domingo, 28 de octubre de 2012

La última palabra

, Hay personas que necesitan tener la razón. Hablar con ellos se vuelve un camino de profundo desgaste, de erosionar un sentido hasta que no quede nada, o aún menos, porque la nada es incluso demasiado. Qué diferente del tipo de conversaciones verdaderamente nutricias, las que derivan, las que son sabias en su derivar, en su doble acepción: derivar como una bifurcación, como la continuación de un sentido en otro; pero también en cuanto a que derivan, es decir, en que van como un barco sin velas, aunque creo que en el siglo xxi los barcos con velas son meras curiosidades, porque todos están tratando de levar anclas lo más rápido posible.

, Para ganar una discusión, todo lo que uno debe hacer es leer con cierta enjundia los Diálogos de Platón, los Ensayos de Montaigne y repasar, tener siempre bajo la almohada a Cicerón (aunque leerlo sería más conveniente que tenerlo ahí guardado solamente, lo cual sería en sí mismo muy estúpido) y El arte de tener la razón de Schopenhauer, sobre todo leerse muy bien a Schopenhauer, porque ahí viene todo, ahí viene cómo hacerle para no perder nunca una discusión, para ser completamente un ser de inigualable eficacia retórica. El problema es que ser seres retóricos puede abonar para ser un ser que piensa, pero también puede cultivar la necedad ahí donde hay una boca versada con un oído que no sabe escuchar. La retórica ayuda a pensar al que piensa, pero da la falsa sensación de pensar al que no piensa.

, Tener la última palabra no es un mérito; se trata sencillamente de una técnica, en el mejor de los casos, y en el peor de ellos, de un contento vano para tontos. Tonto es el hombre que ha decidido engañarse a sí mismo. He visto hombres brillantes enfrascados (y la imagen es precisa, porque se ven dos o muchas más que dos moscas encerradas en un frasco más o menos grande, de miel vacía, por ejemplo, que nunca tiene tapa, revoloteando incansablemente en busca de una puerta, cuando todo lo que se necesita es una ventana) en discusiones violentas con vagabundos en cuanto al mutuo derecho de seguir por cierta banqueta. Me pasó, fue una escena sumamente beckettiana. No quiero decir tampoco que uno deba elegir cuidadosamente sus batallas (aunque un poco es eso), sino que cualquier batalla o discusión se vuelve relevante a través de la manera en que entramos en ella. Tal vez la diferencia entre unas y otras se encuentre en la importancia que podemos atribuirles.

, Se trata del caballero andante, llamémoslo el Caballero Blanco que, yendo por el bosque y la espesura, se encuentra nada menos que con su peor enemigo, a quien llamaremos el Caballero Negro. O tal vez podríamos invertir los roles, para que no se tome de racista esta argumentación. Bueno, correremos el riesgo, correremos con el Caballero Blanco por el bosque sólo para que de pronto el Caballero Negro se nos aparezca. Entonces lo desafiamos gallardamente, porque es lo que hace uno en estos casos, y como no se trata de un bar no podemos invitarlo a salir para matarlo, que es mala cosa hacerse de manos cerca de tantos vidrios rotos y aguarle la fiesta a los parroquianos, digo, porque estamos en el afuera ya, así que se dice lo necesario para constatar el reto y sacamos la espada de su vaina. Pero he aquí que el Caballero Negro no quiere combatirnos. No asume que es necesario, que es preciso, urgente, en fin, que todos los eventos de nuestra vida nos han traído hasta este páramo del bosque. No, el Caballero Negro no peleará. ¿Por qué?, le preguntamos. Pues porque no hay nadie alrededor, observando. Sería burda hazaña matar a un hombre, sin más, en medio del bosque, nos diría. Hasta los duelistas del futuro tendrán padrinos, como en esas novelas que Chesterton escribirá, para que haya ojos que vean y bocas que digan lo que se ha visto, e incluso alguien que pueda disponer de nuestros despojos, o ver cómo los pájaros tiran de la carne pegada a nuestros huesos. Seríamos los dos, terminaría, triunfal, el Caballero Negro, como dos anónimos que se matan; seríamos como perros.

