Publicado originalmente en el Periódico de Poesía, No. 56 Febrero del 2013
1.
Corona de horror, una mano
de espinas engarzada. Los objetos,
el propio sonido de mis pasos
se han cubierto de veneno;
un alacrán es la promesa
—¿la sombra?—
del alacrán que todavía no vemos:
de su presencia siempre doble.
2.
Flor armada,
vas nadando sobre una pulida
corriente de aire —mentira
que Dios no dé alas a los alacranes:
te he visto salir volando
en posición rasante
rumbo a la baja frescura de las esquinas
donde el polvo de los fantasmas
inútilmente se acumula.
3.
El movimiento de los alacranes,
su rumor evaporado, sospecho,
es lo que los vuelve perturbadores;
estáticos
sería fácil confundirlos
con joyas o rocas
de enconada belleza
(un alacrán es también,
claro, la metáfora
de un hombre cruel,
de una madre pariendo.)
Su movimiento, ese baile
de espadas en retirada
es también la dulce cortesía
de las criaturas hechas
para matar. Su grácil
soberbia ambulante.
4.
El miedo a los alacranes
se comprende: una terrible fama,
un veneno visual precede el asombro
de su aparición, contagio
de la vista, picadura hechizada.
Cauto rigor de pusilánimes mamíferos:
valiente evolución de escobas,
pinzas, rotundos zapatazos del baile
de la cobardía sobre sus frágiles armaduras,
fraguadas en espanto y la flexible
tela de las pesadillas.
5.
Emperador derrotado, nunca languidez
dijo mejor la leve ira que desprende
desde el vaso de alcohol
tu cuerpo exánime.
¿Pero cómo mato al otro, al doble,
a ese alacrán secreto que siempre
va más rápido que mis ojos lentos,
guarecido entre los libros y las lámparas,
habitante de las grietas y la frescura,
máquina de guerra, asolador
de los grillos, el que en sueños cuenta
las sílabas de un poema negro
al compás de su andadura veloz, caballero
andante de las breves visiones, cómo
atreverme a pronunciar la palabra
aguijón
sin atajar un grito en la garganta?
No hay comentarios :
Publicar un comentario
mis tres lectores opinan: