Yo ya no puedo seguir insistiendo en ser salvajemente otro
--aunque no un otro cualquiera,
pero tampoco puedo anclarme en la rutina
de ser un yo sin yo,
de ser un yo cualquiera,
de ser un accidente de avión
sin sobrevivientes.
Soy al menos dos en este instante,
soy otro y su memoria
sin que la memoria sepa dar cuenta
del origen de ese yo,
y sin que ese yo se sienta a sus anchas
en esos recuerdos,
viendo el pasado inmediato
como un zapato de talla incorrecta,
o como un vaso de agua limpia
al que han quedado restos
de materias en el fondo
cuya procedencia en lo flotante
desconocemos.
No me reconozco en mí,
sólo en mi diferencia.
Lo mío está en entredicho,
y soy como un yo a punto de pronunciar
"yo",
al modo en que el mar recoge sus arreos
para lanzar un argumento rumoroso
contra la dura piedra de la orilla,
y sobre la cual insiste,
donde cada ola es todo el mar,
y donde toda la historia del mar y de la tierra
es un argumento de paciencia,
de feliz necedad,
acaso de amor.
Escrito con los besos de Andrea aún frescos
como cicatrices que saben curar.
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