, ¿Existe un momento después del cual no puede agregarse ninguna palabra a lo ya dicho o escrito? ¿En qué consiste la (im)posibilidad de seguir agregando palabras a las palabras, y cómo afecta esta sumatoria que se antojaría infinita al dispositivo del sentido? Pienso en el fin del análisis freudiano, pero no va por ahí. Hasta cierto punto agregar palabras es lo que genera discurso, pero en el momento en que el discurso comienza a convertirse en palabras estamos en otra zona. Y es que, pensando desde cierta lógica capitalista, cada palabra invierte en pro del discurso, o debería abonar en su favor; ¿pero no es precisamente la subversión de la acumulación una conversación infinita, o que se pretenda infinita, es decir, sin que nos veamos compelidos a llegar al objeto discurso, a construirlo, para luego alejarnos y darnos palmaditas porque no dejamos juntura sin remache, ni íes sin punto vacante? ¿No es incluso monstruoso pensar que cuando hablamos es preciso hablar de algo?

, Tal vez lo que haya que evitar, sin que sepamos bien a bien cómo es posible evitarlo, es lo que Blanchot llamaba "la tentación de lo eterno". Todo esto que mal-digo o que boceto él lo ha dicho mucho mejor en El diálogo inconcluso. Pensando así no habría mucho que agregar a nada. Pero es que precisamente ese es el problema, porque aunque no habría nada que agregar no podemos sino seguir agregando. No nos es dado detenernos, pensar, en el sentido de dejarse ser el pensamiento de lo que pensamos. Siempre debe haber registro, huella, todo eso que ya sabemos. ¿O es que no lo sabemos? ¿Se nos olvida fácil? Tengo que tal vez haya algo en el abandono que dé más vida al pensamiento. Que el mejor detective debe cuidarse de no decir la verdad que ha visto, porque no tendría sentido. Lo que se vuelve explícito (¿lo diremos?) se muere un poco. Retoma cierta vida como la vida del discurso, pero a cada paso nos alejamos de ese horizonte que perseguimos. Interrumpirse no es mucho más loable que continuar, en verdad. No hay ética que perseguir aquí ni traición. Pero para que la palabra sea posible, creo, es preciso conservarse en un après-d'avant, en el antes de lo que siempre está ya dicho, un algo que está siempre-todavía por decirse, esa tensión mimética entre la palabra y el tiempo, que las relaciona sin confundirlas, ahí donde incluso es posible callar, hacer como que callar es posible, suspender el pensamiento. Pero al hacerlo la palabra, esa tensión, vuelve a ser posible. Llevarlo tan lejos incluso como para que la palabra que dice la palabra sea como el implícito de todo misterio, sin olvidar que no estamos yendo a ninguna parte, que somos un planeta estúpido dando vueltas por el universo, como en un volantín. Sólo hay que quedarse ahí, sólo hay que esperar a que la última palabra salga por la puerta, y luego hacer como que cerramos, sólo lo necesario para que se vaya, es decir, para que pueda volver.

, Una isla sólo puede ser un descubrimiento si no se la busca. Isla, como oasis en el mar; reversible a: oasis, isla en el desierto. Los hombres crean desiertos de agua, de arena. De palabras. Lo real queda infinitamente traspuesto tras ese umbral que no cruzamos, porque en realidad no hay umbral. Jugamos a que lo hay, y a veces jugamos en serio, muy en serio, hasta la muerte, pero seguimos tocando en puertas abiertas. América no existe si se la busca. La hospitalidad sólo puede existir si no se la espera. El asombro necesariamente no se deja programar en la agenda.

, Esta es la última palabra.

5 comentarios :

  1. Aunque todavía no descubro en su texto la relación argumentativa entre la pelea y la palabra, puedo decir que me hizo recordar muchos equívocos y muchas terquedades. A veces no hay que decir nada y lo decimos. No hay realidad ni verdad categórica pero insistimos en producir dolor en el otro para tener la razón. Me quedo pensando muchas cosas. Le abrazo.

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  3. lo leí (lo soñaba) mientras lo escribiste y, claro, pensé decir 'algo' y 'muchas cosas', pero que "le secret d'ennuyer est celui de tout dire", pero que lo cantado es lo que consta, pero lo que ya no es dable decir es lo ofrendado. (o alguien quería sólo citar a Voltaire, típico. con razón.)

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  4. Me sentí tan identificada, acaso ha leído mis pensamientos?

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  5. Excelente blog. Recuerda te necesitamos, sigue con tu trabajo. !!

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