Uno de mis vagabundos favoritos, Marcelo, me aborda en la Alameda. Lleva una chamarra morada o púrpura de plástico o nylon, brillante por el desgaste y seguramente por la lluvia. Le pregunto que en qué anda, que si ya me va a enseñar sus nuevos dibujos (hace dioses aztecas increíbles, pero no me deja escanearlos); dice que no, que quiere quemar un poquito de crack. Le digo que lo van a torcer. Otra vez. Me dice que no. Que se va a ir para allá. Un poquito más para allá. A donde no lo vean ni lo moleste nadie. En los escondites que casi nadie sabe dónde encontrar fuera de la vista de los policías y las cámaras. Son los ninjas del panóptico. Yo traigo un suéter morado o púrpura. Curioso, lo noto después de que se aleja con mi moneda. Parecemos devotos de San Lázaro, todos así, mohínos y recalcitrantemente sucios, lánguidos a la menor oportunidad, con el reloj circádico administrado por un hámster en Red Bull y MDMA. Somos unos resucitados que vagan buscando dónde caerse muertos.
sábado, 15 de junio de 2013
Ninjas en la Alameda
Postulado por
Javier Raya
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