, Es común emocionalizar una relación con un objeto. Para no entrar en fetichismos marxianos recordaremos a Baudrillard, quien afirmó que nos rodeamos no de los objetos que nos reflejan sino de aquellos donde nos gustaría vernos reflejados. Por ende -puesto que la compra de esta máquina de escribir ocurrió como suelen ocurrir las compras egóticas, por impulso-, debo suponer que aspiro a que ciertas propiedades que percibo en la máquina (valores o símbolos por los que una cultura tasa su inventario de imágenes) se asocien a mi propia escritura.
, "Remington" es una marca de rifles también, y ciertamente no hay pocas referencias bélicas en el acto de escribir y en la escritura como campo de batalla. El modelo, "Quiet-Riter", me recuerda naturalmente a mis investigaciones sobre la historia de la literatura ninja, el silencio, el sigilo, el disfraz, para completar las coordenadas de la guerra inminente que tiene lugar en los objetos de escritura, al menos en los de mi propia experiencia.
, Incluso el sonido de las teclas recuerda un retumbar bélico, que al escribir esto adopta un matiz respondencial con el ruido de una banda de guerra (tambores y cornetas) de un parque cercano, además de la amenazadora cercanía de los truenos en la lluvia inminente. Todo eso entra por la ventana, como ecos de tecleo.
, Hay un pequeño levantamiento armado al escribir con estas cosas. Con las máquinas de escribir, me refiero (aunque tal vez sin la corrección anterior habríamos podido pensar que así se escribe también, efectivamente, con los truenos.)
, Un mínimo delirio de subversión con cada golpe. "Golpe" es el nombre técnico en mecanografía para referirse a la pulsación de una tecla. Es lo que sentimos -esa como travesura, como desorden, como microdesmadre inofensivo- cuando oprimimos una tecla de una máquina vieja en un bazar o en un anticuario; la escritura tiene un sonido propio --no caeré en la cursilería de llamarle música.
, Si me apuran un poco, hasta diría que las máquinas de la escritura tienen una voz.
, Estoy terminando un libro sobre la escritura y el cuerpo. Realmente se terminó a sí mismo. De pronto me di cuenta que había escrito mucho sobre los efectos que los procesos, técnicas y máquinas de escritura tenían en mi propia conciencia, o lo que puedo referir propiamente de ella. Más que mecanizar el proceso, lo que noté es que en realidad una máquina es la organización y sistematización de una obsesión --es decir, que yo era la máquina de la escritura, organizando mi vida en torno al acto de escribir. Las diferentes herramientas e instrumentos (procesadores de texto, máquinas de escribir, libretas y plumas) en sí mismas no predeterminan el proceso de escritura
, Sólo nuestra época puede tener nostalgia histórica del pasado reciente. Si en las cortes del Renacimiento la evocación se dirigía a los héroes y heroínas de la Antigüedad grecolatina, nuestra modesta memoria alcanza solamente para las nostalgias de corto alcance, las de unas pocas décadas o aún menos, en la urgencia de la historización rápida: queremos la fotografía, la anécdota, lo social. El plato de comida es un pretexto. Documentos de la fugaz historización de lo inane flotan en las redes sociales, perdidos como barcos pirata con las velas arrancadas. Aprendemos poco a poco a ir sintiendo nostalgia del presente, por lejano.
, Las máquinas, al devolvernos nuestro propio reflejo, sólo pueden emanciparnos en la medida que una máquina le permite a otra saber la localización del botón de encendido/apagado. La evolución paralela de la medicina clínica y la industrialización a fines del siglo XIX pudo ser una de las razones por las que la ciencia ha asociado funciones o comportamientos maquínicos al cuerpo humano. Hasta hace no mucho se creía que habían zonas del cerebro asociadas a funciones específicas; aunque hoy sabemos que efectivamente hay áreas que gozan de cierto grado de especialización, también sabemos que hay gente que volvió a caminar luego de que una barra de hierro se le incrustara en el cráneo. Es decir, no sabemos tanto. Creemos que sí, pero no. Debemos convencernos continuamente de que sabemos, si no esto sería (realmente) insoportable. A ese convencimiento se le llama ideología o fe.
, De lo único que podemos convencernos a nosotros mismos cuando nos damos cuenta de que efectivamente somos máquinas, es de la inutilidad de toda resistencia contra el avance de las máquinas. Es cuestión de tiempo para que la fantasía del cyborg se haga realidad; las prótesis robóticas, nano lentes sobre los ojos e intervenciones quirúrgicas no invasivas serán tan familiares en 10 años como los smartphones hoy en día. Los tecnócratas hablan de lo imparable del progreso, de su inevitabilidad; y si el avance técnico (y por otro lado, farmacéutico) va de la mano con el lucro, no sólo tendrán un nuevo modelo de ser humano, sino un mercado explotable y un nuevo modelo de explotación. Al escribir somos máquinas combatiendo las máquinas que voluntariamente nos instalamos en la conciencia y que eventualmente terminarán por derrotarnos. Esto, como el progreso, será inevitable.
, Confío en que este proyecto de escritura pueda ser una ruina prematura y desaparezca mucho antes que la escritura sea apenas un rudimento innecesario para la conciencia absolutamente mediatizada. Estamos rodeados de zombis. Las salidas están tomadas. Las municiones son pocas y todos estamos muy cansados. Pero no tenemos el valor de sentarnos a esperar el fin. Nos harían falta fuerzas para morir. Justo en el horizonte de la derrota, creo -espero-, existe verdaderamente el acto (est)ético, en la medida en que el resultado de la batalla no sólo no está garantizado, sino que la indeterminación amenaza con volverse definitiva. Es en las puertas de la desesperación donde el actuar ético adquiere sentido, perdiéndolo.
, THIS MACHINE KILLS FASCISTS
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