Sueño: corro frenéticamente, pero con precisión, a través de una casa muy pequeña, o que aspira a hacerse infinitamente pequeña, y que da la impresión al recorrerla de estar en una hoja de papel que ha sido arrugada por un puño. Debo doblar el cuello y levantar las rodillas: toda ventana es puerta disfrazada de ventana, todo sale, todo se comunica, todo quiere hacerse evidente en la casa semiótica. Escheriana, naturalmente. Salgo por debajo de una mesa y las escaleras al patio comienzan en una silla. Uno de los escalones, arbitrariamente, se extiende como un abanico y da lugar a una pequeña --cómo no-- terraza, con muebles metálicos de exterior, de los que son especialmente fríos cuando tratas de sentarte en ellos después de la lluvia, pero que tienen la gracia de dejar correr parte del agua. Pero no me sentaré porque hay una pantera en la terraza.
Como todos mis felinos, sé que esta gata es hembra. No era una leoparda relativa ni nada, era simplemente una pantera muy enojada o muy asustada --y la diferencia entre uno y otro estado es casi imperceptible. Recuerdo que lo primero que pensé al verla --al interrumpirla, mejor dicho, porque claramente la pantera tenía la aburguesada costumbre de desayunar, y además de desayunar en una terraza mientras despachaba algún asunto en su Mac-- fue qué pequeña era, y cómo era cierto el patrón de manchas: sólo desde el reduccionismo una pantera es negra, pues está compuesta de pequeñas manchas pardas que se superponen como pequeñas panteras que se continúan. No pasé mucho tiempo fascinado por las manchas. La pantera no estaba nada, pero nada feliz de verme. Me mostró las hileras de dientes como cuchillos. Como es recomendable en estos casos, reduje mi línea de visión por debajo de la suya, dándole la impresión de ser más pequeño y dócil que ella. (Poniendo una lupa [es decir, naturalmente, una loba] imaginaria sobre esta imagen, creo que ahí radica la cuestión de género totalmente. Como le comenté a M.N. esta semana, me perfilo peligrosamente para ser el primer, y probablemente el único, escritor feminista de mi generación.) Dije "para darle la impresión", y sólo ahora pienso que en realidad yo era más pequeño y dócil que la pantera. Me impresionó con todo que fuera tan pequeña ella misma. Cuesta trabajo volverse infinitamente más pequeño que algo ya de por sí pequeño.
La pantera no se dejó disuadir por esta treta. Traté --tretando-- de confundirla: busqué la línea perpendicular con la mirada y desmarcándome de su línea de ataque me mantenía satelitando la mesa redonda de herrería. Un observador aéreo o simplemente un dios podría haber visto que nos perseguíamos y acechábamos con la paciencia de las manecillas en los relojes. Aunque en rigor es ella quien marcaba el ritmo: ella es, después de todo, la cazadora queriendo darme caza. O tal vez no cazarme, sino acecharme. O tal vez ella tenía miedo de esa pantera que soy en algunos sueños. No se me da bien bailar y tengo algo parecido a un trauma asociado con esas situaciones bailadoras, pero puedo conservar cierta concentración al verme frente a un animal salvaje, puedo acceder a su ritmo, y en suma tengo vocación de fiera de circo, no sé si de domador.
Le ofrecí mi antebrazo y me puso a prueba. Con un movimiento corto y nada elegante, rodeó cúbito y radio de mi brazo izquierdo como una mano que toma unas gavillas de pasto seco. Toda su apariencia exterior daba la impresión de mucho movimiento y mucha furia: me ofrecía el rigor ajado de sus ojos suplicantes como si me pidiera razones silenciosas para no deshollarme. Mi brazo entre los dientes de la bestia. Las orejas paralelas apuntando hacia atrás. Saliva. Crispación de espinas. Tomar su mirada y llevarla a la línea perpendicular, me digo. Una y otra vez. Bajar la línea de visión lentamente. Verla, sabe que la veo. No perder contacto con ella.
Como se sabe panthera es toda una familia de félidos, pero siempre relacioné "pantera" (por su griego πάνθηρ, "todas las bestias" --aunque θηρα también puede traducirse por "caza") con "panteón", πάνθειον, "el lugar de todos los dioses". En mi imaginación infantil ambas se confundían, y crecí dibujando panteras llenas de panteras, es decir, llenas de dioses. Ciertas corrientes brahamánicas no parecen diferenciar realmente el ámbito de lo divino y el de lo bestial. De niño las imágenes de la diosa Kali y su falda hawaiana hecha de brazos, su collar de cabezas, su inmensa lengua roja, me helaban la espina. Me crispaba, claro. Pero a la vez me atraía irremediablemente. Recuerdo ese libro sobre la secta de los asesinos de Kali, una narración occidentalizante muy mala. Una mezcla similar de emociones me produce la presencia de la Coatlicue. En fin, que a veces me parece muy evidente la presencia del dios infinitamente pequeño que vive al interior de todas las cosas. Creo que en medio de consideraciones etimológicas y con un brazo dentro de la pantera, desperté entonces sin sobresalto.
La tigra llamó ayer por la tarde. Tal vez eso explique la presencia de una pantera onírica. Han operado a su novio, pero parece que todo va bien. Haremos un pequeño viaje hoy, para lo cuál nos hemos --telefónicamente-- avituallado: llevamos una hogaza de pan de tomate, lonchas de prosciutto, mermelada de higo, aceite de romero y unos pocos dulces árabes. Le compré un dedo de novia, "lo vas a necesitar para que te pongan el anillo", le dije. "Estoy seguro." Se ríe y se vuelve infinita, con la risa que sólo es el estar habitado por un dios. Al Pepe (nuestro cocker, que vive con ella, pero pues es nuestro) le compré huesos de avena. Qué complacencia, me digo. Cocinaremos mañana, y será una buena oportunidad para desperezar el italiano, porque para preparar pasta con M. hay que decir aglio, basilico, acetto, olio, pomodoro, en fin. También hay un pequeño dios que vive en los sabores, y otro dios más pequeño que vive en el nombre de los sabores, y otro aún más, casi infinitamente pequeño que vive en el sabor de las cosas. A ese dios hay que rezarle probándolo. Yo como no sé rezar, canto, por lo que debemos concluir que cocinar es un modo de cantar, es decir, de liberar al dios secreto que vive en algunas cosas deliciosas.
Cazado: mi amor se casa. Qué alegría.
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