a mis padres
, Más o menos a esta misma hora (1:00 pm) hace un mes, estaba yo sentado en esta misma mesa, con esta misma luz y este mismo sol: un hermoso día. Y ese yo que estaba aquí, sin duda, no es este mismo yo que se recuerda estando --la luz no es la misma, ni el sol es el mismo ni la planta (Harry Helecho) colgante, aunque el viento la saque a bailar, y le ponga en ese vaivén de péndulo que tanto me sigue asustando hoy, un mes después del terremoto. Ese yo ya no existe.
, No quiero escribir una crónica más del temblor, aunque sí es una crónica de un 19 de septiembre.
, El 19 de septiembre de 2016 hablé por última vez con mi ex-empleadora. Nos dimos un adiós sin pasión, propio no de amantes sino de profesionales. ¿Renuncié o me renunciaron? Creo que nunca lo sabré a ciencia cierta. A un año de diferencia ya no importa. Lo cierto es que el 19 de septiembre del 2016, después de dormir a los niños, Tania y yo abrimos una botella de vino espumoso y celebramos el incierto devenir laboral que se abría frente a nosotros. Nos entregamos, como tantas veces, a condiciones inciertas de existencia, sin expectativas y sin esperanzas en realidad. Y brindamos frente al fin del mundo que comenzaba a partir de entonces. Ella es mi otro. Mi amor. Mi fuerza. De ese 19 quería hablar el 19 pasado. El temblor me agarró en esta misma mesa, más o menos a esta hora, hace un mes: haciendo el recuento de un año fuera de la economía formal, del goce de sueldo, de mi vida como la conocía, pero dándole gracias a ella, por rifada, por felicitarme cuando renuncié o me renunciaron. Por estar conmigo a pesar de todo, incluso a pesar de mí mismo y de las condiciones del mundo actual.
, Desde septiembre del año pasado no
tengo un "empleo", pero no quiere decir que no tenga trabajo. Doy
algunas clases de literatura, en bibliotecas y espacios privados y autogestivos, traduzco para revistas, hago psicoanálisis, pulo junto a mis brillantes editores el texto de mi novela, escribo poemas como si no hubiera mañana, pero nada de todo esto basta para
conformar un sueldo como el que tenía antes. Ni cagando. El cambio de un año a esta parte ha sido el dejar
de ser (y de cifrarme y tasarme) como un sujeto activo de la producción, y
volverme un sujeto activo del cuidado, esa labor que no se cobra pero que se
paga de muchas formas. Y eso, para una masculinidad tradicional, es devastador.
Porque el valor del varón del mamífero humano se cifra tradicionalmente en su
rentabilidad, en su capacidad para proveer económicamente a su familia, así como para insertarse
en dinámicas de consumo afines a una determinada clase social a la que no puede
ser del todo ajeno.
, Escribo esto aprisa, más o menos un mes después del #19SMX, porque debo preparar la comida de los niños, doblar la ropa, sacar al perro. Me parecería mezquino apropiarme de la frase de Luciana Peker, pero pienso que no, que yo tampoco tengo un cuarto propio dónde escribir. No soy una mujer, pero al igual que otros hombres que cuidan a sus hijos, me enfrento a menudo con las miradas condescendientes de quienes piensan que las labores domésticas no son dignas de un varón. Que lo "devalúan a mujer". Que lo feminizan (como si hubiera algo de malo en reconocer la parte femenina, receptiva, ávida, terrestre, acuática de la personalidad). Pienso estas cosas, pero no me detengo a pensar. No puedo detenerme. Ya es hora de levantar a los niños. De llevarlos a la escuela. De que la vida continúe.
, Hay días en que este olor tan particular a derrumbe no me deja dormir. El olor ya se disipó, pero no me lo puedo sacar de la ¿memoria? Es olor a polvo, a humo, a humedad quemada, un olor metálico, ferroso, inclasificable, inolvidable. Me revuelvo en la cama tratando de dormir y me atenaza, me presenta imágenes terribles, desesperadas, como si estuviera envuelto en ese olor, prensado por él, incapaz de alejarme de su nube mortífera. Entonces me levanto de la cama, enciendo la computadora nueva (¿cómo voy a pagar por esta computadora nueva comprada a crédito, es decir, con plata que no tengo?) y me pongo a escribir que hay días en que este olor tan particular a derrumbe no me deja dormir.
