, Impostor: el que se sienta a sus anchas en la impostura.
, Impostada, una voz pone su tienda de campaña en la garganta de otro.
, No hay tal cosa como "voz propia". Todas las voces son registros insuficientes de un estado de eso que antes se llamaba "alma" y hoy llamamos "mente", "estado emocional", esas bagatelas delirantes en su importancia.
, Toda voz es un dictado. El problema es que su sentido se falsea a lo largo de la transmisión y la palabra queda siempre, por tanto irreconocible. Hablar es mentir.
, El hallazgo de la sinceridad es una coartada para la existencia de la voz. Escuchar a alguien es un acto de fe: sabemos que miente, pero, en algunos casos, que tratará de hacerlo de la manera más honesta posible.
, Hablar es un honest mistake.
, La voz de otro nos llega cargada de verdad: no es la verdad que hallamos en la voz del otro, sino la que despierta o produce en nosotros mismos.
, La voz se transviste de lo más reconocible de las iteraciones sucesivas del ser. De esa mortaja, de esa ruina que vamos dejando, trata de reconstruirse. Qué palmaria brutalidad, qué concierto de imitadores, que ciudademéxico, el yo.
, El canto imita en su impostación el proceso mediante el que una voz cualquiera pronuncia las cosas más cotidianas y pedestres. La voz es siempre impostación, imitación.
, El problema no es, en el fondo, que haya o no voz, sino que haya algo o no que decir.
, Monstruoso disfraz, el hombre, imitando infructuosamente, todos los días su propio rostro.
, No es un doble el que me dice: yo soy el doble que no dice a Nadie.
, Cuando soy Nadie, soy.
lunes, 28 de noviembre de 2011
jueves, 24 de noviembre de 2011
Últimas lecturas del año
1.
Spoken Kinético
Viernes 25 de noviembre - 15:00-18:30 hrs.
Casa de la Cultura “Enrique Ramírez y Ramírez”.
Spoken Kinético
Viernes 25 de noviembre - 15:00-18:30 hrs.
Casa de la Cultura “Enrique Ramírez y Ramírez”.
Av. Vidal Alcocer #280 Col. Morelos esq. Peña y Peña
a dos cuadras de metro Tepito.
[Donde presentaré un cover kinetoperformático, o una variación, si lo prefieren, sobre un tema de Rojo Córdova.]
2.
con apariciones multimedia de Sahara de Alex Piperno y Travelling de Fernando Trejo.
Lunes 28 de noviembre - 19:00 hrs.
Casa del Poeta Ramón López Velarde
Álvaro Obregón número tal, Col. Roma,
metro Niños Héroes o Metrobús Álvaro Obregón.
.
3.
Latitud desconocida en el Pacífico mexicano
26 al 31 de diciembre
Lectura con asistencia de mar y magos.
Que los fantasmas se queden en tierra, yo soy un animal de mar.
Postulado por
Javier Raya
Etiquetas:
celebraciones literarias
,
mundanal ruïdo
Houellebecq y el sueño de todo hombre
El sueño de todo hombre es conocer putitas: inocentes, pero listas para toda forma de depravación --que es, al final, lo que son todas las adolescentes. Entonces, gradualmente, las chicas se vuelven más estables, condenando así a los hombres a permanecer eternamente celosos de su depravado pasado como putitas. Negarse a hacer algo porque ya lo has hecho, porque ya has estado ahí, lleva rápidamente a la destrucción, tanto para ti mismo como para otros de cualquier razón para vivir, de cualquier futuro posible, y te sumerge en un opresivo hastío que eventualmente se transformará en una amargura atroz, acompañada de odio y rencor hacia aquellos que aún pertenecen al mundo de los vivos.[De La possibilité d'une île, de Michel Houellebecq. Gonzalo Rojas llegó a idealizar del mismo modo la adolescencia femenina con el concepto "putidoncella". Nabokov legó el estudio más popular al respecto en Lolita. Como si alguien no lo supiera. En fin, aunque no lo parezca, este es uno de los punto de partida de mis estudios como el primer escritor feminista de mi generación. Algo.]
Ante la imposibilidad de entender a la mujer, sobre todo a ti, comenzar por entender lo que provocas en mí. La escritura nunca fue tanto derrota como desde que te conocí.
Postulado por
Javier Raya
Etiquetas:
houellebecq
,
putidoncella
,
traducción
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Adelanto de "Gesto"
La versión del rostro
es el rostro capturado
por la polaroid interior:
el gesto
gesta
la representación,
el reflejo del reflejo
el eco pálido
de la sombra deslavada
del rostro de alguien
que por los rasgos,
ciertas marcas de nacimiento,
una cojera irremediable al hablar
reconocemos como YO.
¿Ese YO le presento
a la cámara, le impongo
su presencia de YO
de mí, como escogiendo
la parte de la sonrisa
que puede conservarse,
que puede volverse piedra,
ruina de la imagen,
apero turíspico
para pasar temporadas
en lo propio
olvidado?
Monstruoso a veces
el retrato: espejo
de monstruos
para el retratado.
Tu rostro ha sido
todas esas bestias
en las que no te reconoces
más.
[Adelanto de Gesto, librito que no tiene prisa.]
Lo que Gesto gestara, gestará.
es el rostro capturado
por la polaroid interior:
el gesto
gesta
la representación,
el reflejo del reflejo
el eco pálido
de la sombra deslavada
del rostro de alguien
que por los rasgos,
ciertas marcas de nacimiento,
una cojera irremediable al hablar
reconocemos como YO.
¿Ese YO le presento
a la cámara, le impongo
su presencia de YO
de mí, como escogiendo
la parte de la sonrisa
que puede conservarse,
que puede volverse piedra,
ruina de la imagen,
apero turíspico
para pasar temporadas
en lo propio
olvidado?
Monstruoso a veces
el retrato: espejo
de monstruos
para el retratado.
Tu rostro ha sido
todas esas bestias
en las que no te reconoces
más.
[Adelanto de Gesto, librito que no tiene prisa.]
Lo que Gesto gestara, gestará.
Mecanografía
, Alguien llegó y me dijo a la cara una frase que yo escribí, como un escupo.
, Habría que empezar a hablar del subgénero turístico en poesía: el que pasa tomándoles fotos a las palabras pero sin vivir en ellas.
, A la gente que entiende a medias le encanta inventar géneros para las cosas.
, Cuando escribo imagino debajo de la superficie del yo que soy un griego que me traduce, un eremita que escucha el mar en Patmos.
, La palabra pashmina me hace reír.
, Crecí con la creencia de que había matado a mi hermano siendo un bebé.
, Se me olvida con facilidad cuánto disfruto hablar con la gente.
, Hoy escuché hip hop en mazateco.
, Cada que me mudo me asombra constatar que no me esperabas, tampoco, ahí.
, A veces hablo de vainas que no me importan porque puedo. Si por mi fuera, me dedicaría a estudiarte a ti.
