a Lucas
Al anunciado en la despaciosa explosión del vientre,
a la semilla germinante en mil ombligos,
al enraizado en el cascarón de su propio nombre,
atado provisionalmente por un hilo de carne
a la mujer que multiplica en su nombre
el caudal del amor: dicen que eres sordo
durante tus meses de cautiverio; dicen
que el sonido se pierde entre los pliegues
que te esconden, como el de estas sílabas
que te traigo como un alimento simbólico
de tan minúsculo: alimento de víscera
de aire, de tripas iracundas para mostrarte
como partir el aire de un rugido: mi casi,
mi por nacer, mi nombre amado, mira
cómo nos tienes a todos con el pendiente
del más mínimo de tus gestos, de tus
incursiones en la pila de clavados
amniótica, mira cómo te esperamos
como una promesa largamente postergada,
mira cómo te guardo tu sitio en la especie
aquí junto a nosotros; acuérdate
de nuestra impaciencia en las horas lúgubres
o adolescentes cuando maldigas tu nacimiento,
cuando maldigas tu nombre, tu padre
y tu Dios como todos los demás antes de ti,
y piensa que también los lejanos planetas
se atraen ciegamente unos a otros,
también blanden sus plumas de metales
iridiscentes, también queman hidrógeno
para alumbrar su cacería, también se tienden
junto a la materia deseada, como un hombre
y una mujer anudados en la noche humana
antes de traerle al aire los kilogramos
de tu inquietud nonata: pequeña gota mercurial,
este vaso se ha desbordado hace mucho tiempo,
el mundo se desaloja ya por los bordes,
pero te esperamos tu madre, tu hermano
y yo con la paciente brutalidad
de una supernova tintineando en la negrura
como una vela velando sobre el pabilo:
con la fuerza de la semilla
que parte la tierra con sus apéndices vegetales
y abre sus manos en el párpado dormido
de lo oscuro: con el temperamento del aire
despeinado que nuestra voz dispersa
en las sílabas de tu nombre como semillas:
con dos gotas de sangre y una de agua
reunimos los elementos inconscientes de tu embrión:
trueno, trompeta de carne, terremoto:
deslízate por las olas de la luz, más allá de las rendijas
que no te permiten todavía tener una voz: esa voz
que matará lo que hay en ti de topo para dar
a luz al grito, esa luz que hundirá sus flancos
en tus ojitos acostumbrados a la opacidad cavernosa,
esa luz que va a revolverte la mirada
cuando termine esta interminable recta final:
ruge para que tiemble de vida
el polvo apelmazado de la luna,
ruge para que las montañas agiten
sus bigotes de nieve y los volcanes
surtan el cielo de fanfarrias:
ruge, ruge para salir de la oscuridad
y entregarte otra vez a ella, Lucas,
que la vida es este parpadeo delicado de luz
que interrumpe provisionalmente
la noche hermética de los elementos.
Estoy llorando aquí en el centro de cómputo de la universidad y en medio del pecho tengo terremoto. Su mejor poema, señor Raya. Ay.
ResponderEliminarBárbaro.
ResponderEliminarExcelente, felicitaciones
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