viernes, 4 de octubre de 2013

El lugar correcto

Tengo siempre la sensación de estar en el lugar incorrecto. Tal actitud espontánea es lo contrario a la sabiduría, pienso. Es una actitud que conviene al forajido, al que cree que lo buscan y por lo tanto, anticipándose al detective que ya va tras su pista, deja pistas falsas para construirle un laberinto.

Incluso un laberinto rectilíneo, como el que Scarlach promete a Lönrot.

Curiosamente, estar en el lugar correcto (y sobre todo en el momento correcto) es una actitud que le conviene precisamente al criminal. Tengo para mí que el sabio acepta el lugar que le es dado; acoge, por así decirlo, al presente en la forma en que se presenta, en que el presente se hace presente, y la convivencia con la presencia lo sitúa en un lugar adecuado siempre, sin posibilidad de que se le encuentre in fraganti en el error, pues el error es el punto de partida del sabio, un nuevo comienzo.

Ahí está Sócrates, muy apoltronado y conforme con su pellejo, catando la cicuta, no en el mejor lugar, sino en el que le pertenece tan sólo a él.

El criminal puede ser sabio por un momento, en tanto actúa maximizando la conveniencia de su situación, pero, imposibilitado para volver el presente un lugar permanente, se evade del presente. Vive en subjuntivo, en el dominio de las posibilidades sin realizar, mientras el sabio actualiza, realiza sólo la posibilidad conveniente, sin fatigar inútilmente lo imposible.

Es por eso que la del sabio me parece --de lejos, mientras escapo-- la antípoda de cualquier posición donde pudiera situarme, porque el lugar correcto es siempre el otro, ahí donde no me encuentro --y sobre todo donde no puedo encontrarme, pues mi presencia convierte precisamente mi actitud frente a la situación en un error.

Creo que no siempre fue así. Y en honor a la verdad y la memoria, he tenido momentos --si bien breves y pasajeros-- en que he sentido que estaba justo donde debía estar. Pero en general no. Y estar planeando todos los escapes de todas las situaciones todo el tiempo es absolutamente agotador.

Estar es un arte que, irónicamente, al escapar, se me escapa.

Es justamente esa la posición --la localización, debiera decir-- que conviene al utópico, al que no puede estar precisamente ahí donde está, o el que está donde no puede permanecer, pues aproximarse al lugar imposible, imaginarlo incluso, lo vuelve inhabitable.

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