, De los 8 a los 12 años fui incontrolable. Estuve en sanatorios (recuerdo los vitrales y poco más). Ahí gané el idioma de las cosas y perdí el idioma de los hombres. Fue un aprendizaje gozoso saber que las cosas podían pensarse.
, No hay día que no piense que soy un dinosaurio disfrazado de hombre mientras camino por la calle. Un velociraptor.
, Soñé que tenía que escoger entre filosofía y poesía. Si elegía filosofía, me secaban los oídos; si poesía, me sacaban los ojos. En vez de elegir me puse a explicar la pertinencia y correspondencia de la matriz simbólica con un paquete de varas de incienso.
, Los niños gritan a través de un ojo de Krisna formado por sus dedos índice y pulgar, que pierden cuando aprenden a abrir la mano y tomar las cosas.
, Escribir es un modesto castigo, pero no es para tanto. Nunca es para tanto.
, La definición de números primos me obnubila. Por esa sensación sé qué significa el verbo "obnubilar" y que es, por ejemplo, sinónimo de "abrumar". En efecto, los números primos son un puerto del que no se zarpa.
, Dos decisiones azarosas en mi vida "profesional": estudié mi primera carrera poniendo folletos de varias profesiones liberales juntos, y elegí a ciegas. Segunda: luego de un periodo en Chiapas, eché a cara o cruz el volver a la ciudad o quedarme a vivir en la cercanía del mar, en un pueblo de pescadores y tortugas. Extraño el mar todos los días, pero me aterra pensar que pude haberme quedado allá.
, Me emputa oír a Lana del Rey. Supongo que por haberla oído tanto.
, Tengo un demonio que me dice que la gente no es real mientras me hablan; tengo que convencerlo de que son reales mientras escucho a la gente. Nunca aceptaré esto en voz alta.
, Admiro a gente que detesto.
, Nunca voy a ser viejo.
, Dejé de fumar. Se siente rico respirar, pero me siento raro.
, Nada más escribo lo que me avergüenza escribir o lo que no sé de cierto. Hablar de lo que uno sabe, cualquiera. Se habla para decir lo que no se sabe, y se canta para saber lo que no se dice.
, Quiero escribir bien porque quiero escribir bien. Si me hubiera quedado a pescar en el mar hubiera querido pescar mejor que nadie: entraría a esa boca sin labios que es el mar y volvería con mi lancha cargada de animales. Fantasía que ayuda: que cuando pueda desaparecer del mundo volveré allá. Después de M., el mar es lo que más se ha parecido a una casa mía
, Habría que empezar a hablar del subgénero turístico en poesía: el que pasa tomándoles fotos a las palabras pero sin vivir en ellas.
, A la gente que entiende a medias le encanta inventar géneros para las cosas.
, Cuando escribo imagino debajo de la superficie del yo que soy un griego que me traduce, un eremita que escucha el mar en Patmos.
, La palabra pashmina me hace reír.
, Crecí con la creencia de que había matado a mi hermano siendo un bebé.
, Se me olvida con facilidad cuánto disfruto hablar con la gente.
, Hoy escuché hip hop en mazateco.
, Cada que me mudo me asombra constatar que no me esperabas, tampoco, ahí.
, A veces hablo de vainas que no me importan porque puedo. Si por mi fuera, me dedicaría a estudiarte a ti.
, De los 8 a los 12 años fui incontrolable. Estuve en sanatorios (recuerdo los vitrales y poco más). Ahí gané el idioma de las cosas y perdí el idioma de los hombres. Fue un aprendizaje gozoso saber que las cosas podían pensarse.
, No hay día que no piense que soy un dinosaurio disfrazado de hombre mientras camino por la calle. Un velociraptor.
, Soñé que tenía que escoger entre filosofía y poesía. Si elegía filosofía, me secaban los oídos; si poesía, me sacaban los ojos. En vez de elegir me puse a explicar la pertinencia y correspondencia de la matriz simbólica con un paquete de varas de incienso.
, Los niños gritan a través de un ojo de Krisna formado por sus dedos índice y pulgar, que pierden cuando aprenden a abrir la mano y tomar las cosas.
, Escribir es un modesto castigo, pero no es para tanto. Nunca es para tanto.
, La definición de números primos me obnubila. Por esa sensación sé qué significa el verbo "obnubilar" y que es, por ejemplo, sinónimo de "abrumar". En efecto, los números primos son un puerto del que no se zarpa.
, Dos decisiones azarosas en mi vida "profesional": estudié mi primera carrera poniendo folletos de varias profesiones liberales juntos, y elegí a ciegas. Segunda: luego de un periodo en Chiapas, eché a cara o cruz el volver a la ciudad o quedarme a vivir en la cercanía del mar, en un pueblo de pescadores y tortugas. Extraño el mar todos los días, pero me aterra pensar que pude haberme quedado allá.
, Me emputa oír a Lana del Rey. Supongo que por haberla oído tanto.
, Tengo un demonio que me dice que la gente no es real mientras me hablan; tengo que convencerlo de que son reales mientras escucho a la gente. Nunca aceptaré esto en voz alta.
, Admiro a gente que detesto.
, Nunca voy a ser viejo.
, Dejé de fumar. Se siente rico respirar, pero me siento raro.
, Nada más escribo lo que me avergüenza escribir o lo que no sé de cierto. Hablar de lo que uno sabe, cualquiera. Se habla para decir lo que no se sabe, y se canta para saber lo que no se dice.
, Quiero escribir bien porque quiero escribir bien. Si me hubiera quedado a pescar en el mar hubiera querido pescar mejor que nadie: entraría a esa boca sin labios que es el mar y volvería con mi lancha cargada de animales. Fantasía que ayuda: que cuando pueda desaparecer del mundo volveré allá. Después de M., el mar es lo que más se ha parecido a una casa mía
sábado, 19 de noviembre de 2011
El poema de Fabio Morábito que no me inventé yo
[Nada, que Pedro Poitevin escribió una vez un tuit que me recordó este poema. Se lo hice saber, tratando de reconstruir infructuosamente el sentido de este poema y relacionándolo con su tuit. Otros tuvieron curiosidad por la relación y prometí buscarlo. En la búsqueda descubrí que perdí todos los libros que tenía de Morábito, excepto De lunes todo el año. "Perder", que es otro modo de decir "prestar". En fin. Una ayuda inesperada me puso en la pista del poema y pude corroborar no solamente que el poema existe efectivamente (and for whatever matters, que la relación con el tuit de @poitevin no era ocurrencia mía), sino que es un muy buen poema que no me imaginé yo, sino que Fabio Morábito escribió, y escribió maravillosamente. En fin.]
De pronto, así nomás, por el cariño,
una empezó a frotar el brazo de la otra.
Los hombres de la mesa nos turbamos,
pero las dos mujeres ni siquiera se miraban,
amigas desde niñas, era normal
aquel contacto distraído.
Alguno de nosotros disertaba
y apenas si lo oíamos.
Mirábamos cautivos de reojo
el brazo y las caricias de las dos,
porque nosotros, cuando mucho,
somos capaces de esto:
pedirle su cigarro a nuestro amigo,
darle una bocanada y devolvérselo.
