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jueves, 8 de diciembre de 2016

Patrimonios y matrimonios literarios (comentario a un artículo de Jorge Carrión)

En su artículo "Las otras apropiaciones de Borges y Bolaño", el escritor Jorge Carrión propone leer --siguiendo a Bordieu-- la obra de dos grandes narradores dentro de sus contextos de recepción y circulación; ejercicio lúcido y necesario en una época donde la literatura y el mercado parecen confundirse o ignorarse mutuamente. 

Su recuento sobre lo que podríamos llamar "la ceguera" de Kodama con respecto a la obra de Borges (incluyendo los últimos pormenores del caso Katchadjian) me parece impecable y no tendría nada que agregar. Sin embargo, a partir de la noción de "obra maestra", que Carrión utiliza para diferenciar la trilogía póstuma de Bolaño (El Tercer ReichLos sinsabores del verdadero policía y El espíritu de la ciencia ficciónde sus novelas previas, la argumentación me parece un poco más problemática.

Creo que la intención de inscribir a las viudas/albaceas de Borges y Bolaño dentro de la tradición de artistas de la apropiación (como Duchamp y Benjamin, a quienes Carrión menciona, aunque personalmente hubiera elegido a Kenneth Goldsmith o incluso a Jeff Koons, por sus afinidades más cercanas al mercado que al ejercicio artístico) hubiera sido objeto de un gran texto si su autor se hubiese permitido llevar la provocación hasta las últimas consecuencias: leer los gestos y actos de María Kodama y Carolina López como los de unas verdaderas artistas de la apropiación ("estrategas conceptuales que se vengaron del heteropatriarcado, del canon masculino, de la tonta fe de nuestra época en la autoría"), más allá de su papel de viudas en la trama de sus maridos.

¿Y es que se puede hablar de "apropiación" en el contexto de las viudas? Sólo si en ese mismo sentido podemos hablar de Max Brod como "viuda apropiadora" de la obra de Kafka. El arte de la apropiación patrimonial colinda con la matrimonial, porque los votos de esta institución problemática, incómoda, conservadora y en crisis perpetua (el matrimonio) no caducan con la muerte de sus contrayentes: la muerte no siempre los separa, sino al contrario.

El caso de Anna Gregorievna es ejemplar. Luego de la muerte de su marido (un escritor de novelas por entregas que gracias --en gran medida-- a las diligencias de su viuda reconocemos por la sola mención de su apellido: Dostoievski), Anna se entregó en cuerpo y alma al cuidado de sus archivos. Una carta suya en Dostoievski de Henry Troyat, nos permite atisbar un poco el papel de viuda-artista de la apropiación que jugó Anna en la trama de su marido: "No vivo en el siglo XX, en 1916, sino en el XIX por los años setenta. Mis amigos son los amigos de Fiodor Mijailovich, mi mundo es el mundo de los contemporáneos ya desaparecidos de Dostoievski. Vivo de esa atmósfera."

La última frase me parece digna de apreciar en más de un sentido: "vivo de esa atmósfera" no remite únicamente al estado de enclaustramiento que Anna sufrió desde la muerte de Dostoievski en 1881, hasta su propio deceso en junio de 1918, probablemente a causa de malestares intestinales producto del hambre; la frase también remite a un presente puesto entre paréntesis al servicio del pasado. Aprobar nuevas ediciones, traducciones, permitir que estudiosos, lectores y curiosos pasen las manos por los papeles inéditos de la persona amada (que en algunos casos resulta ser también un gran artista) es en sí misma una tarea poética aunque ingrata en la cuenta larga de la historia literaria. Las viudas no tienen vacaciones.

Si no, habría que preguntarle a Sofia Bers (Sofía Tólstoi, de casada), quien también "vivía en esa atmósfera" viciada de la cercanía con el artista incluso desde antes de su muerte, o a Vera Nabokov, que al igual que Bers, fungió como administradora, compiladora, amanuense y traductora (¡vaya que el cursi y acartonado papel de "musa" literaria es todo menos pasivo y contemplativo!). Pero la otra acepción de "vivir de esa atmósfera" compete a esa piedrita en el zapato de la literatura, esa con la que pueden edificarse bibliotecas o que compromete la vida de los libros, apresurando su publicación o impidiéndola del todo: el dinero.

Según nos recuerda Carrión, la pugna de Kodama contra Katchadjian no es una cuestión de capital económico sino de capital simbólico (para seguir operando en la terminología de Bordieu), y por tanto aquí sí cabría hablar de una auténtica apropiación, en el momento en que Kodama no sólo gestiona los intereses materiales sobre la obra de Borges, sino que cree (en su fantasía) ser capaz de gestionar también el prestigio borgeano. Esa conversión, en efecto, es lo que Carrión denuncia como una incomprensión de Kodama de la poética de Borges, y lo que crearía las condiciones de posibilidad de leerla perversa y lúdicamente como una "artista de la apropiación" --como alguien que juega y crea con "las leyes de la propiedad intelectual, aprobadas en un mundo sin internet", y de juzgarla como una artista anacrónica, conservadora, que viene de un mundo ajeno a "los modos en que creamos hoy." 

Pero ahí donde Kodama exige una dietética de las obras derivadas, una censura, incluso, apelando a leyes de otro siglo, Carolina López sería una apropiadora mucho más radical y moderna, pues firma con un nombre ajeno una obra propia. ¿A qué me refiero? A que si es verdad que, como dice Carrión, obras como El espíritu de la ciencia ficción deberían haber sido editadas no como novedades sino como obras inacabadas o truncas (restituyendo así cierta dignidad al autor para con sus propias tentativas y errores, es decir, restituyéndole cierta humanidad, que queda destruida con la figura del autor consagrado, inmortal, perenne productor al mayoreo de obras maestras), el ofrecerlas al mercado como libros acabados es equivalente a apropiarse del mayor gesto que puede tener un autor para con su propia obra; el gesto mismo por el cual se hace autor de su obra, que complementa el "trámite" y el engorro de escribirla: el gesto de firmarla. Así, los libros póstumos de Bolaño, aunque se vendan firmados por Bolaño, son obra de Carolina López.

