Si un poema no es
desde sus primeros momentos
un desastre natural
no termino de leerlo.
Repito:
si el objeto textual, el registro performático de la experiencia o lo que se quiera; si la escritura, el berrinche
o lo que se quiera,
si el saber de la tribu no viene en forma de un golpe irreparable en el centro del lenguaje, si no revive por lo menos una zona de fantasmas,
no termino de leerlo.
Me parece que los, por así llamarlos, escritores de poemas,
inscriptores de poemas,
los adolescentes perpetuos
que bajan las escaleritas de prosas cortadas al ras
como esta,
se han tomado tan en serio a sí mismos que es preciso revocarles las licencias poéticas
de manera gremial, inmediata y retroactiva.
Con esta cantidad de poemas, un modesto lector tendría
para pasarse la vida escarbando
en la pelusa de hondos, orondos ombligos.
No leer, pues,
adquiere aquí una importancia de primer orden
y de segundo y de muchos órdenes:
(manifiesto: la especificidad o nada)
(manifiesto: la ciencia o nada)
(manifiesto: perdices o nada)
Zoologías de lectura de corte
1) pragmático;
2) de acendrada pereza;
3) de vocación por lo solamente más preñado de asombro;
4) de una fe, por así llamarla, en el idioma;
5) de un contrato ineludible con la muerte y con el pan.
Llega un momento en la vida del modesto lector
donde son necesarios únicamente
los poemas perfectos, poemas
o unidades de desarrollo textual,
si se quiere,
de extrañeza frente al idioma
si se quiere,
que lo lancen a uno varias veces al día
por las escaleras
(es que en las ciudades no se encuentra fácilmente
como si tal cosa
un abismo, menos dos),
que por lo menos le modifique a uno
la visión del mundo en fase Beta,
especialmente los poemas larguísimos
y los poemas especialmente cortos,
especialmente las prosas cortadas,
las coartadas poéticas
como el insomnio,
especialmente los koanes y los estornudos
de donde uno sale, literalmente, expelido,
siendo otro.
El peligro, claro, recae
en la pérdida de toda sutileza,
en la pérdida
de la gozosa posibilidad del aburrimiento,
de la sabia esterilidad,
de lo parco benéfico,
en fin,
en la pérdida del uso consensuado del punto y coma
se me ocurre,
de la praxis del susurro,
de todo lo que no sea un disparo,
de todo lo que no sea una teoría del disparo a quemarropa.
El peligro es que perdamos los matices que dan su especial coloradura a las cebras y a los tigres y los diferencian claramente de las páginas impresas,
el peligro será confundir un tigre con un poema, más por morbo y por el olor avinagrado de los belfos que a las adolescentas cuarentonas siempre les parece de lo más agradable,
el peligro será redundar, sobre todo, y escribirse de nuevo el canto quinto de Altazor por accidente, tiritando,
el peligro será sobre todo la pérdida del peligro,
los poemas que se pueden convertir en vinagre de escritorio,
cabecitas calvas de alfileres, el peligro
será enredarnos en la maraña intransitable
de hilos negros.
Este es el hilo negro.
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Ya quiero que me des clases.
ResponderEliminarHace poco leí uno de esos, temblé, lloré y me dieron espasmos. Lo escribió una chica de 19 años, sin fama ni pose.
ResponderEliminarGracias por zarandearnos, siempre. Le abrazo.
Hola Raya!
ResponderEliminarMe gusta mucho la decisión con la que escribes. Contigo no hay medias tintas: el blanco es blanco y el negro es negro.
Saludos camarada!
:)