, El diario íntimo es una forma de escritura siempre parcial, que busca fijar lo que no puede fijarse, a saber, el presente. Parcial por la naturaleza misma de ese presente, el movimiento, como se da en nuestro igualmente parcial entendimiento de la fuerza del tiempo.
, Guardo especial estima y admiración por esas obras que se construyen de mañana en mañana, antes del amanecer; que son la coyuntura misma donde experiencia y posibilidad se encuentran y se hacen explícitas. Lo que fui determinando lo que soy. Escritura en gerundio. En otra parte he escrito mi asombro al verme frente a los numerosos volúmenes de los Cahiers de Paul Valéry, en la biblioteca de la Facultad. Grandes diaristas han sido Franz Kafka, Fernando Pessoa, Michel de Montaigne, Alfonso Reyes... Nos dice Blanchot: un hombre, mañana tras mañana, se levanta antes que el sol y pone lo primero que se le ocurre en la cabeza. Así durante cincuenta o más años, aderezado todo con eventos más o menos afortunados y ya está: tiene usted algo así como una obra.
, Sin duda habrá diaristas sin obra. Es decir: entendiendo el diario íntimo como marginal a la obra "como tal", habrá escritores o artistas que llevan a su vez notas de sus propios procesos interiores para el solo ejercicio de clarificarse intelectualmente ante ellos, y esa otra escritura, la pública, la que se da a conocer pretendiéndole algún interés para los demás. Pero por muy ingenuos que seamos no podemos pensar que este hipotético escritor a la vez de diarios y (a falta de otro nombre para diferenciarlas) "obras públicas" -publicables, se entiende- no crea en alguna mínima medida que lo que escribe en sus diarios puede a su vez tener cierto impacto o, en un sentido más mesurado, interés para los demás. Esta impresión tuve al leer la edición mexicana de los Diarios de Lev Tolstoi (2 vol., traducción y selección de Selma Ancira, Conaculta-Fonca, Era, 2001)
, Se entiende también que el autor de Guerra y paz no comenzó anotando las reglas para su vida futura en la misma elevada y poderosa prosa con que describe a Bolkonski frente a los franceses. El diario parece ser así una suerte de escuela de escritura, un lugar seguro, locus amoenus, donde el incipiente escritor desarrolla sus modestas facultades, aprendiendo, como se aprende cualquier cosa en la vida, realizándolas. Seguro por la pretendida "intimidad" del diario. Me parece ya fija en el imaginario la imagen del diario íntimo de la colegiala con un candado protegiendo el contenido, uniendo las solapas de manera más bien simbólica. La conciencia de lo privado nos genera el sentimiento de la seguridad, de que en este lugar podemos ser sin más nosotros mismos, sin jueces, sin críticos que ataquen al ser a través de la expresión escrita de ese ser. A room of one's own.
Ahí todos los errores se permiten. Y más: pareciera que una motivación para escribir un diario fuera esa misma insistencia -con algún tinte masoquista- de descubrirnos cometiendo el error, y que mediante su identificación, quedemos salvos de su influjo. Hablo no sólo de errores a nivel de oficio, sino más bien de esos que buscan el perfeccionamiento de la vida personal. De ese modo se recrimina Tolstoi su afición -compartida con Dostoievski y con nuestro caro Hank Bukowski- por el juego y las apuestas (donde llegó a perder hasta cierta extensión de sus propiedades de Yásnaia Polaina), esa entrevista con Rilke que lo dejó más bien indiferente, o esa enfermedad venérea contraida en la juventud, bueno, "por la única manera como puede contraerse".
, Diario, obra y vida personal. Tolstoi llevó su diario personal desde los 18 años hasta su muerte, en 1912, a los 82. Más tiempo que el que duró casado con su mujer. No sé por qué esto me parece relevante.
, Si el diario íntimo ventila inconsistencias de carácter también revela inconsistencias de vocación. Escribe Tolstoi, el 21 de diciembre de 1850: No leer novelas.
, Si partimos de la arbitrariedad saussuriana del signo lingüístico, convendremos sin empellones en que toda escritura es mimética, y por tanto representacional, ficticia. A pesar del alto grado de referencialidad del discurso en el diario íntimo (cercano, por otra parte, al texto hisórico en su acumulación y referenciación factual, en esta como "lealtad" a los hechos) a través de la escritura entendida como interpretación el diarista se interpreta a sí mismo tal cual se percibe. No hay mucha diferencia en decir que esta percepción es tanto un trabajo de observación moral (Montaigne) como una construcción de carácter, parecido a la elaboración de un personaje de ficción. Podríamos aventurar que el diario es una novela siempre inconclusa donde un narrador en primera persona se refiere en la realidad referencial a la vez que se construye como incidente de esa realidad. En el diario íntimo no es tanto que el diarista se conozca, sino que pareciera más bien construirse como personalidad a través de la evidencia de los hechos y de la proyección de sus deseos.
, Situación fronteriza la de la correspondencia, con un lector implicado solamente, pero de igual valor en su llegada al público. La escritura epistolar la dejo para otro día.
, El lector del diario íntimo de alguien más parece llevar a cabo una operación subversiva, hasta cierto punto morbosa. Porque el diario íntimo es una obra que no tiene receptor, que no esta pensada, menos aún que ninguna otra, para hacerse pública. En alguna parte he leído (creo que a propósito de Pessoa) que no puede existir literatura privada, que la literatura no es tal si no se hace pública (Ortega y Gasset... Blanchot... no puedo recordar). Esta visión de la literatura parte de que una obra es tal cuando es recibida y apreciada. Fenómeno de interpretación parecido al de ver las pinturas prehistóricas de Lascaux como formas primitivas ya de "arte" (que el fauvismo aprovecharía, sin embargo, a través de esa interpretación, para sus propios propósitos).
Es mi parecer que la escritura (el hecho mismo de blanco sobre negro, mano que se mueve, dedo que oprime teclas) es un producto cultural -no necesariamente en una acepción comercial, sino como efecto o expresión de una cultura-, con mayor o menor incidencia en la mentada cultura, por supuesto, pero innegablemente cultura desde su gérmen oculto de cajón. Legitimamos estos productos a partir de su recepción solamente, pero este proceso tiene más que ver con la Historia que con el carácter ontológico de tales productos, de lo que esas cosas son. Sólo así podemos entender la literatura privada de Pessoa, las anotaciones de aquella monja portuguesa que escribía ardorosas cartas de amor en su convento y cuyo nombre se me escapa, o la de esa otra monja civil, Emily Dickinson, epígono de la literatura discreta.
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