura
escapan a su soporte, no son ni siquiera la osamenta donde la
escritura se osifica.
Yo
debería ir terminando ya esta ponencia, pues, como se ve, me he
quedado solo, hablando no solo sino con un auditorio ausente,
haciendo una conferencia de pequeño formato para las sillas y las
cámaras, para los insoportables soportes de nuestros traseros y
nuestras imágenes. Ningún animal fue herido de gravedad en la
producción de este aparato textual.
Monterrey,
N.L., 14 de octubre
Lo escucho hasta acá y como siempre me hace pensar y replantearme Todo. Me acordé de su presentación en El Chopo. Qué bueno que no dejaron dormir al tal Yordi ese. Le abrazo:
ResponderEliminarAbrazos como siempre, Lauri querida.
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