[En Delante de un prado una vaca, Era, 2011]
[En Delante de un prado una vaca, Era, 2011]
Gracias a F.M.
Todas las bestias, todos los dioses
Sueño: corro frenéticamente, pero con precisión, a través de una casa muy pequeña, o que aspira a hacerse infinitamente pequeña, y que da la impresión al recorrerla de estar en una hoja de papel que ha sido arrugada por un puño. Debo doblar el cuello y levantar las rodillas: toda ventana es puerta disfrazada de ventana, todo sale, todo se comunica, todo quiere hacerse evidente en la casa semiótica. Escheriana, naturalmente. Salgo por debajo de una mesa y las escaleras al patio comienzan en una silla. Uno de los escalones, arbitrariamente, se extiende como un abanico y da lugar a una pequeña --cómo no-- terraza, con muebles metálicos de exterior, de los que son especialmente fríos cuando tratas de sentarte en ellos después de la lluvia, pero que tienen la gracia de dejar correr parte del agua. Pero no me sentaré porque hay una pantera en la terraza.
Como todos mis felinos, sé que esta gata es hembra. No era una leoparda relativa ni nada, era simplemente una pantera muy enojada o muy asustada --y la diferencia entre uno y otro estado es casi imperceptible. Recuerdo que lo primero que pensé al verla --al interrumpirla, mejor dicho, porque claramente la pantera tenía la aburguesada costumbre de desayunar, y además de desayunar en una terraza mientras despachaba algún asunto en su Mac-- fue qué pequeña era, y cómo era cierto el patrón de manchas: sólo desde el reduccionismo una pantera es negra, pues está compuesta de pequeñas manchas pardas que se superponen como pequeñas panteras que se continúan. No pasé mucho tiempo fascinado por las manchas. La pantera no estaba nada, pero nada feliz de verme. Me mostró las hileras de dientes como cuchillos. Como es recomendable en estos casos, reduje mi línea de visión por debajo de la suya, dándole la impresión de ser más pequeño y dócil que ella. (Poniendo una lupa [es decir, naturalmente, una loba] imaginaria sobre esta imagen, creo que ahí radica la cuestión de género totalmente. Como le comenté a M.N. esta semana, me perfilo peligrosamente para ser el primer, y probablemente el único, escritor feminista de mi generación.) Dije "para darle la impresión", y sólo ahora pienso que en realidad yo era más pequeño y dócil que la pantera. Me impresionó con todo que fuera tan pequeña ella misma. Cuesta trabajo volverse infinitamente más pequeño que algo ya de por sí pequeño.
La pantera no se dejó disuadir por esta treta. Traté --tretando-- de confundirla: busqué la línea perpendicular con la mirada y desmarcándome de su línea de ataque me mantenía satelitando la mesa redonda de herrería. Un observador aéreo o simplemente un dios podría haber visto que nos perseguíamos y acechábamos con la paciencia de las manecillas en los relojes. Aunque en rigor es ella quien marcaba el ritmo: ella es, después de todo, la cazadora queriendo darme caza. O tal vez no cazarme, sino acecharme. O tal vez ella tenía miedo de esa pantera que soy en algunos sueños. No se me da bien bailar y tengo algo parecido a un trauma asociado con esas situaciones bailadoras, pero puedo conservar cierta concentración al verme frente a un animal salvaje, puedo acceder a su ritmo, y en suma tengo vocación de fiera de circo, no sé si de domador.
Le ofrecí mi antebrazo y me puso a prueba. Con un movimiento corto y nada elegante, rodeó cúbito y radio de mi brazo izquierdo como una mano que toma unas gavillas de pasto seco. Toda su apariencia exterior daba la impresión de mucho movimiento y mucha furia: me ofrecía el rigor ajado de sus ojos suplicantes como si me pidiera razones silenciosas para no deshollarme. Mi brazo entre los dientes de la bestia. Las orejas paralelas apuntando hacia atrás. Saliva. Crispación de espinas. Tomar su mirada y llevarla a la línea perpendicular, me digo. Una y otra vez. Bajar la línea de visión lentamente. Verla, sabe que la veo. No perder contacto con ella.
Como se sabe panthera es toda una familia de félidos, pero siempre relacioné "pantera" (por su griego πάνθηρ, "todas las bestias" --aunque θηρα también puede traducirse por "caza") con "panteón", πάνθειον, "el lugar de todos los dioses". En mi imaginación infantil ambas se confundían, y crecí dibujando panteras llenas de panteras, es decir, llenas de dioses. Ciertas corrientes brahamánicas no parecen diferenciar realmente el ámbito de lo divino y el de lo bestial. De niño las imágenes de la diosa Kali y su falda hawaiana hecha de brazos, su collar de cabezas, su inmensa lengua roja, me helaban la espina. Me crispaba, claro. Pero a la vez me atraía irremediablemente. Recuerdo ese libro sobre la secta de los asesinos de Kali, una narración occidentalizante muy mala. Una mezcla similar de emociones me produce la presencia de la Coatlicue. En fin, que a veces me parece muy evidente la presencia del dios infinitamente pequeño que vive al interior de todas las cosas. Creo que en medio de consideraciones etimológicas y con un brazo dentro de la pantera, desperté entonces sin sobresalto.
La tigra llamó ayer por la tarde. Tal vez eso explique la presencia de una pantera onírica. Han operado a su novio, pero parece que todo va bien. Haremos un pequeño viaje hoy, para lo cuál nos hemos --telefónicamente-- avituallado: llevamos una hogaza de pan de tomate, lonchas de prosciutto, mermelada de higo, aceite de romero y unos pocos dulces árabes. Le compré un dedo de novia, "lo vas a necesitar para que te pongan el anillo", le dije. "Estoy seguro." Se ríe y se vuelve infinita, con la risa que sólo es el estar habitado por un dios. Al Pepe (nuestro cocker, que vive con ella, pero pues es nuestro) le compré huesos de avena. Qué complacencia, me digo. Cocinaremos mañana, y será una buena oportunidad para desperezar el italiano, porque para preparar pasta con M. hay que decir aglio, basilico, acetto, olio, pomodoro, en fin. También hay un pequeño dios que vive en los sabores, y otro dios más pequeño que vive en el nombre de los sabores, y otro aún más, casi infinitamente pequeño que vive en el sabor de las cosas. A ese dios hay que rezarle probándolo. Yo como no sé rezar, canto, por lo que debemos concluir que cocinar es un modo de cantar, es decir, de liberar al dios secreto que vive en algunas cosas deliciosas.
Cazado: mi amor se casa. Qué alegría.
