, Sí, es una canción de Radiohead. Sí, también es un estado mental. Sí, es mi estado mental actual. (La lectura recomendada de este post debería acompañarse con la canción).
, La Señorita acaba de irrumpir. No sé cómo, pero aquí está. La consecuencia inmediata es la confirmación de que la vida sigue. Hay veces en la vida en que es fundamental recordarlo. La consecuencia, no secundaria, sino de más lenta asimilación, de la irrupción de la Señorita, es que todo va tomando su lugar, su proporción, su forma. El pasado empieza a reconfigurarse (no diré que para traerme a este punto de tan benéfica ataraxia) según la importancia verdadera de sus eventos, de la composición del recuerdo en experiencia verdadera. Sí, todo lo que hice me ha traído hasta aquí, pero no por un alarde metafísico, sino porque el presente es ineludible y las cosas no son sino como tienen que ser. Cuando existe coordinación entre voluntad y la forma del presente, lo llamamos felicidad.
, Nuevas preocupaciones, nuevos errores: si hay algo que puede ponerme nervioso en este momento, aterrorizado, es encontrarme con los Palabracaidistas. Los admiro independientemente de lo mañoso de un nombre colectivo; sus méritos son individuales y sólo cada uno podría hacer lo que hace. Escribir aplicado a ellos es más bien una obviedad: descienden de la vieja estirpe donde el poeta cuenta el mundo a partir del ahora. Mi problema es que soy naturalmente lento y demasiado analítico. Soy un imbécil, vamos. Lo que implica que por lo general me es imposible seguir el paso de la locura. Me oyera ahora mi psiquiatra, estaría muy orgulloso. La cosa es que hay una veta en la palabra hablada (en todo el rollito genial del spoken word) que me llama y al que no pienso resistirme hasta entenderlo con mis medios y según mi propio proceso de aprendizaje. Me quedé pensando en mi psiquiatra: huevos, grandísimo hijo de puta.
, Estuve pensando que gente cuyo trabajo admiro, como Julián Herbert o Alan Mills, no están realmente tan lejos, (Felipe Kong, también) en cuanto a potencia expresiva de raperos que he visto últimamente o "palabreros", slameros, o como quiera llamárseles. Alguien levanta la mano: "claro que no, idiota, si todos parten de la palabra para decir lo suyo..." Cierto, pero hay una especie de resistencia cuando se habla por un lado de poetas, y por otro de slameros. Es como si vinieran de planetas diferentes; uno y otro "bandos" no dejan de desestimarse mutuamente, no al grado de atacarse, sino más bien relativizando los medios expresivos de los demás, los recursos, hasta anularse y ningunearse. Recuerda a la soporífera dicotomía entre filósofos y poetas. Es una cosa de ver quién la tiene más grande.
, El argumento contra los slameros es el reproche por lo deportivo, por la facilidad de los recursos, por la referencialidad fijada en referentes culturales, por populares, aparentemente menores, etc.; por el lado de los poetas, lo engolosinado del sonido, la autorreferencialidad de los imaginarios, el culteranismo...; hacia ambos, los excesos interpretativos, lindantes en lo ridículo muchas veces, el creerse el cuento de que se es artista (unos, como una élite del arte; otros, como parias valemadristas) y quien da cuenta de todo esto son los poemas mismos (sonetos, rap, o vociferamiento, como se quiera), que al final, se ríen en la cara de nuestra mentecata ingenuidad.
, El arte sin concesiones debería ser algo innombrable como clase privativa de sí misma; es decir, que primara la obra en vez del análisis de la obra. Un arte verdadero sería en todo caso extensivo a todo lo humano; pasión y trabajo siempre hay de por medio, pero parece que estorbara la nomenclatura. Como la felicidad, la poesía me parece más bien una cuestión de actitud; una voluntad de querer asombrarse. Donde alguien oye tráfico John Cage escucha el sonido actuando. El puro goce de una experiencia verdadera donde las categorías realmente se disfrazan o se evaporan. Pudibundas, se hallan sin fijeza que nombrar.
, Convengamos, liminarmente, en que es poesía la sensación que se obtiene del goce estético, venga de donde venga: de la pintura, la literatura o los pasteles. Leí hace poco que la sensación de dar un beso o hacer el amor es la que nos da nuestro propio cuerpo al ser estimulado. Sí: el otro (la otra, mucho más conveniente en mi caso) nos estimula, pero es nuestra piel la que percibe: nos disfrutamos a nosotros mismos, cuando disfrutamos. Sienta lo que sienta el espectador de la obra artística, no puede transmitirlo sino reduciendo (es decir, desintensificando) su experiencia de la obra. Este proceso de bajar el volumen al gozo para hacerlo transmisible, es la crítica. Pero el hecho de la recepción, con ciertos matices que habría que apuntar, es de suyo intransferible: sentimos nuestra alma/mente/espíritu/inconsciente o lo que sea, reaccionando ante algo.
, Todo lenguaje (es decir, todo medio de recepción) es artístico; el contexto es el que, al limitar su radio de acción, lo referencia y lo planta en su algo delimitado. No me saquen el argumento de que no hay belleza en una botella de coca-cola:
Entonces la intención del asombro sería, en términos muy fríos, una descontextualización o recontextualización sistemática de los lenguajes. De otra forma, un acto de conciencia por el que nos descubrimos, descubriendo. Aún en otra forma: todo lo que perturba --en el sentido más amplio de la expresión, sin la referencia a lo siniestro, o no necesariamente-- es poesía. ¿Niveles? Sin duda. Pero ganamos el mundo o muchos mundos cuando el concepto de belleza se hace extensivo a todo lo que pasa por la conciencia y la experiencia.
, Haya goce incluso en lo desconocido. Cuando releemos, reelaboramos, añadimos o sustraemos una primera impresión de la obra. El sentimiento de lo bello es la presencia de lo desconocido, el terror sublime de Kant, si se quiere. Entonces las obras, como botellas de coca-cola, sin ser más que sí mismas, están en perpetuo cambio, y como también nosotros somos bípedos de fabricación que, no por artesanal deja de ser línea de producción, al cambiar, cambia nuestro acceso a la obra, nuestra consideración de lo bello, el río en que nunca volveremos a bañarnos. Posibilidad de posibilidades, todo es posibilidad.
, Sobre la Señorita: me tiene loco y me niego a ponerme aristotélico al respecto. Todo, así, está en orden.