miércoles, 30 de septiembre de 2015

Presentación de "La balada de Mr. P Mosh...", por Alejandro Albarrán


Leído el 9 de septiembre de 2015 en la librería Wiser Books & Coffee.

1.
Comienzo a leer La balada de Mr. P Mosh o siete sonidos para peluquería de Javier Raya  y viene a mí la imagen de un niño sentado, esperando (completamente atormentado) su turno en la silla giratoria, con alguien de fondo haciendo sonar unas tijeras:

Comienzo a leer La balada de Mr. P Mosh o siete sonidos para peluquería de Javier Raya  y leo:

Sala de espera de parto y reparto: la obra comienza
en el momento en que la espera
empieza a sentirse
como un agua estancada,
a ras de barbilla, lecho
de río se vuelva al volver
para lavarnos con su misma
leche de piedras los manchones de semen
de la ropa,
que la tortura cobre su todo anegado, como una corbata
que ahoga de azogue     el agua reflejante,
que la revista saque del revistero                     con lo sido,
que le toque su turno de costillas y rastrojos
o que
sin más un loto se cruce de piernas.
    Crustáceo el estilista de estilete,
    sin llegar, no hay ambiente
para epifanías,
todo es rito de Dalila y Sansón
sin sol.
Toda canción
es nacimiento, me digo,
modestamente
canturreando un bolero sabio.

2.
Pocas veces he estado en peluquerías, tal vez por eso conservo la imagen y la sensación intactas.

La imagen de una persona sentada en una silla giratoria frente a un enorme espejo puede ser también la imagen de una persona sentada en una silla giratoria frente a un enorme montón de papeles.

Leo:
El día martes
se pone de pie, con su cara de pesebre,
que le gusta verse ahí,
dice, enmarcado en el espejo
como por el mundo,
como poniéndose al mundo
de sombrero o marco,
chamarra de piel y todo.
Una lección.

Después de estas líneas, la imagen de el hombre enfrentado en el espejo me viene repetidamente a la cabeza. ¿Quién es ese hombre y qué busca?

Releo y la poesía de Raya me hace pensar en la elección de las palabras, y en todas las otras elecciones de un escritor:

Uno va eligiendo, seleccionando, convenientemente, sus recuerdos. Como un estilista, vamos haciéndole un corte a la memoria, eligiendo qué mechón cortar qué mechón no, darle estilo, uno que se ajuste a lo que queremos ver reflejado en el espejo, cuando la espera termine y el estilista (que también somos nosotros), nos muestre los detalles de la nuca y veamos el reflejo de nuestro cuello repetido al infinito, mientras sentimos que algo poco a poco se desanuda en la garganta y la bata blanca con nuestro restos ondee depositando lo que no quisimos en el suelo.

George Frazer habla sobre las antiguas costumbres de los germanos, y relata que entre los chati, los guerreros jóvenes nunca se cortaban el pelo o la barba hasta haber matado un enemigo.  

El enemigo es la memoria. O mejor dicho: el enemigo es uno mismo confrontado en la memoria. El enemigo es lo que está frente al espejo, cuando decides sentarte en una silla giratoria.   

Pienso que la poesía de Raya es el resultado de una confrontación con él mismo, de una constante elección de lo que se quiere reflejar, de los que se quiere decir. Porque lo que Raya nos quiere decir se lo está diciendo primero él mismo.

No encuentro ambiente más enrarecido y místico como el de la peluquería, quise decir poesía, perdón, quise decir: lenguaje.


3. Esos raros peinados nuevos

La homogenización de un estilo hace escuela. En la escuela, en México, durante mucho tiempo se acostumbró llevar el llamado corte de casquillo.

Incluso en estos tiempos, guarda cierto rasgo de rebeldía dejarse crecer el pelo o no cortarlo con frecuencia.

Incluso en estos tiempos, guarda cierto rasgo de rebeldía no cortarse el pelo en la escritura, más en un país donde la mayoría de su poesía usa el llamado corte de casquillo.

Raya ha decidido no cortarse el pelo en la escritura, al contrario, deja que crezca, desatando en el lenguaje un ensortijado discurso reflexivo, cuasi aforístico, para mostrarnos uno de los reflejos más fieles de la atrofia compartida de una generación: la dispersión, la multiplicidad, el multitasking en el que nos vimos concebidos.

Raya no puede quedarse quieto mirando hacia el espejo, al contrario, como un niño, el niño de la imagen que me vino al comenzar a leer sus poemas, busca cualquier pretextos para escapar de su contexto, para recontextualizarlo en otro. Esta digresión o irrupción es uno de los elementos que operan con frecuencia en las construcción de los poemas de La balada de Mr. P Mosh o siete sonidos para peluquería.

El terror del terror: su grito ciego
desborda el párpado sin mirada,
la sala de espera donde las madres
guardan
su papelito,
como en las carnicerías,
para que les entreguen los restos
de sus hijos
embolsados.
Las momias posmo se visten de plástico, sí.
Es como un don, solía decirle su madre:
todo lo que ve lo convierte en aeropuerto.
El mundo
es una dona
y tú eres el centro ausente
que le da sentido, sin ti
el mar perdería sus bordes,
se derramaría
como una copa rebosante,
como una cabeza decapitada
despeinada.

4.
Dice Frazer acerca de los antiguos tabúes sobre el pelo: “El salvaje cree que la conexión simpatética que existe entre él y cada una de las partes de su cuerpo continúa existiendo después de romperse la conexión física y, por consiguiente, él sufrirá cualquier daño que pueda sobreviene a las partes separadas de su cuerpo, como el corte de pelo”.

El corte de pelo también podría verse como metáfora de la corrección de estilo, en ese sentido, como en algunas tradiciones primitivas, habría que cortarnos el pelo con nuestras propias manos. Cuando escribe, Raya deja crecer su pelo y si acaso decide cortarlo, lo hace con sus propias manos, esto se nota porque su corte no busca la perfección, la simetría, sino el ritual, la asimetría.     
 
Otra metáfora del pelo está en la obra. Es decir, separarse de un poema o de una serie de poemas, separarlos de nosotros para olvidarlos, también es cortar una extensión de nosotros.

En algunas partes de Nueva Zelanda, el día más sagrado del año la gente se reunía, como hoy, en gran número, procedentes de todos los alrededores. Ese día sacro era el señalado para el corte de pelo.


lunes, 14 de septiembre de 2015

El nombre de la novela

Quién la hubiera visto así
rostizándose --a la ternura.
El abrigo blanco del conejo
servirá de gorro para el niño
que mientras tanto pregunta
"¿a dónde se fue el conejito?"

Le contamos que se fue de viaje
con un mago famoso --se fue
a hacer fortuna en los cumpleaños,
a exponer las vísceras
en los museos de anatomía.
Llegará tarde si llega, en todo caso,
como el deseo --justo a tiempo
como lo real. Cuando ve

a los niños gringos
se pregunta por el conejo de Pascua.
Los conejos no son pájaros,
no son primos de los cuervos:
igual que los otros niños
ha visto el mal a la cara, pero
sin voltear el rostro, sin pretexto alguno
presentándole un ceño
desafiante --por eso le parece desoladora
la ingenuidad de los adultos, disfrazados
de vaqueros y de vampiros, jugando
a policías disfrazados de ladrones
y a ladrones disfrazados de fiputados
deferales --desafiante, como todos
los astronautas de cinco años, a mí
no me pueden engañar: ese vampiro
está disfrazado de mago, su conejo
es negro, come carne podrida, su paciencia
--su venganza-- es implacable.