domingo, 30 de noviembre de 2014

Años

Miro el mar: es grande, 
sucio y grande,
frío y grande, grande
y cuatro, ocho, dieciséis,
treinta y dos veces grande y está lleno de peces,
está vacío de todo lo que no sea agua
y seres de agua y, como a las montañas, 
que acumulan inútilmente 
su caudal de hermosura, 
también encuentro al mar repetitivo.

Puedo entrever mi propia medida: 
en el imponente universo
casi no ocupo espacio:
mi sombra y yo cabemos 
perfectamente sin estorbar en una silla, 
y mi carne y mis palabras -que no son
sino la misma cosa-
no ponen en riesgo ni restan luz
a ninguna de las estrellas individuales:
breve, fugaz, desaparezco a plazos
como las galaxias,
que nunca alumbrarán de golpe 
la eternidad entera.

El cielo salpicado de brillos
(que una pluma tapada de luz
dispersa sobre el libro infinito
de la noche) es imponente,
como se sabe, especialmente
en noches limpias como esta
donde creímos ver 
por el telescopio el ombligo
de un dios: pero el paisaje
de esta página -que no es blanca:
la blancura guarda el rastro
de todos los idiomas perdidos
y por perder-
me mira desde un pasado distante
con su pupila blanca, donde late
el primer día de un universo
finito, que siempre está por ser:

una eternidad
hecha a la medida del hombre,
esta palabra: este gesto humano
puesto sobre la naturaleza del silencio:
y los años son una medida
que el tiempo ignora, y yo soy, a secas,
ignorante de sí mismo como el tiempo.

Publicado originalmente en Vanguardia, para la campaña LEER MATA. Octubre y 2014.

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