Carolina López y quien sea que esté detrás de esas ediciones nuevas de Bolaño, firma en nombre de Bolaño obras que en efecto él escribió, pero que nunca firmó. Esa firma es lo que autoriza al autor en tanto autor de su propia obra; la misma firma que se simboliza en el gesto de firmar un contrato de edición, y que un muerto jamás podría llevar a cabo. ¿Esto debería ser un impedimento para que no se editen libros interesantes que, por azares de la vida y de la muerte, no vieron la luz en vida de sus autores? Me parece que no, pero como vivimos en una época abocada a la velocidad sin freno, donde el escritor cultiva más sus prestigios (y sus enemistades, que también son harto redituables), no parece haber tiempo para pensar en estas cosas.

El caso de Carolina López no me parece tan transparente ni tan lúdico, en realidad, como el de Kodama. Me parece que si Bolaño estuviera vivo, López tendría una pesada plática con él a respecto de Carmen Pérez, y sus discusiones y conclusiones serían (como deberían serlo también hoy, con él muerto) un asunto privado. Carecer de "un nivel alto de redacción", para Carrión, descalifica a López para editar la obra póstuma de Bolaño; es cierto, no todas las viudas escriben cartas ni diarios como los de Sofía Bers y los de Anna Griegorievna, o cartas eróticas como Nora Joyce (quien alguna vez dijo que hubiera preferido casarse con un músico en vez de un escritor) pero me parece que las tramas de los matrimonios forman un texto que los lectores podemos observar, pero que sería fútil juzgar. Curiosamente no puedo pensar en un caso contrario, donde a un viudo se le fiscalice hasta la sintaxis y la vida personal para legitimar su capacidad para administrar la obra de una artista fallecida. 

¿Nora hubiera sido más feliz con el destino de Yoko Ono o Courtney Love?


viernes, 23 de diciembre de 2011

20 tesis contra la Iglesia y una oración desesperada

A manera de exordio

Este ejercicio comenzó hace algunos meses: Kin Navarro, buen amigo de la facultad, me pidió un ensayo "en contra" de la Iglesia Católica, el cuál sería publicado a la par de un ensayo suyo, escrito "a favor". El punto sería propiciar una especie de discusión a ciegas o un ejercicio retórico. Confieso que mi primera reacción fue el querer construir el alegato a favor de la Iglesia --for the lulz, claro, pero también porque para identificar a un "enemigo" lo mejor es conocerle de cerca. Sin embargo, aunque pudiera parecer sencillo hacer leña del árbol caído, argumentar contra uno de los poderes dominadores de Occidente, el cuál atraviesa una crisis de credibilidad acaso irreparable, se me presentó como un ejercicio en realidad difícil. Resonaba en mi cabeza Juan 8: "el que se halle libre de pecado que arroje la primera piedra." Consciente de mis (in)capacidades y acaso condicionado por el Super ego, decidí enviar a Kin este texto (una de cuyas versiones aparecerá próximamente en la revista Síncope), más como una invitación al pensamiento lúdico que como un desarrollo acabado de argumentos. Sirva este exordio perorático más como agradecimiento a Kin por el ejercicio que como verdadera justificación --se sabe que los textos buenos, si son tales, no requieren introducciones tan largas--; pero también para que el improbable lector ubique el sentido de los giros que apelan a un alegato que no está, el ensayo a favor de la Iglesia que sería publicado junto a este, en contra. Fin del miserere.

"No puedo resolver esta cuestión. Si todos deben sufrir para ayudar con su sufrimiento a la armonía eterna, ¿qué papel desempeñan los niños? No se comprende por qué deben sufrir ellos también en nombre de la armonía".
Dostoievski, Los hermanos Karamazov

1. He comenzado varias veces este ensayo y no me decido por ninguna versión. He intentado abordajes desde la epistemología y la ética sobre todo, espacios donde, creo, una forma de pensamiento laico puede dialogar en el terreno del pensamiento religioso. Pero el pensamiento religioso, para entenderse, requiere una inversión irrecuperable: la de la fe, donde toda discusión será simplemente una forma de acuerdo -no digamos tan pronto “complicidad”, pero por lo menos, sospecha. Inversión que será netamente pérdida; en el terreno de la lógica y la duda se entiende. 

El que no duda, puede sencillamente creer. Pero el ensayo, si es realmente ensayo, es una escritura en desbandada, un mapa lleno de correcciones, pero mapa al fin; y toda escritura, si es escritura, será la documentación de un proceso específico de pensamiento. No otra cosa me propongo. El territorio de lo que necesito escribir para esta colaboración está, pues, cifrado en hallar los males de la iglesia católica; pero aunque de primera vista pudieran parecer tan evidentes, ¿dónde encontrarlos? Y de encontrarlos, ¿los azuzaremos? ¿Es que debemos pensar la relación entre el mal y la divinidad (el irresoluble problema de la teodicea ya en ámbitos interminables del pensamiento religioso) o pensaremos simplemente en la tensión entre una moral laica y una moral católica, apostólica y romana (que no es, claro, ni católica [una fuente, entre otras, de la interpretación de Biblia], ni apostólica [pues el apostolado como jerarquización del estamento institucional responsabiliza a un hombre {el Papa}, falible, del destino de muchos, sin que este se enfrente nunca, ay, a sus nefandas consecuencias], ni romana [pues el Estado Vaticano, a pesar de su cercanía geográfica con Roma, es solamente el avatar simbólico {económico, político y turístico, sobre todo} de una estamentación anacrónica que reiteradamente ha demostrado la superación de su vigencia para dar consuelo fuera de la resignación, es decir, de la moral de los vencidos], pero que pervive como resto de sí misma), expresamente para condenarla?  ¿Condenarla, sí, como nos enseñaron en el catecismo? Quis qustodiet ipsos custodes