Como todos mis felinos, sé que esta gata es hembra. No era una leoparda relativa ni nada, era simplemente una pantera muy enojada o muy asustada --y la diferencia entre uno y otro estado es casi imperceptible. Recuerdo que lo primero que pensé al verla --al interrumpirla, mejor dicho, porque claramente la pantera tenía la aburguesada costumbre de desayunar, y además de desayunar en una terraza mientras despachaba algún asunto en su Mac-- fue qué pequeña era, y cómo era cierto el patrón de manchas: sólo desde el reduccionismo una pantera es negra, pues está compuesta de pequeñas manchas pardas que se superponen como pequeñas panteras que se continúan. No pasé mucho tiempo fascinado por las manchas. La pantera no estaba nada, pero nada feliz de verme. Me mostró las hileras de dientes como cuchillos. Como es recomendable en estos casos, reduje mi línea de visión por debajo de la suya, dándole la impresión de ser más pequeño y dócil que ella. (Poniendo una lupa [es decir, naturalmente, una loba] imaginaria sobre esta imagen, creo que ahí radica la cuestión de género totalmente. Como le comenté a M.N. esta semana, me perfilo peligrosamente para ser el primer, y probablemente el único, escritor feminista de mi generación.) Dije "para darle la impresión", y sólo ahora pienso que en realidad yo era más pequeño y dócil que la pantera. Me impresionó con todo que fuera tan pequeña ella misma. Cuesta trabajo volverse infinitamente más pequeño que algo ya de por sí pequeño.
La pantera no se dejó disuadir por esta treta. Traté --tretando-- de confundirla: busqué la línea perpendicular con la mirada y desmarcándome de su línea de ataque me mantenía satelitando la mesa redonda de herrería. Un observador aéreo o simplemente un dios podría haber visto que nos perseguíamos y acechábamos con la paciencia de las manecillas en los relojes. Aunque en rigor es ella quien marcaba el ritmo: ella es, después de todo, la cazadora queriendo darme caza. O tal vez no cazarme, sino acecharme. O tal vez ella tenía miedo de esa pantera que soy en algunos sueños. No se me da bien bailar y tengo algo parecido a un trauma asociado con esas situaciones bailadoras, pero puedo conservar cierta concentración al verme frente a un animal salvaje, puedo acceder a su ritmo, y en suma tengo vocación de fiera de circo, no sé si de domador.
Le ofrecí mi antebrazo y me puso a prueba. Con un movimiento corto y nada elegante, rodeó cúbito y radio de mi brazo izquierdo como una mano que toma unas gavillas de pasto seco. Toda su apariencia exterior daba la impresión de mucho movimiento y mucha furia: me ofrecía el rigor ajado de sus ojos suplicantes como si me pidiera razones silenciosas para no deshollarme. Mi brazo entre los dientes de la bestia. Las orejas paralelas apuntando hacia atrás. Saliva. Crispación de espinas. Tomar su mirada y llevarla a la línea perpendicular, me digo. Una y otra vez. Bajar la línea de visión lentamente. Verla, sabe que la veo. No perder contacto con ella.
Como se sabe panthera es toda una familia de félidos, pero siempre relacioné "pantera" (por su griego πάνθηρ, "todas las bestias" --aunque θηρα también puede traducirse por "caza") con "panteón", πάνθειον, "el lugar de todos los dioses". En mi imaginación infantil ambas se confundían, y crecí dibujando panteras llenas de panteras, es decir, llenas de dioses. Ciertas corrientes brahamánicas no parecen diferenciar realmente el ámbito de lo divino y el de lo bestial. De niño las imágenes de la diosa Kali y su falda hawaiana hecha de brazos, su collar de cabezas, su inmensa lengua roja, me helaban la espina. Me crispaba, claro. Pero a la vez me atraía irremediablemente. Recuerdo ese libro sobre la secta de los asesinos de Kali, una narración occidentalizante muy mala. Una mezcla similar de emociones me produce la presencia de la Coatlicue. En fin, que a veces me parece muy evidente la presencia del dios infinitamente pequeño que vive al interior de todas las cosas. Creo que en medio de consideraciones etimológicas y con un brazo dentro de la pantera, desperté entonces sin sobresalto.
La tigra llamó ayer por la tarde. Tal vez eso explique la presencia de una pantera onírica. Han operado a su novio, pero parece que todo va bien. Haremos un pequeño viaje hoy, para lo cuál nos hemos --telefónicamente-- avituallado: llevamos una hogaza de pan de tomate, lonchas de prosciutto, mermelada de higo, aceite de romero y unos pocos dulces árabes. Le compré un dedo de novia, "lo vas a necesitar para que te pongan el anillo", le dije. "Estoy seguro." Se ríe y se vuelve infinita, con la risa que sólo es el estar habitado por un dios. Al Pepe (nuestro cocker, que vive con ella, pero pues es nuestro) le compré huesos de avena. Qué complacencia, me digo. Cocinaremos mañana, y será una buena oportunidad para desperezar el italiano, porque para preparar pasta con M. hay que decir aglio, basilico, acetto, olio, pomodoro, en fin. También hay un pequeño dios que vive en los sabores, y otro dios más pequeño que vive en el nombre de los sabores, y otro aún más, casi infinitamente pequeño que vive en el sabor de las cosas. A ese dios hay que rezarle probándolo. Yo como no sé rezar, canto, por lo que debemos concluir que cocinar es un modo de cantar, es decir, de liberar al dios secreto que vive en algunas cosas deliciosas.
Cazado: mi amor se casa. Qué alegría.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
jueves, 10 de noviembre de 2011
Mudarse: quedarse mudo
, Una mudanza nunca es precisamente lo más discreto, es decir, lo más callado: cajas y maletas por todas partes, la intimidad abierta a la verificación del otro, del que buenamente está, así sea como espectador, presenciando el espectáculo del movimiento; cambio de casa, cambio de vida.
, Mudarse es una forma discreta de quedarse, de permanecer muy callado en el centro de uno mismo. Una forma de neutralizar el ruido circundante, cambiar de espacio, de zona, de tendero, de hábitos. Acomodar todo de manera que todo permanezca igual.
, Recuerdo que la primera y única vez que vi a Tomás Segovia fue en la Casa Abierta al Tiempo, el centro cultural de la UAM, muy cerca de la Condesa. Lo vi, recuerdo, siendo entrevistado en la librería, respondiendo de manera afable pero con una voz ya muy callada, por decirlo así, muy cansada. Después de los elogios y presentaciones de rigor, simplemente dijo, con el tomo de su poesía completa en la mano, "¿qué quieren escuchar?"
, Mudarse: quedarse mudo, poner la residencia al interior del lenguaje y bajar las persianas. "Muda la admiración habla callando", que decía Góngora. El asombro no tiene palabra; en cambio, la palabra se asombra: se vuelve la opacidad de la cualidad fulgurante del asombro.
, Recuerdo que Segovia coordinó la lectura de ese día con las condiciones climáticas. Recuerdo un verso, "De este largo viaje hacia la lluvia", y recuerdo que llovía, efectivamente.
, Creo ser alguien que en realidad recuerda muy pocas cosas. No sé si recuerdo, pero definitivamente no olvido uno de sus sonetos, señalado en la edición de la Fundación Inquietudes con el número XVI (bis), una variación sobre el XVI que a su vez difiere con la numeración incluída en Poesía. La mudanza dentro de la mudanza.