, La naturaleza parece cruel desde una perspectiva humana. Es caprichosa, violenta, desconsiderada. Como un niño. Tienen demasiada energía: corren de un lado a otro, brincan, se lanzan cosas, bailan en síncopas imposibles y salvajes. De pronto rompen a llorar. Probablemente tienen sueño, hambre o les molesta un pliegue del calcetín. Cambian: están vivos. Demasiado vivos. No se quedan quietos ni siquiera cuando duermen. A veces se quejan en sueños, hablan con alguien, se ríen de formas encantadoras, como si siguieran jugando mientras duermen. Son demasiado hermosos, mis niños, dormidos o despiertos. Incluso cuando me miran con el ceño fruncido cuando les digo que es hora de acostarse, que es hora de guardar los juguetes, que es hora de bajar del triciclo y sentarse a cenar. Justo antes de prorrumpir en quejas, negociaciones o francas escenas de llanto, tiemblan de furia por un instante. Cuando jugamos a hacernos cosquillas también tiemblan de pura dicha.
, Solamente en la ciudad de México, desde hace un mes, se han contabilizado 3,800 edificios con daños, 2,000 con daños leves y 1,800 graves: 52 que deben ser demolidos y 38 más que cayeron como consecuencia del sismo. En total, unos 1,890 edificios que han debido ser desalojados. Calculando el número de pisos, el número de habitantes en promedio, y contrastando --muy a grosso modo-- con la cantidad de albergues que operan desde hace un mes, daría un estimado de 136 mil personas. Pero los +40 albergues que están operando, con alrededor de 200 personas cada uno, apenas suman 10 mil damnificados, eso sin contar a los voluntarios que siguen haciendo turnos de más de 12 horas para servir y administrar 300 mil raciones de comidas al día. Eso son 9 millones de comidas en un mes. Sin contar la resolución de problemas sanitarios, médicos y psicológicos particulares. Sin contar las necesidades especiales de la población infantil y de la tercera edad. Problemas concretos de cuidado. Labores de cuidado. Labores domésticas, si se quiere. Aún así, con todo ese esfuerzo humano, equipos de brigadistas independientes como la #BrigadaGénova estiman que 90 mil personas están durmiendo hoy a la intemperie, bajo lonas o casas de campaña. Y eso, como dije, solamente en la ciudad de México. Puebla, Morelos, Chiapas y Oaxaca tienen, cada una, sus historias de terror y de heroísmo. En Oaxaca, la tierra no ha dejado de moverse. Juchitán, desde donde llegaron las primeras imágenes de la devastación desde el siete de septiembre pasado, está prácticamente en ruinas. Piden lonas porque llueve y tiembla tanto que la gente prefiere dormir en las calles mientras deciden si desalojar o quedarse a perder lo poco que tienen. Muchas comunidades quedaron en el suelo y, a causa de su ubicación geográfica y la falta de vías de comunicación, no se supo sino hasta mucho tiempo después. Recordemos a aquellos de los que nadie se acuerda este día, cuando escuchemos discursos. Alcemos la voz durante los minutos de silencio que nos siguen exigiendo.
, La naturaleza parece cruel desde una perspectiva humana, pero los humanos son innaturalmente crueles consigo mismos: convoys de ayuda desviados por la policía o el ejército. Voluntarixs y brigadistas atacadxs --incluso sexualmente-- en el camino. Imágenes de bodegas del DIF llenas de donativos mientras la gente pasa hambre. A falta de cifras oficiales de desaparecidos y damnificados, pensemos en ese número extraído racionalmente con la información a la mano: 100 mil personas. Damnificados. Esto es, sujetos del daño. Hombres, mujeres, niños. Pero el PRIsidente es optimista: el candidato para 2018 será revelado en tiempo y forma.