No, no condenaremos: condenar, es decir, separar el trigo de la cizaña es precisamente acceder a la pulsión interiorizada de afirmarnos frente a lo otro en términos coloniales, una estrategia plenamente católica. Intentemos, si acaso, pensar algunos aspectos de la religión organizada; vayamos más allá de sus supuestos organizacionales. Mostremos, pues, que si el hombre necesita fe, bien puede capacitársele para elegir (acaso crear) la fe que necesite y responsabilizarse por ella.

2. Cuando él la conoció ella le dijo que era casada. Más de 10 años ya. Se dio por enterado, amarrando los perros del deseo para que no la mordieran. Se terminaron soltando, los cabrones. Según Deuteronomio 22, los hombres de su casa deberían apedrearla por adúltera; según Juan 8, el que esté libre de pecado debería comenzar el apedreo. El problema es que, al final, cada hombre de su casa, al enterarse (y si fuera creyente, piensa, él rezaría para que nunca se enteraran, aunque secretamente, hombre libre pero condenado voluntariamente a ella, lo desea), deberá afrontar el peso de la decisión y el contexto de la interpretación de ambas zonas de la ley. Por eso es ateo, porque no le gusta generar consenso cuando se trata de hermosas.

3. ¿Pero será él, seré yo realmente ateo? Ha sido un debate constante en mi generación: creemos en algo, pero no queremos que nos digan en qué creer. Recuerdo por ejemplo una Semana Santa cuando mi abuela vino a casa. Ella y mis padres iban a misa todos los días, y yo me quedaba en casa leyendo y sin bañarme (hay cosas que en la vida no cambian). Ese Sabadodeglória, Abuela me preguntó si yo no creía Dios o en caso de creer, en qué creía. Le dije que creía en algo divino, pero que no creía en la liturgia católica, y para el caso, en ningún tipo de religión organizada. Entonces tenía ella unos 70 años. Mucha de la poesía que escuché de niño venía de sus letanías y cantos; estoy seguro que tiene mejor memoria bíblica que yo. Sólo dijo “bueno, mientras creas en algo está bien. Todos los dioses son el mismo dios.” Si la frase me la hubiera dicho alguien de mi edad, su eficacia retórica hubiera sido la misma; pero viniendo de una mujer que de uno u otro modo había dedicado buena parte de su vida a la iglesia, la frase me llegó con la inercia de una verdad imparable. Me sentí validado de pronto en una posición agnóstica (existe un principio organizador, pero no nos es dado conocerlo, a lo más suponerlo o inventarlo) por una interlocutora confiable.

4. Tengo para mí que hay un dios secreto en cada cosa.

5. Tendría que decir por qué la iglesia es mala, es la parte del ensayo que tengo que entregar, me digo. Es mala porque nos hace sentir culpables. No puedo creer que exista un pecado original; y si existe, equipara a nacer con un pecado. Y hacer un pecado lo que se dice original, en el sentido tan austero de “nuevo”, de novedoso, es realmente tan difícil...

6. Creer en el pecado es crearlo. Como un diagnóstico, el enfermo sólo sabe que lo está si alguien le inocula el nombre de su enfermedad.

7. Crear es siempre creer, pero creer no es necesariamente crear. Hay realidades que la Iglesia no nombra pues de este modo cree suprimirlas. Conclave: poner bajo llave, bajo complicidad, el acuerdo siniestro sobre lo real de lo real.

8. Nietszche mató a Dios; Dios mató a Nietszche, pero primero lo volvió loco. Bien podríamos traer a la esposa de Job durante la locura de Friedrich para hacerle eco de su “maldice a dios y muérete.” ¿Esa imagen va en contra de dios o de la Iglesia? No importa: Nietszche también dijo, tal vez parafraseando a Juvenal, que el que desea cazar monstruos debe cuidarse de no convertirse en uno. ¿Condenaremos pues a la Iglesia o al creyente? ¿Al indio o al que lo hace compadre? ¿Condenaremos?

9. Todo hombre es responsable de todos los demás hombres, ha dicho Sartre. Si continuamos un poco por esa línea, no será difícil ver que todo hombre dentro de una fe es responsable por la pervivencia de esa fe, es decir, es responsable de esa fe a través de los otros hombres. Si el dios católico o cristiano (tomato/tomatoe) ama individualmente a cada hombre, ¿podrá hacerse responsable cada hombre de la barbarie y la atrocidad de dos mil años de Cristianismo? ¿Puede un hombre del xxi dar cuenta de las Cruzadas, de la Inquisición, de los procesos de Evangelización brutal con fines de explotación en América, Asia y África? ¿De los contagios de enfermedades venéreas en países no desarrollados porque los misioneros no ofrecen educación sexual? ¿De los violadores de niños que son sistemáticamente protegidos por Benedicto XVI a través de una sutileza legal, a saber, que en tanto crímenes de apóstoles han de ser juzgados primero en la ley católica antes que en la ley del estado, que es donde sus crímenes impactan el tejido social? La culpa sin duda es otra estrategia ideológica sumamente efectiva: claro, todo católico asume estas culpas, ahí está la treta. Ese es el verdadero pecado original, el de los oídos sordos, el de la complicidad silenciosa, o si se prefiere en términos más formales, el de la falta de problematización de la propia fe. Por eso es siniestra la fe: te dará lo que necesitas a condición de hacer mutis frente a todo lo demás.

