Publicado originalmente en Mutante, 15 de septiembre del 2013.
If you can control the meaning of words,
you can control the people who use the words.
Philip K. Dick
No bien había terminado de salir el contingente de la CNTE por Mesones hacia Eje Central, los noticieros televisivos mostraban imágenes de un pequeño ejército de barrenderos uniformados de amarillo barriendo las calles aledañas al Zócalo. Se escuchaban cohetones y helicópteros, uno de los cuáles roció gas pimienta en los alrededores de Izazaga y Arcos de Belén. Las imágenes que durante la noche subieron los medios nacionales e internacionales mostraron los pequeños restos calcinados del campamento que por 20 días mantuvo la CNTE sobre la Plaza de la Constitución, así como las tanquetas de la policía federal y los elementos de seguridad que patrullaban la zona, y también del contingente de limpieza, encargado de dejar la plaza lista para el festejo del grito de independencia, a efectuarse dos días después.
Acampar en el Zócalo tal vez no es una instancia de diálogo legítima, pero promover las apariencias como forma de gobierno tampoco. Me pregunto si el imaginario bienpensante (léase burgués, aspiracionista, amante de las apariencias bien cuidadas) identificará a los maestros con los delincuentes como hizo con los estudiantes durante décadas. Me pregunto si esa plaza vacía, limpia, en realidad podrá ser escenario de la fiesta por excelencia de la identidad nacional.El argumento para el desalojo, que horas antes los secretarios de seguridad pública y gobernación comunicaron a la prensa, era el de que los maestros estaban “recolectando proyectiles” y “armando barricadas” para provocar un enfrentamiento con la policía. Es por eso que el artículo 9 de la Constitución (que garantiza el derecho a manifestarse en lugares públicos sin autorización previa, eximiendo a los manifestantes de ser objeto del “uso legítimo de la fuerza pública”) no protegía a los maestros: las autoridades mintieron con la verdad, pues ante el fracaso de las negociaciones para resolver estructuralmente el conflicto magisterial, sabían que no durarían mucho tiempo instalados en el Zócalo, especialmente a pocos días de efectuarse la ceremonia del grito. Caracterizaron mediáticamente a los maestros como el enemigo y la retórica de los medios oficiales habló de un operativo “limpio” y bien ejecutado: otro logro más del Señor Don Licenciado PRIsidente.La limpieza ha sido utilizada en otros lugares y otros contextos como argumento para la violencia de Estado: limpieza de sangre, limpieza étnica, limpieza ideológica. La idea de “limpieza” del Zócalo implica que los maestros ocupaban el lugar de la “suciedad”. Lo sucio vs lo PRÍstino. Para la retórica del poder, la limpieza implica un control sobre el significado oficial del lenguaje simbólico: la plaza más importante del país estaba “contaminada” por los maestros revoltosos que desquiciaron el tráfico de la ciudad, que tenían sus tenderetes, sus anafres y sus casas de campaña como si tal cosa, a la vista de los turistas. Removerlos, limpiarlos, fue el equivalente a restablecer la operatividad y el control del símbolo: la plaza sirve para lo que nosotros decimos y nada más.
Hoy gris en el DF. Quédense con su Zócalo, con su ejército de barredores, con el grito mecánico de una marioneta, con su PRIvatización del espacio público –un grito que forma parte del guión, como todo en esta PRIsidencia, y que supera en las PRIoridades del gobierno al grito legítimo que los maestros de la CNTE.
Ojalá que el grito del PRImoroso impresentable que tenemos como PRIsidente se encuentre con la plaza (in)constitucional tal como la pidió: limpia, vacía, reflejo riguroso de su promoción del símbolo. Una plaza pulcra para una presidencia que se legitima desde el vacío, desde la cáscara del símbolo, desde la apariencia. Para un grito que se convirtió en símbolo, rito y reiteración del compromiso con la libertad, que tal vez tuvo un sentido urgente y valeroso en algún momento de la historia de México, y que como toda moneda demasiado usada, perdió eventualmente la efigie –un grito que será lanzado al vacío por una marioneta cuyo titiritero gusta de guardar el polvo –lo sucio– debajo de la alfombra, para que la casa parezca limpia aunque la mugre se siga acumulando.
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