, Formas de leer a Segovia: Poética y profética después de meditar; sus ensayos sobre traducción, cuando queramos tomar la traducción en serio; Anagnórisis para llenarse el oído de ritmo; Personajes mirando una nube, rigurosamente en metro; Cantata a solas, en la adolescencia o de vacaciones; la Colección reservada de sonetos votivos, siempre que se pueda y de preferencia en compañía.
, La muerte no es una mudanza porque, hasta donde sabemos, nada nos llevamos. Hay objetos que podemos traer desde los sueños (aunque suponga un peligro inimaginable este traslado), pero nada puede traerse de la muerte. Orfeo fracasó precisamente en remontar el Hades junto a Eurídice. De repente la muerte se me presenta como una mudanza muy ligera.
, Iraí fue conmigo a ver a Segovia. Para no cansarlo, brevemente le pregunté por algunas erratas en los Sonetos votivos y comparé algunas referencias -en lo que mi memoria fue capaz- entre varias ediciones. Me explicó que la edición española que yo tengo está plagada de errores. Como recuerdo -es decir, como regalo para la memoria- me dejó una bellísima dedicatoria, a cuenta solamente de la paciencia que tuvo para escuchar mis devaneos: "A Javier. Que me enseña mis propios poemas, Tomás."
, Una mudanza donde nada se muda -es decir, donde nada cambia de lugar- no es un cambio de residencia sino una huída. ¿Pero de qué huye la luna? Recordar: "O Fortuna/ velut luna/ status variabilis". ¿Será que la luna huye de sí misma, cambia, pero permanece igual? ¿Y si mudarse es una forma variable de la presencia, la mudanza como el estado de trayecto perpetuo de uno mismo hacia sí mismo? Y me asombro -es decir, me vuelvo un poco sombra tras el lenguaje- de que esta misma cuestión tan fatigada por todas las mitologías me siga pareciendo maravillosa.
, Mi única casa -no sé si abierta al tiempo, espero que sí- es el asombro. Estos últimos meses han sido raros y fatídicos, definitivos y gozosos, pero siento que he perdido un poco esa capacidad de ver todo siempre nuevo, como recién creado, creándose. Con todo no me repongo aún de ciertas cosas que me han ocurrido en la vida: la primera, el mar; la segunda y acaso la más definitiva de todas, el lenguaje. La tercera, naturalmente, tú.
, Para leer esto, hay que ensombrecer el texto. Es decir, asombrarlo: poner atención.
, Mudarse es una forma discreta de quedarse, de permanecer muy callado en el centro de uno mismo. Una forma de neutralizar el ruido circundante, cambiar de espacio, de zona, de tendero, de hábitos. Acomodar todo de manera que todo permanezca igual.
, Recuerdo que la primera y única vez que vi a Tomás Segovia fue en la Casa Abierta al Tiempo, el centro cultural de la UAM, muy cerca de la Condesa. Lo vi, recuerdo, siendo entrevistado en la librería, respondiendo de manera afable pero con una voz ya muy callada, por decirlo así, muy cansada. Después de los elogios y presentaciones de rigor, simplemente dijo, con el tomo de su poesía completa en la mano, "¿qué quieren escuchar?"
, Mudarse: quedarse mudo, poner la residencia al interior del lenguaje y bajar las persianas. "Muda la admiración habla callando", que decía Góngora. El asombro no tiene palabra; en cambio, la palabra se asombra: se vuelve la opacidad de la cualidad fulgurante del asombro.
, Recuerdo que Segovia coordinó la lectura de ese día con las condiciones climáticas. Recuerdo un verso, "De este largo viaje hacia la lluvia", y recuerdo que llovía, efectivamente.
, Creo ser alguien que en realidad recuerda muy pocas cosas. No sé si recuerdo, pero definitivamente no olvido uno de sus sonetos, señalado en la edición de la Fundación Inquietudes con el número XVI (bis), una variación sobre el XVI que a su vez difiere con la numeración incluída en Poesía. La mudanza dentro de la mudanza.
El breve trecho, pero sorprendente,
que va desde la voz fresca y alada
de tu clara garganta a la callada
monocordia del coño hondo y ferviente
basta para que así me represente
lo que hay en ti de náyade o de hada
que en lo alto vuela y en lo limpio nada,
pero fundada tenebrosamente.
Imborrable es la grieta hacia el abismo,
de largo trazo recto y decidido,
que tu entrepierna valerosa alberga
y que hace que te conozca a un tiempo mismo
volátil e infantil con el oído
y mujer y temible con la verga.
, Formas de leer a Segovia: Poética y profética después de meditar; sus ensayos sobre traducción, cuando queramos tomar la traducción en serio; Anagnórisis para llenarse el oído de ritmo; Personajes mirando una nube, rigurosamente en metro; Cantata a solas, en la adolescencia o de vacaciones; la Colección reservada de sonetos votivos, siempre que se pueda y de preferencia en compañía.
, La muerte no es una mudanza porque, hasta donde sabemos, nada nos llevamos. Hay objetos que podemos traer desde los sueños (aunque suponga un peligro inimaginable este traslado), pero nada puede traerse de la muerte. Orfeo fracasó precisamente en remontar el Hades junto a Eurídice. De repente la muerte se me presenta como una mudanza muy ligera.
, Iraí fue conmigo a ver a Segovia. Para no cansarlo, brevemente le pregunté por algunas erratas en los Sonetos votivos y comparé algunas referencias -en lo que mi memoria fue capaz- entre varias ediciones. Me explicó que la edición española que yo tengo está plagada de errores. Como recuerdo -es decir, como regalo para la memoria- me dejó una bellísima dedicatoria, a cuenta solamente de la paciencia que tuvo para escuchar mis devaneos: "A Javier. Que me enseña mis propios poemas, Tomás."
, Una mudanza donde nada se muda -es decir, donde nada cambia de lugar- no es un cambio de residencia sino una huída. ¿Pero de qué huye la luna? Recordar: "O Fortuna/ velut luna/ status variabilis". ¿Será que la luna huye de sí misma, cambia, pero permanece igual? ¿Y si mudarse es una forma variable de la presencia, la mudanza como el estado de trayecto perpetuo de uno mismo hacia sí mismo? Y me asombro -es decir, me vuelvo un poco sombra tras el lenguaje- de que esta misma cuestión tan fatigada por todas las mitologías me siga pareciendo maravillosa.
, Mi única casa -no sé si abierta al tiempo, espero que sí- es el asombro. Estos últimos meses han sido raros y fatídicos, definitivos y gozosos, pero siento que he perdido un poco esa capacidad de ver todo siempre nuevo, como recién creado, creándose. Con todo no me repongo aún de ciertas cosas que me han ocurrido en la vida: la primera, el mar; la segunda y acaso la más definitiva de todas, el lenguaje. La tercera, naturalmente, tú.
, Para leer esto, hay que ensombrecer el texto. Es decir, asombrarlo: poner atención.