10. Para quitarme el absurdo temor a los muertos, mi madre me inculcó el miedo a los hombres. Para matar en mí el miedo a los hombres, aprendí arduamente el temor a los dioses. Para matar la sombra que en mí dejaron los dioses, escribo. ¿Pero quién me quita el miedo a la mirada furiosa que sale de mi caligrafía -tigres silenciosos- desde el fondo de la página?

11. Dejé de ir a misa cuando me enteré que no estaba bien visto levantar la mano y pedir la palabra.

12. Condemnare: de damnare, dañar o retirar crédito. Su acepción es netamente de origen financiero y administrativo. La condena eterna es en ese contexto el seguir pagando una deuda que nunca puede saldarse. El origen de la división paraíso-infierno, bien-mal, es el desarrollo de una ideología de transacción: el creyente se obliga a contraer esa deuda y, lo que es más perverso, a aceptar de antemano que nunca podrá pagarla. El daño al ego de Dios cometido, según la teología, en el viejo jardín, es, por tanto, irreparable.

13. M. se fue, entre otras cosas, porque no quise casarme con ella. Me parecía ridículo, le dije. Fue cuestión de principios el no acceder a persignarme, a ver al sacerdote como si estuviera de acuerdo, a responsabilizarme de esa complicidad. Casémonos en todas las religiones, me dijo, si eso te hace sentir mejor. Me negué. Creí que el amor no necesitaba legitimarse, y es cierto; ella tampoco cree que el amor se legitime, pero que puede compartirse ritualmente con la gente que es importante. No me atreví a hacerme responsable de mi amor por ella frente al mundo. Si de algo debo arrepentirme, es de eso. El pecado original me parece menor comparado al pecado contra uno mismo: el miedo.

14. Hecho: más del 90% de la población estadunidense cree que existe un dios y que ese dios los ama a cada uno individualmente [Harold Bloom: The American Religion]. El problema, supongo, es que cada uno quiere para sí el dios de los demás. Se sabe que desde hace tiempo el dios cristiano tiene el comportamiento de la propiedad privada.

15. Breve apunte hermenéutico: Jerome Rothenberg dice que el lector de la Torá en la tradición judía es un “testigo de los sentidos de un texto privado de vocales.” En términos de la performatividad del rito, la Iglesia no es sino el órgano regulador de la correcta interpretación del rito. Pero el rito, a fuerza de repetirse, cambia: el rito está tan vivo como el hombre. No es sólo el misterio de la transustanciación (el que en cada misa el cuerpo y sangre del Cristo encarne en el pan y el vino), y para pronto, lo que ocurre en el catolicismo tiene muy poco que ver con el rito. Kafka cuenta (perdónese el resumen atroz) la historia de una ofrenda que cierto pueblo hace a sus dioses en determinada fecha. El problema es que los jaguares siempre llegan a devorar las ofrendas. La solución es integrar a los jaguares en el rito. 

El rito, ante todo, es narrativa: construcción a partir de una legítima necesidad humana --esto es, necesidad que no emerge de la conciencia divina-- de sentido. La física teórica también avanza por tanteo, por prueba y error. Lo sagrado permanece latente y efectivo a pesar de que el rito cambie: necesitamos construir sentido. El problema es que rindamos nuestra propia capacidad para generar estos sentidos a un órgano censor que genera sentidos a su conveniencia. En este cariz, la Universidad es tan siniestra como la Iglesia. Etcétera.

16. Llamo milagro a la coincidencia del deseo y el azar. Si en el dios católico el azar no existe, entonces todo es milagro; el problema es que el deseo queda vacante. Se es católico a condición de rendir el deseo, operación mística. Si todos fuésemos santos, no necesitaríamos a dios.

17. Como condición social, la existencia de la ley. No importa qué ley. ¿La ley existe para regular comportamientos o los comportamientos se limitan a lo que la ley les permite? ¿Si la constitución mexicana pronta a cumplir su primer centenario ya se siente anacrónica, cuánto no lo serán los libros de Deuteronomio, Levitico o Hechos? Para consuelo de los fanáticos, aún más viejas son el Código de Ur-Nammu, el Poema de Gilgamesh y las Instrucciones de Shuruppak. Cuando Código de Hamurabi se talló, aquellas eran ya leyes e historias antiguas incluso para los contemporáneos del rey Uruk, 2600 años antes de Cristo.

18. Ejercicio:

a) Llegar a una población pre-letrada de la selva amazónica con una edición decente de La muerte de Superman (Superman Vol. 2 #75).

b) Realizar en el seno de esta población algunos milagros (en grabaciones de antropólogos recientes pueden verse hombres de esta zona asombrados por un encendedor, por una pluma, por los anteojos del camarógrafo; no se crea la imagen del buen salvaje: es lo mismo que ocurre con un occidental enceguecido al pasar por el barrio luminiscente de Akihabara en Tokyo, la misma perplejidad obnubilada, la misma secreta repulsión.) Procurarles la embriaguez; curar algunos enfermos; enfrentarlos a la visión terrorífica de los helicópteros. Eso deberá bastar.

c) Construir una narrativa donde tales capacidades curativas y de tecnología vengan dadas a los que las realizan gracias a la enseñanza de Clark Kent, un hombre de un lejano pueblo, concebido en circunstancias misteriosas lejos de nuestro mundo, que salva a este mundo donde él siempre fue extranjero investido en su faceta de Superman; donde muere en circunstancias atroces peleando contra la encarnación del mal, Doomsday, toda vez que, al dar su vida por nosotros, nos deja su enseñanza.  

d) Desarróllese una mitología alrededor de la misericordia: la persona tripartita de Superman (Clark Kent, Kal-El y Superman) podrían destruirnos, pero no lo hacen. Sobre este mito fundar las bases de la explotación sutil del crédulo por parte de los portadores del cómic, representantes de la divina “S”. Hacer memorabilia según las posibilidades. Festejar fiestas, fundar un apostolado (Batman podría ser buen candidato para Pedro.)

e) Como Superman salió de entre los muertos, así también los que crean en él tendrán vida (y visión de rayos X) y morarán en el Reino como ha sido escrito en The Reign of Superman (Action Comics #687) por los siglos de los siglos.

f) ¿La veracidad de la historia? Está escrita y dibujada. ¿Qué más pruebas necesitamos? Ajusticiar a los disidentes, a los que traigan propaganda de Marvel y otras creencias nefastas.

