Me topé con A Creepy Clown Manifesto investigando para una nota sobre los recientes avistamientos de personas vestidas de payaso. No soy especialmente afecto a las historias de terror, pero no pude dejar de leer hasta el final este manifiesto, imaginando la voz de mi cabeza como la de Alan Moore o una versión muy perversa de Orson Welles. Que lo disfruten (en sus pesadillas).
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Sólo queríamos divertirte. Sólo queríamos hacerte reír. Sólo queríamos ver felicidad, niños sonriendo en el tumulto vertiginoso de la carpa de circo; sólo queríamos ponernos nuestras máscaras, tan delgadas como la imagen en la pantalla de TV, y hacerte feliz. Míranos tropezar, míranos caer por las escaleras, míranos mandar besos y globos: todo lo que siempre quisimos fue divertirte.
El otoño ha llegado, y nos habrás visto a la orilla del bosque. Vivimos en la orilla del bosque; como al resto de tus desechos el viento húmedo nos ha lanzado a la orilla del bosque. Medramos por los bordes. Pueblochico Estados Unidos, todo nuevo y todo roto. Los bosques han sido talados y han crecido otra vez aún peor, y los árboles hoy son solamente ramajes blancos y delgados, ramificándose como dedos flacos y pálidos: el crujir de los árboles afuera de tu ventana por la noche es como sabes que hay alguien afuera de tu casa. Estos bosques están huecos por dentro, demasiado jóvenes y astillados para contener algo así como el folklore, donde la naturaleza parece una escenografía de película barata, donde las ninfas y los duendes quedarían atrapados en latas de Coca-Cola y morirían de hambre, donde todos los animales están batidos de lodo, pre-empacados, y desesperados. Desde que ya no dejas pornografía aquí afuera ya no tienes nada que hacer en estos bosques, y se han vuelto el hogar de los payasos. Nos vienen bien. Nuestra maldad no es antigua; no tenemos profundidad y estamos fuera de la historia.
Se acerca Halowe'en: las hojas comienzan a embozar la suciedad, apilándose en la entrada de la gasolinería, deformes y orgánicas contra las filas cuadradas de limpiador para baños y laxantes. Las hojas se dejan llevar contra la iglesia, donde vive Dios entre paredes de triplay. Antes o después alguien va a tener que venir con una enorme máquina ruidosa para soplar todas las hojas de regreso a la orilla del bosque. Y después volverá a casa, y no tendrá que preocuparse de qué podrán comer los payasos del bosque. Tiene suerte. No hay trabajos ni tampoco esperanza; algunas personas están en heroína y la mayoría están en Netflix, impasibles a través de horas de diversión estandarizada especialmente para ti, conectados a Estados Unidondesea. Ya no vas a ver al circo itinerante. El circo itinerante ha encajado su tienda justo en tu casa, y ha venido para llevarte con él.
El primero que nos vio este año fue un jovencito de Greenvile, Carolina del Sur. De pie entre los matojos entre Greenville y lo que sea que lo rodea, vio dos figuras a la orilla del bosque, uno con una brillante peluca roja, el otro con una estrella negra pintada sobre su rostro, en silencio, sin moverse. Corrió a contarle a su madre. No fue el último. En el mismo pueblo otro payaso apareció en los bosques detrás de un edificio de departamentos, y otro fue visto mirando impasiblemente afuera de una lavandería. Esto fue a finales de agosto, cuando las noches son demasiado calurosas para que tantos payasos anden chapoteando en el lodo: nuestra pintura facial se corre en gotas sudorosas, nos marchitamos. En septiembre, comenzamos a florecer. A través del estado, luego hacia Carolina del Sur, luego a Georgia y Virginia, hasta que pudimos rondar de costa a costa, mirando con malicia a través de la frontera con Canadá, tropezando con nuestras bufonadas hasta Europa. Una epidemia de payasos tenebrosos, pánico a través de la nación, y nadie sabe por qué. Han visto payasos con cuchillos en Kistler, Pennsylvania; con machetes en Tchula, Mississippi; con un arma de fuego en Monroe, New Jersey.
