martes, 4 de noviembre de 2008

La vida y la letra, 4

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El gorrión colgado de Gombrowicz. Parte 2 de 2
(Los anacronismos en fechas y eventos obedecen a mi incompetencia para infundir mis deseos en máquinas)
, Dejando atrás las cuerdas, ¿tiene un destino alguien que sólo vino al mundo a leer? Leer, ¿no? ¿Y qué leerá, en todo caso? En esa pregunta transcurre lo que llamamos vida.
, Blanchot: "No escribimos según lo que somos; somos según aquello que escribimos." Pero la escritura no me parece sino la contraparte, el reverso de una deuda asumida en el momento en que una lectura nos ha tocado. Es un intento de "pagar" esa deuda.
, ¿Será muy forzado decir que el movimiento de lectura es devastador porque nos da una intuición de lo que somos; y el movimiento de escritura pone a prueba esa intuición por nuestros propios medios? Escribir es escribirnos.
, Escribir es definitivo y personal. Leer es más complejo: en sentido amplio, no dejamos nunca de leer. De otro modo: la realidad es la forma que toma la experiencia a través de nuestra interpretación. Interpretar: leer.
, Leer literatura es la experiencia más absoluta; ninguna más irreductible. Llega a ser sucedánea de la vida: pregúntenle a Emily Dickinson.
, La lectura excede lo personal. Escribir (es decir, leer el mundo según nosotros) es circunscribir la ralidad a una visión de mundo con mayor o menor fortuna. Pero en la configuración de esta, en ocasiones frágil, visión de mundo, inciden necesariamente nuestras lecturas --hablo de literatura y hablo de experiencia vital.
, No creo que estemos determinados solamente a escribir según los libros que leemos. De lo contrario bastaría leer sólo los libros "buenos" para ser "buenos" escritores. Se trata también de la profundidad con la que se lee (me parece que no tanto de amplitud) e incluso de hacer una mala lectura, como dice Bloom. Pero ya de entrada, definir un libro "bueno" para leer es imposible: el Quijote es aburridísimo en la secundaria, pero con el paso del tiempo se disfruta enormemente; "Aura" de Carlos Fuentes parecía un buen libro antes, ahora es evidente que es un mal cuento de fantasmas, un "Pedro Páramo" abortado. En cambio "El hipogeo secreto" o "El grafógrafo" son libros que, al no entregar sus sentidos tan fácilmente, requieren un esfuerzo extra por parte del lector; esos libros me interesan, pero no están separados en una sección de ninguna librería.
, Más bien se trata de la conformación de una tradición personal de lectura. Es absurdo hablar de una "literatura nacional", a menos que sea para referirse a un programa de gobierno para impulsar la lectura o algo así. ¿En qué literatura nacional colocar a Borges, escritor argentino que pensaba (y acaso soñaba) en inglés medieval? ¿Baudelaire? No niego que existan nfluencias compartidas entre coterráneos, o entre gente de la misma edad; pero una tradición trascendente sólo puede ser personal, pues ha sido aquella que ha inaugurado la deuda de lectura de la que parte el trabajo escritural. Tal vez hablar de una tradición "occidental", "clásica", "hispanoamericana" o whatever, no sea sino hablar de experiencias de lectura que han influido notablemente en una geografía que es una comunidad de sentido. Así Darío a principios de siglo, y Vallejo para los que vinieron después. Etcétera. No sé cómo se forme una tradición, pero sé que no es una lista fija de escritores que te dan junto a tu credencial de elector. No sería aquella a la que uno volvería naturalmente, no siempre. Lo que me interesa es la deuda.
, ¿En qué términos, si acaso, la deuda de lectura con nuestra tradición personal puede ser saldada? Lo que recibimos (porque recibimos) de una página maravillosa de Proust (vale, de cualquier página de Proust), el asombro de Martínez Rivas o Raúl Zurita, eso que impunemente llamamos "poesía" aunque esté novelado, es un sentimiento avasallador (en sentido medieval --que lo vuelve a uno vasallo) de deuda, gratitud desmedida por el trabajo del Otro.
, Hace unos días tuve la fortuna de asistir a la presentación de las obras completas del poeta Ernesto Cardenal, editadas por la Universidad Veracruzana. Tengo para mí que soy un decepcionado de los modos de Religión y Revolución --ese sucedáneo raro de lo religioso, con sus santos oradores, sus libros sagrados de utopía, sus mártires... Sin embargo, la raigambre de estas fuentes en la obra de Cardenal me llega dentro de su trabajo como constituyente de la gratitud plena, del respeto que tengo por su poesía, más allá de los aspectos "mundanos", propiamente, del mundo.
, Escribir es dar gracias. Aunque como dice Zurita, recibamos un escupo a cambio en la boca abierta.
, El que agradece no espera ser agradecido. Hay un asunto de humildad en todo esto. Pero no seré yo quien predique humildad. Estoy a años luz de aprender a aprender, correctamente. Lo que puedo hacer es decir que se aprende también a recibir. Hay una cuestión ética acá: el poema (sí, aunque paguemos por el objeto-libro) es una donación siempre. Aunque paguemos por el libro, cosa harto ajena a leerlo, la donación de su sentido se da como correspondencia a la intencionalidad del lector. Un mal lector es el que busca encontrar lo que quiere encontrar en un libro y al no encontrarlo se frustra y odia la literatura. Nuestro sistema educativo tiene todo que ver. Pero al hablar de intencionalidad del lector me refiero a una intención de ser sorprendido por el sentido, de hacer un ejercicio absoluto de imaginación y voluntad dentro de la obra misma. Leer es usar la imaginación, aunque se escuche como slogan de un club de lectura. O como ese otro lugar común: leer es crear. Las palabras ahí están, pero nosotros las despertamos para nosotros, y las asociamos con nuestros referentes y obsesiones; ahí leemos. Entonces, ese descubrimiento de sentidos motivado por nuestra intencionalidad es donación del libro; vamos, un libro "malo" no deja de ser malo aunque lo leamos con toda la intencionalidad del mundo. Pero ¿no pareciera que nos sentimos correspondidos en nuestro esfuerzo, al encontrar sentidos, o al pensar en nuestra perplejidad ante textos que no los otorgan tan fácilmente (pienso en Lezama), como una especie de reflejo del texto mismo? ¿No tiene que adoptar un poco nuestra voluntad la forma del texto leído, y en esa transformación, hallar que el libro había estado dentro de nosotros todo el tiempo? A eso quiero llamar reconocimiento o reflejo, aunque temo estar haciendo una caracterización demasiado vaga.
, El libro nos da una "pauta" para interpretar, es decir, imaginar. En la medida en que nuestra imaginación se apega a la pauta y corremos más fácilmente por el sentido de la obra (o el sinsentido), parece que nos hiciéramos parte del texto; más bien, que reconociéramos que hemos armado las imágenes, las sugerencias textuales, que las hemos reconfigurado dentro de nosotros y que sólo entonces reconocemos el sentido, nos volvemos sentido y reflejo de la obra. Hemos trabajado (nada más erróneo que leer sea un acto pasivo) y hemos visto la obra reflejada en nuestra imaginación. Pero la imaginación es una propiedad subjetiva, que ocurre como sensaciones. La imaginación es intraducible; no tendría sentido reducirla a fórmulas. Sobre todo ocurre: la imaginación existe como duración, no como propiedad abstracta (¿podría ser válido esto para todas las operaciones mentales?) Pero está que esa inversión de esfuerzo parece ser compensada por la sensación de placer del descubrimiento, o la invención del sentido.

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