19. Un pequeño apunte a favor de excepciones benéficas dadas en el seno de la Iglesia Católica: San Juan de la Cruz, místico agnóstico; Santa Teresa, poeta del erotismo salvaje; Maimónides, místico de la lógica; San Agustín, teólogo de la provocación; Thomas More, que puso la sociedad perfecta en su lugar; Fray Bernardino de Sahagún, a quien le debemos los vestigios de la (pagana) religión azteca; el financiamiento del Renacimiento europeo; Johannes Sebastian Bach a quien Dios, según Cioran, debe su existencia; Mendel, el padre de la genética, que posibilitará los clones y los zombis; la música gospel; dos o tres navidades en la vida y Buck Mulligan, porque debería existir y tomar el papel del edulcorado Santa Claus.

20. Dado el caso que Dios exista y que de existir tenga un plan; y que de tener un plan, este contemple nuestras azarosas decisiones individuales en un sistema previamente autorizado, medido y contemplado; y que de contemplar estas decisiones, pueda variar el curso de nuestra vida, es decir, que nuestras decisiones formen parte del plan divino pero que Dios nos haga creer que este plan cambia en función de nuestras necesidades; y, que de acceder a los caprichos humanos, aún y todo, nos pidiera creer en Él, con todo esto, me niego a creer en un Dios que acceda a conceder tales deseos; en un Dios del ego y la vanidad humana puesto en el lugar de la responsabilidad individual de un hombre frente a sus semejantes; en un Dios que, en suma, tenga todos los defectos del hombre sin tener ninguna de sus virtudes. 

Dios, en tanto que está construido como sujeto a imagen y semejanza del hombre, es el ideal perverso del hombre: el que vive y reina en la total impunidad, el que no conoce el perdón (YHWH del Viejo Testamento) o el que ofrece redención a través de la militancia y la propaganda (Evangelios), el que no debe responder a nadie por sus actos y el que tiene la potestad de la decisión -no de la justicia. La Iglesia: el órgano que a través de la sumisión voluntaria allana el camino de la explotación; institución administrativa de la credulidad, la ignorancia y la existencia de un otro mundo paradisiaco o infernal a condición del secuestro de este mundo. Todo infierno y todo paraíso se suceden, aquí, ahora, en la pura percepción que nos hacemos de nuestra propia "realidad" (la cuál, según Nabokov, siempre debe escribirse entre comillas).

CODA (o “A manera de oración desesperada”): Creo, por otro lado, en lo sagrado de todas las cosas, especialmente de las creaciones humanas. La verdadera tragedia del hombre es no ser dios. Tristeza que si no borra, en algo ayuda a soportar el arte. Eso merecería, espero, otro lugar para desarrollarse.

Creo en ti. Eres mi paraíso y mi infierno. Eres mi otra, la que me prometieron en el viejo, improbable jardín.

martes, 19 de julio de 2011

La mejor manera de esconderse es a la vista de todos

, Hallazgo de los diarios de Julien Green. En Crítica 144 hay una selección cuidada y no puedo suponer que mal traducida, de Green. No conozco nada más de él, pero me sentí como en casa al poco tiempo al encontrarme con André Gide. Fue una sensación rarísima. Fuera de Corydon y los Sotanos del Vaticano, lo que más me gusta de Gide son sus diarios. De hecho los tengo en mi mesa de noche siempre, justo al lado de los de José Kozer. El de Gide es el libro con más papelitos, post-its y anotaciones que tengo, y eso que es apenas una selección no exhaustiva de los Diarios. Alegría que Green me lo retratara a Gide ya tan viejo, con esos ojos que los periodistas pintan agudos pero que son más bien de una opaca transparencia.

, Maravilloso encontrar también que Green prefería a Flaubert sobre Balzac. Yo conocí primero a Balzac, recuerdo perfectamente el instante patético en que termina Le re Goriot y dónde estaba yo al leerlo. A Flaubert he aprendido a quererlo eventualmente, ¿pero será coincidencia que, como con Gide, lo que más me impresione de él son sus diarios? Cuando Green retoma en los suyos un pasaje de Salambó, con los ricos fenicios haciéndose acondicionar terrazas para beber en la clara noche, con los diamantes de sus dedos imitando estrellas... Bueno, uno podría ponerse socialista. Pero mi recuerdo más inmediato de Flaubert es su descripción de una noche estrellada, precisamente, bajo el cielo estrellado de Karnak, me parece; recuerdo las estrellas, muy brillantes, y los mausoleos de reyes muertos en la penumbra rojiza. Ambos, Gide y Flaubert, fueron viajeros consumados que atravesaron, curiosamente, cruentos periodos de guerras. Como si Green hiciera una anotación concerniente a ambos, asienta en sus diarios que las páginas que envejecen más pronto son las escritas durante la guerra, con tantos sentimientos "comúnes" en el aire. Me pregunto qué sobrevivirá de las escrituras de esta absurda guerra civil en México.