Los payasos empezaron a aparecer fuera de las escuelas. Payasos mirando lascivamente a un lado de la carretera, mirando cómo vas y vienes de un lugar a otro, enraizados entre los árboles húmedos de manchas agotadas. Hay personas que fueron despedidas de sus trabajos por usar disfraces ordinarios de payasos no-tenebrosos en fotografías de redes sociales; se ha vuelto el signo de una criminalidad oscura e indefinible. Cada avistamiento genuino trae una docena de avistamientos fantasmáticos; las escuelas cierran, los linchadores se agrupan, los ciudadanos comunes y corrientes se compran un arma. Estos payasos están a la caza de un demográfico muy particular: familias blancas, puritanas, jóvenes, conservadoras, lejos de las grandes ciudades, alguna vez acomodadas pero hoy en decadencia, la baja burguesía moribunda. Gente que a pesar de sí misma siente la sutil atracción que viene desde la orilla del bosque, el llamado de la podredumbre y el declive, el gozo que viene cuando todo se llena de hongos y se derrite en el suelo esparcido de basura. Gente que teme a los payasos, y gente cuyos miedos son escuchados.
Somos por naturaleza indiferentes al Estado, pero ha sido entretenido ver sus excentricidades y meteduras de pata: los policías armados estableciendo un perímetro alrededor de una escuela en Flomaton, Alabama, revisando los salones de clase en busca de signos de travesuras relacionadas con payasos; los hombres acusados de terrorismo por usar disfraces de payaso; los helicópteros a la espera y las bases militares en alerta constante; la tensión mientras un vasta maquinaria se prepara para la guerra contra sus propios payasos, y cuando se abren los depósitos de misiles sólo encuentran la corteza húmeda y aplastada de un pastel contra el suelo.
Es tan aburrido que conviertas todo esto en política, cuando lo mismo podrías culpar al calentamiento global por darnos una superabundancia de gusanos de qué alimentarnos, o a los alineamientos astrales por hacer hoyitos en el entramado de tu universo. ¿Por qué payasos? ¿Por qué ahora? ¿No está contendiendo a la presidencia una enorme y triste cara de payaso? ¿No tienes miedo, más seguro de lo que nunca has estado en tu casa rodeada de tres líneas de policías con armamento militar, pero aterrado por los refugiados, por los terroristas, por los criminales, por lo que sea que medra en la oscuridad a la orilla de los bosques? Incluso es peor cuando metes la psicología. El horror del payaso es el del hombre triste detrás de la sonrisa pintada, esa desesperada necesidad, que se remonta al viejo Grimaldi, de que los más tristes hagan reír a los demás. Debes saber la verdad: no somos infelices. No hay nada detrás de nuestras máscaras. Fíjate cómo en tantos noticieros los payasos no son un él ni un ella sino un eso. ¿Por qué te dan miedo los payasos? ¿No te gusta que te diviertan? ¿No se hicieron guerras, no volvieron ciudades escombros, no se quemaron niños vivos para defender la sociedad libre en la que vives sin miedo para ser entretenido?
Pero hay una preocupación: una sensación vaga, a medida que los créditos del episodio ocho aparecen y sabes sin siquiera pensarlo que no importa cuanto quieras hacer algo más, el episodio nueve es tan inevitable como la puesta de sol, que estás desperdiciando tu vida; que incluso bien podría haber terminado ya. Y en ese mismo momento, un payaso se mueve a trompicones por la orilla del bosque detrás de tu casa, una enorme sonrisa plástica en su rostro, y un cuchillo en su mano.
No pretendemos asustarte. No queremos causarte ningún daño. Llevamos armas, pero te encantan las armas; tú las pones en nuestras manos. Esto es lo que haremos. Vamos a pararnos en la orilla del bosque sin decir una palabra. Esperaremos pacientemente hasta que bajes tus armas, que la policía se vaya, y que termine este pánico absurdo. Esperaremos hasta que, por tu propia voluntad, nos sigas hasta el bosque, hasta esos árboles grises sin profundidad donde todo lo nuevo se pudre. Te llevaremos al bosque, y luego vamos a armar una pequeña función para ti. Y te vas a reír.