Mientras espero sigo mirando al muerto, cuya presencia es a la vez la de un niño, la de un borracho y la de Ernest Hemingway. Un mesero no volador me grita desde el suelo que mi orden está lista y me la lanza. Es algo así como un filete de salmón (que detesto) mezclado con huevo y huesos de paloma. Lo atrapo y le grito al mesero no volador que yo no pedí esto. Entonces el muerto despierta y me dice que esa no es mi orden, sino suya; me siento muy apenado porque he manoseado su comida, así que se la dejo en el plato, haciendo un esfuerzo inútil porque se vea un poco menos repugnante. "Era avezado en el uso de 27 tipos de armas", me dice el muerto, y yo sé que se refiere a sí mismo y a Hemingway, pero también que se trata de dos personas distintas que confluyen en él y están presentes. Es el Hemingway joven, el soldado, no el iniciador del estereotipo del turista gringo de las gafas oscuras y suéter tortuga, un viejo, podríamos decir, que se ve cada día más joven; pero también se refiere a que cada año que tengo es un arma. La edad es un arsenal. "... en el uso de 27 tipos de armas", dice un par de veces más, mirando al vacío que nos separaba de la calle.
Tiene sentido que fuera Hemingway porque antes de dormir estuve revisando las hojas mecanografiadas que empecé en enero. De Hemingway (aunque hay otras presencias en ese ejercicio de mecanografía, sobre todo Philip Roth y Stendhal) imito el escribir de pie, cada mañana, y tratar lo que salga en esas páginas como algo sagrado. No es una escritura automática, simplemente una ascética, una mecanografía ritual, 20 lignes par jour, génie ou pas. Pero ayer rompí ese acuerdo, tuve un exabrupto e hice un berrinche en la página (consistente en interrumpir un pensamiento para poner en mayúsculas algo como "PUTA MADRE NO ME QUIERO ENFERMAR", etc.) Creo que por eso me enfermé.
La señorita E. entró al cuarto para preguntarme si quería comer. Me despertó y me alarmé un poco, pero pude retener la conciencia del sueño hacia la vigilia, así que fue como nadar de la parte honda del río a la ribera Al despertar comencé a escribir esto mientras comía, sintiéndome mucho mejor. Justo antes de dormirme recibí tu mensaje de que los pájaros que esta mañana desfilaron por la cornisa de mi ventana -nunca ocurrió antes- eran tus emisarios y que venías a curarme. Y pues gracias, me siento mejor. Tú sabes quien eres.
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