, El 19 de septiembre de 2015, publiqué en la página de mis ex-empleadores un texto sobre los 30 años del terremoto de 1985. Yo lo viví así: "Esta mañana, a las 7:19 am, sonaron las campanas de la iglesia, se detonaron cohetes y sonó en las plazas el inexplicable toque de bandera, como en las ceremonias oficiales, en la conmemoración de los 30 años del terremoto. Me parece triste que cualquier ocasión solemne de naturaleza colectiva en este país, desde un partido de futbol hasta la inauguración de un edificio público, implique la música oficial, el toque de bandera y el Himno Nacional. Es increíble que nuestra imaginación, tan productiva en otros ámbitos, sea tan limitada para la celebración y el luto, esos polos de lo social. Ignacio Padilla aborda el tema en Arte y olvido del terremoto (Almadía, 2015), donde acusa la falta de narrativa literaria del suceso, el cual es clave para la renovación periodística y gráfica del período. A pesar de que falte la 'gran novela' del 85, Padilla afirma en entrevista con Excélsior que "el terremoto está implícito en todo cuanto escribimos quienes lo vivimos hace 30 años. Fue para mis contemporáneos una marca generacional indisputable, junto con otros dos derrumbes: el del Muro de Berlín, el 10 de noviembre de 1989, y el de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001'".
, ¿El 19 de septiembre de 2017 estará igualmente ligado a todo cuanto escribamos y pensemos en esta generación? ¿En la manera en que nos relacionemos socialmente? ¿En la forma en que los eventos naturales habrán de influir en nuestros comportamientos? ¿En nuestras instituciones? ¿En nuestras pesadillas? A un mes del #19SMX, ¿hemos despertado ya del estupor? ¿Escucharemos otra vez, impasibles, las palabras de los gobernantes que dicen que todo estará bien, que dejemos todo en manos del ejército, que cantemos el himno nacional o que guardemos más y más minutos de silencio por los que siguen bajo tierra, que nos movamos detrás de la cinta de precaución, que no entremos a la zona de derumbes donde están nuestros seres queridos si no tenemos equipo de seguridad, que no llevemos comida y herramientas a los pueblos más alejados que necesitan reconstruirse?
, Así está la cosa, improbable lector o lectora: vivimos en un narcoestado criminal para quienes su vida y la vida de los suyos valen menos que nada. Vivimos una grave situación de desaparecidos, además de una violencia sin precedentes salvo en contextos de guerra. Incluso los activistas se preguntan si todo su trabajo no es más que administración de la catástrofe. No hay afuera de esto: no basta con fantasear con salir del país, con cambiar de nombre e identidad. El narcocapitalismo no tiene afuera. Y sin embargo... Y sin embargo hay que despertar a los niños para ir a la escuela. Hay que hablar con ellos cuando tienen miedo durante la noche. Hay que familiarizarlos --y nosotros con ellos-- con palabras como epicentro, placa tectónica, zona de subducción, rescate vertical, o mototrozadora de discos de diamante continuo de 1/2". Porque no hay afuera del narcoestado ni la necropolítica, y ellos se darán cuenta en su momento, pero por ahora son niños y tienen miedo. Tal vez no son hijos tuyos, pero van a sacarte del fondo de la tierra la próxima vez que la tierra se mueva, o cuando el crimen organizado (el de los carteles o el del gobierno) decidan que tu cuerpo es prescindible y lo tiren en una fosa en alguna parte. Esos niños van a aprender, como todos los niños, de lo que ven a su alrededor. Y te van a buscar. Y van a pedir que se haga justicia, incluso cuando los cínicos se burlen, incluso cuando nadie tenga interés en escucharlos. Van a seguir buscando justicia incluso aunque no la consigan. Precisamente porque no la consiguen. Porque eso hace el animal humano: cuida de los suyos a pesar de que sabe de antemano que todos estamos condenados a muerte por default. Porque hay que despertar. Porque hay que vivir.
Delicia de texto.
ResponderEliminar¡Felicitaciones!
Hay que vivir :')
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