domingo, 30 de junio de 2013

Buena mano

a ti

1.

Luego de que te fuiste me pasé por un puesto de baratijas. Pregunté por un par de grabados para la nueva casa y me puse a revolver los libros aún por acomodar (el puesto iba abriendo). Encontré un par de cosas interesantes: una buena traducción de Apología de Raimundo Sabunde de Montaigne y Los caminos de la libertad de Bertrand Russell, que no conozco. La Apología es uno de los textos más largos y marcadamente filosóficos de Montaigne. Traigo a Montaigne en la cabeza desde ayer cuando pensaba distraídamente sobre los ancestros. La leyenda dice que la lengua materna de Montaigne fue el latín, así que es lógico deducir que sus primeros interlocutores --sus compañeros de jardín de niños, por decirlo así-- fueron Ciceron, Ovidio, Tito y Lucrecio, al que siempre vuelve. Algún despistado le reprobó en algún textito olvidable su manía de citar a diestra y siniestra, de montar dentro de su propio discurso versos o apotegmas de los clásicos latinos, pero pensaba que en realidad en su caso --en su muy particular caso-- se trata de la recuperación de su genealogía simbólica, de sus ancestros. Su refranero estaba compuesto de versos latinos, como el de Rimbaud, pongamos por caso. Algo semejante ocurría con el niño Sartre, y seguramente con todos los poetas de siete años.

2.

Cuando pagué por el par de libros (precio especial, pero sin mucho regateo, por la hora sobre todo), el vendedor me dijo el clásico "que tengas buena mano". En México esta frase significa un modo muy especial de dar gracias al primer cliente del día. Una variación que también se inscribe en el orden de la fe ocurre cuando se llega a un acuerdo sobre el precio, pero con ligera o aparente desventaja para el vendedor, y este le dice al comprador "bueno, $X para que me persigne." Siempre me ha llamado la atención el que la gente haga la señal de la cruz con el dinero, como si la barrera entre agradecer y fetichizar se disolviera y el dinero fuera la encarnación misma del milagro. Aunque cada quien tiene derecho a sus fetiches, me gusta más "que tengas buena mano" porque no implica sólo un recibir el dinero y fetichizarlo (es decir, otorgarle valor en sí mismo en lugar de verlo como una herramienta de intercambio), sino algo así como dar algo de vuelta al comprador en el agradecimiento, algo además del producto que compra, me refiero. De hecho esta mañana la frase me llegó casi como una deuda, como si además de los libros hubiera recibido un hechizo de buena suerte o algo así, y por un momento vi mi mano como un objeto ajeno y encantado.

Mientras caminaba para buscar algo de desayunar me acordé también de La mano de la buena fortuna de Goran Petrović. Efectivamente hay una mano implicada, la que le tiende al joven corrector de estilo un libro, un libro muy extraño. La aparición de una mano que entrega un libro y luego desaparece o pasa a segundo plano es en sí misma un tremendo motor narrativo. Otra mano tiende un libro al protagonista de La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo, probablemente una de las mejores novelas mexicanas del siglo pasado y de las menos conocidas. En Melo como en Petrović, una mano determina el destino de sus protagonistas. Una mano --ni buena ni mala, como el destino mismo-- pone una pieza nueva en el tablero --digamos, una tercera reina o una reina respawneada en el tapiz ajedrezado, y cuya irrupción no será nunca inofensiva. Una tercera mano de fortuna (el nombre antiguo de la suerte, velut Luna, statu varaibilis) incluso activa el mecanismo de esa pieza de orfebrería alquímica, El Golem de Meyrink.

3.

¿Qué manos habrán traído todos estos libros en los que nos hemos encontrado tantas veces, tú y yo? Hemos entrado y salido de galerías de espejos sin encontrarnos y claro, incluso sin saber que nos buscábamos. Y de pronto ahí estabas, como si hubieras estado siempre, con la fuerza de esos elementos subversivos, de los desastres naturales que modifican todo lo que tocan. Sospecho que esos lapsos de inconsciencia que se nos presentan en la grieta del orgasmo --esa discontinuidad suprema-- se comportan como umbrales o ventanas a través de los cuales podemos modificar, yo qué sé, incluso nuestro ADN. Todo parece tan claro en ese momento --tan ordenado. Hay una noción ordenadora y algo como una orden, un imperativo gozoso, alguien que nos dice sin palabras , y no necesitamos saber más. Todos los saberes se colman y la presencia es encarnación. Desde las manos que nos sacaron a la intemperie de la vida, las que nos ayudaron a cruzar las calles y los aeropuertos y los cientos de centrales camioneras; las manos que nos acariciaron y nos hicieron sabernos cuerpo; las manos que nos golpearon y nos hicieron tomar control del cuerpo; las manos que empuñaban nuestras pequeñas manos para enseñarnos a garabatear el grupo de signos de nuestros nombres (loa y gracia a la maestra Ofelia del kinder, que me dio todas las palabras), toda la cadena humana de manos que hizo aptas nuestras manos para recibir las manos del otro merecen un agradecimiento que no soy capaz de articular. Por eso pensaba ayer en los ancestros: en que todos los libros deberían comenzar por agradecer el lento trabajo de modificación de los lenguajes, trabajo del que somos un eslabón solamente, acaso el más frágil, una copa sosteniendo la tensión de las cadenas. Y de repente una mano sabia llega y ni siquiera tiene que hacer el gesto archiconocido por la iconografía socialista de romper las cadenas. Basta con que las marque, con que las indique (así, con el índice) para que el encadenado sea un poco más libre, para ganar otro trecho de libertad, por pequeño que sea, frente a la muerte. Es decir, para dejarnos agradecer incluso la muerte y esperarla como si la buscáramos, como recomienda el Bushido a los samurái.