, Green pasa por otro que conozco, pero con quien no me llevo tan bien, Lev Bloy. Hubiera preferido sin duda encontrarme con otro Lev: claro, Tolstoi. No es necesario que nadie se entere que durante este verano, el más largo de la historia, soy de algún modo Yasnaia Poliana, y aunque me llamo Fyodor, me levanto también con el sol a trabajar con mis manos y a rezar en la pantalla, a veces, más por miedo que por verdadera devoción. Green era un escritor católico; eso me sorprendió bastante. Todas mis burlas están transcritas por él mismo, pero en boca de Gide. La religión es tanto una sugestión como una herencia, y me pregunto si eso no lo habré leído en el mismo Gide tiempo atrás, y se asentó en mí y se me disfraza de una convicción propia. Fascinante el análisis de la vocación sacerdotal que el mismo Green realiza para justificar el no haber tomado los votos. Pero Gide y yo sabemos de qué hablamos: ambos rehusamos un destino sacerdotal, y experimentamos la culpa a una edad en que debería disfrutarse lo que se llamaba antes inocencia.

, En una cena con "hombres de letras" que, como se sabe, no es ni por mucho lo mismo que escritores, Julien Green se queda azorado al ver con qué campechanía denuestan a Valéry. Valéry, claro, otro viejo conocido mío. En él se vuelve concreto uno de mis temores más abstractos: no ser capaz de leer nunca todo lo que quisiera leer. Paso a ver cada tanto los tomos facsimilares de sus diarios en la biblioteca Samuel Ramos de la Facultad de Filosofía, sólo para ver que siguen ahí, sólo para seguir constatando que el infinito se entrega sólo a quien se ve acorralado, idea que no le molestaría en absoluto a Kafka. Green no puede dejar de sentirse incómodo entre estos "hombres de letras", más ocupados, dice, "en el poder que en las musas". A mí me dan tanta desconfianza los métodos de los niños de las estrellas para hacer la Revolución poética en las calles, tanta como la de novelistas y editores en torno a a la mesa de un restaurante caro, hablando de gente en lugar de hablar de libros, ya no digamos de ideas, como comadres. Qué horror. Me siento tan fuera de lugar en la calle como en las oficinas y redacciones. Se me presentan como dos abismos paralelos.

, Otro viejo conocido: Jean Cocteau. Su diario es uno de los más fascinantes que haya leído. La lucidez que le dota la abstención del opio deja reluciente el hueso de la inteligencia, que suele confundirse con el de la locura. Sabe lo que le pasa siempre en cada momento de su brutal rehabilitación; sufre, pero no teme sufrir. Green lo describe perfectamente cuando habla de la capacidad de Cocteau para no dejar caer el monólogo, compuesto de frases tan acabadas que uno no puede sino levantarse en medio de la conversación para aplaudir; aplauso que Cocteau recibiría en su fuero interno, pero que disminuiría frente a su auditorio. La grandeza sólo puede ser reconocida tangencialmente, casi como deferencia al otro, pero asumida únicamente por el poseedor en secreto. Me pregunto que diría Hugo al respecto.

, Además de Gide, mi encuentro más feliz en estos fragmentos de diario de Green fue ver su recurrencia, su casi lealtad a Shakespeare. Espero que las siguientes frases se pierdan entre estas parrafadas: hace poco pensé especialmente en Shakespeare al revisar la última versión de mi Ordalía, que ya debe haber entrado a imprenta. Me dio un poco de pena ajena utilizar un epígrafe de Shakespeare para un poema. Es infinitamente pretencioso, como si yo pudiera convocar el estado de ánimo de ese verso en el lector y luego dejarlo de lado para decir mis cosas. Qué espanto. Como si uno pudiera usar a Shakespeare de ese modo. Lástima que ya lo mandé. El verso es These lines that I before have writ do lie. Pero hubo un momento en que me supe de memoria Romeo y Julieta, y no pasan seis meses sin que vuelva a Lear y Hamlet. La última vez que leí a Shakespeare fue en una edición muy maltratada, en una librería de viejo. Fue The Tempest y la leí de un tirón, porque no podía comprarla. No me sorprendió nada que Green le mencione a Gide, a respecto de su Teseo, una despedida muy parecida a la de Prospero en The Tempest.

, Entre las predilecciones poéticas de Julien Green están Keats, Hölderlin y Rilke. Hace unos días hice una grabación de Ode on a grecian urn de Keats. Un buen amigo me comentó que mi acento es neutral, lo cuál me da gusto, porque es fácil (y me pregunto si no necesario) leer esto "afectadamente". Se están diciendo cosas terribles en ese poema. Los amantes que no podrán tocarse, las ramas que no darán frutos, pero tampoco se marchitarán... Un hermoso escudodeaquiles, esta urna. Green aprecia en la poesía, me parece, sobre todo la sonoridad. Menciona a Milton también y un sermón (involuntariamente cómico) de Donne. Y vuelve, una y otra vez, a Otello y Lear para analizar un pasaje o simplemente para fascinarse a sus anchas, que es una de las ventajas que dan los diarios, la secreta y paciente fascinación. Ejercicio que rompo al transcribir estas páginas de mi diario en un lugar donde cualquiera podría verlo. Es un acto de fe: confío en que tengo, en realidad, tan pocos lectores, que nadie repararía en que estas líneas que he escrito, mienten.