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Javier Raya
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sábado, 5 de noviembre de 2011
La casa invisible
Mi versión del turismo consiste en escuchar hablar idiomas que no domino, en películas sin subtítulos, por ejemplo. De ahí han surgido pequeñas diversiones privadas para mí: encontrar algo de la /r cantonesa en la /r del sueco; suponer que en ruso alguien siempre está disculpándose por algo que aún no hace; que la música del italiano reordena las cosas del hablante como una mesa llena de objetos de un mago, o que el francés es una lengua hecha para hablar en voz muy baja.
¿Pero es que se puede dominar un idioma como si uno fuera una especie de Napoleón lingüístico? ¿Se puede sostener una frase tan peregrina como "dominar una lengua"? Para los idiomas, acaso mucho, mucho más que para el amor, claudicar es la única forma de negociación: hay que entrar al idioma, al universo del sentido en general, con la espada extendida. El mango por delante, naturalmente.
Vivir en idiomas desconocidos como en casas muy viejas. Observar las cáscaras de pintura que se caen. Observar la pintura que otros pobladores más viejos han dejado, las pequeñas marcas que los delatan: los idiomas son casas donde han vivido muchos antes que nosotros. Podemos hallar de pronto el hueco de un clavo, que ya no sostiene el retrato de nadie; manchas de sol o de humedad, tecatas de mugre que la brisa de la ventana mece sin romper. El idioma puede verse como una ruina o como una colección de huellas: su conjunto no cuenta una historia común sino a condición de contar la historia de los hombres a través del relato de su propia historia. Esta historia no reconstruirá nada, pero construirá ruinas diferentes. Como el Distrito Federal de México, el idioma es una ruina hecha sobre incontables ruinas que la cimentan. Ruinas sagradas, cabe puntualizar.
La casa más desconocida es la propia. Notamos la extrañeza de las viejas casas de otros idiomas, pero vemos con ojos llenos de costumbre la propia. Me persuado por ello de no vivir en ningún idioma, de no tener lengua materna, de hablar y escribir desde una intemperie artificial. Me es preciso creer que el castellano que hablé esta mañana es un idioma absolutamente diferente que el castellano en que escribiré esta noche. Me persuado, pero fallo: es el idioma quien me inventa siempre, sin que yo posea ninguna potestad sobre él. El idioma es la derrota más dulce.
La casa dentro de la casa de los idiomas: la hospitalidad original del lenguaje. ¿Herramienta? Es cierto, hay gente que no se limpia los pies para entrar al idioma. Yo por mi parte trato de entrar en su casa siempre descalzo. Quiero sorprender a los fantasmas del idioma mientras duermen, ver si puedo colarme por la rendija de sus pesadillas, tenerles una tisana lista por si despiertan en sobresalto. Claro, yo también trabajo todos los días con el idioma como una herramienta; me queda al final del día una sensación parecida a cuando no podemos responder una llamada de alguien que amamos, o cuando los correos de gente querida se quedan sin contestar por muchas horas. Así vuelvo al idioma cada noche o cuando puedo encontrar un poco de tiempo que nadie usó: tratando de volverme infinitamente pequeño para que mis faltas pasen desapercibidas. Es una vanidad absoluta la que cree de mí que pedir un kilo de carne es una falta contra la belleza del idioma; aún no aprendo a ver lo fascinante que es que el gato dicho no sea igual que el gato escrito, y que ambos sean especies totalmente diferentes de la del gato que acaba de pasar por el pasillo, dejando la sombra de su nombre en el aire.
Pasamos temporadas en el idioma como si fuera nuestra casa. El idioma es casa, es cierto, pero no es de nadie. Todo lo más somos turistas. Recorremos los pasillos y galerías, encontramos armarios llenos de valijas que transportan su bagaje de polvo hacia ninguna parte, removemos algunas manchas de aceite de la pared de la cocina. Otras manchas las dejamos: somos turistas, repito. Algunas manchas han estado aquí, en el idioma, más tiempo del que estaremos cada uno de nosotros sobre el planeta. También esta devastación del idioma merece su compasión: la lengua no pide nada, y en cambio, nos da mundos como si fueran uvas.
Si la lengua pudiera hablar, imagino, sólo diría una cosa: dime. "Dime", así, como alguien que está abierto a escuchar; como alguien que exige una confesión; pero sobre todo, como alguien que desea ser dicho. Pienso de repente en Leónidas de Esparta con una petición tremendamente humilde para el viajante: recuérdanos. Súplica y orden del espíritu del idioma: ser dicho.
Formar, pues, en el centro de mí mismo, un espacio para que todo el caos del mundo pueda entrar. No le niego la entrada a ninguna cosa. Todo lo que pueda ser dicho se dirá, en su momento. En épocas más cínicas de mi vida he pensado que importa el decir y no lo dicho. Hoy sigo pensando que el decir efectivamente es más importante que lo dicho, pero que el decir mismo es mucho más importante de lo que mis pobres fuerzas me han permitido ver: que en un decir está la posibilidad aún viva del vínculo humano, de la comunidad posible.
Decir algo (dime, dime) es decir algo a alguien. Cuántas veces los otros no son el infierno, ¿cierto, Sartre?, pero si es que vivimos en el infierno entonces habrá que hacernos entender de algún modo. Habrá que mostrar nuestro carnet de condenados como quería Arthur, habrá que desearles buen día a los custodes, compartir opiniones sobre el día a día en la eternidad del sufrimiento. Algún gozo habrá que hallar ahí. Sobre todo: la conversación. ¿Y no es la lectura un modo privilegiado de conversar? Ahí Quevedo como siempre:
Me persuado en ocasiones, al oír hablar a alguien o en una plática cotidiana, de estar escuchando una lengua extinta. De pronto los ecos de mi griego tan mal aprendido rezuman en los goznes de una frase anodina, y el jugueteo de la sonaja árabe me toma desprevenido. Cuántas veces he mirado fijamente a los pasajeros del metro o a la gente de los cafés pensando en qué idioma hablan (¿serbio, portugués, quechua?), y siempre me sorprendo cuando reconstruyo de un boquete de sonidos los rasgos propios del castellano.
No se me malinterprete: el castellano es bello, pero el que yo lo hable o cualquiera de nosotros es un mero accidente. Importa, creo, la posibilidad del sentido que podemos recorrer dentro de una lengua, no cualquier dudoso y absurdo prestigio impostado ideológicamente sobre ella, como un fardo incómodo. Es ahí cuando digo que es de lo más tonto pensar que dominamos una lengua, repitiendo un gesto colonizador. Pienso que en vez de dominar con la lengua tal vez podamos construir alguna posibilidad dentro de los márgenes de esta casa vieja del idioma, de esta casa invisible que traemos colgada de la boca y los oídos y los ojos y las manos, de este cuerpo que puebla nuestro cuerpo de sentido; alguna posibilidad, pues, para que los que lleguen después de nosotros encuentren cómoda esta casa. Que puedan descansar aquí y pensar, y sobre todo enamorarse y consolarse cuando la bomba del amor les explote entre los dedos.
