No sabría reconocer La Realidad aunque se me presentara en la forma de una extraña en la puerta de mi casa. Una extraña en la forma de una mujer vestida de negro --lleva el pelo largo, rizado y rojo como las nubes en una postal marítima, como una habitación donde un crimen se está llevando a cabo--, la bufanda oprimiéndole la garganta, se diría, como si fueran a colgarla de una rama o un campanario; se diría, a punto de ponerse a llorar.
El espejo del baño tiembla en su clavo con el aire de la tarde. Me veo temblando ahí, desnudo mientras el teléfono suena y suena. Buscan al chino que vivía aquí. Alguien del otro lado de la línea habla en chino. Su tesón es notable: el chino, si existió, se fue hace muchos años. Pero la esperanza permanece, como el azogue y el vidrio y el viento que hacen temblar La Realidad, muerta de frío.
Uno camina entre sangre coagulada y pintura y libros y restos del almuerzo y productos para matar cucarachas. La línea recta genera imágenes de apoplejía; todo es derivar o naufragar con estos pisos de madera, duelas rotas conectadas a otras duelas como un sistema nervioso. Uno puede sentir cómo baila el otro en la habitación de junto. El problema es cuando no hay nadie en la habitación de junto pero alguien, sin duda alguien debe estar bailando en este momento.
En este punto de la historia todo se vuelve más confuso. El personaje no sabría reconocer La Realidad, no sabría reconocer El Amor así viniera a su puerta con un ramo de flores de cementerio y le dijera no te vayas nunca y le dijera está lloviendo afuera y le dijera son las seis de la tarde.
Apoltronado, con un sudor de obsidiana supurando el nombre de una mujer hace mucho desaparecida, el personaje escribe una noticia en la computadora. Yo lo veo desde la cama, anotando el más mínimo de sus movimientos en mi cuaderno. No podría interesarme menos lo que a él le interesa, si es que todavía le interesa algo. Se diría que estoy realizando una historia clínica, de manera que los forenses tengan alguna idea de por qué tiene la mirada como si estuviera a punto de soltar un grito.
Cuando salí de la Habana, ay, mamá por dios.
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