4.

Abro al azar, con estas manos que aún huelen a ti, Los caminos de la libertad de Russell. Leo esto:

El agradecimiento, aun bajo la forma de remuneración, puede llevar un cierto placer en la vejez a un hombre de ciencia que ha luchado durante toda su vida contra el prejuicio académico, o al artista que ha sufrido el ridículo por muchos años, por no pintar del mismo modo que sus precursores; pero su trabajo no ha sido inspirado por una esperanza de tales goces. Todo el trabajo más importante se debe a un impulso en el que no se calculan las ventajas que uno puede lograr, y puede promoverse, más bien que por afán de recompensas tardías, con facilitar las circunstancias que conservan el impulso y dan mayor ocasión para manifestarse en las actividades a que éste estimula.

Agradecimiento, sí. Me parece bien estúpido que pensar el agradecimiento traiga imágenes del agradecimiento en los Oscar. "I wish to thank the Academy", etc. Como si el agradecimiento pudiera volverse objeto, o sólo pudiera articularse a través de un objeto. ¿Qué objeto podría ser el agradecimiento mismo? No puedo pensar en otro que en libros. Cristina tiene un texto muy bonito sobre los agradecimientos al principio de los libros, esos donde se enumeran colegas, instituciones, en fin, todos los pares de manos que hicieron posible un libro (recuérdame que te lo pase.) Pero incluso esos agradecimientos, en rigor, son necesariamente mezquinos y parcos. Económicos. Uno nota a leguas los compromisos que ordenan y asientan lo Real en ese libro, así como las contingencias que lo vuelven objeto concreto y consultable, legible incluso en una edición online. Además de mezquinos esos agradecimientos son además incompletos: en rigor tendrían que incluir a los usuarios del dispositivo idioma, los que han puesto en su límite del lenguaje el límite de su mundo, y lo han traspuesto también mediante el silencio. Manos de buena fortuna las que me trajeron a ti, o las que te trajeron a mí, pienso. Sin duda buenas manos las que ponen en contacto estas manos nuestras (tremendo pronombre, acaso nuestro nombre verdadero) que no dejan de reconocerse en el rostro o palma de la otra como animales que se huelen en la oscuridad, que se miran con los ojos cerrados en su mirar de manos afortunadas.

5.

"Gracias", entonces, se revela con todo su peso inabordable de metáfora. Una palabra tan pequeña puesta en las manos del otro, como un libro o un regalo. "Gracia" misma es equivalente a regalo, y regalo a veces se sustituye por presente, i.e. otorgar una gracia, recibir un presente. También tiene algo de inesperado todo lo que se recibe por gracia; de involuntario, diríamos, de ajeno a la voluntad. En este sentido el destino sólo puede operar desde la antípoda de la voluntad. ¿Cómo construir un destino? Uno se entrega al destino, en todo caso, a la fuerza de sus operaciones, a sus caprichos. No me gusta la idea de destino por su tufillo de predeterminación, pero sin duda que me gusta la idea de gracias como un presente, como una materialización del tiempo del aquí y ahora a través de una palabra. Como nada me lo impide, incluso puedo imaginarme que son las gracias las que crean el presente, es decir, las que hacen que nuestra idea lineal y occidental del tiempo funcione. Y es que gracias está en un curioso lugar con respecto a lo que refiere: si se dan las gracias después de recibir algo, actualiza el momento de la dádiva hacia el presente, reconociéndolo como pasado, integrándolo incluso, historizándolo en el continuo más cercano al momento del habla.