Construir tal vez un sitio de paz. Una palabra tan pequeña que al escribirla se me diluye entre los dedos. Yo nunca he sabido nada de paz. Pero tal vez, como quiere Elias Canetti, si la palabra puede producir guerras también puede resolverlas. El idioma, pues, es tan generoso, que tiene incluso espacio dentro de sí para el más absoluto horror. Afortunadamente, en esta casa hay espacio para mucho más: en todas las habitaciones hay retratos del único inquilino que tiene carta de nacionalidad en cualquier idioma y que, tal vez, sea el verdadero causante de la existencia misma de los idiomas (es decir, de lo humano): el asombro.
Una casa secreta a la vista de todos.
¿Pero es que se puede dominar un idioma como si uno fuera una especie de Napoleón lingüístico? ¿Se puede sostener una frase tan peregrina como "dominar una lengua"? Para los idiomas, acaso mucho, mucho más que para el amor, claudicar es la única forma de negociación: hay que entrar al idioma, al universo del sentido en general, con la espada extendida. El mango por delante, naturalmente.
Vivir en idiomas desconocidos como en casas muy viejas. Observar las cáscaras de pintura que se caen. Observar la pintura que otros pobladores más viejos han dejado, las pequeñas marcas que los delatan: los idiomas son casas donde han vivido muchos antes que nosotros. Podemos hallar de pronto el hueco de un clavo, que ya no sostiene el retrato de nadie; manchas de sol o de humedad, tecatas de mugre que la brisa de la ventana mece sin romper. El idioma puede verse como una ruina o como una colección de huellas: su conjunto no cuenta una historia común sino a condición de contar la historia de los hombres a través del relato de su propia historia. Esta historia no reconstruirá nada, pero construirá ruinas diferentes. Como el Distrito Federal de México, el idioma es una ruina hecha sobre incontables ruinas que la cimentan. Ruinas sagradas, cabe puntualizar.
La casa más desconocida es la propia. Notamos la extrañeza de las viejas casas de otros idiomas, pero vemos con ojos llenos de costumbre la propia. Me persuado por ello de no vivir en ningún idioma, de no tener lengua materna, de hablar y escribir desde una intemperie artificial. Me es preciso creer que el castellano que hablé esta mañana es un idioma absolutamente diferente que el castellano en que escribiré esta noche. Me persuado, pero fallo: es el idioma quien me inventa siempre, sin que yo posea ninguna potestad sobre él. El idioma es la derrota más dulce.
La casa dentro de la casa de los idiomas: la hospitalidad original del lenguaje. ¿Herramienta? Es cierto, hay gente que no se limpia los pies para entrar al idioma. Yo por mi parte trato de entrar en su casa siempre descalzo. Quiero sorprender a los fantasmas del idioma mientras duermen, ver si puedo colarme por la rendija de sus pesadillas, tenerles una tisana lista por si despiertan en sobresalto. Claro, yo también trabajo todos los días con el idioma como una herramienta; me queda al final del día una sensación parecida a cuando no podemos responder una llamada de alguien que amamos, o cuando los correos de gente querida se quedan sin contestar por muchas horas. Así vuelvo al idioma cada noche o cuando puedo encontrar un poco de tiempo que nadie usó: tratando de volverme infinitamente pequeño para que mis faltas pasen desapercibidas. Es una vanidad absoluta la que cree de mí que pedir un kilo de carne es una falta contra la belleza del idioma; aún no aprendo a ver lo fascinante que es que el gato dicho no sea igual que el gato escrito, y que ambos sean especies totalmente diferentes de la del gato que acaba de pasar por el pasillo, dejando la sombra de su nombre en el aire.
Pasamos temporadas en el idioma como si fuera nuestra casa. El idioma es casa, es cierto, pero no es de nadie. Todo lo más somos turistas. Recorremos los pasillos y galerías, encontramos armarios llenos de valijas que transportan su bagaje de polvo hacia ninguna parte, removemos algunas manchas de aceite de la pared de la cocina. Otras manchas las dejamos: somos turistas, repito. Algunas manchas han estado aquí, en el idioma, más tiempo del que estaremos cada uno de nosotros sobre el planeta. También esta devastación del idioma merece su compasión: la lengua no pide nada, y en cambio, nos da mundos como si fueran uvas.
Si la lengua pudiera hablar, imagino, sólo diría una cosa: dime. "Dime", así, como alguien que está abierto a escuchar; como alguien que exige una confesión; pero sobre todo, como alguien que desea ser dicho. Pienso de repente en Leónidas de Esparta con una petición tremendamente humilde para el viajante: recuérdanos. Súplica y orden del espíritu del idioma: ser dicho.
Formar, pues, en el centro de mí mismo, un espacio para que todo el caos del mundo pueda entrar. No le niego la entrada a ninguna cosa. Todo lo que pueda ser dicho se dirá, en su momento. En épocas más cínicas de mi vida he pensado que importa el decir y no lo dicho. Hoy sigo pensando que el decir efectivamente es más importante que lo dicho, pero que el decir mismo es mucho más importante de lo que mis pobres fuerzas me han permitido ver: que en un decir está la posibilidad aún viva del vínculo humano, de la comunidad posible.
Decir algo (dime, dime) es decir algo a alguien. Cuántas veces los otros no son el infierno, ¿cierto, Sartre?, pero si es que vivimos en el infierno entonces habrá que hacernos entender de algún modo. Habrá que mostrar nuestro carnet de condenados como quería Arthur, habrá que desearles buen día a los custodes, compartir opiniones sobre el día a día en la eternidad del sufrimiento. Algún gozo habrá que hallar ahí. Sobre todo: la conversación. ¿Y no es la lectura un modo privilegiado de conversar? Ahí Quevedo como siempre:
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Me persuado en ocasiones, al oír hablar a alguien o en una plática cotidiana, de estar escuchando una lengua extinta. De pronto los ecos de mi griego tan mal aprendido rezuman en los goznes de una frase anodina, y el jugueteo de la sonaja árabe me toma desprevenido. Cuántas veces he mirado fijamente a los pasajeros del metro o a la gente de los cafés pensando en qué idioma hablan (¿serbio, portugués, quechua?), y siempre me sorprendo cuando reconstruyo de un boquete de sonidos los rasgos propios del castellano.
No se me malinterprete: el castellano es bello, pero el que yo lo hable o cualquiera de nosotros es un mero accidente. Importa, creo, la posibilidad del sentido que podemos recorrer dentro de una lengua, no cualquier dudoso y absurdo prestigio impostado ideológicamente sobre ella, como un fardo incómodo. Es ahí cuando digo que es de lo más tonto pensar que dominamos una lengua, repitiendo un gesto colonizador. Pienso que en vez de dominar con la lengua tal vez podamos construir alguna posibilidad dentro de los márgenes de esta casa vieja del idioma, de esta casa invisible que traemos colgada de la boca y los oídos y los ojos y las manos, de este cuerpo que puebla nuestro cuerpo de sentido; alguna posibilidad, pues, para que los que lleguen después de nosotros encuentren cómoda esta casa. Que puedan descansar aquí y pensar, y sobre todo enamorarse y consolarse cuando la bomba del amor les explote entre los dedos.
