Quién la hubiera visto así
rostizándose --a la ternura.
El abrigo blanco del conejo
servirá de gorro para el niño
que mientras tanto pregunta
"¿a dónde se fue el conejito?"
Le contamos que se fue de viaje
con un mago famoso --se fue
a hacer fortuna en los cumpleaños,
a exponer las vísceras
en los museos de anatomía.
Llegará tarde si llega, en todo caso,
como el deseo --justo a tiempo
como lo real. Cuando ve
a los niños gringos
se pregunta por el conejo de Pascua.
Los conejos no son pájaros,
no son primos de los cuervos:
igual que los otros niños
ha visto el mal a la cara, pero
sin voltear el rostro, sin pretexto alguno
presentándole un ceño
desafiante --por eso le parece desoladora
la ingenuidad de los adultos, disfrazados
de vaqueros y de vampiros, jugando
a policías disfrazados de ladrones
y a ladrones disfrazados de fiputados
deferales --desafiante, como todos
los astronautas de cinco años, a mí
no me pueden engañar: ese vampiro
está disfrazado de mago, su conejo
es negro, come carne podrida, su paciencia
--su venganza-- es implacable.
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