Antes era más feliz porque pensaba que había experiencias que se transformaban en poemas. Ahora estoy triste: no estoy seguro de que haya alguna experiencia que, a su modo, no lo sea.
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A los 16 años uno tiene claro lo que es un poema. Algunos iluminados como Rimbaud lo tienen claro mucho antes, a los 7. Pero el lugar donde ocurre un poema (es decir, donde se produce, donde se recibe, donde ese intercambio es posible, e incluso, en otra acepción, donde aparece --ocurre-- como aletheia, esa región salvaje del instinto) es una geografía cuyo mapa voy perdiendo.
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¿Será cierto lo que decía ese poeta viejo del que leí y odié cada poema, lo de que sólo se escriben poemas en la juventud? Si al menos la palabra "poema" conservara alguna cualidad descriptiva para referirse a una actividad específica de eso que los antiguos llamaban espíritu; si al menos no tuviera la impresión, tantas veces reforzada, de que la misma actividad del espíritu es ya, ella misma, poética.
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Habría que llegar al lugar donde se escribe como si se abordara una ocupación ocasional, una casualidad; como un ocio que nos otorgáramos incluso sin gusto, sin placer casi, en el borde mismo del aburrimiento y sin demasiada importancia; como si otras actividades pudieran esperarnos mientras escribimos, como si pudiéramos hacer cualquier otra cosa y eligiéramos escribir como una mera distracción, como si esperáramos que algo llegara a interrumpirnos para dejar de escribir; como si no escribir en serio fuese una opción disponible.
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Me gusta lo que pasa conmigo cuando escribo. Habría qué preguntarle a lo que escribo qué opina del accidente de haber sido escrito por mí. Adelanto una suposición: el resultado no será recíproco.
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Leo cosas de gente que me parecía detestable hace tiempo y veo con sorpresa que se han vuelto muy buenos, a mi parecer. Leo lo mío y me confronto como haría alguno más delicado con su buen amigo que dio una conferencia aburridísima: "muy interesante, luego lo platicamos."
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Me persuado de que todo tiempo en que no escribo es precisamente eso, un momento en que no escribo. Cuando escribo, por otro lado, no tengo una conciencia clara --ni siquiera una intuición-- de que el tiempo exista del todo.
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Regresar al lugar donde nos es familiar la idea de que la escritura en realidad no importa, de que escribir no es, nunca puede ser para tanto. Escribir porque es necesario. Apostar por la escritura una y otra vez. Escribir como apostar en una ruleta rusa con todas las recámaras del revólver ocupadas.
Que escribir sea un ver y un no ver: educación de la mirada.
Escribir como quien prepara un licor emborrachante. A fin de cuentas todo en la vida es un pequeño trance.
ResponderEliminarMe gusta lo de la pistola cargada. Ayer justo estaba pensando en poema-poética, y usted ya me respondió. Le abrazo por eso y por todo.
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