, Hay una curiosa idea extraída por Green a respecto de las cartas de Hölderlin; siente que se habla de los jóvenes durante los años previos a la Revolución Francesa de la misma manera en que se hablaba en su juventud de las juventudes hitlerianas. El Terror y la Shoah tienen unos armónicos a los que hay que prestar atención. Hay que pedir lo imposible, una revolución que no termine en el horror. ¿Estaremos en una revolución o en una guerra? ¿Difiere realmente un decapitado por Robespierre a uno decapitado por el narco? ¿No están, cada uno, en sus momentos históricos, estableciendo órdenes sociales por via de la fuerza? Lo que me aterra es la normalización de este estado de cosas. Soy absolutamente egoísta aquí: no quiero tener que gastar empatía y atención en miles de muertos, sólo quiero leer en paz. Fue el argumento con el que pude pasar más o menos neutralmente por la facultad. Pero no, la literatura, la poesía, no son instrumentos de paz solamente; hay que afirmarlos más que nunca en épocas sangrientas. Acaso podamos conservar ahí todavía algo remotamente humano.

, Uno de los poemas que más me impresionan y que volví a leer recientemente es de Roberto Bolaño y dice:

Soñé que después de la tormenta un escritor ruso y también sus amigos franceses optaban por la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quien se derrumba sin sentido sobre su alfombra favorita.

 Nada me impide pensar que, en mi papel de escritor ruso del siglo xix (y por fortuna o desgracia, este punto será comprensible únicamente para C.), pasada, claro, la tempestad y las despedidas, puedo reunirme con mis amigos franceses, Paul Valéry, André Gide y Julien Green (creo que ellos no soportarían que invitara a Lacan, pero es mi interpretación y lo invito si quiero), y podríamos sencillamente optar por la felicidad. Entonces me derrumbo sobre mi alfombra, aún con sentido, aunque mis días últimamente parezcan sin sentido, precisamente, por exceso de sentido; me derrumbo sobre mi alfombra y sé que me escondo cada vez que me presento por mi nombre.

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viernes, 2 de abril de 2010

Apología y diatriba del vicio, de Rafael Courtoisie



El principio del placer es una de las ruedas sobre las que se mueve el mundo. El principio del dolor es la otra rueda. Son ruedas anchas, delgadas, de rayos dorados como los de una cuadriga de la antigua Roma Imperial. Sobre la cuadriga el conductor, el hombre y un extraño s´quito de figuras sólo remotamente antropomórfas: los vicios. Los vicios se mueven y hacen equilibrio entre el placer y el dolor. Empiezan por el placer, del lado de la rueda del placer y luego, usualmente, van desplazándose hacia el lado del dolor. El desplazamiento suele ser inevitable y entonces el carro, la cuadriga de la antigua Roma del Imperio se desequilibra: del lado del dolor están los traficantes, cavernas o guaridas de microbios. El lado del placer, por supuesto, es luminoso.
Fedor Dostoiewski, el célebre autor ruso que pasó noches de insomnio haciendo avanzar por sus páginas las tribulaciones de su famoso y culpable Rodia, estaba desde el mismo día de su concepción atraído inevitablemente por una de las sirenas mitológicas que habitan la isla del vicio: la locura. Fedor nació en un manicomio de la Rusia zarista, pues su padre era médico siquiatra y dispuso que su familia viviera allí. El primer berrido del joven Fedor se confundió con los desgarradores gritos de los orates que deambulaban y se babeaban en los sórdidos y largos pasillos de aquella mansión de locura.
Muchos años después, Dostoiewski, tratando de exorcizar por la escritura el terrible vicio del juego, intentando pagar deudas contraídas por su compulsión a apostar en la ruleta, se comprometió con un editor inescrupuloso a entregar una novela en tiempo récord. No podía escribir con la velocidad necesaria, por lo que contrató una tipógrafa para que le tomara dictado.
Pronto el proyecto de novela se convertiría en El jugador (cuya acción transcurre en la imaginaria ciudad de "Ruletenburg") y su secretaria se transformaría en la nueva, diligente y abnegada esposa del novelista. En este caso el vicio del juego le permitió al escritor ruso una formidable revancha. Pero lo usual es que no suceda así. Basta recordar las crisis abismales que terminaron con la vida de Kurt Cobain. La droga, como el crimen, es un vicio que termina pasando la cuenta, cobrándose el capital de la vida con intereses de usura.
Los animales no tienen vicios: ¿Alguien vio alguna vez una foca fumando? Ni las focas, ni los peces, ni los caballos, ni cualquier otra criatura del reino animal o vegetal fuman. Menos pudieran hacerlo las pobres e inertes piedras, súbditos humildes del reino mineral. Entre los organismos menos complejos de la escala zoológica sólo fuman algunas especies de batracios, algunos sapos de clima subtropical, pero hacen ese ejercicio de vicio de manera tan torpe que inhalan humo hasta hinchar totalmente la babosa submaxilar y revientan casi enseguida. Pobres sapos.
El vicio es humano, intrínsecamente humano, y es hermano de sangre de la virtud. Y la virtud tal vez no sea otra cosa que el vicio empecinado de los hombres honestos.
Rafael Courtoisie, Poesía y caracol, Biblioteca Sibila/ Fundación BBVA. Sevilla, 2008. pp. 42-3.
Imagen.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El diario íntimo, Tolstoi, et. al.





, El diario íntimo es una forma de escritura siempre parcial, que busca fijar lo que no puede fijarse, a saber, el presente. Parcial por la naturaleza misma de ese presente, el movimiento, como se da en nuestro igualmente parcial entendimiento de la fuerza del tiempo. 

, Guardo especial estima y admiración por esas obras que se construyen de mañana en mañana, antes del amanecer; que son la coyuntura misma donde experiencia y posibilidad se encuentran y se hacen explícitas. Lo que fui determinando lo que soy. Escritura en gerundio. En otra parte he escrito mi asombro al verme frente a los numerosos volúmenes de los Cahiers de Paul Valéry, en la biblioteca de la Facultad. Grandes diaristas han sido Franz Kafka, Fernando Pessoa, Michel de Montaigne, Alfonso Reyes... Nos dice Blanchot: un hombre, mañana tras mañana, se levanta antes que el sol y pone lo primero que se le ocurre en la cabeza. Así durante cincuenta o más años, aderezado todo con eventos más o menos afortunados y ya está: tiene usted algo así como una obra.

