jueves, 13 de agosto de 2009
El asombro, revisited
martes, 4 de agosto de 2009
La vida y la letra, 6
, Se piensa desde la poesía o se piensa mal, pienso. Pero de repente la poesía nos piensa; entonces escribimos.
, Se escribe desde una intuición: la famosa inspiración es la percepción entera, fugaz, de la obra. El trabajo de escribir no es sino el de traducir la percepción a forma (y la forma, según Valéry, es lo único que el escritor tiene de suyo, irrenunciable). "Dar forma", sin embargo, es tan improbable como "dar muerte" como lo entiendía Blanchot: un vacío --una construcción hueca-- no es algo que pueda otorgarse. La forma del poema, la bala recorriendo el espacio entre la pistola y la sien, en estricto sentido, no existen.
, "Dar forma" no puede ser tampoco elaborar de acuerdo a un plan previo, sino seguir la huella de esa percepción inicial que desencadena todo. Escribir un poema se parece al trabajo de esos astrónomos que le siguen la pista al viejo pájaro del big bang a través de esa forma vacía, todo el hueco del universo.
, Seguramente la percepción se nutrirá del trabajo: la paciencia, la disciplina, la perseverancia, esas formas raras que adopta la esperanza para las sociedades progresistas. Pero un viejo sabio escribió que Un coup de dés jamais n'abolira le hasard...
, Lo que llamamos 'instante' es la existencia completa de la obra --el espacio de tiempo que toma la percepción en construirse y borrarse por entero. Escribir es reelaborar los destellos de ese instante; armar la torre con las ruinas.
, Una puerta se abre; al momento se cierra. El poema a escribir se constituye por la memoria del vistazo que dimos. Extraño procedimiento metonímico: reconstruir la mujer entera por el color absurdo de la toalla.
, Borges, otro viejo sabio, cuenta esta historia:
Coleridge
El fragmento lírico Kubla Khan (cincuenta y tantos versos rimados e irregulares, de prosodia exquisita) fue soñado por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, en uno de los días del verano de 1797. Coleridge escribe que se había retirado a una granja en el confín de Exmoor; una indisposición lo obligó a tomar un hipnótico; el sueño lo venció momentos después de la lectura de un pasaje de Purchas, que refiere las edificaciones del palacio de Kublai Khan, el emperador cuya fama occidental labró Marco Polo. En el sueño de Coleridge, el texto casualmente leído procedió a germinar y a multiplicarse; el hombre que dormía intuyó una serie de imágenes visuales y, simplemente, de palabras que las manifestaban; al cabo de unas horas se despertó con la certidumbre de haber compuesto, o recibido, un poema de unos trescientos versos. Los recordaba con singular claridad y pudo transcribir el fragmento que perdura en sus obras. Una visita inesperada lo interrumpió y le fue imposible después recordar el resto. «Descubrí con no pequeña sorpresa y mortificación —cuenta Coleridge—, que si bien retenía de un modo vago la forma general de la visión, todo lo demás, salvo unas ocho o diez líneas sueltas, había desaparecido como las imágenes en la superficie de un río en el que se arroja una piedra, pero, ay de mí, sin la ulterior restauración de estas últimas».