Como me dijo alguna vez DG, teorizo mucho sobre la desaparición, pero no estoy dispuesto a desaparecer. No tengo, tal vez, lo que se necesita. Vocación de humo, un paso más leve, un desaprender de las huellas.
Puedo fantasear con ser Nadie. Imaginar lo que haría si no hubiera. ¿Qué? ¿Sujeto, presencia? Archivar mapas del Tibet, conocer las rutas de los sherpas, afilar rudimentos de hindi. Pero pesa demasiado la presencia, el nombre de uno, los afectos.
En la órbita de una desaparición doméstica, un breve viaje puede ser un simulacro de esa desaparición a la que acaso no nos atrevamos nunca. El celular se apagó, como suele pasar. No hubo remedio. Horas sin saber la hora, sin saber qué pasa en el mundo, sin platicar con los amigos, sin recibir ninguna noticia. Ningún pendiente. Ninguna prisa. Feliz olvido de todo.
Caminar en medio del desierto con la música de una fiesta muy shandy a lo lejos. Las estrellas parecen más cercanas, y el cielo aún más grande. El frío sabe nuestro nombre, lo pronuncia en voz baja en nuestros huesos. Feliz olvido del cuerpo. Beber, bailar. Nos llamamos bailando. Nos llamamos cuéntame de dónde eres. Nos llamamos no sé cómo regresar a casa.
En esta ciudad de provincias nadie conoce nuestro nombre, pero platicamos con los taxistas con esa familiaridad local que conseguimos en todos lados. Somos de todas partes. Nunca me siento tan extranjero como en mi propia casa. Pero allá no. Allá, a ratos, fui local, jugué de local. El francés se me agotó. El inglés se me afiló. El español se le agotó a ella. El inglés fue el salvavidas. Y el desierto que sabe callar en todos los idiomas.
Conectar el celular llegando a casa. Tomar un baño, por fin. Notificaciones, notificaciones, alarmas, noticias, mensajes, ruidos. ¿Y si no contestamos? ¿Y si apagamos el celular definitivamente? ¿Y si hacemos de la disponibilidad un bien precioso que compartimos apenas con los más cercanos? ¿Si ni siquiera con ellos? ¿Y si nos presentamos como Nadie?
Así, como esta palabra oculta en la blancura. Estar de este modo en el mundo.
¡Qué maravilla!
ResponderEliminarFue lo que nunca dije pero siempre he pensado.
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