domingo, 4 de marzo de 2012

Días

Los días de la semana llamados precisamente "de entre semana" o laborales, terminan en "s" porque son plurales. En realidad hay numerosos lune en cada lunes, incontables marte en martes, como hoy que escribo esto en uno de los últimos marte, tan marciales de este marte como todos los marte (vaya, que no por nada nací en uno de los marte que habitan los márgenes de los martes), y así con las unidades de miércole, jueve y vierne que caben en cada conjunto de los días.

La pluralidad de los días les aporta así mismo ese peso específico que tienen sólo aquellos de entre semana. Sé que mi vida es mucho más sencilla (y por sencilla quiero decir "sedentaria") que la de mucha gente que vive en la ciudad: se levantan un lune por la mañana y tardarán algunos lunes aún en llegar a su oficina, en atender los asuntos del día, lo que es decir, en ordenar lune tras lune hasta volver a casa en un tráfico similar al de los lunes de esa misma mañana y echarse pesadamente al lado del significant other, con quien probablemente tengan sexo brevemente, ni siquiera un día completo, un lune fugaz o lo que permita el cansancio, aunque es poco probable que ellos cojan en lune de cualquier modo.


Pero mi sentido del tiempo es mucho más lento. Lo que quiere decir que no sólo vivo múltiples días en un sólo día, sino que incluso me parece que las semanas se acumulan dentro de cada día, y tal vez por eso sería recomendable que me rasurara varias veces al día. Semanas e incluso meses apelmazados dentro de cada día, como una ciudad metida dentro de un pequeño cuarto. Esa imagen me recuerda a La vie mode de emploi de Perec. Tal vez se trata de eso: el asunto de la simultaneidad. No es que mis días tengan más días que los días de la gente, sino que me ocurren varios días al mismo tiempo. Vaya, que no quiero sentirme especial ni mucho menos. De buena gana me gustaría vivir menos miércole de los que efectivamente me tocan, como toda la gente; sólo busco alguna razón, incluso en la idiotez, para dar cuenta de este cansancio que me acompaña desde que nací.

Los fines de semana, por otro lado, son días escritos en singular: hay un sólo sábado en cada sábado, he ahí la tragedia: experimentamos el día entero en toda su longitud, lo que para el domingo aporta esa sensación de total desfallecimiento y hartazgo. No hay nada simultáneo en los domingos porque todos nos compartimos una plasta informe de tiempo, a diferencia de los días de entre semana, cuando el ritmo de la vida nos permite tener a cada uno múltiples días a nuestra disposición. Este plural me es un poco incómodo; hasta en la segunda persona del plural la gente me molesta sobremanera, como si al igual que los días yo pudiera hacerme responsable de lo que coño piensen o sientan los demás, como quería Sartre. A duras penas puedo hacerme responsable de mí a ciertas horas de los día (así, en singular, diferenciando claramente los varios días del día) como para pensar en la humanidad; la idea de salvar al mundo, por tanto, me da vértigo en su simple formulación. 

Para ejemplificar el paso de los días, o el paso repetido del día en cada día, como en los fines de semana, nada mejor que las anotaciones de los diarios. Por ejemplo, este que encuentro en mi cuaderno sobre el conjunto de los lune 19 de septiembre de 2011: traté de escribir muy temprano, como siempre, un par de días por la mañana; desayuné solamente en medio día mientras leí las cartas de Flaubert a su madre; luego me puse a trabajar en cosas de la oficina hasta el día de comer; leí durante varios días The parallax view de Žižek, hice algunas notas durante un par de días y me puse a ver películas; al final del día había visto Apocallypse now!, People are strange, genial documental sobre The Doors, además de The Devil and Daniel Johnston y Naked ambition: an R rated look at an X rated industry, pretencioso nombre para un aburrido documental sobre porno. Naturalmente, hice notas sobre todas ellas durante varios días. Aún me quedaba tiempo para ver Where the wild things are, pero se trabó el stream de Cuevana a la mitad (por aquellos conjuntos de días comenzaba la debacle de la otrora heroica página), por lo que me puse a leer a Blanchot durante unos días y luego a Montaigne, lo cuál me cansa siempre por la necesidad de tener el diccionario latino a la mano, pero siempre lo encuentro provechoso. Durante otro lune registré en el diario que leí un artículo no malo de Carlos Fuentes sobre Onetti y me dio tiempo para escuchar aún el Stabat mater de Bach. La última nota de ese lune fue precisamente "Johann. Sebastian. Fucking. Bach. Estoy vivo."

En ocasiones ese apelmazamiento del tiempo se refleja en la escritura, incluso en sus formas más humildes: uno puede tratar una variedad de asuntos en los 140 caracteres de Twitter o en los 160 de un sms. En el último mensaje directo que mandé hoy (y seguramente no el último) traté lo siguiente: el aplazamiento de una cita ya muy aplazada; una somera explicación de mi carga laboral; un insulto velado hacia un amigo de la susodicha; un coqueteo discreto (mañas de soltero); me alegré también sinceramente por una buena noticia suya y lo expresé de un modo alegre mas suscinto, además de lograr meter en ese breve espacio una cariñosa pero ciertamente distante despedida. El regalo de los dioses es la connotación en el lenguaje, claro que en un mensaje directo estamos hablando de una forma epistolar, donde los corresponsales tienen contextos que permiten comprimir aún más los sentidos dentro de sus palabras, como si fueran sabores dentro de un mismo plato. Pero en un tweet "público" la cualidad referencial puede suspenderse temporalmente: escribimos a modo de oráculos y el sentido será, si acaso, pura atribución del lector. Dicen que escribo sueños por las mañanas cuando en realidad estoy escribiendo recetas de cocina. Nadie me entiende.

No es extraño ver también como se matan los "novelistas" de mi generación trabajando desde un temprano marte para completar una especie de cuota autoimpuesta, siempre insuficiente. Pienso para mí que tal vez podrían ser más "productivos" (¡horror de palabra!) si dejaran de postear por Twitter o Facebook el número de palabras que acumulan en su mismo insufrible mamo(n)treto; en esta lógica de la acumulación no lineal no queda claro que entienden bien a bien por "palabra": ¿les daría lo mismo llenar cuartillas con monosílabos, lo que daría una mayor contabilidad de palabras, y despreciarían en cambio las musicales esdrújulas por tratarse de palabras generalmente largas, es decir, que ocupan mayor espacio de su preciada cuartilla pero aportan menos al conteo de palabras? Misterio. Por mi parte dudo mucho ser capaz de escribir una novela, por el simple hecho de que, aunque mis días tengan más días que los días en general, mi impaciencia también se me agolpa exponencialmente, por lo que me forzo a terminar de escribir cada día lo que empiezo. Es ahí donde me asquea la noción de productividad referida a la escritura: parece que no ha sido atendida la lección de la Liebre de Marzo en Alicia en el País de las Maravillas, a saber, que uno termina de escribir cuando dices todo lo que tienes que decir. El problema es que algunos escribimos terminando.






Termino. Escribo que termino. Tremo la trema del término termoral.

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