, Sin duda habrá diaristas sin obra. Es decir: entendiendo el diario íntimo como marginal a la obra "como tal", habrá escritores o artistas que llevan a su vez notas de sus propios procesos interiores para el solo ejercicio de clarificarse intelectualmente ante ellos, y esa otra escritura, la pública, la que se da a conocer pretendiéndole algún interés para los demás. Pero por muy ingenuos que seamos no podemos pensar que este hipotético escritor a la vez de diarios y (a falta de otro nombre para diferenciarlas) "obras públicas" -publicables, se entiende- no crea en alguna mínima medida que lo que escribe en sus diarios puede a su vez tener cierto impacto o, en un sentido más mesurado, interés para los demás. Esta impresión tuve al leer la edición mexicana de los Diarios de Lev Tolstoi (2 vol., traducción y selección de Selma Ancira, Conaculta-Fonca, Era, 2001)

, Se entiende también que el autor de Guerra y paz no comenzó anotando las reglas para su vida futura en la misma elevada y poderosa prosa con que describe a Bolkonski frente a los franceses. El diario parece ser así una suerte de escuela de escritura, un lugar seguro, locus amoenus, donde el incipiente escritor desarrolla sus modestas facultades, aprendiendo, como se aprende cualquier cosa en la vida, realizándolas. Seguro por la pretendida "intimidad" del diario. Me parece ya fija en el imaginario la imagen del diario íntimo de la colegiala con un candado protegiendo el contenido, uniendo las solapas de manera más bien simbólica. La conciencia de lo privado nos genera el sentimiento de la seguridad, de que en este lugar podemos ser sin más nosotros mismos, sin jueces, sin críticos que ataquen al ser a través de la expresión escrita de ese ser. A room of one's own

Ahí todos los errores se permiten. Y más: pareciera que una motivación para escribir un diario fuera esa misma insistencia -con algún tinte masoquista- de descubrirnos cometiendo el error, y que mediante su identificación, quedemos salvos de su influjo. Hablo no sólo de errores a nivel de oficio, sino más bien de esos que buscan el perfeccionamiento de la vida personal. De ese modo se recrimina Tolstoi su afición -compartida con Dostoievski y con nuestro caro Hank Bukowski- por el juego y las apuestas (donde llegó a perder hasta cierta extensión de sus propiedades de Yásnaia Polaina), esa entrevista con Rilke que lo dejó más bien indiferente, o esa enfermedad venérea contraida en la juventud, bueno, "por la única manera como puede contraerse".

, Diario, obra y vida personal. Tolstoi llevó su diario personal desde los 18 años hasta su muerte, en 1912, a los 82. Más tiempo que el que duró casado con su mujer. No sé por qué esto me parece relevante.

, Si el diario íntimo ventila inconsistencias de carácter también revela inconsistencias de vocación. Escribe Tolstoi, el 21 de diciembre de 1850: No leer novelas.

, Si partimos de la arbitrariedad saussuriana del signo lingüístico, convendremos sin empellones en que toda escritura es mimética, y por tanto representacional, ficticia. A pesar del alto grado de referencialidad del discurso en el diario íntimo (cercano, por otra parte, al texto hisórico en su acumulación y referenciación factual, en esta como "lealtad" a los hechos) a través de la escritura entendida como interpretación el diarista se interpreta a sí mismo tal cual se percibe. No hay mucha diferencia en decir que esta percepción es tanto un trabajo de observación moral (Montaigne) como una construcción de carácter, parecido a la elaboración de un personaje de ficción. Podríamos aventurar que el diario es una novela siempre inconclusa donde un narrador en primera persona se refiere en la realidad referencial a la vez que se construye como incidente de esa realidad. En el diario íntimo no es tanto que el diarista se conozca, sino que pareciera más bien construirse como personalidad a través de la evidencia de los hechos y de la proyección de sus deseos. 

, Situación fronteriza la de la correspondencia, con un lector implicado solamente, pero de igual valor en su llegada al público. La escritura epistolar la dejo para otro día.

, El lector del diario íntimo de alguien más parece llevar a cabo una operación subversiva, hasta cierto punto morbosa. Porque el diario íntimo es una obra que no tiene receptor, que no esta pensada, menos aún que ninguna otra, para hacerse pública. En alguna parte he leído (creo que a propósito de Pessoa) que no puede existir literatura privada, que la literatura no es tal si no se hace pública (Ortega y Gasset... Blanchot... no puedo recordar). Esta visión de la literatura parte de que una obra es tal cuando es recibida y apreciada. Fenómeno de interpretación parecido al de ver las pinturas prehistóricas de Lascaux como formas primitivas ya de "arte" (que el fauvismo aprovecharía, sin embargo, a través de esa interpretación, para sus propios propósitos). 

Es mi parecer que la escritura (el hecho mismo de blanco sobre negro, mano que se mueve, dedo que oprime teclas) es un producto cultural -no necesariamente en una acepción comercial, sino como efecto o expresión de una cultura-, con mayor o menor incidencia en la mentada cultura, por supuesto, pero innegablemente cultura desde su gérmen oculto de cajón. Legitimamos estos productos a partir de su recepción solamente, pero este proceso tiene más que ver con la Historia que con el carácter ontológico de tales productos, de lo que esas cosas son. Sólo así podemos entender la literatura privada de Pessoa, las anotaciones de aquella monja portuguesa que escribía ardorosas cartas de amor en su convento y cuyo nombre se me escapa, o la de esa otra monja civil, Emily Dickinson, epígono de la literatura discreta.



Imagen: http://freepages.books.rootsweb.ancestry.com/~rgrosser/19crlit.htm