Yo no te puedo querer igual en la guerra.
Yo no te puedo seguir queriendo
como si nadie se estuviera muriendo.
Yo no te puedo querer igual
frente al rostro sin ojos de la muerte.
Yo no te puedo escribir un poema de amor,
hoy, que no sea de algún modo
un poema de muerte.
Yo no sé si alguien puede seguir escribiendo
poemas de amor
que no sean, a su modo,
poemas políticos,
con todo lo que detesto
los poemas políticos
y casi todos
los poemas de amor.
Con todo lo que detesto
en general, los poemas
y a todos los putos poetas.
Yo no sé cómo la gente
puede seguir escribiendo, o sobre todo
cómo puede seguir queriendo.
Queriendo hasta que uno se muere.
Uno o el otro.
Uno y el otro.
Aunque por querer
uno se muera
en el otro.
Pero sin adjetivos te quiero,
te tengo que querer,
me tengo que forzar a quererte.
Me tengo que forzar
a escribirte que te quiero,
a guardar un pedazo humano
(una mano, un hueso húmero)
en el fondo del poema
para quererte desde esa mano
o desde ese hueso
que protege esta palabra
que late como una tripa
desde este cuerpo
que los asesinos del mundo
todavía no se llevan.
Me tengo que forzar a quererte
porque si no
ellos habrán ganado.
Tengo que quererte
como si no fueran a matarnos,
como si no nos fueran a matar
nunca,
con la misma urgencia
que tendría de ti
si fuéramos a vivir para siempre.
Yo entiendo poco de política,
muy poco o casi nada
de literatura mexicana del siglo xviii
(que me parece soporífera).
Odio las ciudades,
odio el campo,
odio cada una de las flores amarillas
de la carretera, profunda
personalmente.
Yo no salvaría
ni siquiera uno o dos ríos,
y no me ocupa
que a dos o tres nombres propios
se los lleve en buena hora el carajo.
Pero te quiero,
y casi es posible
que lo único realmente bueno
de mi parte a esta parte
sea quererte salvaje,
cruel,
violenta,
brutalmente.
Yo no te puedo seguir queriendo igual en la guerra,
aunque esto ni guerra sea.
Yo no te puedo seguir queriendo igual
en el horror;
en el horror
tengo que quererte
también,
sobre todo,
por lo que todavía queda de mundo
sin horror.
Porque estás en el mundo
y el mundo es horroroso, lo cuál,
en mi libro,
hace del mundo un lugar digno.
Un lugar posible.
Algo que todavía no se inventa,
porque lo que todavía no nace
está libre del horror y de la muerte.
Yo no sé cómo la gente
puede seguir escribiendo, o sobre todo
cómo puede seguir queriendo,
pero te voy a seguir escribiendo
que te quiero
de todas formas
porque pues el amor no es un saber,
ni que fuera hermenéutica,
el teorema de Fubini
o una bomba por armar;
porque pues el amor es amor.
O algo.
Y así.
.
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