Viajamos sobre el Arca, entre el lodo y
la lluvia; nuestros remos, promesas de Dios.
Estamos vivos, y el resto de la Humanidad muere.
Viajamos sobre las olas sujetando
nuestras vidas a las amarras
de muertos que inundan los cielos.
Mas entre el cielo y nosotros hay una abertura,
una tronera para súplicas.
"¿Por qué, Señor, nos has salvado
de entre toda la gente y las creaturas?
¿A dónde nos llevas ahora?
¿Hacia tu otra Tierra, a nuestro Primer Hogar?
¿Hacia la hojarasca de la Muerte,
a los vientos de la Vida?
En nosotros, en nuestras arterias, fluye miedo al Sol.
Desesperamos por la Luz,
desesperamos, Señor, por un mañana
para comenzar otra vez la Vida.
Si tan sólo no fuésemos almáciga de la Creación,
de la Tierra y sus generaciones,
si tan sólo fuéramos simplemente Barro, Brasas
o algo intermedio,
no tendríamos que ver
este Mundo, este Señor y su Infierno
nuevamente."
2
Si el tiempo comenzara de nuevo
y las aguas hundieran el rostro de la vida,
y la tierra convulsionara, y ese dios
viniera a mí, implorante, "¡Noé, salva a los vivos!",
no me molestaría en atender su solicitud.
Viajaría sobre mi arca, removiendo las piedras
y el barro de los ojos de los muertos.
Abriría las profundidades de su ser al diluvio,
y murmuraría en sus venas
que hemos vuelto de la espesura,
que hemos salido de la cueva,
que hemos cambiado el cielo añoso,
que navegamos sin entregarnos al miedo--
que no prestamos oído a las palabras de ese dios.
Nuestra cita es con la muerte.
Nuestras costas son una desesperación
familiar y placentera,
un gélido mar de pesadas aguas que vadeamos
hasta los confines, impertérritos,
obviando ese dios y su palabra,
añorando un señor diferente, nuevo.
[Versión de Javier Raya.]
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