Construir tal vez un sitio de paz. Una palabra tan pequeña que al escribirla se me diluye entre los dedos. Yo nunca he sabido nada de paz. Pero tal vez, como quiere Elias Canetti, si la palabra puede producir guerras también puede resolverlas. El idioma, pues, es tan generoso, que tiene incluso espacio dentro de sí para el más absoluto horror. Afortunadamente, en esta casa hay espacio para mucho más: en todas las habitaciones hay retratos del único inquilino que tiene carta de nacionalidad en cualquier idioma y que, tal vez, sea el verdadero causante de la existencia misma de los idiomas (es decir, de lo humano): el asombro.
Una casa secreta a la vista de todos.
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miércoles, 2 de noviembre de 2011
Latencia
[incluido en Ordalía, Col. Limón Partido, 2011.]
Dígase como corolario del espasmo
tállense los elementos reconstruyan
del instante al erario de gotas no se diga
nube el siniestro rostro de la nube
bocabajo gran tortuga el vientre
cuajado de gotas submarino se pudre
caparazón de sol y sombrilla
sombra abierta los muslos inflamados
solares en el centro de la presencia del pocillo
aluminio sea color de nube
un rayo debiera ser en todo caso frío
en el diámetro del agua que vira
y resopla recalcando su fisonomía
de toro bajo el signo de la pereza
direcciona su rehilete de fuego perro
de caza en el aluminio donde el agua
anida
adopta posturas de espejo desdoblado
guarda en el centro del agua los rostros
de Narciso como una baraja
la repartición sería un nombre las sílabas
de un nombre gotas o latido
en el borde labial una
fricativa sonora ronronea
infunde su rabioso rumor de sales
el centro del agua se desaloja
corazón en el centro de la boca
adormecida por rozamiento y casi
hostigada por el peso del aire
en su obstinada besadora la boca va
la noche fue la conquista de tu cintura
en el centro de estas palabras
vive un tú absorbido margen
incrustado en lo fijo de lo real a
lo oral un agua o lo luminoso lubricante
en la punta del espasmo
rumor de agua hirviendo
en parsimonia sobre la parrilla
aluminio lo irradiante una mano
remueve la palabra agua
la mano la falange irisada
de la flamita que se entrega a su urgencia
rozadura y frotación rozadura
y frotación
lo que hierve estamos
haciendo té
haciéndote
ángulo solar que aviva los reflejos
sobre la postura del aluminio dos
tazas que permanecen una en
lo visible y otra en los brillos
que imprimen su forma dúctil
en las paredes de la cocina
lo humeante no se destrenza
permanece escondido en lo revuelto
de la turbulencia en el fondo
de la mujer la turbulencia
irreductible a la imantación del número
turbulente no se reduce a trazos
no se deja capturar lo humeante
lo mujer del humo
lo vulnerado del ciervo
asomado en el borde trémulo del
agua que se recupera lo palatal
asume resonancia lumbre látigo
de lumbre disfrazado de su radiación
apenas conmueve lo unitario
del agua su bloque conciso
penetra y desentrama propone
conversación y un seguimiento
multitudinario entra en Versalles
ese rumor enmascarado del agua
en rozadura y frotación
y rozadura hasta evadir su forma
la dura rosa rota en el fondo del agua
galaxia que se abre de brazos
desde el fondo de la flor
loto su congelado pétalo perdiz
de humo se decide al influjo de la lumbre
rosa se rompe en rosas
en el centro rizoma del agua
y lo humeante latente se bate
desde la presencia que lo antecedió
antigüedad del agua
evidencia de sus tambores
en el cruce del agua vuelta trizadura
agua que muestra el reverso del agua
o vientre de mujer que ya
es decir bastante
asumir que la mujer si brota
brota de sí misma de lo manantial
de su sexo hace brotar mundos
laten ya los mundos posibles
en el centro de girasol plantado
en su vientre donde los elementos
se tallan reconstruyen un argumento
impreciso horno de mundos
abordemos lo semejante esclarecido
frente a la imagen del agua
que dejamos evaporando resistencias
mundos de lo humeante atacando
frágiles fugaces erupciones
la temperatura es el cincel
que corrompe la ambigüedad de la pureza
definiendo ya la nota de ternura
o salvaje aleteo de mariposas transparentes
de abejas enloquecidas
en el fondo centro rizoma del agua
agua tomada ciudadela por el puño
del aluminio que la enturbia
le infunde su invertebrada respiración
en sístole de lo cálido diástole
que bese el labio bebedor
lo que se deja hervir retorna
materia para el labio abordaje
transplante de la turbulencia
de lo feral del fuego en la parrillita
al vientre que va aceptando
las condiciones de la tibieza
inmolará
reparará
consumirá
su estado nada de lo que no sea ahora
quedará
de su rabioso esa agua crispándose en laberintos
en el fondo no parará
chupará la lengua erizada
para rendir su calor armas de los vencidos
prolongará lo remolinoso aún
del agua sobre el fuego
que la perilla ha sofocado
hacia la bolsita de infusión
la porcelana servirá
para definir la ruta amarilla
del té negro trenza o brazo
que inventan la trama visceral
lo reconquistado del color invadida
transparencia alentado por la matriz
del calor y fiera para resolverse
en aliento de bergamota
y trazo del puente necesario
para lo nupcial del labio
que recae en su obsesión simbolizante
beso y la tibia taza mientras
el aluminio retiene la memoria
solar del temperamento de la flama
contenido un corazón
en la punta de la boca
como una palabra que se olvida
se quiere recordable pero sus fragmentadas
cuerdas persisten despeinadas sobre sí
mismas una palabra que no se deja
precisar en el borde de la lengua
balbuceo amenaza de caer pesadamente
en lo grosero del sinónimo
el riesgo siempre es confundir
lo brutal del golpe de calor
con lo civilizado del azúcar
su nombre dulce majestuoso
de jeque niño reencarnará
precisamos nuevamente el apoyo
de la imagen del girasol hembra
que preserve elacionado el grumo
de cristal con la ruina del hervor
que al relajarse confirme cabriolas
de humo a modo de bandera
victoria temporal sobre el territorio
de la reverberación
humo es su sentido
de lo sonoro a lo cálido cristal
como barco de guerra cediendo
su cargamento tropical a los piratas
hervidumbre serán
nuevamente los descansados muslos
largos en su animala que se deja
recorrer de reanudarse no habrá
lo metafórico que oculte la corriente
desplomada será necesaria la vuelta
a su estado transparente así
confrontada con la rigidez del sexo
que escinde como la gota de fuego
la solidez del agua
buscando la concavidad absorbido margen
no temeremos el regusto pornográfico
al intentar estos acercamientos
la reconstrucción de sostenida
vigilancia nos compele reconocimiento
del rito de la atención nos hundiremos
ahí partiremos la batiente del parto
hasta el centro rizoma o manzana
que se deja conocer
lo urgente será el desnacimiento
como quien arroja su relato al fuego
para dejarse Camellia sinensis
disolver.
Beber también los poemas invisibles, latiendo.
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