Dishes, James Rosenquist |
Sobre el amor
Matthew Dickman
Tienes que hacer
algo por ti mismo
es lo que ella
solía decirme
mientras me veía lavar
los platos o doblar
la pila de ropa
tibia de los niños.
Ahora creo que ella
se veía a sí
misma como un valiente
caballero que mira con desdén
los techos de paja
de algún villorrio de segunda
o las puertas de algún
oscuro e ignoto
castillo, diciendo yo
me merezco otra cosa.
No entiendo por qué
a menudo la valentía
va de la mano con
la crueldad. Sería feliz
con solo mirar a mis hijos
todo el día. Sería feliz
viendo cómo cae la nieve
sobre el vidrio verdoso
de algún invernadero
hasta que el vidrio se quiebre
y los tomates del interior
se vuelvan pelotas de hielo.
Mi madre suele contar
de cuando llevaba
a sus hijos de compras
teníamos ocho años
y dice recuerdo cómo
te miraba la gente y
también a tu hermano, eran
unos niños tan
bonitos me preocupaba
que algo pudiera llegar a
pasarles. Sólo recuerdo
cómo solía mirarnos
diciendo podría quedarme
viéndolos así todo el día.
La última vez que hablé
con mi padre
fue la noche en que
cremamos a
mi hermano mayor. Estaba
sentado en un sofá
mirando una hoguera vacía.
No lo había visto
en años justo entonces
me acerque a él como
a un niño
al que encuentras
perdido en el supermercado
y le dices ven, vamos
a buscar a tus padres,
no deben estar muy lejos.
Creo que le dije, Allen,
lo siento Darin se fue.
Y él hizo un ruido
como el de un niño que busca
la mano de una madre
y cuando trata de tomarla
se da cuenta de que la madre
no era suya. Suspiró
y dijo es tan extraño
ya no tener hijo.
Mi padre tenía razón,
su hijo estaba muerto
se había ido y ese
era el principio
y el final de cualquier historia
que yo jamás pudiera contar
sobre el amor. Anoche,
cuando fui a la tienda
a comprar pañales nocturnos
para Owen, me sentí muy feliz
de que todos tuvieran
que usar mascarillas.
De no tener que verle
la cara a nadie.
De no tener que ver
mi propio rostro. Me quedé
mirando las cajas de cereales
deslizarse por los pasillos,
mirando las latas
de vegetales convertirse
en latas de fruta. La música
que sonaba en mi cabeza
era tan hermosa
era como el sonido
que hacía la madre
de mis hijos cuando caminaba
por la casa
en calcetines.
<Versión de Javier Raya>