Pero también --y esto me parece fundamental-- las gracias pueden crear futuros, pueden dar por recibido algo que todavía no se recibe. Ejemplo de la primera acepción son los ex votos católicos, esos cómics devocionales; ejemplo de lo segundo son las máquinas de rezos de los templos tibetanos, donde el creyente pone su oración en un papelito dentro de un palo de madera que, al hacerse girar, "multiplica" la oración, como un algoritmo para multiplicar las consultas de una IP durante un ataque DDoS. Mecanismos más sofisticados permiten que incluso sea el viento el que haga rodar el palo de madera de las oraciones. Las ingenuas y a veces involuntariamente cómicas cadenas de oración de los cristianos se fundan en el mismo paradigma: en que la petición es más efectiva o más agradable a los dioses si se multiplica, es decir, si no es uno el que pide para sí, sino el que pide para otros lo que pide para sí.

6.

Hay una fábula zen que aprecio mucho. Me la contó J.K., lo que la vuelve aún más querida para mí. En ella vemos a dos monjes que rezan cada día, uno siempre molesto y angustiado, otro siempre feliz. El angustiado le pregunta al otro cómo hace para que sus oraciones sean tan efectivas, porque es claro que algo debe estar haciendo mal él, quien por más que pide no recibe nada, mientras su compañero no deja de descubrir nuevas instancias --habitaciones, se diría, en la mansión del espíritu. El monje feliz le responde que, a diferencia de él, que reza para solicitar, el sólo reza para agradecer.

7.

Parecería, pues, que el agradecimiento es también, sobre todo, un acuse de recibo. No una operación contable, un inventario o catálogo de los dones, y definitivamente mucho más que una simple cortesía civilizada (que es, al final, a lo que se han reducido todas las estructuras sociales en su ciega repetición.) Gracias es una operación de modificación espiritual. Algo parecido a reconocer que hemos sido cambiados, transformados en alguna medida, aunque no sepamos racionalmente en cuál. No es necesario saberlo: gracias siempre es una palabra pronunciada por un hombre diferente al de un segundo anterior, por una mujer que apenas puede reconocer la que era ella misma un año atrás, un minuto antes. Gracias es la primera palabra de alguien que acaba de nacer.

Podríamos agregar incluso que esa forma precisa de agradecimiento del librero de hace rato ("que tengas buena mano"), duplica este reconocimiento y multiplica el sentido transaccional de la frase: en lugar de terminar la transacción con el escueto "gracias" de los comerciantes, acto performativo incluso prescindible, los vendedores mágicos --acaso los simplemente supersticiosos-- nos suplementan con un exceso, con algo que rompe la pretendida equidad entre el valor monetario de un objeto y el objeto mismo.

En una transacción normal uno intercambia dinero y recibe algo de valor equivalente. Si la cantidad de dinero es menor al valor de cambio del producto, el vendedor pierde; si el vendedor pide una cantidad de dinero superior al valor de cambio del producto, el comprador podría verse estafado (esto compone a grandes rasgos la desigualdad económica a través de la reproducción de una inequidad o no reciprocidad estructural en la adjudicación del valor de cambio, pero no queremos distraernos con esas cosas por ahora.) Pero en la transacción concreta donde compré por $50 pesos Los caminos de la libertad de Bertrand Russell y Apología de Raimundo Sabunde de Michel de Montaigne, aunque demos por descontado que el valor de cambio de las ideas y su transformación en valor monetario es arbitrario, contingente y regulado por la disponibilidad y saberes específicos que son el contexto de negociación entre vendedor y comprador, evidentemente yo salí ganando por la generosidad del vendedor.

No sólo me llevé dos libros, sino que me llevé algo así como una facilidad de las circunstancias que conservan el impulso y que darían mayor ocasión para manifestarse en las actividades a que éste estimula, que decía Russell. Es decir, me llevé la suerte, a la vez que el vendedor, a través de su creencia, se quedó con ella. Tal vez eso sea lo más bello de las gracias, que darlas de este modo sólo puede multiplicarlas. Por eso son un recurso retórico infalible, dejando la palabrita como una fruta donde la significación se ha podrido, dejando apenas un comercio de cáscaras.

Pero poco importa.

Cuando te fuiste no te dije "te quiero" sino "gracias". O puede que te haya dicho "te quiero" y no "gracias", pero en realidad me cuesta ver la diferencia, tratándose de ti, entre ambas expresiones. Te di algo con lo que me quedé y me diste algo que te llevaste. Damos lo que no tenemos, que dice Lacan sobre el amor. Y al darlo --a ese dar del amor que es puro recibir-- lo creamos.

8 y último, lo prometo.

Abro de nuevo al azar a Russell. Leo lo siguiente. Agradezco:

El arte surge del lado salvaje y anárquico de la naturaleza humana; entre el artista y el burócrata tendrá siempre que haber un antagonismo hondo, continuar una lucha de hace muchos siglos, en la cual el artista, siempre vencido exteriormente, vence al fin por la gratitud de la humanidad a causa de la alegría que crea durante su vida.

Gracias, T.

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